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PARA EL CAMINO
¿Qué motivo tendría Dios para dejar la gloria eterna para venir a sacrificarse por sus criaturas desobedientes, perdidas y condenadas? La Sagrada Escritura dice que el único motivo que Dios tuvo para esta acción fue su amor por nosotros. Jesús, Dios hecho hombre, colgado de la cruz muriendo para que nosotros evitemos la muerte eterna, es la evidencia cardinal del amor de Dios.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.
Ya desde los comienzos de la escuela secundaria mis profesores me entusiasmaron con el hábito de la lectura, y poco a poco fui incursionando en los libros de aventuras que contaban historias de tierras lejanas, de piratas y tesoros escondidos, de secuestros y contrabando, de fugas de prisiones de alta seguridad y de misteriosos crímenes que alguien muy inteligente y preparado podía resolver. Este último género es el que me cautivó. Así me concentré en leer historias misteriosas que necesitaban de alguien muy sagaz que pudiera resolverlas.
¿Has notado cuántas series televisivas y películas tratan temas de crímenes misteriosos que necesitan ser resueltos? Yo tengo un amigo que se retiró como detective de la policía. Cuando nos juntamos a veces me cuenta algunos de sus descubrimientos más sorprendentes, y yo me fascino.
Después de muchos años de haberme expuesto a libros y películas y a historias verídicas de nuestros días respecto a la resolución de misterios, aprendí que hay dos cosas básicas por dónde se comienza una investigación: el motivo y la evidencia. Cuando se encuentra el motivo del crimen, se abre la puerta para entender por qué pasó lo que pasó. Y luego se necesita la evidencia, porque sin evidencia no se puede acusar a nadie. Por decirlo de una manera bien práctica, sin cadáver no hay crimen, y si el dinero y las joyas están en la caja fuerte, no hay evidencias de robo.
Pero motivo y evidencia no sirven solo para resolver crímenes. Sirven también para ayudarnos a entender a las personas. Los consejeros, terapeutas y pastores usamos mucho este sistema. Cuando preguntamos ¿por qué lo has hecho?, es porque queremos saber el motivo, y cuando preguntamos ¿cómo lo sabes?, estamos pidiendo una evidencia. En la Biblia también encontramos ejemplos de motivo y evidencia. Uno de ellos es cuando el apóstol Pedro exhorta a los cristianos con estas palabras: «Manténganse siempre listos para defenderse, con mansedumbre y respeto, ante aquellos que les pidan explicarles la esperanza que hay en ustedes». Pedir explicaciones es pedir la motivación por la cual los cristianos tenemos esperanza. ¡Qué buena manera de comenzar una conversación con una persona no creyente!
Volviendo al texto para este mensaje, me pregunto qué motivo habrá tenido Jesús para llevarse a tres de sus discípulos con él y exponerlos a la experiencia de su transfiguración. Los discípulos ya habían visto muchas cosas de Jesús, pero nunca habían presenciado algo como lo de esa noche. Investigando los acontecimientos a partir de las evidencias que tenemos en las Escrituras Sagradas, encontramos que ocho días antes de la transfiguración Jesús les había anunciado a los discípulos que el Mesías tendría que padecer, ser desechado, morir y resucitar al tercer día (Lucas 9:22). Para nosotros esa no es ninguna noticia nueva, pero para los discípulos era un anuncio aterrador que tiraba por tierra todas sus esperanzas de una vida mejor si Jesús llegaba al poder del gobierno de Israel. El evangelista Mateo agrega a este anuncio de muerte y resurrección la vehemente protesta de Pedro: «Señor, ¡ten compasión de ti mismo! ¡Que esto jamás te suceda!» (Mateo 16:22).
Entonces, motivado por su amor por sus discípulos, y con el propósito de darles esperanza para un futuro que incluía la eternidad, Jesús se los lleva con él para un tiempo de oración en la cima de un monte. Allí Jesús se transforma, su rostro cambia de apariencia y sus vestidos de repente se ponen blancos como nunca nadie vio jamás. Pero el espectáculo no termina aquí. ¡Aparecen dos muertos que están vivos y hablan con Jesús sobre la obra que el Padre celestial le había enviado a realizar y que consistía en padecer, ser desechado, morir y resucitar al tercer día! No sabemos si los discípulos escucharon toda la conversación, pero sí sabemos que lo que habían visto había sido algo extraordinario: los muertos están vivos. Tal vez los discípulos recordaron que Jesús tenía poder sobre la muerte, porque lo habían visto resucitar a la hija de Jairo y al hijo de la viuda de Naín. Pero esos muertos ni siquiera habían sido enterrados. Aquí tenían a Moisés y a Elías que habían muerto hacía ya muchos siglos. Esa evidencia de que hay vida después de la muerte tenía el propósito de abrirles el corazón a los discípulos para que confiaran en su Señor cuando llegara el momento de su propia crucifixión y muerte.
Pedro, Jacobo y Juan tenían ante ellos una evidencia fehaciente de que quienes mueren en la fe están vivos y estarán ante la presencia de Dios para siempre. Lo más probable es que tuvieran ganas de salir corriendo a contarles a sus compañeros todo lo que habían visto, pero el propio Jesús les pidió que no dijeran nada a nadie. ¡Qué interesante y confuso tener una evidencia y no poder usarla! Pero Jesús tiene un motivo para guardar la evidencia para un poco más tarde.
