PARA EL CAMINO

  • Cuidado con tus expectativas, tus dudas y tus frustraciones

  • diciembre 12, 2021
  • Rev. Germán Novelli Oliveros
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 7:18-28
    Lucas 7, Sermons: 5

  • Nos frustramos cuando no obtenemos lo que queremos, olvidando que todo está bajo el control del Dios Todopoderoso que envió a Jesucristo a sanar a los enfermos, liberar a los oprimidos, proclamar las buenas noticias y morir en una cruz para salvarnos de la muerte eterna, del pecado y de la destrucción.

  • Las fiestas de Navidad están a la vuelta de la esquina. En pocos días, muchos cristianos en todo el mundo estaremos celebrando el nacimiento de nuestro Señor y Salvador, de aquél que vino al mundo para redimirnos de nuestros pecados y obtener la vida eterna muriendo en una cruz por todos nosotros… de aquél que por amor lo dio todo por nosotros, y que ha prometido volver. Por supuesto que estoy hablando de Jesús, ¿de quién más? De hecho, esta temporada de Adviento no es otra cosa que el tiempo en el que nos preparamos para su llegada, en el que reflexionamos sobre lo que hemos vivido y cómo hemos vivido, y en el que preparamos nuestros corazones para recibir una vez más a Cristo.

    No sé si a usted le pasa, pero la Navidad es el tiempo que extraño con más nostalgia de lo que fue mi infancia y mi juventud. Añoro mucho las reuniones familiares, la comida en casa de los abuelos con todos mis hermanos y primos, los fuegos artificiales, las fiestas y, por sobre todas las cosas: los regalos.

    En mi país, Venezuela, antes de la Navidad acostumbrábamos a escribir cartas al Niño Jesús, y en ellas muchos niños les pedíamos los juguetes y las cosas que queríamos. Dios usaba a nuestros padres para tal propósito, quienes a veces podían complacernos y otras veces no lo podían hacer del todo, pero era muy lindo vivir las expectativas que se generaban entre los niños de la casa hasta que llegaban las 12 de la noche del 24 de diciembre y podíamos abrir los regalos.

    La vida de los creyentes a menudo es muy similar a la experiencia de los niños que esperan ansiosos por sus regalos. En nuestros corazones sabemos lo que queremos, lo que deseamos, lo que a veces necesitamos, y en lugar de cartas hacemos oraciones a Dios y en sus manos ponemos nuestras peticiones y nuestros deseos. Por fe sabemos que Dios a veces dice que «sí», a veces dice que «no», y a veces dice «espera un poco». Y durante todo este proceso experimentaremos expectativas, dudas y a veces frustraciones.

    Seamos honestos. A todos nos gusta cuando Dios dice que sí, y mucho más si nos contesta rápido. De igual forma, a muchos nos puede llegar a frustrar cuando Dios dice que no. Y a nadie le gusta la espera, porque en la espera somos presa fácil de las dudas, de la incertidumbre y de la ansiedad. Las expectativas son como una fuerza que nos hace esperar algo que queremos con ansias, con esperanza. Las dudas son aquellas sensaciones que llenan nuestros corazones con preguntas, cuestionamientos, sobre si Dios está allí o no, sobre si Él es real o no, sobre si nos ama y si nos va a contestar. Y las frustraciones son como las hijas de las grandes expectativas: nos sentimos mal porque no recibimos lo que queríamos.

    Si revisamos con atención el texto del evangelio de esta semana, tomado del capítulo siete de Lucas, quizás podemos ponernos en los zapatos de Juan el Bautista y entender a profundidad sus emociones cuando en su corazón al parecer no comprendía bien la misión de Jesús. Es decir, parece que Juan pasó, como cualquiera de nosotros, por estas tres experiencias emocionales, o espirituales: las expectativas, las dudas y las frustraciones.

    ¿Expectativas? ¡Por supuesto! Juan el Bautista conocía de Jesús antes del inicio de su ministerio público. Juan fue aquél que saltó de alegría cuando aún estaba en el vientre de su madre al escuchar la voz de María que ya llevaba a Jesús en su vientre. Juan fue el profeta que preparó el camino del Señor, el que desde el desierto predicaba la venida de uno más grande, de quien no era digno de atar las trenzas de su calzado. Juan fue aquél que, apenas vio a Jesús a las orillas del río Jordán, le dijo: «Tú eres el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Juan fue quien bautizó al Señor y fue testigo de aquella manifestación sobrenatural que ocurrió cuando Jesús fue bautizado, viendo al Espíritu descender sobre Cristo y escuchando la voz del Padre diciendo: «Este es mi Hijo amado».

    Por supuesto que Juan tuvo grandes expectativas con respecto a Jesús, y tenía razones de sobra para hacerlo. Pero Juan olvidó que las cosas siempre deben pasar a la manera de Dios, y no a la manera de los hombres. Por eso es que tuvo dudas. Dice el texto: «… Entonces Juan llamó a dos de sus discípulos, y los envió a Jesús para que le preguntaran: «¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?» (vs 18b-19).

