PARA EL CAMINO

  • Cambiar el mundo

  • enero 30, 2022
  • Dr. Leopoldo Sánchez
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 4:31-44
    Lucas 4, Sermons: 5

  • Dios el Padre ha enviado a su Hijo Jesús al mundo con el poder de su Espíritu Santo para establecer su reino en la creación, para librarla de los poderes que se oponen a su reinado: el pecado, el diablo y la muerte.

  • Si pudieras cambiar el mundo, ¿qué harías? ¿Qué harías para hacer de este mundo un mundo mejor? Muchos pensadores han propuesto sus propias ideas. En una de sus rimas, el famoso poeta español Gustavo Adolfo Bécquer propone que el amor es lo único que puede hacer del mundo, de los cielos y la tierra, un deleite, un regalo de Dios. Recita el poeta del romanticismo español: «Hoy la tierra y los cielos me sonríen; hoy llega al fondo de mi alma el sol; hoy la he visto…, la he visto y me ha mirado… ¡Hoy creo en Dios!» (Rima XVII).

    En una de sus afirmaciones más conocidas, el filósofo alemán Karl Marx argumenta que «los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo» (Tesis sobre Feuerbach, no. 11). Y según Marx, el mundo será transformado para bien cuando los seres humanos vivan en una sociedad sin distinción de clases. En Quora, nombre de un foro virtual en el que la gente comparte ideas, los organizadores se hacen la misma pregunta: «Si pudieras cambiar el mundo, ¿qué harías?» (es.quora.com). Al son de Marx, uno de los participantes propone, «eliminar los conceptos de clases sociales». Al estilo de Bécquer, otro contribuyente dice que «inundaría de amor al género humano».

    Podríamos hacer la pregunta de otra forma: ¿Qué haría Dios para cambiar el mundo? En su Evangelio, Lucas nos da la respuesta a esta pregunta, mostrándonos cómo Dios, por medio de Jesús, hace del mundo un mundo mejor. Lucas nos presenta la llegada de Jesús al mundo como un evento transformador en la historia que inicia y anticipa un mundo nuevo renovado, restaurado. Pero para entender esta novedad de Jesús para el mundo, debemos hablar primero de lo que no está bien con el mundo. No es difícil percatarse de que no todo marcha bien en el mundo. Podemos decir que hay un descontento general y global con la condición del mundo, porque si bien hay cosas buenas, como los avances en la medicina, la ingeniería, la educación, etc., también hay cosas no tan buenas, como las guerras, pobreza, enfermedades, desastres ambientales, maldad, muerte.

    En la narrativa bíblica, Dios crea al ser humano para vivir en plena comunión con su Creador y lo pone en la tierra para que la cuide y cultive y sea buen mayordomo de su creación. Todo lo que crea Dios es bueno. Todo marcha bien. Pero el ser humano no se conforma con esto. Prefiere ser Dios y no criatura. Entonces, seducido por la serpiente maligna, se rebela contra Dios. Esta rebelión, o pecado, lleva a la ruptura de la plena comunión que tenía con Dios y trae consigo devastadoras consecuencias. El ser humano seguirá viviendo en el mundo y cuidará de la tierra, pero de ahora en adelante tendrá que hacerlo con mucho dolor y sudor hasta que llegue el día de su muerte y vuelva al polvo del cual Dios lo creó. Tendrá que lidiar con un mundo lleno de conflictos, maldad y dolencias. Tendrá que luchar durante toda su vida contra los poderes del pecado, el diablo y la muerte.

    La creación de Dios sigue siendo buena porque es la obra de Dios, pero al mismo tiempo ha sido corrompida por el pecado. Por eso nos dice la Biblia que tanto el ser humano como el resto de la creación gimen como mujer con dolores de parto para que Dios restaure a su creación, para que la libere de su corrupción (Romanos 8:19-23). Pensemos en la corrupción del mundo como un tipo de enfermedad crónica que duele, desgasta y al fin mata. La creación está enferma, sufre de dolencias, padecimientos y achaques, se pone cada vez más y más vieja y por ende se acerca más y más a la muerte, a su fin. La vieja creación debe ser librada de sus males. Necesita ser curada, renovada, restaurada.