El primer motivo de Jesús es que el llamado a la fe es por medio de la palabra de Dios y no necesariamente por una evidencia física. Recordemos lo que Jesús enseñó en la parábola del hombre rico y Lázaro que encontramos en el capítulo 16 del Evangelio de Lucas, donde se nos dice que, después de morir, el rico va al tormento eterno y desde allí le pide a Abrahán que envíe a Lázaro de vuelta a la tierra para predicarle a sus hermanos para que se arrepientan. Dios responde a ese pedido con las siguientes palabras de Abrahán: «Si no han escuchado a Moisés y a los profetas, tampoco se van a convencer si alguien se levanta de entre los muertos» (Lucas 16:31). Es que Dios no usa señales visibles y terrenales desconectadas de su Palabra para llamar a alguien al arrepentimiento y a la fe, ni hace milagros para que las personas se conviertan solo por haber visto algo extraordinario, sin haber escuchado el mensaje del evangelio. No. El Espíritu Santo usa la Palabra santa, acompañada o no de milagros, para darnos la fe, para explicarnos el santo motivo que Dios tiene para rescatarnos del pecado y de la muerte.
El Señor Jesús fue el protagonista del milagro más grande de la historia humana cuando Dios lo resucitó triunfante de los muertos al tercer día de su crucifixión, así como había sido profetizado. Sin embargo, no salió corriendo de la tumba para ir a convencer a Herodes ni a Pilatos ni a los soldados romanos ni siquiera a los sacerdotes de su propia religión, de que tenía poder sobre ellos y sobre la vida y la muerte. Jesús se mostró solo a los suyos, porque las evidencias del amor y del poder de Dios solo sirven como tales para aquellos que fueron llamados a la fe. San Lucas escribe en Hechos capítulo 10: «Nosotros somos testigos de todo lo que Jesús hizo en Judea y en Jerusalén. Pero lo mataron, colgándolo de un madero. Sin embargo, Dios lo resucitó al tercer día y permitió que muchos lo vieran. Pero no lo vio todo el pueblo, sino sólo aquellos testigos que Dios había elegido de antemano, es decir, nosotros, los que comimos y bebimos con él después de que él resucitó de entre los muertos» (vs 39-41).
Fue después de la ascensión de Jesús, y a partir de la llegada visible del Espíritu Santo sobre la iglesia, que todos los discípulos comenzaron a testificar valientemente que Dios había resucitado a Jesús de los muertos. Ese era el momento de hablar. Ahora los discípulos tenían el motivo y las evidencias. El motivo de su predicación era que Dios mismo, en la persona de Jesús, había venido al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales ellos eran los primeros.
La evidencia era la resurrección de Jesús de los muertos, que para algunos de ellos había comenzado en la transfiguración. Para los testigos de la resurrección era ahora el momento de hablar, de compartir con todos la bendita noticia de que Dios no había abandonado a su creación condenada, sino que había venido en la persona de Cristo para redimirla y resucitarla al final de los tiempos.
Varias veces aparece en el libro de los Hechos de los Apóstoles que los seguidores de Jesús afirman: «Dios resucitó de los muertos a Cristo Jesús, y de eso nosotros somos testigos» (capítulos 2, 3, 5, 10). Ellos mismos eran la evidencia del amor de Dios por su mundo perdido. Lo mismo sigue siendo hoy: cada discípulo, cada creyente, es una evidencia viviente de que Cristo vive y de que, por su victoria sobre la muerte, todos los que fuimos llamados a la fe viviremos con él para siempre.
¿Qué motivo tendría Dios para hacer todo este gran movimiento de dejar la gloria eterna para venir a sacrificarse por sus criaturas desobedientes, perdidas y condenadas? La Sagrada Escritura dice que el único motivo que Dios tuvo para esta acción fue su amor por todas las personas del mundo. San Juan dice que «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16). Conocemos muy bien este versículo, ¿verdad? Entonces conocemos el motivo por el cual Dios vino a salvarnos.
Jesús, colgado de una cruz, muriendo para que nosotros evitemos la muerte eterna, es la evidencia cardinal del amor de Dios. Nosotros somos los pecadores, los que merecemos el castigo por nuestra desobediencia. La cruz es evidencia que Jesús pagó el precio de nuestro rescate. La tumba vacía es evidencia que Dios aceptó el sacrificio de su Hijo Jesucristo. El Bautismo y la Santa Comunión son evidencias de que Dios sigue obrando en este mundo, llamando a los pecadores al arrepentimiento y perdonando los pecados a todos los que son traídos a la fe. La iglesia cristiana en la tierra es una evidencia clara de que Dios sigue activo en su búsqueda de pecadores para beneficiarlos con el perdón de los pecados que Jesús obtuvo al precio de su propia vida.
¿Quieres más evidencias del amor de Dios por ti? Lee las Sagradas Escrituras. En sus páginas ellas dan testimonio viviente de cuánto Dios ha hecho, sigue haciendo y aún hará por ti. No solo la transfiguración es evidencia de que Dios es Dios de los vivos y no Dios de los muertos, sino que toda la Palabra de Dios tiene como único propósito comunicarte la gracia divina en Cristo Jesús.
Que el Espíritu Santo te ayude a ver, cada vez más, cuánto Dios te ama. Y si de alguna manera podemos ayudarte a ver las evidencias del amor de Dios a partir de las Escrituras y del testimonio de la iglesia cristiana, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.