PARA EL CAMINO

  • Entre hoy y la eternidad hay mucho por hacer

  • noviembre 21, 2021
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Judas 1:20-25
    Judas, Sermons: 2

  • ¿Qué hacemos mientras esperamos el regreso glorioso de Jesús? Nos edificamos mutuamente, llevamos el amor y el perdón de Cristo a quienes nos rodean, practicamos la comprensión y ejercitamos la compasión.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    «El que ignora la historia está condenado a repetir los mismos errores.» He escuchado muchas veces estas palabras, que son una advertencia para que seamos conscientes de los peligros de ignorar el pasado, como si nunca hubiera existido. Sobre este concepto de no ignorar la historia está basada la carta de San Judas, quien advierte y anima a los cristianos de su tiempo. Y, como la historia se repite, las advertencias y palabras de ánimo de San Judas son pertinentes para nosotros también hoy.

    Así como hay una historia mundial, con sus guerras y tratados de paz, con sus catástrofes naturales y sus pandemias desoladoras, con sus competencias deportivas que atraen y emocionan multitudes, así también hay otra historia mundial: la historia de la salvación de Dios. En la historia de la salvación se encuentra el pueblo de Dios, la iglesia y cada cristiano en particular. En forma paralela a esta historia, se encuentra la historia del mundo que vive sin Dios. Los protagonistas de esta historia van a la deriva, sin rumbo fijo y sin pensar cuándo y adónde llegarán.

    Este es el contexto desde el cual San Judas nos escribe a nosotros, a ti y a mí, porque tú y yo tenemos nuestra propia historia. Para ti y para mí son estas advertencias y estas palabras de consuelo, ánimo y esperanza que San Judas redactó hace tantos años.

    ¿Dónde nos ubicamos en nuestra historia? Nos encontramos en un entretiempo. Estamos en el hoy, camino a la eternidad. En cierta oportunidad un amigo le confiesa a otro: «Yo no quiero morir». «Oh, no te preocupes», le contestó el otro, «vas a vivir para siempre, el asunto es dónde». Nosotros estamos en un entretiempo desde el cual nos dirigimos a la eternidad. ¿Dónde pasaremos esa eternidad? ¿Dónde viviremos el resto de nuestra vida para siempre? Los que fuimos rescatados por la misericordia de Dios somos hoy protagonistas de la historia de la salvación, formamos parte del pueblo de Dios, con nuestra fe, nuestras dudas, nuestros pecados que nos molestan, que lastiman a otros y que ofenden a Dios. Sin embargo, y a pesar de eso, avanzamos hacia la eternidad gracias a la bondad divina que, en Jesucristo, nos perdona constantemente y nos reafirma en la fe y en la esperanza de pasar la eternidad con él.

    San Judas nos muestra cómo vivir en este entretiempo, principalmente para que no cometamos los mismos errores de los incrédulos y desobedientes de épocas pasadas, y para que vivamos libres de culpas, de miedo y ansiedades. Mientras esperan, dice San Judas, a que la misericordia de Dios se manifieste plenamente al fin de los tiempos, ustedes «edifíquense sobre la base de su santísima fe, oren en el Espíritu Santo, [y] manténganse en el amor de Dios» (vv 20-21). Así, para no repetir los errores de la historia, no esperamos sentados ni aburridos a que Dios aparezca de una vez por todas y nos saque de este mundo que por su corrupción y sus muchos pecados está condenado a vivir la eternidad para siempre alejado de Dios.

    Estamos llamados a esperar activamente. ¡Hay tanto para hacer en el reino de Dios! Hay tantas personas angustiadas, sumidas en culpa y desesperación; hay tantas relaciones rotas que no encuentran el camino de la reconciliación y tantas personas que ni siquiera quieren reconciliarse porque se acostumbraron a vivir amargados y enojados con todo el mundo. No hace falta que describa mucho más las consecuencias del pecado en la vida y la historia de la humanidad. Concentrémonos mejor en la espera activa que Dios propone para que nos edifiquemos en la fe, para que no quedemos estancados como un edificio a medio terminar, sino que, manteniéndonos en la oración diaria, en el estudio y la meditación de la palabra de Dios, en las enseñanzas de Cristo, y muy especialmente en su vida, muerte y resurrección, podamos practicar todo lo que Dios espera de nosotros.

    Para animarnos a edificarnos y mantenernos en la fe, San Judas nos enfoca en el momento en que comenzará nuestra eternidad, que es el momento en que la misericordia de Dios se va a mostrar en toda su plenitud, cuando Jesús regrese a buscarnos y a llevarnos a su hogar. Tal vez tú ya hayas experimentado la misericordia de Dios. Tal vez ya vivas en la paz que produce el saber que Dios ha perdonado todos tus pecados a causa del sacrificio de Jesús por ti. Tal vez ya tengas la esperanza de pasar la eternidad con el Dios bondadoso y misericordioso. Si es así, damos gracias a Dios. Esa es también mi fe y mi esperanza. Pero mientras esperamos, a veces la fe duda, la misericordia no se percibe fácilmente y el futuro se ve difuso, y nos desanimamos al ver tanta miseria humana dando vueltas a nuestro alrededor, y las enfermedades nos preocupan mientras otros nos lastiman y en el trabajo vemos mucha instabilidad que nos preocupa.