    La gente pregunta, ¿qué harías tú para hacer de este mundo un mundo mejor? La Biblia pregunta, ¿qué haría Dios para hacer de esta vieja creación una nueva creación? Y la respuesta de los evangelios es que Dios el Padre ha enviado a su Hijo Jesús al mundo con el poder de su Espíritu Santo para establecer su reino o reinado en la creación, para librarla de los poderes que se oponen a su reinado: el pecado, el diablo y la muerte. Este reinado de Dios sobre toda su creación ya se ha iniciado con la primera venida de Jesús, pero todavía tiene que establecerse en toda su plenitud. Esto ocurrirá cuando Jesús vuelva en una segunda y gloriosa venida para derrotar de una vez por todas a los poderes que nos oprimen, a los males que nos acosan.

    El texto del evangelista Lucas nos muestra cómo Dios, por medio del ministerio de Jesús, empieza a establecer su señorío sobre la creación, librándola de los poderes que la atacan y corrompen. En tiempos del Antiguo Testamento, Dios libró a su pueblo Israel de la esclavitud a los poderes de Egipto y sus falsos dioses que sometían a su pueblo al dolor y la muerte. Por medio de esta acción liberadora y salvadora, Dios mostró a Israel su señorío o reinado sobre sus enemigos y sobre todas las cosas. Según la narrativa bíblica en los últimos tiempos, es decir, en los tiempos que empiezan en el Nuevo Testamento con la primera venida de Jesús al mundo, Dios mostrará su señorío o reinado nuevamente. Pero esta vez lo hará por medio del ministerio de su siervo Jesús, y lo mostrará no solo a Israel sino a todas las naciones. Se trata de un nuevo éxodo por el cual Dios librará a toda la humanidad y al resto de la creación de su esclavitud a sus enemigos—el pecado, el diablo y la muerte.

    Lucas nos presenta a Jesús como el Siervo de Dios que inicia y anticipa su señorío divino, su reinado misericordioso, renovador, restaurador, en el mundo. Dios Padre identifica a Jesús como su Siervo al enviar su Espíritu sobre él para iniciar su misión salvadora. En el río Jordán, oímos la voz del cielo decir: «Tú eres mi Hijo amado, en quien me complazco» (Lucas 3:22). Esas palabras, «en quien me complazco» vienen del Antiguo Testamento, del libro del profeta Isaías, quien las usa para describir a la figura del Siervo de Dios (Isaías 42:1). El bautismo de Jesús nos señala que Jesús es el Siervo prometido de Dios, el restaurador de su creación. Después de su bautismo Jesús, utilizando nuevamente las palabras del profeta Isaías, nos describe en qué consiste su obra de restauración. Enseñando en la sinagoga, Jesús cita a Isaías, diciendo: «El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de la buena voluntad del Señor» (Lucas 4:18-19, citando a Isaías 62:1).

    Y tú, Jesús, ¿qué harías para cambiar el mundo? Proclamar buenas nuevas, libertad para los pobres, cautivos, enfermos y oprimidos. Con estas palabras, Jesús nos da una visión de un mundo mejor que él promete hacer una realidad. Es cierto que los seres humanos a veces prometemos cosas que no cumplimos. Pero en el caso de Dios, su promesa es confiable. Lo que Jesús dice, Jesús hace. De hecho, Lucas nos dice que Jesús «hablaba con autoridad» (Lucas 4:32), lo cual significa que sus palabras tienen el peso de una promesa de origen divino, que sus palabras tienen el poder de crear algo nuevo y la autoridad para transformar el mundo.

    ¿Qué hace Jesús para hacer del mundo un mundo mejor? Tenemos varios ejemplos en el texto de nuestra meditación de hoy. Entra a Cafarnaún, una ciudad de Galilea, y se encuentra con un hombre poseído por un espíritu maligno. Y con la autoridad de su palabra, lo reprende y expulsa del hombre: «‘¡Cállate, y sal de ese hombre!’ Entonces el demonio derribó al hombre en medio de ellos [de la gente allí presente], y salió de él sin hacerle ningún daño» (Lucas 4:35). La gente reconoce que lo que hace Jesús es una novedad, que su obra señala el cumplimiento de la palabra de Dios de liberar a sus criaturas del poder del mal. Por eso se preguntaban los presentes, «¿Qué clase de palabra es ésta? ¡Con autoridad y poder da órdenes a los espíritus impuros, y éstos salen!» (v. 36). Con esta acción, Jesús establece que él es el Señor que reina por encima de los espíritus malignos, el que nos libera de toda maldad.

