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PARA EL CAMINO
TEXTO: Apocalipsis 7:9-17
Apocalipsis 7, Sermons: 3
«De santo no tiene nada», decimos cuando nos referimos al picarón y travieso que no deja de hacer fechorías. Otras veces decimos: «No es ningún santito», cuando nos referimos a alguien que despierta sospechas. Y a veces nos hacemos los santitos para ocultar alguna travesura o alguna mala acción. Así, desde chicos nos vamos haciendo una idea de lo que es un santo: aquel que se porta bien, aquel de quien no se espera nada malo, aquel en quien se pude confiar plenamente.
Con el tiempo, en la iglesia cristiana se gestó una imagen de santo o de santa que no siempre estuvo de acuerdo con lo que dice la Sagrada Escritura. Quedó establecido por la historia que santo es aquel o aquella que sobresale de los demás, que hizo muchas obras buenas y hasta quizás algunos milagros. Pero esos santos, a quienes se les atribuye el poder de interceder, proteger y ayudar a los seres humanos, en realidad no son tales. Ante Dios no son más santos y no tienen más poder que cualquiera que ha sido lavado por la sangre del Señor Jesucristo. Para Dios, todos sus hijos, bautizados y perdonados por la sangre de Jesús, somos santos ante sus ojos, aunque todavía pequemos cada día.
Entonces, ¿por qué celebramos el Día de Todos los Santos? En la mayoría de las tradiciones cristianas en todo el mundo, el primero de noviembre se celebra el día de todos los santos. ¿De qué se trata esta celebración? Todo comenzó en los primeros siglos de la era cristiana, con la costumbre de celebrar el aniversario de la muerte de un mártir en el lugar del martirio. Al principio del siglo cuatro hubo una persecución tan grande de los cristianos, que muchos murieron a causa de su fe. Como no se pudo celebrar en forma individual a cada mártir, se buscó una fecha para celebrar a aquellos que murieron dando testimonio de su fe. Y así llegamos al día de hoy, con la fecha del primero de noviembre para recordar a todos los que nos precedieron y que murieron creyendo en el Señor Jesús.
Y entonces, ¿qué celebramos? El texto de Apocalipsis elegido para hoy nos ayudará a entender lo que Dios espera que celebremos. El evangelista y apóstol Juan está desterrado en una isla escribiendo las revelaciones que recibió directamente de Dios. Las revelaciones en el capítulo 6 no son nada alentadoras. Dios le dice a Juan que la iglesia sufrirá mucho, sobre todo cuando se acerque el fin: habrá una gran tribulación, horrores que jamás hemos visto y que ni siquiera nos podemos imaginar. Esta visión perturba, inquieta y será real. La aflicción de los últimos tiempos no es una fantasía creada para infundir miedo, sino la acción del diablo que dará rienda suelta a su maldad.
En medio de esas terribles revelaciones, Juan recibe una revelación que es como un oasis. En la primera parte de esa revelación Juan escucha que todos los creyentes en el mundo serán sellados por los ángeles protectores de Dios. Así que, mientras los creyentes estemos en esta vida, estamos sellados y protegidos por Dios mismo ante la severidad de las aflicciones. Enseguida, Juan tiene otra visión: esta vez de la iglesia que ya pasó por la muerte y está en el cielo. Esa iglesia está compuesta por todos los que murieron en la fe. La llamamos la iglesia triunfante, porque a causa de Jesús triunfó sobre las aflicciones y la gran tribulación. Esos santos que están ahora en el cielo tienen características especiales: salieron de entre todas las naciones del mundo, pero no tienen peleas étnicas; dejaron de tener edad, pues comenzaron a ser eternos y saben con certeza que Dios los resucitará corporalmente cuando llegue el día final.
Los santos que celebramos hoy son muchos; tantos, que no se pueden contar. El creyente que muere y llega al cielo entra en algo así como un estadio de fútbol grande como el cosmos, donde todos los presentes están parados esperándolo para que se sume a la iglesia triunfante.
Los santos que celebramos hoy están de pie, como gesto de reverencia, ante la presencia del Cordero. Aquí llegamos a la cúspide de este pasaje. Los santos triunfantes no serían santos si no fuera por la presencia del Cordero, Jesús, quien se dejó matar por la falsa justicia terrenal y resucitó victorioso para estar presente con su iglesia triunfante para siempre.
