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PARA EL CAMINO
Nuestra vida es parte del plan de Dios. No somos una casualidad. Y si bien no tenemos ninguna garantía de que este nuevo año será mejor que el que recién dejamos atrás, sí podemos tener la certeza de que Dios nos hará explotar de alegría y alabanza para que todo el mundo sepa lo que, desde la eternidad, él ha hecho por sus hijos reconciliados y adoptados.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.
Decía un cantante popular latinoamericano: «Hay más bondad que maldad en el mundo, pero creemos que la maldad es mayor que la bondad porque una bomba hace más estruendo que un beso o un abrazo». Sin necesidad de hacer un análisis teológico a esta afirmación, podemos tomarla como ejemplo para considerar las explosiones sin ruido, las explosiones de bondad que suceden en la iglesia cristiana.
El apóstol Pablo estalla de alegría al comenzar esta carta a las iglesias del Asia Menor. Uno puede imaginárselo escribiendo o dictando sin parar, a un ritmo frenético, sin pausa alguna. En el original griego, estos 11 versículos no tienen un solo punto y aparte. Este estallido pacífico sale de lo profundo del espíritu de Pablo para formar una sola y larga oración. Y estuvo bien pensada, con una estructura que solo pudo ser guiada por la inspiración divina. Lo que admiro en esta porción es cómo Pablo, un judío estudiado en las leyes de Dios y fanático de la fe del Antiguo Testamento, que creía que Dios es uno, como dice el libro de Deuteronomio (6:4) y que persiguió a los primeros creyentes de Jesús porque lo consideraban a él Dios, ahora, después de su conversión, confiesa la Santa Trinidad en forma impecable. Solo Dios pudo producir ese cambio radical.
Las tres personas de la Trinidad están presentes en este estallido de alabanza. Y porque Pablo puede comenzar una carta alabando la obra de la Santa Trinidad por la creación humana, nos animamos hoy a comenzar este nuevo año bajo la guía y protección de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo.
Tenemos un Padre que, primero, es Padre de nuestro Señor Jesucristo. El Padre engendró a su Hijo en la eternidad. Más que difícil de comprender esta acción de Dios, es para nosotros imposible. Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo existieron desde siempre y, por supuesto, desde antes de la creación del mundo. El Padre creó la maravilla cósmica y en esa creación nos puso a nosotros, sus criaturas, a quienes adoptó incluso antes de que hubiéramos nacido y antes aun de la fundación del mundo. Dios vio de antemano quiénes iban a ser convertidos por la gracia y el poder del Espíritu Santo y los adoptó para que sean parte de su gran familia.
Esta doctrina de la predestinación eterna ha causado a veces muchos desvíos en la enseñanza cristiana y ha puesto en duda la salvación de algunos creyentes. Pero no tiene que ser así; no es eso lo que el apóstol Pablo nos enseña. Por el contrario, lo que tenemos que saber es que Dios se interesó en nosotros aún antes de que hubiéramos nacido. Nuestra salvación es lo más importante para nuestro Padre celestial. Así, estas palabras del libro de Efesios nos afirman en la fe en Aquel que tiene todo el poder y toda la buena voluntad de adoptarnos como sus hijos.
En los doce versículos de nuestro texto, la expresión «en Cristo», aparece once veces. El Padre no hizo nada sin Jesús. El Señor Jesús fue el artífice de nuestra salvación. Él fue engendrado en la eternidad como ser divino. A su debido tiempo fue engendrado por el Espíritu Santo en la virgen María como ser humano. Creció, fue educado en la Palabra de Dios, se convirtió en el maestro que supo más y mejor que ningún otro. Fue un pecador sin pecado quien, en su santidad, vivió la agonía de la ira divina por nuestra desobediencia al Padre celestial. Nosotros somos los desobedientes. Jesús fue obediente. El apóstol Pablo dice en Filipenses 2:8 que Jesús «estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz«.
