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PARA EL CAMINO
Cuando Jesús les pregunta directamente a sus discípulos: «¿Quién dicen ustedes que soy?», Pedro confiesa: «Tú eres el Cristo», aunque poco se imaginaba Pedro que ese Cristo iba a hacer cosas que no estaban en la mente de ellos.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Entré en mi computadora, fui al buscador de Internet y le pregunté: ¿Quién es Jesucristo? Inmediatamente aparecieron en mi pantalla más de cincuenta imágenes de Jesús. Las había de todo tipo: con una corona de espinas sobre su cabeza, con un corderito en sus brazos y con las manos juntas sugiriendo oración. Algunas tenían el corazón fuera del pecho, y aunque conozco esa imagen desde hace muchos años, siempre me llama la atención que el artista quería mostrar que Jesús tenía un corazón de oro. A esta obra se la conoce como «El sagrado corazón de Jesús». Otros artistas, para mostrar que Jesús tenía una cabeza sagrada, le hicieron un halo luminoso alrededor de su cabeza, y otros, para mostrar que Jesús era todo sagrado, le hicieron el halo luminoso alrededor de todo el cuerpo. La respuesta a quién es Jesús, o al menos a cómo se imagina uno a Jesús, variará dependiendo de lo que la gente ha aprendido de él.
«¿Quién dice la gente que soy yo?», les preguntó Jesús a sus discípulos. No hizo falta que los discípulos usaran el Internet para saberlo. Ellos prestaban atención. Había rumores entre el pueblo que decían que Jesús era Elías, el profeta que ascendió al cielo en una carroza de fuego, sin morir. Algunos, como el rey Herodes, pensaban que Jesús era Juan el Bautista que había resucitado. Y algunos otros decían que Jesús era alguno de los profetas que había vuelto a la vida. Y aunque aparte de Juan el Bautista los profetas habían muerto hacía varios cientos de años, la gente creía que uno de ellos podía levantarse de los muertos y ser el Jesús a quienes ellos veían y escuchaban.
Hoy también podemos saber lo que algunas personas piensan de Jesús. Si prestamos atención, veremos que los rumores son muchos y muy variados: Jesús fue un gran hombre que atesoró las relaciones humanas como muy importantes, un hombre que desestimó toda riqueza para vivir en la austeridad y que se dedicó a ayudar a los pobres y necesitados. Jesús fue un gran ejemplo de vida humana. Algunos piensan que, si aplicáramos su ley de amor en nuestra sociedad, seríamos una humanidad mejor.
Pero también hay muchos que consideran que Jesús fue muy represivo. Dicen que, si uno sigue su enseñanza, se queda sin muchas de las cosas buenas de la vida. Prefieren no pensar en Jesús como un maestro para ellos porque les coartaría la libertad de hacer de sus vidas lo que les da la gana. También están quienes piensan y creen que Jesús fue más que un hombre, alguien iluminado, un verdadero ascendido que puede mostrarle al mundo el camino de la paz y del amor. Definitivamente, la idea popular de mucha gente sobre Jesús se parece a la idea de los israelitas de su tiempo respecto del Mesías, que en los últimos siglos se había teñido de colores políticos y puramente temporales.
También hoy hay quienes creen que Jesús es el Hijo de Dios que vino a salvar a la humanidad perdida y condenada. Esos somos los discípulos de Jesús hoy: los que lo escuchamos y los que, de su Palabra, aprendemos lo que ha hecho y hace todavía hoy por la humanidad. Los primeros doce discípulos vieron a Jesús cansarse y quejarse de la incredulidad de algunas personas; lo vieron buscar un lugar apartado para estar a solas con su Padre celestial; lo vieron comer y dormir y vieron también cómo disfrutaba estar con niños y cuán dispuesto estaba a sanar a leprosos, ciegos, cojos, endemoniados y hasta a resucitar a algunas personas.
Cuando Jesús les pregunta directamente a sus discípulos: «¿Quién dicen ustedes que soy?», Pedro confiesa: «Tú eres el Cristo», aunque poco se imaginaba Pedro que ese Cristo iba a hacer cosas que no estaban en la mente de ellos. La palabra Cristo es la traducción griega del término hebreo Mesías, que quiere decir Ungido. En el Antiguo Testamento se ungía a los sacerdotes para que ejercieran la función sagrada de presentarse delante de Dios, orar por su pueblo y sacrificar animales para el perdón de los pecados. Se ungía a los profetas, para que ejercieran la función de proclamar la voluntad de Dios entre su pueblo. El profeta anunciaba las buenas noticias de salvación que traería el Mesías, el Ungido absoluto que vendría de parte de Dios. Se ungía también a los reyes, para que en nombre de Dios reinaran sobre su pueblo y mantuvieran una vida social decente y en orden. Esos actos de unción se hacían en público, celebrando la iniciación de esas personas en sus respectivas funciones.