Los santos que celebramos están vestidos de blanco. Esta es una clara referencia de que ahora son santos sin pecado, gracias a Jesús, que los lavó en el Bautismo, que les perdonó todos sus pecados. Estar de blanco los hace a todos iguales ante Dios, los hace felices, porque ya no puede haber nada que empañe sus vidas. El versículo 14 reafirma esto con suma claridad: «Estos… son los que han lavado y emblanquecido sus ropas con la sangre del Cordero«. Aquí está el secreto de cómo llegar a ser santo, santo de verdad: es la sangre que el Cordero Jesús derramó en la cruz la que blanquea las manchas horribles del pecado, y la limpieza es para siempre. Una vez que el creyente llega al cielo, es santo para siempre, gracias al Cordero Jesús. El apóstol Juan hace una referencia menos simbólica, aunque todavía figurativa, sobre este tema cuando dice en 1 Juan 1:7: «La sangre de Jesús, su Hijo, nos limpia de todo pecado«. También el profeta Isaías se refiere al tema de blanquear los pecados de los creyentes cuando escribe lo que Dios le dice a su pueblo: «Si sus pecados son como la grana, se pondrán blancos como la nieve. Si son rojos como el carmesí, se pondrán blancos como la lana» (Isaías 1:18).
Los santos que celebramos hoy están a la espera de la resurrección final. Cuando Jesús vuelva en su gloria a reclamar su creación para crear una nueva, habrá una resurrección masiva. Los millones de creyentes que murieron confiando en Jesús son esos santos de la iglesia triunfante que están esperando para unirse a su cuerpo cuando suene la trompeta final. Y no están solos: están acompañados de todos los ángeles, de los ancianos y de Dios mismo.
Los santos que celebramos hoy rinden culto de día y de noche mientras son protegidos por el que está en el trono. No están aburridos: están deslumbrados por tanto esplendor blanco y se sienten bien porque Dios los cuida. Ya nada malo podrá sucederles.
Es fascinante el cambio de tiempos verbales que hay en esta descripción del cielo. En tiempo pasado aparece la gran tribulación. Ya está, los creyentes han salido vencedores gracias al perdón de los pecados que recibieron de Jesús y gracias al Espíritu Santo que los mantuvo fieles. Las aflicciones quedaron en el pasado. También es cosa del pasado el acto de lavar los pecados con la sangre de Jesús. Una vez fue suficiente. La blancura es para siempre. En tiempo presente, los santos están en constante adoración, disfrutando la presencia del Cordero Jesús y esperando la resurrección final. Es en este mismo momento que esas personas queridas que fallecieron en la fe están viviendo un presente celestial en adoración constante vestidos de blanco.
Y ahora llegamos al tiempo futuro, a lo que es, tal vez, la descripción más sublime y tierna de la nueva vida perfecta y eterna que Jesús nos prometió: los santos no sufrirán hambre ni sed, ni habrá un sol abrasador que les produzca heridas en la piel, ni vientos que los despeinen o que les llenen los ojos de polvo. No están más en el desierto; están en el cielo y Jesús, el Cordero, los pastoreará. Se hace realidad en la iglesia triunfante el salmo 23. Los santos en el cielo vivirán en plenitud las palabras de Jesús en el evangelio de Juan: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas» (Juan 10:11). Después de la resurrección final Jesús los llevará a fuentes de agua de vida, y ya no llorarán más. Dios mismo se encargará de enjugar toda lágrima de sus rostros.
Sí tú, que me estás escuchando en este momento, eres como yo, me imagino que habrás llorado, a veces en silencio, a veces a mares. Me imagino también que habrás experimentado aflicciones, o las estás experimentando ahora. Es normal, hay demasiadas cosas malas en el mundo y muchas de ellas nos afectan. Así es la vida de este lado del cielo. Estamos contantemente tentados a lo malo y somos golpeados por fuerzas malas que vienen tanto de adentro nuestro como de afuera. Y tal vez estés tentado a perder la esperanza o a dudar de la eficacia del perdón de Dios en Cristo Jesús. Esta descripción de los creyentes que están en el cielo esperando la resurrección final es para animarte. Esos santos ya han pasado las tribulaciones y están esperando la resurrección final para disfrutar en plenitud la paz de Dios. De la mano del Señor, para allá vamos.
Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a reafirmar tu fe en la vida eterna lograda por Cristo Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.