PARA EL CAMINO

  • ¿Dónde está Jesús?

  • abril 17, 2022
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 20:1-18
    Juan 20, Sermons: 8

  • La tumba vacía nos muestra que Dios es poderoso para levantar a su Hijo de los muertos, y que los creyentes también saldremos de nuestras tumbas cuando escuchemos al Señor Jesús llamándonos para volvernos a la vida.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    Por uno de esos regalos de la vida tuve la oportunidad de visitar la tierra de Egipto. Esto fue hace ya muchos años, en la época en que mis hijos eran adolescentes y estaban tan intrigados por Egipto como yo lo estuve cuando cursé la escuela secundaria. Noto ahora, curiosamente, que cuando estudiamos la historia universal nunca nos detuvimos en Israel, el país tan significativo para los cristianos, sino que una buena parte de la materia estudiaba la genialidad de los egipcios.

    Luego de conocer Egipto, nos dimos cuenta de que, en un sentido, ese país se quedó en la historia. O sea, vive más de la historia que del presente. Sin su fantástica historia, pocos sabrían hoy quien es Egipto. ¿Y qué es lo tan fantástico de la historia de ese país? Aunque parezca increíble o raro, la respuesta es: sus tumbas. Las tres tan conocidas pirámides son tumbas de faraones. El Valle de los Reyes no es otra cosa que majestuosos monumentos sobre la sepultura de los reyes. Las tumbas de los gobernantes de los egipcios de hace miles de años son evidencias indiscutibles de riquezas y glorias pasadas.

    Una de las cosas más interesantes que descubrimos en nuestro viaje es que fue gracias a los ladrones de tumbas que se hallaron tantos tesoros. Por supuesto, los ladrones hasta tenían un sistema para encontrar tumbas. Aunque en Egipto no llueve mucho, cuando llueve, la tierra absorbe con avidez el agua. Por lo tanto, si en algún lugar el agua queda estancada, es porque abajo hay una tumba, así que a cavar se ha dicho.

    ¿Puedes creer que el gran tesoro que encontraron las mujeres y los discípulos de Jesús la mañana después de la Pascua en las afueras de Jerusalén era una tumba vacía? Los seguidores del Rey de Reyes no habían ido a buscar un tesoro, mucho menos a robárselo, pero habían ido a buscar algo, al menos a encontrar un cierre a la historia que había comenzado tristemente con el arresto de Jesús el jueves a la noche.

    Vaya sorpresa, parece que los ladrones se les adelantaron y se llevaron lo que para ellos era lo más preciado del mundo. En pocos minutos, María Magdalena despertó a una nueva realidad frente a la tumba vacía de Jesús. El relato que nos hace el evangelio de Juan sobre este primer día de la semana es sumamente detallado. Si te es posible hoy, lee y saborea la historia de los capítulos 20 y 21 de Juan. Es la historia de la reconciliación, de la restauración de las relaciones rotas. Es la historia del gran cambio de la tristeza a la alegría, de las lágrimas de llanto a las lágrimas de gozo, de los miedos a la certeza de la vida eterna, de la incredulidad a la fe y del desasosiego a la esperanza. Pocos días antes había habido traición, abandono, y negación. Ahora hay perdón, paz, y mucha alegría. ¿Qué produjo este gran cambio? Que Jesús no estaba donde lo habían puesto el viernes a la noche. Ese no era el lugar definitivo para el Rey de Reyes. No hay tumba que pueda retenerlo para siempre.

    Las visitas a la tumba la mañana del domingo nos enseñan muchas cosas. Las mujeres, especialmente María Magdalena, no encontraron nada de lo que se suponía que tenía que haber, como una gran piedra tapando el sepulcro, soldados vigilando contra ladrones y un cuerpo muerto adentro. La Magdalena salió corriendo a buscar a Pedro y a Juan. Los discípulos de Jesús dejaron atrás a María Magdalena en su corrida hacia el sepulcro. Corrían con las piernas a todo dar y con el corazón en la boca. ¡Qué noticia más loca acababan de escuchar! ¡El cuerpo de Jesús no está! Lo que Pedro y Juan encontraron fueron evidencias de que el cuerpo no había sido robado. Nadie se lleva un cadáver y deja los lienzos y el sudario, lo único que hubiera valido la pena robar, prolijamente doblados. Juan no vio a Jesús, pero vio las evidencias de que Jesús había dejado todo en orden y de que ya no estaba en el lugar de los muertos.

    María Magdalena llora. No entiende nada. Está dolida porque Jesús significó todo para ella. Ella estuvo endemoniada, concretamente, con siete demonios. Su vida era un infierno, literalmente un infierno. Tiempo atrás, durante sus caminatas por las orillas del lago de Galilea, Jesús la había liberado del poder del maligno y la había convertido en una persona sana, estable y con esperanza. Ahora María creía que Jesús estaba muerto.

