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PARA EL CAMINO
TEXTO: Santiago 3:1-12
Santiago 3, Sermons: 4
Dios le llama por medio de su Palabra. Él quiere venir a su vida para hacer nuevas todas las cosas. Jesús quiere cambiar su discurso destructivo con el poder de su Palabra, su lenguaje de rencor y divisiones por el de amor por los demás y palabras de alabanza, bendiciones y oraciones al Señor y Padre.
Gracia y paz de nuestro Señor Jesucristo sea con todos ustedes.
Una de las cosas que más he disfrutado de ser padre de tres hijos, es atestiguar la manera en la que mis niños crecen y desarrollan sus habilidades sociales. Recuerdo perfectamente el momento en que cada uno de ellos comenzó a hablar. Fue maravilloso escuchar sus primeros balbuceos y trompetillas a través de una variedad de sonidos indescifrables que, al cabo de unas semanas, se convirtieron en sus primeras palabras (mamá, papá o mío). Las pequeñas voces de mis hijos eran tiernas e inocentes, pero como todos los niños, a medida que crecieron comenzaron también a usar sus palabras para hacer berrinches, ser rebeldes y no seguir reglas. Sus lenguas pronto articularían enunciados para mentir y pelear con sus hermanos. ¿En qué momento un niño desarrolla esta capacidad de usar sus palabras para escapar de sus responsabilidades y hacer lo malo?
Esto, amigos, no es un problema exclusivo de los niños. Como adultos, el uso de las palabras llega a ser descuidado y ofensivo. Pensemos por ejemplo en las redes sociales, las cuales a cambio de ofrecernos comunicación directa, se han convertido en escenario de las más encarnizadas batallas de insultos entre personas con puntos de vista diferentes. También tenemos como ejemplo YouTube, donde los contenidos con lenguaje vulgar y altisonante son los más populares entre los gente. El material que antes era considerado para adultos, ahora es explícito y está al alcance de todos.
El mal uso de la lengua o de nuestras palabras también afecta no solo a los más lejanos, sino a las personas que más amamos. Los psicólogos afirman que los insultos y las etiquetas a la larga lastimarán y dejarán una marca imborrable en la autoestima de la persona que los recibe. Así que el hábito de usar palabras para mentir, manipular o criticar bien puede terminar con un matrimonio o con una familia completa.
Por esa razón, en el capítulo tres de la carta de Santiago se nos amonesta acerca del potencial peligro de la lengua como un medio para articular comunicación nociva. Primero, el apóstol y hermano de sangre de nuestro Señor Jesucristo nos exhorta a no asumir una actitud de falsa superioridad, como la de alguien que se erige a sí mismo como un «maestro». Pues sabemos, como dice Santiago, que todos tropezamos con lo que decimos. Incluso afirma que aquellas personas que no «cometen errores con sus palabras» podrían también controlar todo su cuerpo.
¿Será esto posible? ¿Puede el hombre controlar lo que dice? De acuerdo a lo que dice Santiago, parece más sencillo que el hombre controle animales de mucho brío como los caballos, poniendo un freno en su lengua. Parece más simple que el hombre controle una pesada embarcación en medio de un mar agitado por medio de un pequeño timón, a que se pueda calcular el peso de sus palabras.
¿Quién puede controlar la lengua, amigos? ¿Quién puede controlar el arrogante efecto de sus palabras? ¿Quién puede detener el poder destructor de la lengua? ¿Quién puede escapar de su veneno mortal? Una vez que salen las palabras de la boca del hombre no hay retorno, más bien como un fuego abrasador arrasan con todo lo que se presente a su paso hasta «inflamar nuestra existencia entera» (v 6). El poder destructor de la lengua humana y de las palabras no conoce límites.
La maldad de la lengua no se limita a las mentiras, pues podemos usar la verdad como un arma y disculparnos después de una áspera discusión, afirmando «solo dije la verdad«. Como cuando hablamos de las personas que no comparten nuestra fe, refiriéndonos a ellos como los de «allá afuera» o «los del mundo«, pretendiendo justificar así nuestras calumnias y murmuraciones en contra de ellos y estableciéndonos como maestros o jueces.
El apóstol Santiago resalta esta contradicción en el ser humano como el hecho mismo de que de una misma fuente pueda brotar agua dulce y agua salada. ¿Es posible que de una misma fuente puedan originarse los más dulces versos de poesía de Benedetti, la entretenida prosa de García Márquez o la letra de canciones de Manzanero, y que con ella también se maldiga al prójimo? ¿Es posible que de un mismo lugar puedan salir palabras de alabanza para Dios y de maldición para los hombres?
En su discusión sobre el Octavo Mandamiento en el Catecismo Mayor, el Doctor Martín Lutero menciona: «Debemos usar nuestra lengua para hablar sólo lo mejor de todas las personas, para cubrir sus pecados y las debilidades de nuestro prójimo, para justificar sus acciones y para cubrirlos y velarlos con nuestro propio honor». «No hay nada a nuestro alrededor o en nosotros que pueda hacer mayor daño en asuntos temporales o espirituales que la lengua, aunque es el miembro más pequeño y débil».
Ahora bien, es importante afirmar que la «lengua» por sí misma no es el origen del problema. Nuestras palabras sólo son el síntoma de la enfermedad más grande y mortal que se llama pecado, el cual está asentado en el corazón del hombre. En el capítulo siete del Evangelio de Marcos, leemos: «Porque de adentro del corazón humano salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, las avaricias, las maldades, el engaño, la lujuria, la envidia, la calumnia, la soberbia y la insensatez. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona» (v 21-23).
