PARA EL CAMINO

  • ¿Dónde está Dios en la tormenta?

  • junio 20, 2021
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Marcos 4:35-41
    Marcos 4, Sermons: 2

  • Cuando las tormentas de la vida nos sacuden perdemos la capacidad de descansar en la fe, y en nuestra impaciencia queremos despertar a Dios quien, según creemos, está dormido. Dios poder de calmar las tormentas de tu vida. Más aún: por ser Dios mismo, tiene la voluntad y el poder de resucitarte a una nueva vida, santa y eterna.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    Dicen los ambientalistas que, si no hacemos cambios drásticos en nuestra manera de tratar la naturaleza, cada vez veremos más desastres ecológicos y cada año tendremos más tormentas y de mayor intensidad. Y como hoy vivimos conectados virtualmente con todas las partes del mundo en forma instantánea, somos constantemente informados de los destrozos que causan huracanes, tornados e inundaciones en alguna parte de este planeta. Si bien a muchas tormentas solo las vemos en los noticieros, a veces nos tocan de cerca. Cuando estaba en el último año de la escuela secundaria, pasó por mi pueblo lo que en Sudamérica llamamos un ciclón. Como fue de noche, estábamos sentados cada uno en nuestra cama, a oscuras, esperando que se volara el techo, cosa que, gracias a Dios, no sucedió. Al otro día vimos los destrozos en las casas, las tiendas, los árboles y las instalaciones agropecuarias. No tuvimos electricidad por varios días, y hasta las escuelas tuvieron que cerrar por una semana. Y aunque éramos un pueblo muy chiquito en medio de grandes extensiones de campo, salimos en el noticiero de la televisión de la gran ciudad que estaba a unos 70 km de distancia.

    Me pregunto cuántos, en el norte de Palestina, especialmente alrededor del mar de Galilea, se enteraron de la gran tormenta que se desató en el lago en medio de la noche y que hizo tambalear no solo el bote donde Jesús estaba durmiendo, sino también la confianza de los discípulos, algunos de ellos experimentados marineros. Seguramente, la historia de la intensidad de los vientos y del enorme tamaño de las olas se vio opacada por la historia de la serenidad milagrosa que las pocas palabras de Jesús lograron producir.

    Los discípulos ya habían escuchado la nueva enseñanza de Jesús, y así como las multitudes que lo seguían, se admiraban de ella. Habían visto cuando Jesús expulsó de un hombre a un espíritu impuro, y cuando curó a un leproso, y luego a un paralítico, y luego a un hombre que tenía la mano atrofiada y luego a muchos otros que estaban enfermos. Comenzaba a gestarse en los discípulos la noción de que Jesús no solo era diferente al resto de los seres humanos, sino que también tenía un poder que ellos no habían visto nunca.

    Sin embargo, la tormenta que se desató esa noche en el medio del lago borró de un plumazo su confianza en su maestro: «¿Acaso no te importa que estamos por naufragar?» Olvidándose de todo lo que habían visto y aprendido, sacuden a Jesús con un reproche inesperado. «¿Acaso no te importa?» Cuando era más joven, situaciones como estas me daban pie para criticar a los discípulos de Jesús. ¿Cómo podía ser que, aunque andaban todo el día con él, no confiaban que con él estaban seguros? A medida que fui creciendo en años me di cuenta de que yo era como ellos o aún peor, porque a pesar de los muchos años que hace que estoy en la fe, cuando la tormenta viene, sin timidez le pregunto a Dios: «¿Acaso no te importa?»

    No sé cuál es tu experiencia al respecto, pero es muy común que cuando las tormentas de la vida nos sacuden, perdemos la capacidad de descansar en la fe, y en nuestra impaciencia queremos despertar a Dios que, según creemos, está dormido.

    Ahora que ya no soy tan joven, en vez de criticar a los discípulos los admiro. Terminada la jornada, obedecen la orden de Jesús de ir al otro lado del lago, aun cuando era de noche, y sin saber para qué tenían que ir a territorio gentil, incrédulo e impuro. Cuando Jesús los llamó, les dijo que iba a hacer de ellos pescadores de hombres. ¿Qué tipo de llamado era ese? No tenían idea. Sin embargo, lo siguieron fielmente a dónde él quería llevarlos. A pesar del temor de los discípulos en medio de la tormenta, ellos me enseñan una primera lección: si Jesús me llama, aunque no sepa adónde me lleva y qué peligros habrá en el camino, debo aprender que él va conmigo.

