PARA EL CAMINO

  • No te canses de esperar

  • diciembre 6, 2020
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • Notas del sermón
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: 2 Pedro 3:8-14
    2 Pedro 3, Sermons: 2

  • «La confianza mata al hombre» es un dicho que escuché hace muchos años, como una advertencia a no ser tan confiado porque, indiscutiblemente, hay muchas personas a nuestro alrededor que pueden mentirnos y hacernos un gran daño. El dicho «la confianza mata al hombre» tiene algo de cierto. Pero muchas veces nos hacemos fanáticos de la desconfianza y comenzamos entonces a sospechar de todo el mundo, aun de nuestros familiares y de nuestros mejores amigos. La desconfianza alimenta la sospecha y nos hace incapaces de mantener una relación seria en la vida. Y no queda ahí: la desconfianza nos arrastra al escepticismo, y de ahí pasamos a la incredulidad y a la burla.

    Dios creó un mundo perfecto y puso un hombre y una mujer perfectos para que lo gobernaran. Luego vino Satanás, y ¿adivinen qué? ¡Sembró la desconfianza en Adán y en Eva! A partir de ese momento, se produjo el desastre. A partir de ese momento la desconfianza, el escepticismo, la incredulidad y la burla se generalizaron. Y, poco a poco, los seres humanos comenzamos a creernos más inteligentes que Dios.

    La historia en general, y en especial la del Antiguo Testamento, nos muestra con qué facilidad nos olvidamos del Creador. Ya en los primeros capítulos del Génesis vemos cómo la violencia desgarró las relaciones humanas y la relación con Dios. La maldad entre los hombres creció tanto, que Dios envió el diluvio para recomenzar la historia con Noé y su familia. Luego sigue la destrucción de Sodoma y Gomorra de parte de Dios, a causa del escepticismo y la incredulidad de sus habitantes. ¿Qué había pasado? Los seres humanos se negaron a creer que Dios los había creado y que algún día tendrían que rendir cuentas por su conducta a ese Creador.

    Ese pensamiento se ha vuelto más y más popular entre nosotros, al punto que muchas personas, para poder llevar una vida de engaños, sospechas y acciones egoístas, lo primero que hacen es desprenderse de Dios. O sea, deciden no creer en él, pensando que así no tendrán que rendir cuentas a nadie por su vida.

    Y como el escepticismo nunca ha pasado de moda, vemos que hasta Jesús tuvo que lidiar con él. Los escépticos de su tiempo eran los miembros de un grupo conocido como los saduceos, que formaban una secta dentro del judaísmo que no creía en la resurrección. ¿Por qué? Porque nunca habían visto a un muerto volver a la vida. Entonces, como no tenían evidencias de que esa doctrina pudiera ser cierta y desconfiaban de ella, decidieron rechazarla y hasta burlarse de aquellos que la creían y enseñaban, como podemos ver en Mateo 22:23.

    Por su parte, el apóstol Pablo se enfrentó con lo mismo. Hechos 17:32 dice que «Cuando los allí presentes oyeron hablar de la resurrección de los muertos, unos se burlaban y otros decían: ‘Ya te oiremos hablar de esto en otra ocasión’«. Y esa misma situación es la que se da en las congregaciones cristianas a las que el apóstol Pedro les escribe esta carta, que es base para este mensaje. En ella, Pedro alerta a los miembros de la iglesia de la llegada de personas escépticas quienes, como no había evidencia, no creían en la segunda venida en gloria del Señor Jesús. Se habían desilusionado porque Jesús no había vuelto en gloria cuando ellos lo esperaban, de acuerdo a los tiempos que ellos habían decidido. Y como Dios no obró de acuerdo con sus expectativas, se dedicaron a llevar una vida de desenfreno pensando que, si Jesús no iba a volver, no tenían que rendirle cuentas a nadie y podían vivir como les diera la gana. Es de esta situación de la que habla el apóstol Pedro.

    Leí hace unos días que una reconocida científica no cristiana había llegado a la conclusión de que habrá una destrucción que dará fin a este mundo. «Creo que hay un fin del mundo», declaró, y agregó: «y eso me tranquiliza.» ¿Tranquilizarse porque todo tendrá un fin drástico? ¿Qué cosas le preocuparán a esa persona, que la tranquiliza saber que todo tendrá un fin? ¿Qué le estará gritando su conciencia? Pensar que todo llegará a un fin, que no habrá un juicio final ni vida después de la muerte y del fin de este mundo, es algo que alivia superficialmente a algunos y que lleva a otros a una vida de desenfreno.