Al salir del agua después de su bautismo, Jesús es ungido con el Espíritu Santo. El mismo Padre en los cielos hizo eso en un lugar público, para que hubiera testigos de que el Ungido, el Mesías, había llegado y comenzaba su ministerio. Jesús tenía en claro que había sido ungido con una función. ¿Cuál? Ciertamente él era un profeta, porque anunciaba la salvación de Dios mediante el arrepentimiento y el perdón de los pecados. Ciertamente también era alguien con todas las capacidades de ser rey. Su autoridad sobrepasaba la autoridad de todos los de su tiempo, era inteligente, tenía poder y quería el bien de su pueblo. ¡Con razón las multitudes querían llevárselo para hacerlo rey! Pero el reinado de Jesús era diferente a lo que los discípulos y la gente conocían de Herodes o de los romanos o de los egipcios. Ciertamente Jesús también era un sacerdote, porque tenía acceso a Dios como ningún otro lo tenía. Rogaba por su pueblo y ofrecería el más excelso sacrificio para el perdón de los pecados: Jesús sacerdote sería también el cordero que derramaría su sangre para limpiarnos de toda culpa.
Esto es lo que Jesús les explica a sus discípulos después de la declaración de Pedro de que él era el Cristo. El evangelista Marcos nos dice que «Jesús comenzó entonces a enseñarles que era necesario que el Hijo del Hombre sufriera mucho y fuera desechado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y que tenía que morir y resucitar después de tres días» (v 31). Esto no tenía mucho sentido para Pedro y los demás discípulos. Si Jesús es el Ungido, entonces puede hacer lo que quiera, pensaban. Puede derrocar a los romanos y formar un reino de Israel basado en sus enseñanzas tan justas y favorables a los pobres. Hay conmoción entre los seguidores de Jesús. ¿Para qué quieren ellos un Mesías que se pone en contra de los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas? Jesús tenía que ganarse su simpatía, no ser rechazado por ellos. Y eso de que tenía que morir tenía menos sentido todavía. ¿Para qué querían ellos un Mesías muerto? Parece mentira que ninguno de ellos escuchó las últimas palabras de Jesús: que él iría a resucitar al tercer día. ¡Les dio incluso el tiempo de cuándo iba a resucitar!, pero ellos ya no escuchaban. Estaban desilusionados. ¿Qué es eso de que su Maestro fue ungido para ser rechazado y morir?
Como si esta noticia fuera poco perturbadora, Jesús espera además que cambiemos el enfoque de nuestra vida para que aprendamos a perder aquellas cosas que tanto atesoramos. «Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (v 34). Cuando dejamos de creer que somos el centro del universo, cuando ponemos la mirada en el prójimo necesitado, cuando damos sacrificialmente para expandir el reino de Dios, cuando nos negamos a seguir los dictados de esta sociedad corrupta, envidiosa y engreída, cuando nos ajustamos al reino de Dios que busca anunciar el perdón de los pecados por el sacrificio de Cristo, cuando nos alegramos junto con los ángeles en el cielo cuando un pecador se arrepiente, entonces estamos practicando el morir a nuestros deseos materiales y temporales, estamos cargando la cruz que finalmente nos llevará a la resurrección final y a la vida eterna. Jesús lo resume así: «¿De qué le sirve a uno ganar todo el mundo, si pierde su alma?» (v 37).
En Jesús se cumplió todo lo que él mismo había profetizado: él fue rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, fue colgado de una cruz y fue resucitado victorioso al tercer día de entre los muertos. Eso es lo que hace un verdadero Mesías: carga su cruz; no evita el camino del sufrimiento y de la muerte; porque su amor por ti y por mí, y por toda la humanidad, es más grande que el rechazo que sufrió de su propio pueblo.
¿Quién es Jesús para ti? Es mi oración que él sea para ti el verdadero Mesías, el ungido de Dios que te enseña su Palabra, que intercede por ti, que reina sobre ti y sobre los tuyos haciendo su voluntad perfecta. Es mi oración que Jesús sea tu salvador personal, el que se sacrificó cargando su cruz sin ninguna queja, para que tú puedas recibir el perdón gratuito de todos tus pecados. Es mi oración que Jesús sea para ti el Mesías resucitado que venció la muerte y el infierno, y que comparte contigo las bendiciones del cielo eterno.
Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a reconocer en Jesús al único salvador y rey del mundo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.