PARA EL CAMINO

  • Ven a ver

  • enero 17, 2021
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 1:43-51
    Juan 1, Sermons: 5

  • El Espíritu Santo nos lleva a ver a Jesús, y Jesús nos sorprende por todo lo que sabe de nosotros. Él nos conoce desde que estábamos en el vientre de nuestra madre. Y porque conoce nuestra situación pecaminosa que lleva a la condenación eterna, vino al mundo a cumplir la ley de Dios y presentarse ante Él como pecador para que nosotros seamos declarados santos.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    ¿Cuál es tu historia favorita de todo el Antiguo Testamento? Se me ocurre que cada oyente tendrá una respuesta diferente, porque algunos tal vez han leído muchas, mientras que otros no tanto. El Antiguo Testamento es tan viejo como el mundo mismo. Todas las historias que encontramos en él tienen como protagonista principal a Dios, quien quiere hacernos saber de sus cosas.

    Recuerdo cuando en mi niñez leía las historias de los grandes héroes del pueblo de Dios. Todavía tengo guardadas algunas de esas lecciones que tenían en la última página un dibujo para colorear. Claro, algunas historias eran un tanto difíciles de comprender, como cuando Caín mató a Abel o cuando Abrahán estuvo a punto de sacrificar a su propio hijo Isaac. Yo prefería las historias con un final feliz, como cuando en Éxodo 14 leemos cómo Dios separó las aguas del mar Rojo para que los hebreos pudieran cruzarlo y las volvió a juntar para ahogar al ejército egipcio que los estaba persiguiendo. O como la historia registrada en 1 Samuel 17 del joven David, a través de quien Dios mató al gigante Goliat con una piedra y una honda, o la que leemos en el capítulo 6 del libro de Daniel cuando, a pesar de ser puesto en el foso de los leones, Dios le preserva la vida.

    Todavía recuerdo haber coloreado la historia de cuando Jacob vio en sueños una escalera que llegaba hasta el cielo con ángeles que subían y bajaban. ¿Para qué estaban allí todas esas historias? Tal vez de niño Natanael, de quien habla nuestro texto hoy, se preguntaba lo mismo. Me hubiera encantado verle la cara a Natanael cuando fue llevado a ver a Jesús por primera vez. En un momento, a partir de lo que Jesús dijo, le vinieron a la memoria pasajes de los profetas y experiencias de los patriarcas que alguna vez había estudiado. De eso se trata la historia de hoy.

    Jesús había sido bautizado unas semanas antes. Ahora estaba en plena campaña de llamar a sus discípulos para formarlos en las enseñanzas y la tarea del reino de los cielos. El evangelista Juan registra que algunos discípulos de Juan el Bautista lo habían dejado a él para seguir a Jesús. Esta era una consecuencia lógica. Juan ya había preparado el camino del Señor, había bautizado a Jesús y lo había presentado públicamente como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Sus discípulos debían ahora seguir a Jesús.

    Andrés, el hermano de Pedro, y un compañero que presumiblemente era Felipe, siguieron a Jesús hasta el lugar donde él moraba y se quedaron con él hasta el día siguiente. Ese tiempo fue suficiente para que el Espíritu Santo plantara en ellos la fe en el Mesías que tenían frente a ellos. A su regreso, Andrés fue a contarle a Pedro que habían encontrado al Mesías y lo invitó a ir a conocerlo personalmente.

    Al día siguiente, Jesús llamó a Felipe. Felipe, Andrés y Pedro eran de la misma ciudad. Felipe ahora se encuentra con Natanael y le cuenta que encontraron a aquél del cual hablan las historias del Antiguo Testamento, específicamente lo que escribió Moisés en la ley y lo que dijeron los demás profetas. Le habla de Jesús, a quien presenta como el hijo de José de Nazaret. Y aquí es cuando se produce un cortocircuito en la mente de Natanael. Él nunca había leído en las Escrituras que en Nazaret hubiera sucedido algo notable, en ese pequeño pueblito colgado de un barranco en Galilea que estaba poblado por apenas unas setenta familias y al que ni siquiera se lo menciona en el Antiguo Testamento. Desorientado porque no logra conectar al Mesías prometido con Nazaret y con lo que Felipe le cuenta, dice: «¿Y de Nazaret puede salir algo bueno?» Felipe no discute, sino que lo lleva directamente a la fuente; le dice a Natanael: «Ven a ver«.