    ¿Eres tú, Jesús? ¿O mejor esperamos a otro y dejamos de perder el tiempo contigo? Y pongan cuidado a esto porque algunos teólogos creen que Juan no tuvo dudas, sino que quería demostrarle a sus discípulos que Jesús era en verdad el Mesías, y es por eso que los envía con Él, para que ellos vieran todo lo que el Señor estaba haciendo. Otros dicen que Juan sí dudó, y que esto tal vez es una enseñanza para nosotros y para todos los creyentes que es normal tener dudas, pero que éstas no serán nunca más grandes que la fe, que es regalo de Dios y que disipa toda duda. Y por supuesto que Juan también pudo haberse sentido frustrado. Así es como nos sentimos cuando las cosas no son como queremos. ¡Es normal que esto a veces pase! Porque somos humanos.

    Quizás Juan el Bautista quería que Jesús estableciera el Reino de Dios de una vez por todas y acabara con los impíos y los pecados de toda la humanidad. Quizás Juan quería que Jesús ocupara de una vez por todas el trono de David. Quizás Juan quería ver el fin de la opresión romana y judía (especialmente la de Herodes, quien lo había encarcelado).

    De hecho, cuando Juan hace esto de enviar discípulos a encontrarse con Jesús, Juan ya estaba en la cárcel sufriendo las penurias de estar encerrado, y quizás actuó desde la desesperación de aquél que está atado a cadenas y rodeado de barrotes mientras espera su condena a muerte. ¿Quién no se sentiría frustrado en una situación así?

    Y qué le dice Jesús. Veamos la continuación del texto: «Entonces Jesús les respondió: «Vuelvan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres se les anuncian las buenas noticias. ¡Bienaventurado el que no tropieza por causa de mí!» (vs 22-23).

    Al igual que Juan, al igual que los discípulos de Cristo, al igual que usted y que yo, al igual que muchas personas creyentes en todo el mundo y en toda la historia, siempre han existido las expectativas, las dudas y las frustraciones, y también los tropiezos. Quizás usted y yo hemos sentido que Dios no nos da lo que queremos, ni mucho menos cuando lo queremos (que casi siempre es para ahora mismo). Algunos hemos tenido que soportar y padecer los silencios de Dios, pensando quizás que Él no está, o que no está para nosotros, y a veces dudamos de su amor por nosotros o de su presencia en nuestras vidas. Muchos nos hemos sentido frustrados, especialmente cuando no tenemos los resultados que queremos, las cosas que queremos, las bendiciones que tanto pedimos, y nos olvidamos que todo está bajo el control del Dios Todopoderoso que siempre sabe darle cosas buenas a sus hijos, que siempre está allí para nosotros, y que envió a Jesucristo a sanar a los enfermos, liberar a los oprimidos, proclamar las buenas noticias y morir en una cruz para salvarnos de la muerte eterna, del pecado y de la destrucción.

    Mis queridos amigos, en la vida habrán días de grandes expectativas y también de enormes frustraciones, días de mucha fe y gozo y tiempos de muchas dudas y tristeza. Es por eso que en este día los aliento a que vean todo lo que Dios ha hecho, hace, y promete hacer a través de Jesús, quien perdona nuestras dudas y con su Palabra hace crecer la fe en nuestros corazones. Los aliento a que confíen en Aquel que tiene poder para cambiar nuestras frustraciones y se aferren a la esperanza de saber que Él ha vencido la muerte, que Él ha cambiado nuestra condenación por salvación y que en Él tenemos perdón por nuestros pecados.

    Hoy, al igual que Juan, nosotros también podemos sentirnos oprimidos, presos de nuestras culpas y pecados, o llenos de expectativas muy humanas que nos llevan a preguntar: ¿Eres tú, Jesús, o esperamos a otro?

    La Navidad está cerca, y hoy Jesús te dice que sí, que él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; aquél que te ama tanto que dio su vida por ti, y que resucitó para que tú y yo tengamos vida y perdón en abundancia, y salvación eterna. Él es aquél de quien predicaron Juan y todos los profetas, y que un día volverá por todos nosotros. Ésta es la única y gran expectativa de todo creyente, esta es la verdad que disipa nuestras dudas y de la cual nunca debemos sentirnos frustrados. Este es el gozo que hoy y en cada Navidad celebramos, y que llena de alegría nuestros corazones: Que Jesucristo es el Señor, que en él hay vida eterna, y que él transforma nuestra expectativa en esperanza, nuestras dudas en fe y nuestras frustraciones en paz. A Jesucristo sea toda la gloria, la alabanza y el honor, por los siglos de los siglos. Amén

    Si de alguna forma podemos guiarle para conocer más acerca de Jesús, a continuación le diremos cómo comunicarse con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.