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PARA EL CAMINO
TEXTO: Filipenses 3:4-16
Filipenses 3, Sermons: 3
¿A qué te aferras de tu pasado? ¿Como un lugar de difíciles recuerdos que prefieres ocultar o borrar de tu memoria? Dios te invita hoy a reconciliarte con el pasado. Dios ha permitido que llegues hasta este día para que, en la persona de su hijo Jesucristo, tengas un nuevo comienzo.
Son las 5 de la tarde en la Avenida Palmas, una de las zonas más exclusivas de la Ciudad de México. Yo aguardaba impaciente en la sala de espera de la oficina de un famoso empresario mexicano. De esos empresarios que salen en la lista de las personas más ricas del mundo. Esperaba con ansia entrevistarme con él para la firma de diferentes documentos relacionados con una de sus múltiples empresas. Ahí estoy con apenas 23 años, recién egresado de la escuela de leyes, trabajando para el área legal de una compañía líder en el sector privado. Qué más me podría faltar, me dedicaba a una actividad socialmente respetada. Habían quedado atrás los primeros años de dificultades económicas como estudiante. Solo quedaban los recuerdos de aquellas noches de desvelo trabajando y estudiando en el colegio al mismo tiempo. Me sentía orgulloso de ser el primer miembro de mi familia en graduarse de la Universidad. En mi propia opinión, se levantaba un futuro profesional prometedor. Como muchos jóvenes a esa edad, tenía demasiada confianza en mí mismo. Sin embargo, en mi agenda no había tiempo para pasar tiempo con Dios. Había olvidado mi identidad como su hijo y no me paraba en la iglesia hace mucho tiempo. Afortunadamente, Dios no se había olvidado de mí.
A menudo la gente olvida su pasado. Muchos huyen de él, pues resultan dolorosos los recuerdos de la infancia. Para otros es más «productivo» enfocarse en estar a la altura del presente y estar concentrado en vivir «el aquí y el ahora». Hemos hecho del trabajo y los méritos personales un tesoro preciado que vale la pena cuidar y buscar todos los días. Finalmente, ponemos toda nuestra confianza disponible en nuestra profesión y en los ahorros hacia al futuro. Sin embargo, más tarde o más temprano repetiremos las palabras del Rey Salomón, cuando dijo: «Aborrecí también el haber trabajado tanto bajo el sol, pues todo lo que hice tendré que dejárselo a otro que vendrá después de mí» (Eclesiastés 2:18).
Por esa razón la Palabra de Dios para hoy, quinto domingo de cuaresma, nos ayuda a reinterpretar la vida desde la perspectiva de Cristo para reconciliarnos con el pasado, vivir con sabiduría el presente y aguardar con esperanza el futuro.
Nuestra lectura de hoy procede del capítulo tres de la epístola del apóstol Pablo a los Filipenses. Esta es una de las cuatro epístolas que Dios inspiró a Pablo mientras se encontraba en prisión aguardando una audiencia con el César. Los historiadores de la Biblia afirman que esta prisión pudo extenderse por espacio de tres años y que culminaría con la muerte del apóstol. ¿Se imagina esto? Pablo, que había alcanzado la cima del éxito ministerial, primero como judío y después como apóstol de Jesús, ahora se encontraba encerrado, vigilado y limitado en su libertad. Consideremos tres aspectos que la Escritura nos enseña el día de hoy:
Primero – Reinterpreta tu pasado, observando el inagotable amor de Dios por ti. A pesar del entorno complicado para Pablo, la carta comienza con acciones de gracias por la fe de los creyentes y por su comunión en el evangelio. A pesar de los problemas, el apóstol se mantiene optimista sobre el resultado de su predicación, orando a Dios en todo momento. Reconoce que su paso por este mundo pronto llegará a su fin «Aunque mi vida sea derramada en libación sobre el sacrificio y servicio de la fe de ustedes, me gozo y regocijo con todos ustedes. Y asimismo, también ustedes gócense y regocíjense conmigo» (Fil 2:17-18). Pablo no se considera desdichado, sino al contrario reitera que todos somos partícipes de la gracia de Dios, ya sea en la cárcel o predicando su Palabra. Afirma que sus encarcelamientos han resultado en ánimo y valor para que los hermanos sigan predicando el Evangelio de Jesús (Fil 1:12). Así que él reinterpreta sus pasados sufrimientos a partir de la obra de fe que Dios está haciendo en los corazones de los creyentes y de los no creyentes. Todos sus problemas han valido la pena. Él mismo dice: «Pues que a pesar de todo, y de todas maneras, sea por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado. Y en esto me gozo, y me gozaré aún» (Fil 1:18b).