    Todas esas cosas nos pasan mientras esperamos, por eso no podemos esperar sentados, porque así somos blanco fácil del maligno. Nuestra espera es activa en la fe, caminando siempre de la mano de nuestro Señor Jesucristo, quien, por medio del Espíritu Santo, nos mantiene erguidos y seguros de su compañía.

    ¿Qué vamos a hacer mientras esperamos el regreso glorioso de Jesús? Vamos a demostrarles a quienes nos rodean que hemos aprendido algo de la historia, de la historia nuestra y de la historia de la salvación, y por eso vamos a practicar la comprensión. Nuestro texto nos dice: «Sean comprensivos con los que dudan» (v 22). Claro que hay quienes dudan de Dios y de su amor. Aun nosotros mismos, cuando no vemos las misericordias de Dios, sino que solo tenemos oídos para escuchar calamidades y ojos para ver mezquindad, engaño y pecado, muchas veces dudamos de que Dios nos ame o de que pueda perdonarnos o siquiera tener un poco de interés en nosotros. Las dudas no comenzaron ni terminaron con el discípulo Tomás que dijo: «Si yo no veo en sus manos la señal de los clavos, ni meto mi dedo en el lugar de los clavos, y mi mano en su costado, no creeré» (Juan 20:25). Las dudas siguen existiendo entre el pueblo que forma parte de la historia de la salvación. Por eso: seamos comprensivos con los que dudan. Tengamos presente lo que dice el libro de las Lamentaciones en su capítulo 3[:22-23], «Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos; ¡nunca su misericordia se ha agotado! ¡Grande es su fidelidad, y cada mañana se renueva!»

    Dios abre nuestros ojos para que veamos su amor y su cuidado en su Palabra, en la adoración y muchas veces mediante los cristianos que están a nuestro alrededor. Seguramente alguien ha sido comprensivo contigo, con tus dudas, tus traspiés y tu incertidumbre. Yo sé sobre eso. He tenido, gracias a Dios, personas que me escucharon sin juzgarme y que me animaron a ver las misericordias de Dios que se renuevan cada mañana.

    San Judas nos anima a arrebatar del fuego y a poner a salvo a quienes se están quemando o, lo que es peor, a quienes, si no llegan al arrepentimiento y a la fe, pasarán la eternidad en el fuego. Estas palabras son tremendamente conmovedoras, porque definitivamente tenemos familiares o amigos que no tienen la esperanza de ver la misericordia de Dios. San Judas nos dice: «¡Hagan algo al respecto!» ¿Sabes? Alguien lo hizo por ti, y alguien lo hizo por mí. Tal vez ni nos dimos cuenta de que estábamos al borde de caer al abismo del infierno. Pero Dios, en su misericordia, envió a alguien a arrebatarnos, y lo hizo con la mano de Jesús, una mano suave y fuerte al mismo tiempo. Es de la mano de Jesús que podemos llegar a las personas que dudan y a las que están en el camino del peligro eterno.

    Y la exhortación final es que ejercitemos la compasión. ¿Te imaginas vivir sin compasión? La vida se tornaría agresiva, áspera, amarga. San Judas nos dice: «Ténganles compasión, pero ¡cuidado, ¡desechen aun la ropa que su cuerpo haya contaminado!» ¡Ni que fueran leprosos o tuvieran una enfermedad contagiosa y mortal! Qué manera de decirnos, «con compasión llamen al pecador al arrepentimiento, pero no se involucren en sus pecados».

    Dios tuvo compasión de nosotros cuando, viendo que nos estábamos quemando y que nuestro destino eterno era el fuego del infierno, envió a su único Hijo, Jesús, para llamarnos al arrepentimiento. Así nos mostró su compasión ¡sin contaminarse con nuestro pecado! Cuando Jesús fue juzgado y condenado a muerte en la cruz, no murió por su pecado, porque él siempre fue el santo Hijo de Dios que no tuvo mancha ni pecado, sino que murió por tu pecado y el mío. Así fue como nos arrebató para que no pasáramos una eternidad lejos de él. Tener compasión es ponerse en el lugar del otro sin contagiarse con su pecado o su incredulidad.

    Menuda tarea nos ha dado Dios a los cristianos: esperar activamente a que la misericordia de Dios se manifieste. ¿Cómo hicieron los primeros cristianos para esperar activamente? ¿Cómo hicieron nuestros padres o cómo hicieron aquellos que nos han traído a la fe? Lo hicieron como aprendieron de Jesús: siendo comprensivos, rescatando al pecador sin juzgarlo, practicando la compasión sin contaminarse. Quienes así lo hicieron, tuvieron en mente estas palabras finales de San Judas: «Y a aquel que es poderoso para cuidar de que no caigan, y presentarlos intachables delante de su gloria con gran alegría, al único Dios, nuestro Salvador por medio de Jesucristo, sean dadas la gloria y la majestad, y el dominio y el poder, desde antes de todos los siglos y siempre. Amén» (vv 24-25).

    El mismo Jesús que, haciendo una historia nueva, trajo a su iglesia hasta aquí, la seguirá guiando y cuidando hasta que sea recibida en la eternidad. Qué Dios magnífico que tenemos, que nos hace parte de su historia y, a pesar de nuestro pecado, nos presenta con gran alegría intachables delante de Dios Padre para que seamos parte de su historia eterna.

    Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a caminar de la mano de Jesús para encontrar misericordia y compasión, o si podemos ayudarte a esperar activamente el regreso glorioso de Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.