PARA EL CAMINO

  • El año de la buena voluntad del Señor

  • enero 23, 2022
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 4:16-30
    Lucas 4, Sermons: 5

  • La muerte y resurrección de Cristo son la garantía de que nuestros pecados han sido perdonados. El mismo Espíritu Santo que ungió a Jesús nos fue dado en nuestro bautismo para vivir en nosotros y para afirmarnos en la fe y animarnos a vivir la vida con alegría ¡porque estamos en el año de la buena voluntad del Señor!

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    Para mantener informada a su audiencia, un noticiero televisivo de la tarde resume lo más grosero y catastrófico que sucede en el país y en el resto del mundo y al final, en los últimos dos minutos, muestra una nota donde alguien ha hecho una cosa muy buena, digna de ser imitada. Lo hacen de esa forma para cerrar la hora noticiosa con un toque que resalta la bondad y la buena voluntad del ser humano. Por supuesto, esa nota no borra de la mente las horripilantes imágenes que mostraron anteriormente, pero el esfuerzo vale. Me imagino que es mucho más fácil encontrar en el mundo incendios, guerras, dolores, quebrantos, epidemias y toda clase de males, que buenos ejemplos que nos ayuden a vivir en paz.

    En la época de Jesús no había noticieros televisivos, pero las noticias de su enseñanza y de sus milagros corrían rápidamente por toda la región donde él llevaba adelante su ministerio. También comenzaron a correr noticias de que había grupos que conspiraban con asesinarlo ni bien tuvieran oportunidad. Tenemos que recordar que Jesús no obraba solo ni se manejaba de acuerdo con la reacción popular.

    En el texto para hoy se nos dice que Jesús volvía a la región donde había sido criado «con el poder del Espíritu» (Lucas 4:14), ese mismo Espíritu Santo que bajó sobre él durante su bautismo y que lo llevó al desierto para ser tentado. Después de haber enseñado en las sinagogas de Cafarnaún y de sus alrededores, despertado la admiración de las multitudes al punto de que «todos lo glorificaban» (Lucas 4:15), Jesús vuelve a Nazaret, su pueblo natal, ubicado en las montañas de Galilea y apartado de los caminos principales. Allí fue bien recibido. Los nazarenos habían escuchado que uno de los suyos estaba siendo muy bien recibido entre la gente y tenía poderes de hacer milagros. Todos estaban contentos. Con la visita de Jesús en la sinagoga, ahora tenían la oportunidad de escuchar y ver las mismas maravillas de las que se hablaba en Cafarnaún. Le alcanzan el libro de los profetas y Jesús lee una profecía mesiánica de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres… libertad a los cautivos… dar vista a los ciegos… [y] anunciar la buena voluntad del Señor» (vs 18-19). Y Jesús agrega: «Hoy se ha cumplido esta Escritura entre ustedes» (v 21).

    ¡Esa era la buena noticia que estaban esperando! Dios finalmente enviaba al Mesías, al que pondría fin a la esclavitud del pueblo de Israel. Finalmente se sacarían a los romanos de encima y podrían ser un pueblo próspero y envidiado por sus vecinos. Después de todo, ellos eran los elegidos de Dios. Eso lo tenían muy en claro. Entonces, movidos por la gran noticia de que Dios cumplía finalmente su palabra, y animados por las palabras de Jesús, hablaban bien de él, aunque no sin asombro de que ese, que ellos vieron crecer, ahora podía ser el Mesías. Sin embargo, los nazarenos no habían visto los milagros de Jesús ni lo habían oído predicar, por lo que estaban ansiosos y esperaban un milagro o dos o tres que les sirvieran como señal de que estaban en lo cierto.

    Pero Jesús no puede dejarlos en sus ideas equivocadas. Jesús no había venido al mundo a impresionar a nadie. Su ministerio era mucho más amplio que simplemente curar enfermedades y afirmar al pueblo como el elegido de Dios. Los milagros que Jesús hizo durante su vida en la tierra fueron un anticipo de su proclamación del «año de la buena voluntad del Señor» (v 19). Entonces, para explicar cuánto abarcaba su ministerio mesiánico, Jesús hace referencia a dos hechos históricos registrados en la Escritura sagrada y muy bien conocidos por todos. El primero es el ministerio del profeta Elías a una viuda en Sarepta durante la gran sequía. Había muchas viudas en Israel. ¿Por qué Dios envió a su profeta a obrar milagros a una viuda en territorio gentil? Podemos ensayar dos respuestas básicas: una, porque la sequía había sido enviada por Dios como castigo a su pueblo desobediente e idólatra, y dos, porque Dios venía a salvar a toda la humanidad, a todas las razas y culturas y no solamente al pueblo elegido. El segundo ejemplo que trae Jesús es similar, porque el profeta Eliseo fue enviado a sanar a un leproso sirio aun cuando entre los hebreos había muchos leprosos. Los sirios no solo eran gentiles, sino que en muchas oportunidades fueron también enemigos de Israel.

    Estas historias que Jesús contó muestran tanto la amplitud de su ministerio como la terquedad de los nazarenos. Los oyentes de Jesús tenían una visión muy estrecha del Mesías y su ministerio. Se alegraron cuando Jesús les anunció que el tiempo de la libertad de la cautividad había llegado, pero no estuvieron de acuerdo con Jesús de que «el año de la buena voluntad del Señor» había venido para todo el mundo y no solamente para los judíos. Así es que en la congregación no hubo arrepentimiento. Se enojaron tanto que decidieron sacar a Jesús de la sinagoga, llevarlo a la cumbre del monte y despeñarlo. ¡Tanta era su rabia que querían sacárselo de encima cuánto antes!

