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PARA EL CAMINO
Es común creer que la libertad no debe tener condiciones ni límites, porque si los tiene, es una libertad restringida, una libertad a medias. Las Sagradas Escrituras nos hablan de libertad plena, ¿pero al mismo tiempo nos hablan de sometimiento?
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Tal vez nos pueda resultar extraño que el amor condicione la libertad, como dice el tema para hoy. Es común creer que la libertad no debe tener condiciones ni límites, porque si los tiene, es una libertad restringida, una libertad a medias. Las Sagradas Escrituras nos hablan de libertad plena, pero al mismo tiempo nos hablan de sometimiento. Para entender esta paradoja de «libertad sometida o condicionada», tenemos que hacer un poco de historia.
Durante el tiempo en que se escribieron los documentos del Nuevo Testamento, los roles sociales de las personas eran muy diferentes a los que conocemos hoy en nuestro medio. En la comunidad hebrea, por ejemplo, las mujeres y los niños no contaban como personas. Un buen ejemplo de esto lo tenemos en los milagros de la alimentación de las multitudes, donde los evangelistas terminan su narración diciendo que «los que comieron fueron como cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y los niños» (Mateo 14:21). Así, literalmente, las mujeres no contaban para muchas cosas, y los niños menos aún. Las mujeres no debían andar solas por la calle, ningún varón les hablaba en público, eran algo así como una cosa más al servicio de los varones, principalmente al servicio de darles descendencia, así como realizar los quehaceres domésticos. En las comunidades paganas, específicamente la comunidad grecorromana en la época de Jesús, el lugar de la mujer en la sociedad era aún peor: más que no contar como persona, se la consideraba como un animal a quien no hacía falta guardarle el respecto.
Es en medio de ese contexto entonces, que Pablo dice estas palabras revolucionarias de amor, de honra y de sometimiento mutuo, algo que nadie antes había escuchado. En otra carta, el apóstol Pablo también dice que «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, sino que todos ustedes son uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28). Estas también eran palabras revolucionarias para esos días. Ahora la mujer es libre y tiene un lugar en la iglesia de Cristo. Pero ¿qué es eso de que la mujer debe someterse al marido? ¿No es libre acaso? Es cierto, ella es libre a no ser sometida. Nadie la debe someter. La Escritura no dice que el marido someta a su esposa, sino que la mujer se someta al marido, voluntariamente, en toda libertad, asumiendo su función. Nuestra Biblia usa las palabras: «Ustedes, las casadas, honren a sus propios esposos, como honran al Señor». Esta versión bíblica prefiere usar la palabra honrar en vez de someterse, como usan otras traducciones. Reconocemos aquí que lo que Dios quiere en este nuevo modelo de relaciones es restablecer las funciones originales de sus criaturas. Todos estos versículos están conectados.
Nuestro pasaje comienza diciendo que debemos cultivar la mutua sumisión en el temor de Dios. La sumisión es mutua. La libertad de la mujer se termina si no honra a su esposo. La libertad del marido se termina si no ama a su esposa. Así es como funciona la libertad condicionada o sometida: cuando cada cual, en libertad y buena voluntad, asume su rol en la sociedad redimida de Dios. La mujer respeta su lugar en el hogar. Ella no es la cabeza, el marido es la cabeza de la familia, porque así lo estableció Dios. Ahora, aquí no hay un orden vertical donde se impone el señorío de una persona sobre otra. La amonestación que nos hace el apóstol es que cada uno debe, por sí mismo, someterse y honrar voluntariamente al otro.
En definitiva, el nuevo orden de la familia de Dios no se trata de jerarquías, sino de funciones. Y en todo esto hay un ingrediente que es fundamental: el Señor. El apóstol dice: «Las casadas honren a sus propios esposos, como honran al Señor». Así como honramos al Señor con respeto, con temor y temblor, con amor y admiración, así deben las esposas honrar a sus esposos. Para que esto funcione bien, los esposos tienen que amar a sus esposas, así como Cristo amó a su iglesia. Y si a los esposos nos cuesta entender cómo es eso de amar como Cristo amó, Pablo lo explica en forma magistral: «amen como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla».