    Pero hay otra lección mucho más importante aquí. Los vientos fuertes y las olas que azotan la barca son solo elementos que Dios dispuso para mostrarnos quién es Jesús. ¿Quién es ese que está cómodamente dormido sobre una almohada en la popa de la barca? Es el que estaba con Dios cuando el universo fue formado, coincidentemente con solo unas pocas palabras. En el principio, Dios dijo: «Que haya luz», y hubo luz. «Que se separen las aguas de la tierra seca», y las aguas se separaron de la tierra seca. «Que haya animales», y hubo animales. Todo esto ocurrió cuando Dios le ordenó a la naturaleza lo que tenía que hacer. Y cuando después de la caída en pecado la naturaleza se descontroló y comenzó a producir tormentas y a causar estragos, el salmista testifica que Dios usó su poder y buena voluntad para calmarla. El Salmo 65:7 dice: «Tú sosiegas el estruendo de los mares, acallas el estrépito de sus olas». El Salmo 89:9 dice: «Tú dominas la violencia del mar; cuando sus ondas se agitan, tú las sosiegas». El Salmo 107:28-29 dice: «En su angustia clamaron al Señor, y él los libró de su aflicción: convirtió la tempestad en bonanza, y apaciguó las amenazantes olas». Jesús no hizo nada más que ser Dios cuando «reprendió al viento y dijo a las aguas: ‘¡Silencio! ¡A callar!'» ¡Solo Dios puede hacer eso! Esa es la lección que Dios les quiso enseñar a los discípulos.

    ¿Qué tormentas de la vida te vienen a la mente cuando lees o escuchas esta historia? ¿O quizás estás en medio de una tormenta en este momento? No sería de extrañar. Cuando el diablo tentó a Adán y a Eva a desobedecer a Dios, y cuando Adán y Eva cayeron en pecado, se produjo un cambio climático espiritual en la vida de todos los seres humanos. ¡Y la tormenta parece no acabar nunca! ¡Y Dios parece estar dormido! ¡Y el reproche nos sale de lo profundo del corazón: «¿Acaso no te importa?»!

    Damos gracias porque a Dios sí le importa, y mucho. Mientras estemos en este mundo, en esta vida temporal, pasaremos por tormentas de todo tipo: de salud, de finanzas, de luchas con adicciones, de incertidumbre laboral, de relaciones quebrantadas o lastimadas con los miembros de nuestra familia o seres queridos. Lo que debemos tener en mente es que Jesús está con nosotros en medio de ellas y que una palabra suya trae la calma.

    El cambio climático espiritual produce naufragios mucho más grandes que el naufragio del mismísimo Titanic. El pecado que nos arrojó de la presencia de Dios nos lanzó a un mar embravecido de problemas, epidemias, maldades, robos, mentiras y muerte. No hace falta que me expanda en las características de esas tormentas, porque tú tienes tus propias experiencias. Tú y yo sabemos cómo se bambolea el terreno que algún momento consideramos firme. El pecado y sus consecuencias nos mueven el piso, nos recuerdan que somos frágiles y que todo a nuestro alrededor es inestable.

    Cuando algún pecado te molesta, cuando algo que hiciste hirió a otra persona y eso te sigue inquietando, cuando tu conciencia te acusa por lo que le dijiste a tu cónyuge o a tus padres, hijos o amigos, Jesús tiene las palabras que calman: «No tengas miedo, yo estoy contigo». Si Dios tiene poder para calmar los mares embravecidos, también tiene poder para calmar nuestras culpas perdonando nuestros pecados. Y no solo tiene poder; tiene también la buena voluntad de hacerlo. Dios no tenía ninguna obligación de enviar a Jesús a este mundo tormentoso, apático, y criminal. Podría haber dejado que toda la humanidad se hundiera en el diluvio universal, y tal vez, solo tal vez, si tenía ganas podía crear un nuevo mundo. Pero su amor por los náufragos fue más fuerte. Cuando nos vio a ti y a mí en medio de la tormenta, llenos de miedo por todos los pecados que hemos cometido, pecados tan pesados que nos hundieron en la desesperanza, Dios envió a Jesús a la barca donde tú y yo estamos.

    Jesús nació en Belén, creció en Nazaret, y durante toda su vida aprendió a navegar en medio de los peligros del pecado. Le soplaron tentaciones de todos lados, le movieron el piso, le gritaron mentiras y hasta le prepararon un mástil en forma de cruz. Allí lo colgaron para sacárselo del medio y para asegurarse de que no anduviera más por esta tierra, lo sepultaron y le pusieron guardia. Pero ninguna de esas tormentas pudo cambiar el rumbo de su destino. Su destino era morir por nuestros pecados y resucitar para perdonarnos y calmar nuestro desánimo y desesperanza.

    A Jesús le importas, y mucho. Le importas tanto como para dar su vida por ti para que Dios no te castigara por tu pecado. Por su muerte y resurrección recibes el perdón que calma todas las ansiedades, incluso las ansiedades que causan las pérdidas, las separaciones e incluso la muerte. Jesús tiene la buena voluntad y el poder de calmar las tormentas de tu vida. Pero más que eso: por ser Dios mismo, tiene la voluntad y el poder de resucitarte a una nueva vida, santa y eterna.

    Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a ver cuánto le importas a Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.