    Después de librar al hombre del espíritu inmundo que lo oprimía, Jesús sana a la suegra de su discípulo Simón, mejor conocido como Pedro, que «tenía una fiebre muy alta» (Lucas 4:38). Así como había reprendido al espíritu maligno, Jesús «reprendió a la fiebre, y la fiebre se le quitó» (v. 39). Su mejora fue inmediata puesto que «al instante, ella se levantó y comenzó» a atender a Jesús y a otros (v. 39). La gente se asombraba de lo que decía y hacía Jesús, de su autoridad, de la novedad de su mensaje y obra. Nos dice Lucas que «todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades se los llevaban, y él ponía sus manos sobre cada uno de ellos y los sanaba. También de muchos salían demonios . . .» (v. 40-41). Si pensamos en las enfermedades como posibles antesalas a la muerte, las sanaciones de Jesús pueden verse como señales de liberación de la muerte. ¿Cuántas personas han muerto de enfermedades? Los hospitales están llenos de enfermos quienes, después de batallar contra este enemigo de Dios, terminan muertos. Con sus sanaciones, Jesús establece que él es el Señor que reina por encima de las enfermedades, el que nos libera de la amenaza constante de la muerte—y, en fin, el que nos libera de la muerte misma.

    ¿Qué más hace Jesús para hacer del mundo un mundo mejor? Nos libra del dominio del pecado en nuestras vidas. Lucas nos narra un incidente en el que Jesús sana a un paralítico. Le dice, «Buen hombre, tus pecados te son perdonados» (Lucas 5:20). Inmediatamente, líderes religiosos que estaban presentes, los escribas y fariseos, lo acusan de blasfemia porque se acredita perdonar pecados—cuestión que solamente Dios puede hacer (v. 21). Jesús les contesta que «el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados» y luego sana al paralítico como evidencia adicional del poder de su palabra (v. 24)—una palabra que limpia de pecado, que restaura al pecador, que lo reconcilia con su Creador. Lo que Jesús dice, Jesús hace.

    No cabe duda de que, durante su ministerio, Jesús le cambió el mundo al hombre con el espíritu maligno, a la suegra de Pedro, al paralítico y a un gran número de enfermos y endemoniados. Estas son las señales que Jesús proclama, «las buenas noticias del reino» de Dios en la historia (Lucas 4:43, cf. v. 18). Estas señales del reino de Dios, sin embargo, no solo son para estos individuos. Son el inicio y la anticipación de una obra más abarcadora, más cósmica, más maravillosa, que Dios lleva a cabo en pro de toda la humanidad y el resto de la creación por medio de su Hijo Jesús. Son signos de un mundo nuevo. Por medio de Jesús, Dios ya ha empezado a restaurar su creación, a librarla de los poderes que se oponen a su reino.

    ¿Qué podemos hacer tú y yo para cambiar el mundo? Ciertamente, podemos compartir las buenas nuevas de Jesús a favor de los seres humanos, el consuelo de su Evangelio. También somos llamados a hacer las buenas obras que motiva nuestra fe en Jesús para servir a nuestros prójimos en sus momentos de tentación, enfermedad y desconsuelo. Jesús también nos invita a orar. En el Padrenuestro nos enseña a orar: «Venga a nosotros tu reino . . . perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal . . .». Cuando oramos que el reino de Dios venga, le pedimos a nuestro Padre que envíe a su Espíritu Santo para que nos libere del pecado y del mal ahora y también al fin de los tiempos. Oramos para que Cristo nos haga beneficiarios de su redención del pecado, el diablo y la muerte ahora en este mundo y finalmente en el mundo venidero.

    Cuando Cristo vuelva en el día final, Dios removerá por completo la corrupción del mundo a la que estamos sometidos. Nos dará un nuevo cielo y una nueva tierra en los que reinará el amor entre Dios y los seres humanos, y entre los seres humanos entre sí. Entonces ya nadie preguntará: «¿y qué harías para hacer del mundo un mundo mejor?» Ya no habrá nada que mejorar. Será un mundo sin maldad; sin enfermedad ni muerte; sin peleas, conflictos ni guerras. «¡Padre nuestro, venga a nosotros tu reino!» Amén.

    Si de alguna manera podemos alentarte a cambiar el mundo allí donde te encuentres, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.