PARA EL CAMINO

  • La gracia no negocia

  • septiembre 20, 2020
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 20:1-16
    Mateo 20, Sermons: 1

  • Delante de Dios todos estamos al mismo nivel. En el reino de los cielos no hay lugar para la autopromoción ni ocasión para competir. Bajo la gracia, todos los trabajadores en la iglesia somos iguales ante Dios y recibimos el mismo trato que Dios en su gracia dispone.

  • Mientras leía esta parábola sobre el dueño de la finca y sus obreros, mi memoria me recordó situaciones similares de mi época en la escuela primaria. Mis compañeros y yo íbamos a una pequeña escuela, donde cada grado no tenía más de veinte alumnos. Era muy común que, al terminar de explicarnos una lección, nuestra maestra nos preguntara: «¿Entendieron esto, niños?» La respuesta era siempre: «Sí, señorita.» Pero no era una respuesta muy sincera, por dos motivos. El primer motivo era porque si decíamos que no habíamos entendido, la maestra nos iba a explicar nuevamente todo y muy probablemente nos perderíamos el recreo. El segundo motivo era más serio. Si alguien decía que no entendía, algunos compañeros de la clase se iban a burlar de quien no había entendido y lo iban a calificar de burro. Burro, era el epíteto que recibía el que no entendía las lecciones.

    No logro saber por qué los discípulos no entendían las claras parábolas de Jesús sobre el reino de los cielos. Respeto mucho a ese grupo de doce que Jesús mismo llamó e instruyó, pero me sorprende a veces que no hayan podido comprender las enseñanzas de su maestro, en particular lo que Jesús enseñaba sobre el reino de los cielos. A veces pienso que los discípulos preferían no saber, porque lo que el Señor enseñaba era muy diferente, por lo menos muy diferente de lo que ellos esperaban. Al principio de su ministerio, Jesús «fue a Galilea para proclamar el evangelio del reino de Dios. Decía: ‘El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado'» (Marcos 1:14-15). El reino de los cielos era lo que Jesús decía y hacía. Ese reino es desde donde Dios gobierna el mundo. Es diferente a lo que conocemos, a lo que conocían los discípulos y a lo que la humanidad piensa respecto de un reino. Muchas parábolas de Jesús explican cómo funciona el reino de los cielos.

    Momentos antes de que Jesús enseñara la parábola del dueño de una finca que salió a buscar trabajadores, Pedro le dijo a Jesús: «Nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido. ¿Qué ganaremos con eso?» (Mateo 19:27). Esta pregunta de Pedro parece ser la clave de la falta de entendimiento de los discípulos. Ellos tenían algo en mente: una retribución por haber dejado sus familias, sus trabajos, y hasta sus villas. Porque literalmente, los discípulos se fueron de sus casas y siguieron a Jesús sin saber adónde dormirían esa noche y qué camino tomarían al día siguiente. Pero lo hacían sin quejarse y, en el fondo, esperaban que eso produjera una gran retribución. Pensaban que un día serían recompensados por haber abandonado toda estabilidad económica y social; después de todo, Jesús siempre hablaba de un reino. Y ciertamente iban a ser recompensados grandemente, pero no como ellos esperaban.

    Jesús responde a la legítima pregunta de Pedro diciéndole lo que recibirán: En el día final, cada uno ocupará un lugar en los doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel, o sea a todo el mundo. Y Jesús amplía la respuesta para incluir a todos sus hijos: «Cualquiera que por causa de mi nombre haya dejado casa, hermanos, hermanas, padre, madre, mujer, hijos, o tierra, recibirá cien veces más, y también heredará la vida eterna» (Mateo 19:29).

    Tenemos la pregunta de Pedro y la clara respuesta de Jesús. Ahora viene la explicación de cómo funcionará eso en la realidad. En la parábola, el dueño de la finca es Dios. La finca es el lugar donde los hijos de Dios trabajan. En esta enseñanza de Jesús no son los trabajadores que van a golpear la puerta para pedir trabajo. Es el dueño el que sale a buscar, una vez, dos veces, tres veces, cuatro veces, y cinco veces ¡en un solo día! y todas las veces trajo gente para trabajar en su viña. Sí, hay trabajo para hacer en el reino de los cielos. Hay mucho amor que cultivar, hay mucho cuidado que prodigar, hay que llamar al arrepentimiento y hay que consolar al entristecido. Hay que trabajar al calor del sol por varias horas… ah, pero hay retribución.