Amigo, amiga que nos escuchas, ¿cómo interpretas tu propio pasado? ¿Como una calamidad o desgracia? ¿Como un lugar de difíciles recuerdos que prefieres ocultar o borrar de tu memoria? Dios te invita hoy a reconciliarte con el pasado. Dios ha permitido que llegues hasta este día para que en la persona de su hijo Jesucristo tengas un nuevo comienzo. Si cometiste errores, Dios te ofrece su perdón en la persona de Jesús. Si alguien cometió errores contigo, Dios te da la fuerza para que lo perdones de todo corazón. Cada una de tus vivencias te ha traído hasta este momento, así que puedes darle gracias a Dios por todo lo vivido y ver cómo los brazos de amor de Dios se abren en este momento para que puedas abrazar tu pasado, y reconciliarte con él. La Biblia dice: «De modo que si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo! Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo a través de Cristo y nos dio el ministerio de la reconciliación» (2 Cor 5:17-18). Lo que Jesús hizo en el pasado por ti en la cruz del Calvario te permite reconciliarte con Dios en el presente.
La segunda cosa que este texto nos enseña hoy es a reinterpretar nuestro presente a través de la nueva identidad que Dios da a sus hijos desde nuestro bautismo. Recordemos que es en el bautismo, a través de la unión del agua con la Palabra divina, donde Dios nos concede un nuevo nacimiento. Allí es cuando morimos al pecado y renacemos en Cristo para una nueva vida. En ese momento maravilloso nuestros pecados son perdonados y somos sellados por el Espíritu Santo para adquirir una nueva identidad como hijos amados y cuidados por Dios. Esta nueva identidad te permite en primer lugar, no ceder a las presiones que grupos sociales quieran ejercer sobre ti. Pablo exhortó a la iglesia a mantenerse vigilantes ante la presión social de los cristianos judaizantes, quienes afirmaban que las personas alcanzan la justicia de Dios no solo por la fe, sino por cumplir las obras que la ley judía demandaba. Por ejemplo, exigían que la circuncisión fuese hecha como una señal de devoción a Dios en todos los hombres. Pablo exhorta: «Nosotros somos la circuncisión; somos los que servimos a Dios en el Espíritu, los que nos gloriamos en Cristo Jesús y no ponemos nuestra confianza en la carne» (Fil 3:3). Aquí el apóstol nos recuerda que nuestra justificación delante de Dios no ocurre por el cumplimiento de las obras que exige la ley (nadie puede cumplirlas) sino que ocurre por la fe en Jesús, el Hijo de Dios, quien nos presenta como justos delante del Padre. Ten mucho cuidado con las religiones que ponen su confianza en las obras o que establecen requisitos de normas legalistas a cambio de la salvación.
En segundo lugar, esta nueva identidad te recuerda que nuestra gloria no está en nosotros mismos o en nuestros trabajos, sino en la obra de Cristo. Si alguno tuviera de qué jactarse en la carne, Pablo dice que él tiene más razones: «fui circuncidado al octavo día, y soy del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín; soy hebreo de hebreos y, en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que se basa en la ley, irreprensible» (Fil 3:5-6). Sin embargo, todo ese abolengo, credenciales y méritos de Pablo, que en otro tiempo eran su motivo de orgullo, ahora los considera irrelevantes comparados con el amor que Cristo da gratuitamente. Ese linaje y respeto que antes presumió, ahora lo considera como un desperdicio de tiempo y energía y más bien prefiere ser hallado justo a los ojos de Dios. Esto procede no de un orgullo moral para ser perfectos delante de Dios, sino de un genuino agradecimiento pues Cristo vivió la vida justa y perfecta que nosotros necesitábamos vivir.
En la vida no existe logro alguno que se le parezca, que se compare con el estado de inocencia que Dios te puede otorgar hoy. Esto afectará definitivamente cómo vives el presente. Cuando tienes fe en Cristo, tu vida a tiene el propósito claro de agradar a Dios en todo lo que haces, servir a los demás y participar de los sufrimientos temporales identificándote con Jesús a fin de que otros puedan cobrar ánimo en medio de sus circunstancias difíciles. Tu presente no está determinado por tus logros personales, o por cumplir los estándares de la sociedad sino por la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Finalmente, recuerda que Dios tiene en sus manos tu futuro. No dependas de factores pasajeros. Déjame regresar un poco a mi historia. El 2003 recuerdo que fue un año muy difícil. En cuestión de días perdí todo aquello que era la fuente principal de seguridad para mi futuro. Perdí mi salud, sufrí una lesión en la columna vertebral mientras hacía ejercicio. Esta lesión me impidió caminar de manera normal por varios meses. Adicionalmente perdí mi trabajo, aquel que imaginé que sería mi seguro hacia el futuro. Finalmente, perdí mi estabilidad emocional y me sumí en una depresión muy grande que me aisló de mis amigos e incluso de mi familia.