Estimados esposos, y aquí me incluyo yo, debemos amar a nuestras esposas con amor sacrificial. Este no es solamente un amor romántico, sino más bien un mandamiento. Es una versión del viejo mandamiento de amar a nuestro prójimo, donde nuestra esposa es el prójimo más cercano que tenemos y con quien somos una sola carne. Me maravilla que Dios nos haya dado una tarea tan linda: la tarea de amar. Para los esposos el amar es también en el Señor. Aquí queda claro que tenemos que mirar y aprender cómo amó el Señor a su iglesia. Él vino al mundo, se hizo hombre, se calzó nuestros zapatos y caminó con nosotros, para poder experimentar todos los dolores que nosotros tenemos mientras caminamos por la vida. Él experimentó nuestras ansiedades, nuestra desesperación, incluso nuestro pecado. Si nosotros a veces nos sentimos abandonados por Dios porque la vida nos aprieta más de lo que creemos aguantar, debemos recordar que Jesús experimentó lo mismo. No hizo todo eso por ser masoquista, sino porque como novio quería pasar tiempo con nosotros y quería hacernos un regalo: quería vernos bien. Jesús ejercitó la empatía poniéndose en nuestro lugar y luego, en un movimiento de amor supremo, se dejó clavar en la cruz para pagar el castigo que nos correspondía a nosotros por nuestra desobediencia. Esta fue su manifestación de amor por su novia, la iglesia. Jesús resucitó victorioso de la muerte para poder casarse con nosotros y pasar más tiempo con su iglesia, su novia, y llevarla a su casa celestial para estar con ella por toda la eternidad. Allí él tendrá todo el tiempo del mundo para estar con nosotros.
¿Será que la esposa ve a su esposo como al Cristo sufriente que hace un sacrificio por ella? ¿O lo ve quizás como al Cristo resucitado? Si es así, ¡cómo no honrarlo entonces! Cuando los esposos y las esposas vivimos nuestras relaciones como Cristo la vive con nosotros, allanamos el camino hacia una vida fructífera en el Señor.
Dos mil años después de Cristo vemos una sociedad que ha cambiado mucho respecto de la antigua comunidad grecorromana y judeocristiana primitiva. Gracias a la obra salvadora de Cristo, la iglesia logró hacer muchos cambios buenos en la sociedad. Desde sus inicios hasta hoy vemos que por amor al prójimo, y para honrar al Señor, la iglesia se encargó de atender a las viudas que no tenían recursos para sobrevivir, de cuidar a los enfermos y de suplir a muchos otros necesitados.
Pero muchas veces la libertad en Cristo fue malentendida, o simplemente no tenida en cuenta. Esto es plenamente evidente en nuestros días, cuando vemos que en muchas sociedades se ha desestimado el orden de Dios. En el orden de Dios, un matrimonio está formado por un hombre y una mujer. En el orden de Dios se respeta y se honra la vida dentro del vientre materno. En el orden de Dios los niños deben ser criados por una mamá y un papá. En el orden de Dios todo esto debemos hacerlo en el espíritu de Cristo, perdonándonos unos a otros como Cristo nos ha perdonado, siendo pacientes unos con otros como Cristo es paciente con nosotros, amando, aunque cueste, como Cristo nos amó sacrificialmente, y viviendo con la esperanza de que los creyentes seremos desposados en la eternidad para estar con el Señor para siempre.
Estas palabras de San Pablo a la comunidad cristiana son para restablecer el orden eterno que Dios tenía pensado para sus criaturas. Dios tiene un plan eterno contigo, seas esposo, esposa, hijo o hija. Ese plan es que vivas en la plena libertad que el perdón de tus pecados, logrado por Cristo, te ha conseguido. Tienes libertad de amar, así como Jesús te amó y te sigue amando. Nada puede ir en contra de eso.
Si el Señor Jesús es el centro de nuestra vida y lo honramos a él en primer lugar, nuestra nueva comunidad, que comienza en nuestro hogar, será un raudal de bendiciones para muchos otros que están a nuestro alrededor y tendremos la fuerza necesaria para amar sacrificialmente, porque Cristo la provee abundantemente.
Quiero volver al título de este mensaje: Libertad condicionada al amor. Esa libertad es la que Cristo nos trajo. Esa libertad tiene límites importantes, porque por esos límites evitaremos dañar o herir a nuestro prójimo. Habrá momentos en que tendremos que amar sacrificialmente, aunque nos duela, porque las personas a nuestro alrededor son eso, personas, y siguen siendo pecadoras como todos los seres humanos del mundo. Y tendremos que perdonar muchas veces, todos los días, así como Dios nos perdona.
El amor que damos no es condicional, o al menos no debe ser condicional, porque Cristo no nos puso condiciones para amarnos. Nuestra libertad sí lo es. Nuestra libertad está condicionada porque solo podemos ejercerla para hacer bien al otro. Aquí es donde el ejemplo de Cristo es nuestra guía infalible. Con toda libertad Cristo vino a este mundo, y con toda libertad pudo haber mandado a Poncio Pilatos al infierno y él salir caminando de entre medio de los soldados y establecer su reino a espada y lanza. Cristo tenía plena libertad de usar todas las huestes celestiales para ser librado de la muerte. Pero su amor por nosotros le puso un límite. Usar poder y libertad sin amor hubiera sido un desastre con consecuencias eternas para toda la humanidad. En Cristo, el amor pudo más. En nosotros, el amor debe tener más autoridad y poder que la nueva libertad que Cristo nos logró. Al final, Cristo hizo toda su obra de muerte y resurrección para que nosotros podamos ser libres para amar sin condiciones.
Estimado oyente, si de alguna manera, podemos ayudarte a encontrar tu lugar en el plan eterno de Dios en su nueva comunidad, la iglesia, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.