Ese fue el plan ideado por Dios desde la eternidad: que Jesús moriría vergonzosamente como cualquier criminal para pagar por nuestros pecados. Ese es el plan eterno divino. En Cristo somos perdonados y ahora tenemos acceso a la gran familia de Dios. Los versículos cuatro y cinco nos dicen: «En él [Cristo], Dios nos escogió antes de la fundación del mundo, para que en su presencia seamos santos e intachables. Por amor nos predestinó para que por medio de Jesucristo fuéramos adoptados como hijos suyos…«. El propósito eterno de Dios no termina en una salvación insípida. Tener el perdón de los pecados tiene un significado enorme: por el perdón tenemos acceso a la presencia de Dios. Por el perdón morimos a nuestro pecado y resucitamos con Cristo para vivir una vida nueva. Más adelante, en el capítulo 2 versículo 10, Pablo dice: «Hemos sido creados en Cristo Jesús para realizar buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que vivamos en ellas«.
Nuestra vida es parte del plan de Dios. No hay casualidades aquí. En Cristo Dios nos perdonó para que ahora vivamos una vida diferente, para que prestemos atención a lo que pasa en nuestro corazón y a nuestro alrededor. Dios se propone mantener este mundo y mejorarlo hasta que Cristo venga nuevamente, y para esa tarea nos ha predestinado, salvado y adoptado. No hace falta que mencione ahora en este lugar y momento todo lo mal que estamos como sociedad, la cantidad de personas que están en las cárceles y la otra cantidad de criminales que están sueltos, y los hospitales llenos de enfermos que no saben si saldrán de allí con vida. Eso basta como muestra. Dios nos llamó primero para que haya un cambio en nosotros que, dicho sea de paso, es él quien lo produce. Fuimos predestinados y adoptados por Dios para que no tengamos más miedo a lo que nos pueda decir el médico cuando lee los análisis que nos hicimos. Fuimos perdonados para que no nos enfermemos guardando rencor e ideando venganzas que nos afectan en cuerpo y alma, sino para que aprendamos a perdonar a todos los que, proponiéndoselo o no, nos han lastimado.
Si va a haber un cambio en la sociedad será a la manera de Dios, y la manera de Dios es que él preparó de antemano muchas buenas obras que quiere que sus hijos predestinados y adoptados hagamos. De eso se trata el reino de los cielos: de hacer la voluntad de Dios aquí en la tierra, así como esa voluntad se hace en el cielo. Y aquí es donde entra el Espíritu Santo que San Pablo menciona al final de su explosiva alabanza a la Santa Trinidad. Él dice: «[Ustedes] luego de haber creído en él, fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es la garantía de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida» (Ef.1:13b-14a).
La tarea del Espíritu Santo siempre ha sido apuntarnos a Cristo, mostrarnos al Salvador del mundo, abrir nuestro corazón para depositar la fe en él y en lo que él logró con su muerte y resurrección. El Espíritu Santo nos muestra la obra de Dios por nosotros, y nos muestra también la necesidad de nuestro prójimo a quien Dios quiere servir a través de nosotros.
Con su poder, el Espíritu Santo causa una explosión enorme en la iglesia, sin hacer mucho ruido. Es una explosión de confianza, de alegría, de buena voluntad para hacernos útiles en el reino de los cielos. Es una explosión que viene de lo alto pero que llama la atención desde abajo, en las cosas simples, en lo cotidiano, cuando acompañamos en su dolor al que sufre la pérdida de un ser querido, cuando aliviamos las penurias de aquellos que no tienen suficiente para el sustento diario, cuando le contamos a un niño acerca de Jesús, cuando apoyamos en oración y con sustento concreto la obra misionera en nuestro barrio y en otros países, cuando apuntalamos a alguien que duda y cuando traemos esperanza de vida abundante y eterna en Cristo al que se siente abatido.
¿Dará fruto el esfuerzo y el trabajo en el reino de los cielos? San Pablo dice que el Espíritu Santo «es la garantía de nuestra herencia». El Espíritu Santo garantiza que lo que Dios se propuso en la eternidad antes de la creación del mundo, producirá frutos abundantes. El Espíritu Santo le puso el sello a la obra de Jesús, para garantizarnos nuestro lugar con todos los redimidos aquí en la tierra, como allá en el cielo cuando en su gracia y soberanía Dios decida concedérnoslo.
No tenemos ninguna garantía de que este nuevo año que comenzamos a transitar será mejor que el que recién dejamos atrás, pero tenemos la garantía absoluta de que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo nos hará explotar de alegría y alabanza para que todo el mundo sepa lo que, desde la eternidad, él ha hecho por sus hijos reconciliados y adoptados.
Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a crecer en la confianza de tu salvación en Cristo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.