Pero fue precisamente en ese estado de miseria espiritual que Dios tuvo compasión por mí. Ese estado de sufrimiento me enseñó mi necesidad de la presencia de Dios en mi vida. Dios me recordó estas palabras: «Yo soy la vid, ustedes los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada pueden hacer» (Juan 15:5). Dios me mostró la fragilidad de la gloria humana. Me di cuenta de mi necesidad del perdón de Dios, pues lo había ignorado continuamente en mis decisiones durante mucho tiempo, haciendo caso omiso de las personas que me llamaron para regresar a la iglesia. Dios usó este estado de crisis personal para recordarme la fe que Él me había dado el día de mi bautismo, así que regresé arrepentido a mi Padre para rogarle una nueva oportunidad. Y así fue, Dios me dio una nueva oportunidad. Como al hijo pródigo, me perdonó y me dio nuevas vestiduras de la justicia de Cristo. En su misericordia, Dios comenzó a ordenar mi vida y me llevó a caminar en una nueva jornada de fe con Él. Esto no quiere decir que no he vuelto a enfrentar problemas o dificultades. Sin duda que, como tú, sigo experimentado altas y bajas en mi vida, pero puedo afirmar que Dios me concede su paz y la fe necesaria para confiar en Él aun en medio de las más grandes pruebas. Como dice el Apóstol Pablo: «Con mi gracia tienes más que suficiente, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.» Cuando somos débiles podemos descansar que el señorío y poder de Cristo es suficiente en todas las circunstancias.
Dios permite que aguardes el futuro con optimismo como los hijos pequeños confían en sus padres. La obra en nosotros continuará hasta que Dios nos llame a su presencia o cuando venga de nuevo al mundo. «Estoy persuadido de que el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (Fil 1:6). Dios solo nos pide lo siguiente: «me olvido ciertamente de lo que ha quedado atrás, y me extiendo hacia lo que está adelante; ¡prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús!»
Quizás tu pasado haya sido determinado por heridas emocionales. Tal vez, tu presente intenta una y otra vez de ajustarse a los estándares de la sociedad actual. Posiblemente vives con incertidumbre acerca del futuro. Hoy quiero mostrarte un camino mejor. Un camino que te invita a disfrutar de una comunión real con el Hijo de Dios. Es una comunión que perdona los errores de tu pasado. Es personal y tangible a través de su Palabra y los sacramentos. Dicha comunión nos asegura nuestro futuro, cuando él venga en gloria a resucitar a vivos y a muertos. Jesús dice: «¡Miren! ¡Ya pronto vengo! Y traigo conmigo mi galardón, para recompensar a cada uno conforme a sus acciones» (Apocalipsis 22:12). No esperes más, ven a los brazos de Jesús.
Así que cuando Jesús venga, los sufrimientos que aquí experimentamos se terminarán y este cuerpo de muerte y enfermedad, será revestido de inmortalidad con la gloria de Dios. Por ahora, como atletas, nos toca poner nuestra mirada, nuestra fe y confianza en el Señor durante la carrera. Dios te ha hecho suyo en la cruz y por su amor y su gracia te ha hecho su hijo desde el día de tu bautismo. No estás solo: el Espíritu Santo te da la fe y la fuerza para que puedas correr con paciencia la carrera de la vida. Recuerda que tu pasado, tu presente y tu futuro son reinterpretados por Dios para que perseveres en las pruebas y sirvas a los demás hasta que Cristo vuelva. regocíjate en el Señor pues su promesa se acerca. Dios restaurará todas las cosas.
Oremos: Señor ayúdanos como Pablo a ver la vida a través del gran lente de tu evangelio. Ayúdanos a reinterpretar nuestro pasado, presente y futuro. En el pasado ayúdanos a mirar la muerte y resurrección de Cristo confiando en su justicia dada por la fe a nosotros. Que tu Espíritu Santo nos dirija a seguir tu ejemplo de obediencia para servir al mundo en circunstancias difíciles y que al igual que Pablo, podamos aguardar el futuro firmes en la esperanza de la resurrección final y la restauración de toda la creación. Amén.
Si de alguna manera podemos apoyarte en tu camino de fe, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.