    Y Jesús, como es su costumbre, no espera sentado sino que sale al encuentro, y dice de Natanael: «He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño«. Y aquí se produce el segundo cortocircuito en Natanael. Él no recordaba haberse encontrado alguna vez con este Jesús. No eran del mismo pueblo, así que le pregunta: «¿Y de dónde me conoces?» Jesús podía haber respondido: ‘Desde siempre Natanael, desde que estabas en el vientre de tu madre’, pero en cambio prefiere hacer el cortocircuito definitivo de Natanael conectándolo con los escritos del profeta Zacarías. Jesús le dice: «Te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas sentado debajo de la Higuera«. Y aquí es cuando a Natanael se le apagó la luz, se quedó sin luz propia y el Espíritu Santo comenzó a iluminarlo de una forma que él no había experimentado antes. Y así, en un instante, Natanael conectó las palabras de Jesús con Zacarías capítulo 3, versículos 8 y 10, donde Dios dice: «Voy a hacer que venga mi siervo, el Renuevo… Cuando llegue ese día, cada uno de ustedes invitará a sus amigos a sentarse debajo de su vid y de su Higuera«.

    Lleno de la luz del Espíritu Santo, Natanael exclama: «Rabí, ¡tú eres el Hijo de Dios!; ¡tú eres el Rey de Israel!» Natanael había conectado a los profetas del Antiguo Testamento con las palabras de Jesús, y así se produjo una luz nueva. Ahora iba a poder ver cosas todavía mayores que esa experiencia que acababa de vivir. Jesús le dice que él, Natanael, y todos sus seguidores, podrán entender el significado del sueño de Jacob de la escalera y los ángeles que subían y bajaban, que ahora todos los creyentes podrán ver en Jesús los cielos abiertos, porque Jesús es la escalera para que todo pecador perdonado pueda subir al cielo para habitar con Dios eterno en las moradas que el mismo Jesús está preparando.

    Jesús reunió un puñado de discípulos que preparó para que ellos a su vez reunieran otro puñado, y luego otro puñado más grande de discípulos. Ese fue el método de Jesús de hacer conocer que el amor, la misericordia y la gracia de Dios habían llegado en su persona. Dios se hizo carne en Jesús para cumplir la ley que desde el Antiguo Testamento condena a todos los que no la pueden cumplir. «Ven a ver» fue la invitación que cambió la vida y el destino eterno de muchas personas. Hoy la iglesia cristiana suma muchos millones de personas que pasaron por cortocircuitos en su mente y en su corazón y que fueron iluminados con la nueva luz del Espíritu Santo para recibir la fe y la esperanza de la vida eterna.

    El Espíritu Santo hace eso: nos lleva a ver a Jesús, y Jesús nos sorprende por todo lo que sabe de nosotros. Él nos conoce desde antes de que alguien nos haya llevado a él. Nos conoce desde que estábamos en el vientre de nuestra madre. Y porque conoce nuestra desesperada situación pecaminosa que lleva a la condenación eterna, vino al mundo para ponerse debajo de esa santa ley condenadora, cumplirla al pie de la letra y presentarse él como pecador ante el Padre celestial para que nosotros fuéramos declarados santos, como si hubiéramos cumplido impecablemente la ley. Todo eso aprendieron Natanael y Pedro y Felipe y Andrés y cada uno de los nuevos convertidos por la iluminación del Espíritu Santo. Es lo que tú y yo hemos aprendido. En Jesús vemos la escalera al Padre eterno, en Jesús vemos los cielos abiertos y los ángeles subiendo y bajando como si estuvieran ansiosos de tenernos de regreso en el hogar celestial.

    ¿Quién te dijo a ti «Ven a ver»? ¿Quién te invitó a ver a Jesús? Tal vez esa invitación no sucedió en forma tan espontánea como la que Felipe produjo entre Jesús y Natanael, pero damos gracias a Dios porque hubo algún Andrés o algún Felipe en nuestra vida que nos invitó a ver a Jesús. Alguien nos ayudó, en el tiempo, a conectar esas historias del Antiguo Testamento que coloreábamos, o de las cuales al menos habíamos escuchado, para mostrarnos más claramente a Jesús.

    ¿Quién está a tu alrededor preguntándose todavía hoy si de Nazaret puede salir algo bueno? ¿A quién conoces que está pasando por las dificultades propias de este mundo caído sin la esperanza de ver algún día los cielos abiertos? Si sabes de alguien, invítalo a ver por él o ella misma a Jesús. El Espíritu Santo se encargará del resto. Él produce, por nuestro testimonio, los cortocircuitos necesarios para que la luz de Dios ilumine el camino al perdón que Jesús logró al morir por nuestros pecados y al resucitar victorioso para vencer la muerte para siempre.

    Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a ver en Jesús la escalera al cielo y animarte a que invites a otros a ver en Jesús a su Salvador, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.