    No fueron los únicos que se opusieron a Jesús. En verdad, lo que sucedió en Nazaret fue un anticipo de lo que sería toda la vida ministerial de Jesús: amado por el pueblo y rechazado por las autoridades religiosas. Todavía hoy, hay personas que quieren a Dios egoístamente. O al menos lo buscan egoístamente, para sus fines egocéntricos, quieren a Dios en forma exclusiva para su propio beneficio en detrimento de los demás. Cuán lejos está ese pensamiento egoísta de la misión de Jesús.

    Tengo que reconocer, con vergüenza, que algunas veces yo mismo me identifico un poco con los nazarenos y paso de la euforia a la animosidad, y me molesto con Dios cuando él no hace las cosas a mi manera. Quizás a ti te suceda lo mismo. Cuántas veces, cuando algo me duele mucho en mi relación con los demás, me molesto porque Dios no obra como espero y reacciono como si Él tuviera la obligación de responder a mis deseos, perdiendo de vista la perspectiva eterna. Doy gracias porque, en esos momentos, el Espíritu Santo obra en mí, haciéndome ver que tengo que dejar que Dios haga las cosas a su manera. Así, aprendo que el ejercicio de la fe es dejar que Dios sea Dios.

    Nos debe animar saber que Jesús sabía muy bien lo que estaba haciendo. Ungido con el Espíritu Santo, fue por muchos lugares para anunciar «el año de la buena voluntad del Señor» y no se dejó intimidar por el rechazo de las mismas personas que él quería salvar. Es que nada puede detener el propósito eterno de Dios. Jesús había venido a traer buenas noticias a los pobres, libertad a los cautivos, vista a los ciegos, libertad a los oprimidos, y literalmente lo hizo con sus vecinos y compatriotas. Su anuncio sigue vigente hoy, porque por naturaleza somos pobres y mezquinos, aunque tengamos mucho dinero, y somos ciegos a las infinitas oportunidades de amar, de servir, de ver que Dios es favorable a nosotros. Aunque vivimos en la libertad del Evangelio, muchas veces nos sentimos oprimidos por las dificultades de la vida y en más de una ocasión por nuestros propios pecados que nos acusan de no estar a la altura de lo que Dios quiere para nosotros.

    Estimado oyente, ¿qué cosas te impiden ver la buena voluntad de Dios hacia ti? ¿Tienes pecados que te acusan? ¿Tienes recuerdos que quieres olvidar pero que vuelven a resurgir para molestarte y hacerte dudar del gran amor de Dios por ti y de su gracia que está siempre disponible para todos los arrepentidos? El diablo sabe muy bien cómo enceguecernos. Usa cualquier ocasión de la vida diaria para hacernos dudar de las buenas noticias de Dios y oprimirnos con remordimientos y resentimientos que solo nos amargan y nos traen desesperanza. En estos días leí una frase que comparto contigo aquí. Dice así: «No dejes que tu pasado te convierta en prisionero. Fue una lección, no una sentencia».

    Y esto nos debe llevar a la otra sentencia que gritó Jesús desde la cruz: «Consumado es» (Juan 19:30). Si el diablo sabe usar el pasado para cargarnos con culpas y desánimo, Dios sabe mucho más cómo su perdón puede aliviarnos y hacernos libres del diablo, del pecado, de las culpas, de los remordimientos y de todos los miedos que nos paralizan. Y Dios no solo sabe cómo hacerlo, él mismo se encargó, en la persona de Cristo, de sentenciar al diablo a la condenación eterna y liberar a sus hijos para la vida eterna mediante su muerte y resurrección.

    Nosotros tenemos hoy evidencias claras de la historia, y muy principalmente de la Palabra de Dios, de la crucifixión de Cristo y de su triunfante resurrección de los muertos. Esa es la garantía de que nuestros pecados han sido perdonados. Nuestra historia y nuestros recuerdos han sido redimidos para que no vivamos más en la esclavitud de las dudas. El mismo Espíritu Santo que ungió a Jesús nos fue dado a nosotros en nuestro bautismo para quedarse a morar en nosotros y para afirmarnos en la fe y animarnos a vivir nuestra vida con alegría ¡porque estamos en el año de la buena voluntad del Señor!

    Vale la pena notar que al final del capítulo 4 Lucas relata que «al llegar el día, Jesús salió y se fue a un lugar apartado. La gente lo buscaba, y cuando lo encontraron intentaron retenerlo para que no se alejara de ellos; pero él les dijo: ‘También es necesario que yo anuncie en otras ciudades las buenas noticias del reino de Dios, porque para esto he sido enviado'» (vs 42-43). Estas palabras nos vuelven a reafirmar que Dios no es exclusivo de ningún grupo étnico o cultural. Como Creador, él es el Dios de todos y quiere ser también el Salvador de todos los que escuchan su mensaje y se arrepienten. Los cristianos no podemos retener a Dios solo para nosotros. El Espíritu Santo no es mezquino, sino que quiere llegar a todos los cautivos y oprimidos, a todos los ciegos y a todos los pobres para anunciarles que, en Cristo, Dios les muestra su favor.

    Estimado oyente, si aún experimentas culpas y remordimientos, o si tienes dudas de tu fe, afírmate en estas palabras de Jesús: «El Espíritu Santo está sobre mí, y me ha ungido» para darte el perdón completo de tus pecados y la esperanza de la vida eterna. Y si de alguna manera podemos ayudarte a entender más de Jesús y del poder del Espíritu Santo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.