    Algunos trabajadores fueron llamados al medio día, y recibieron la promesa de que recibirían un pago justo. Otros entraron a media tarde y otros casi al final del día. Terminada la jornada, el dueño de la finca, Dios, decide cómo debe hacer la paga el mayordomo: comenzará por los que llegaron último y les dará el pago completo de un día, aunque hayan trabajado solo una hora. Luego llama a los que entraron a media tarde y les da el pago completo de un día, y así hizo con los que entraron a trabajar a diferentes horas del día. Todos recibieron el mismo pago. Cuando llegaron los que fueron contratados primero, viendo la cantidad que los que entraron último habían recibido, se frotaron las manos y se hicieron a la idea de que iban a recibir mucho más, porque trabajaron mucho más. En realidad, los primeros trabajadores pensaron como hubiera pensado cualquiera de nosotros. Ellos querían ser retribuidos de acuerdo a su esfuerzo y al tiempo invertido.

    ¡Qué desilusión! ¡Qué injusticia! pensaron, y se quejaron porque no se los había considerado de acuerdo a las reglas de este mundo. He aquí el punto central de la enseñanza de Jesús. El dueño de la finca no les mintió, ni cambió de parecer durante el día. Dio a cada uno lo que le había prometido.

    Todo había ido bien en la finca hasta que al final del día los que fueron contratados primero comenzaron a comparar esfuerzo y retribución. ¡Ah, las odiosas comparaciones! Así le dicen al dueño de la finca: «Les has pagado lo mismo que a nosotros.» Una traducción más literal del original griego es: «Los hiciste igual a nosotros.» Y de eso se trata el reino de los cielos: delante de Dios todos estamos al mismo nivel. En el reino de los cielos no hay lugar para la autopromoción, no hay ocasión para competir. Lo que el dueño de la finca esperaba de los trabajadores era que se concentraran en la tarea y que se fueran contentos habiendo recibido el pago convenido de antemano, no que miraran a los demás y se compararan con ellos. Así no funcionan las cosas en la iglesia, el lugar donde ejercemos el trabajo del reino de Dios.

    Bajo la gracia, todos los trabajadores en la iglesia somos iguales ante Dios y recibimos el mismo trato que Dios en su gracia dispone. Notemos esto: es por gracia, no por merecimiento. Dios en verdad no necesita nuestro trabajo en la viña, no necesita nuestras buenas obras, porque Dios no crece ni se enriquece con nuestro aporte, pero nuestro prójimo sí necesita de nuestras buenas obras. No importa si hemos trabajado ya años en la iglesia o si recién hemos comenzado a dar nuestros primeros pasos de la mano del Señor Jesús. Lo que sí importa es que nos alegremos por haber sido contratados para trabajar en el reino de Dios.

    Dios no fue injusto con ninguno de los que él llamó para incorporar en el reino de los cielos. Quienes fuimos salvados por la obra redentora de Jesús hemos de cambiar el concepto de justicia tan arraigado en nosotros. Nos gusta que todo sea equitativo a nuestra manera y, cuando no lo es, quitamos nuestra vista del rey Jesús, quien nos salvó y nos trajo a su viña, y ponemos nuestros ojos en los demás y nos comparamos con otros, y nos ponemos celosos y demandamos que Dios nos trate diferente.

    En el reino de los cielos Dios nos hace a todos iguales. Porque así es su gracia, porque todos somos iguales de pecadores y merecedores del castigo eterno. Pero la gracia de Dios es generosa; tanto, que hasta nos causa envidia, como les causó envidia a aquellos que fueron contratados a primera hora de la mañana y trabajaron todo el día. «¿Acaso tienes envidia porque yo soy bueno?» (v 15), preguntó el dueño de la finca. Qué pregunta tan molesta. Nos toca de cerca.

    ¿Y qué pago nos da la gracia? Si le decimos a Jesús: «Lo hemos dejado todo… ¿Qué ganaremos con eso?». Él nos responde que recibiremos no el salario de un día, no lo que merecemos. La respuesta generosa de Jesús es: «Recibirán cien veces más [de lo que han dejado] y también heredarán la vida eterna» (19:29). No hay un poco de vida eterna para algunos ni media vida eterna para otros. Dios lo da todo, porque la gracia no negocia sino que se entrega por completo. Jesús es el ejemplo viviente de lo que es la gracia de Dios: él lo entregó todo, incluso su vida, para que nosotros seamos perdonados sin importar el tamaño de nuestro pecado. Así él mostró lo generosa que es la gracia de Dios, quien nos ama a todos por igual.

    Si de alguna manera te podemos ayudar a ver en Jesús a la gracia generosa de Dios hecha carne para nuestra salvación, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.