    La ansiedad y la curiosidad llevaron a María a mirar adentro del sepulcro. ¿Cómo se vería un sepulcro sin cuerpo? Valientemente quiso enfrentar la dura realidad, y al mirar se encontró con que la realidad estaba cambiando. Dos ángeles están sentados sobre la tumba y solo le hacen una pregunta: «Mujer, ¿por qué lloras?» Es una pregunta retórica, los ángeles saben la respuesta, pero esa pregunta la prepara para el gran encuentro cuando vuelve la cabeza y ve a Jesús, aunque no lo reconoce. Ahora es el mismo Jesús el que le hace preguntas, también retóricas, porque Jesús sabe las respuestas de María. María le dice que se quiere llevar un cuerpo, los restos mortales de su Señor. Cuando Jesús llama a María por su nombre, esos «restos mortales» no son ahora ni restos ni mortales, sino el mismísimo Jesús lleno de gloria celestial y de amor por María, por sus discípulos y por la humanidad toda.

    ¡Qué vuelta dio esta historia! María es la primera en ver a Jesús resucitado y la primera en ser comisionada para testificar sobre la resurrección de Jesús de los muertos. Ella es la que llevará la gran noticia a los discípulos de que el cuerpo anda caminando y habla palabras de paz y esperanza. En lugar de reproche, Jesús usa las palabras más dulces que el vocabulario pueda tener: María, «ve donde están mis hermanos, y diles de mi parte que subo a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes» (v 17). Es la primera vez que Jesús les dice a los suyos que su Padre es también el Padre de ellos, y que el Dios de él es también el Dios de ellos. El Señor de señores y Rey de reyes es también el hermano de todos los creyentes.

    No me canso de leer esta historia una y otra vez. Las evidencias de la resurrección de Jesús son abrumadoras, innegables, solo hay que verlas y creerlas. La piedra fue quitada del sepulcro, aunque nadie sabe cómo. Los lienzos y el sudario están prolijamente puestos en lugares bien visibles. Nadie sabe cómo sucedió esto. Aparecen dos ángeles para dar evidencia de que Jesús ha resucitado. Jesús se aparece a María y le habla como lo hizo durante mucho tiempo cuando estaba con sus seguidores en Galilea dando la evidencia final esa mañana de que él había vencido al diablo, al pecado y a la muerte. Eso es lo que su resurrección significa: que ahora los discípulos fueron perdonados por el abandono, la negación y la dureza de su corazón para creer. Los discípulos son ahora hermanos de Jesús, hijos del mismo Padre celestial y amados por el mismo Dios.

    Eso es lo que significa la resurrección de Jesús para todos los seres humanos que reconocen que el que murió en la cruz el Viernes Santo es el Hijo de Dios que entregó su vida voluntariamente para pagar el precio de su rescate. Todos, sin excepción, estábamos alejados de Dios. No lo considerábamos ni nuestro hermano ni nuestro Padre, sino más bien nuestro enemigo. Cuántos todavía hoy consideran que Dios está allá arriba apuntando todas las cosas malas que hacen y que algún día les va a pedir cuentas que, desde ya, saben que no podrán pagar. Sobre esto tenemos que decir que una cosa es cierta: todos rendiremos cuentas ante Dios todopoderoso. Pero la crucifixión y resurrección de Jesús nos muestran un Dios diferente, no uno que con avidez nos mira para detectar cada imperfección nuestra para castigarnos ahora y aun para siempre con el infierno, sino uno que nos mira como un verdadero Padre amoroso quien, por causa de nuestro hermano Jesús, tiene la libertad y la buena voluntad de perdonar todas nuestras imperfecciones y llamarnos a ser sus hijos queridos desde ahora y por toda la eternidad.

    Estimado oyente, mira las evidencias de la resurrección. La tumba vacía es el mayor tesoro que podemos encontrar. Ir a la tumba y no encontrar nada puede ser una gran decepción para ladrones vulgares, pero para nosotros es el tesoro mayor, el que indica sin lugar a duda de que Dios es poderoso para levantar a su Hijo de los muertos. Ese tesoro nos hace ricos inmensamente, porque la tumba vacía es indicio indiscutible de que todos los creyentes saldremos de nuestras tumbas cuando escuchemos que el mismo Señor Jesús, que llamó a María por su nombre, nos llamará a nosotros para volvernos a la vida. La resurrección de Jesús anticipa nuestra propia resurrección al final de los tiempos.

    ¿Dónde está Jesús? Con toda seguridad no está en la tumba. Jesús está a la diestra del Padre, ejerciendo su ministerio de interceder por todos los creyentes y de enviarnos ángeles de vez en cuando para cuidarnos bien de cerca. ¿Dónde está Jesús? En medio de su iglesia aquí en la tierra, en el corazón de cada hijo bautizado de Dios. Jesús no está muerto ni fue robado por nadie, sino que se acerca a nosotros cada vez que leemos su Palabra, escuchamos su mensaje desde las Escrituras y comemos y bebemos su cuerpo en la Santa Cena. Todas estas cosas son evidencias del amor de Dios por nosotros.

    Estimado amigo: ¿estás llorando por algo? ¿Estás afligido por alguna situación o por dificultades en tus relaciones? ¿Estás abrumado por algún pecado que te parece imperdonable? ¿Estás inseguro de tu salvación eterna? Mira adentro, a la tumba vacía, verás que allí todo quedó en orden. Date la vuelta, verás que Jesús está ahí, llamándote por tu nombre, para que lo reconozcas como tu maestro, tu hermano, tu salvador. Él dejó la tumba para estar a tu lado. Confía en él. Si de alguna manera podemos ayudarte a reafirmar tu fe en las evidencias de la tumba vacía y en tu propia resurrección, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.