Solo Dios puede venir a nuestro auxilio, solo Él puede sanarnos de esta terrible enfermedad. La buena noticia es que, en contraste, la Palabra viva de Dios ha sido enviada al mundo para romper con este patrón de destrucción. ¿A qué nos referimos cuando decimos «la Palabra»? En el Evangelio de Juan capítulo uno, se nos dice que: «En el principio la Palabra ya existía. La Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.» Este texto no se refiere a una figura verbal o escrita sino a una persona en particular. El mundo como lo conocemos, fue creado por el poder de esta Palabra. Esto es evidente cuando Juan dice que: «Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.» Esta Palabra sopló vida durante la creación.
Lo que resulta más sorprendente es que esta Palabra no se encuentra distante a nosotros, sino que se hizo como uno de nosotros, y habitó con nosotros, ¿Ahora sabes de quién se trata? Exacto, hablamos de nuestro Señor Jesucristo. Él es La Palabra viviente de Dios, la cual no vino a condenar al hombre, sino que vino para para que el hombre fuera salvo por medio de él. Jesucristo es la Palabra viva de Dios que está llena de gracia y de verdad. La Palabra se hizo carne y ofrendó su vida por nosotros en una cruz, para que tú y yo podamos conocer la gloria que viene del Padre.
La Palabra de Dios enviada por Dios tiene un impacto en tu vida, pues por medio de ella nos descubre para saber quiénes somos en verdad. También nos detiene como un freno si es que nuestros pasos están encaminados a la muerte y nos sirve de guía resplandeciente por el camino. La Palabra de Dios nos anuncia perdón por medio del Bautismo que, en unión con el agua, limpia todas nuestras transgresiones. Esta Palabra nos hace partícipes del cuerpo y la sangre de Cristo y nos extiende de manera tangible el perdón de nuestros pecados mientras fortalece nuestra fe. La Palabra de Dios es nuestra segura esperanza para el futuro que nos promete a diario que un día habitaremos con él para siempre. ¿No es esto maravilloso?
Quiero contarte una historia de Vicky, una chica de quince años, y de Miguel, de once, quienes, como la mayoría de los hermanos, se peleaban frecuentemente. Ambos sabían exactamente qué botones presionar para irritar al otro. Vicky recuerda: «Peleábamos como perros y gatos, especialmente cuando nuestros padres no estaban. Miguel siempre estaba metiéndose en mis cosas e invadiendo mi espacio. Era el típico hermano menor». Los dos salían a jugar con sus amigos, pero un día soleado decidieron caminar juntos hasta el K-Mart cerca de su casa. Comenzaron por el camino de tierra, donde Miguel levantaba nubes de polvo mientras pateaba las rocas en el camino. Estaba hablando mucho y, por primera vez, Vicky realmente lo escuchó. Ella miró su rostro, el cabello lacio cayendo sobre su frente, sus ojos brillando mientras se reía. Realmente era un buen chico. La forma en que se expresaba, su sentido del humor y su personalidad extrovertida hablaban del prometedor joven en el que se estaba convirtiendo. De pronto, ella lo detuvo y le dijo: «Miguel, necesito decirte algo: eres el mejor hermano del mundo y estoy realmente bendecida de tenerte como mi hermano pequeño. Solo quería que lo supieras». Luego lo abrazó y los dos continuaron su camino. Pronto las palabras se olvidaron cuando llegaron a la tienda. Dos días después, Miguel murió en un accidente. Vicky recordó esas palabras que le había dicho a su hermano, y le agradeció a Dios de haber aprovechado la oportunidad para decirle lo especial que él era para ella, mientras aún quedaba tiempo. Ella no sabía que los días de Miguel serían tan cortos, pero el hecho de que le dijera esas palabras a su hermano habían sido un consuelo para el corazón de Vicky.
¿Dónde se encuentra amigo, amiga, usted que nos escucha? ¿Su infancia o juventud fueron marcadas por palabras hirientes y ofensivas? ¿Ha sido usted instrumento para lastimar a otros por medio de los dichos de su lengua? Dios ahora le llama por medio de su Palabra. El Logos de Dios quiere venir a su vida para hacer nuevas todas las cosas, quiere perdonarle y darle vida y vida en abundancia. Quiere decirle que le ama y que quiere perdonar su pasado para poder comenzar una nueva historia. Aún queda tiempo. Jesús puede cambiar su discurso destructivo con el Poder de su Palabra. Él cambia el lenguaje de rencor y divisiones por el de amor por los demás y palabras de alabanza, bendiciones y oraciones al Señor y Padre.
Dios quiere que usted use sus palabras para anunciar las buenas noticias en su comunidad. En un mundo lleno de malas noticias, usted tiene buenas noticias para compartir. Dios promete guiarle con paciencia y con cuidado durante la jornada. Acérquese a su comunidad de fe, a su pastor, él le guiará para compartir Palabras que son luz y vida a las naciones. Así como los padres esperamos con expectativa las primeras palabras de nuestros hijos, así también el Padre que está en los cielos se gozará cada vez que usted pronuncie su Palabra con su boca. La palabra de misericordia de Dios hace maravillas —para nosotros, en nosotros y a través de nosotros— con el poder que viene de Dios.
Si de alguna manera podemos ayudarle a compartir esa palabra de misericordia de Dios, a continuación le diremos cómo comunicarse con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.