    Pero es humano que nos preguntemos: si Jesús dijo que iba a volver, ¿por qué no viene? Pedro explica que Dios no mide el tiempo como nosotros, que estamos pendientes del reloj, de las estaciones y de los años. Nosotros vemos que el tiempo pasa y lo notamos en el cuerpo, en la mente y en nuestra falta de fuerzas. Nosotros envejecemos. Pero Dios es atemporal. «Para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día«, nos dice Pedro. No podemos razonar y concebir a Dios con nuestro entendimiento creado y limitado. Después de todo, el tiempo fue creado para nosotros, no para Dios.

    Es claro que, a casi dos mil años de su partida de la tierra, ya es hora de que vuelva, ¿no es cierto? ¿Por qué tardar tanto? Otra vez Pedro nos enseña que la supuesta tardanza de Dios no es tardanza, sino paciencia. Lo que nosotros llamamos tardanza, inactividad, abandono, porque aquí no pasa más nada sino que todo sigue igual o peor, Dios lo llama paciencia. Dios no perdió la esperanza de que el mensaje del perdón de los pecados a causa de la muerte y resurrección de Jesús hará su trabajo de alcanzar a los pecadores para llevarlos al arrepentimiento. ¡Cuánto énfasis pone Pedro en este pensamiento! En el versículo 9, dice: «El Señor nos tiene paciencia y no quiere que ninguno se pierda, sino que todos se vuelvan a él» (énfasis agregado). Finalmente, entendemos que la «tardanza» o «paciencia» de Dios es, en realidad, su amor por el pecador. Que Jesús no haya vuelto todavía nos da una chance más.

    Parece ser que algunos de los hermanos de la iglesia a quienes Pedro escribe se olvidaron de las promesas de Jesús. «El Señor no se tarda para cumplir su promesa, como algunos piensan«, dice en el versículo 9. ¿Conoces a alguien, o estás tú dudando de las promesas de Jesús? Recordemos la promesa que Jesús hace en los versículos 2 y 3 del capítulo 14 de Juan: «En la casa de mi Padre hay muchos aposentos… Así que voy a preparar lugar para ustedes. Y si me voy y les preparo lugar, vendré otra vez, y los llevaré conmigo» (énfasis agregado).

    ¿Cuándo será ese bendito día? No lo sabemos. Y mejor que no lo sepamos, para que recordemos que necesitamos estar vigilantes para cuando venga la sorpresa, porque será de repente. En el capítulo 24 de Mateo Jesús nos amonesta, diciendo: «Estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora que menos lo esperen» (v 44). Y por su parte, el apóstol Pablo nos dice en el capítulo 5 de su primera carta a los tesalonicenses: «Ustedes saben perfectamente que el día del Señor llegará como ladrón en la noche; de repente, cuando la gente diga: ‘Paz y seguridad’, les sobrevendrá la destrucción… y no escaparán» (1 Tesalonicenses 5:2-3).

    Ahora, si bien no sabemos cuándo será el día final, el Señor nos ha dado una idea de cómo será: será fantástico, ruidoso, con grandes estruendos. En un instante la creación que conocemos se quedará sin piso, sin techo y sin tiempo, y ya no habrá más chances para nadie.

    Lo que tenemos que preguntarnos, entonces, es qué haremos en el entretiempo, entre hoy y el día de la gran sorpresa. En el versículo 11, el apóstol Pedro nos orienta con estas palabras: «Puesto que todo será desecho, ustedes deben vivir una vida santa y dedicada a Dios«. Habrá un juicio final en el cual tendremos que rendir cuentas de las obras de nuestra fe, y no sabemos cuándo es la cita. Llevar una vida dedicada a Dios es muy contrario a llevar una vida egoísta y de desenfreno, como si Dios no existiera. Llevar una vida santa es una de esas cosas que es más fácil decir que hacer, pero en el poder del Espíritu Santo Dios puede y quiere dirigirnos para reafirmarnos en la fe y en las buenas obras que él preparó de antemano para que nosotros hagamos. Este es el tiempo de hacerlas. Si vivimos nuestra fe, mantendremos la conciencia limpia, estaremos en paz y no tendremos miedo cuando todo sea desecho, porque sabremos que la nueva creación está en marcha.

    La promesa de Jesús de volver a buscarnos para llevarnos con él nos motiva a la sobriedad. Aquí estamos acostumbrados a un mundo de mentiras, de escepticismos y de burlas. Cuando Jesús nos lleve a su nueva creación, entraremos en un mundo sano donde no habrá injusticias, ni penas, ni miedos, ni oscuridad, ni frío, ni ninguna de esas cosas creadas y caídas en pecado que nos han hecho tanto daño.

    Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a permanecer firme en la fe, y alerta a la segunda venida de Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.