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PARA EL CAMINO
TEXTO: Apocalipsis 5:7-14
Apocalipsis 5, Sermons: 1
El cántico nuevo de Apocalipsis proclama que Cristo nos libera del poder del pecado para hacernos hijos de Dios Padre y poner nuestros nombres en el libro de la vida.
¿A quién no le gusta la música? Un bonito canto o una bella melodía puede mover la mente y el corazón, crear en nosotros sentimientos de tristeza o alegría, de lamento o gozo. Con música solemne lamentamos la muerte de seres queridos. Con un rasgueo festivo de guitarra cantamos un «cumpleaños feliz». Al ritmo de un son montuno, la salsa nos llama a celebrar eventos especiales. Por su potencial de afectar los sentidos y las emociones, algunos pensadores a través de los tiempos han visto la música como un remedio para los males del alma. Según el escritor español Miguel de Cervantes Saavedra, «la música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu» (proverbia.net). Por otro lado están quienes han reconocido el poder desconcertante de la música, su capacidad de descomponer los ánimos. El dramaturgo inglés Nöel Coward observa que «es extraordinario lo potente que es la mala música» (proverbia.net). Así pues, la música puede comunicar belleza o fealdad. Su mensaje puede ser saludable o dañino para la mente.
El teólogo alemán Martín Lutero reconoce que la música puede ser manipulada para transmitir mensajes nocivos e inculcar vicios y contravalores. Observa que existen canciones «vergonzosas, escandalosas, carnales y terrenales», pero también cánticos que son «honorables, santos, piadosos y espirituales» (Obras de Lutero, versión inglesa, LW 10:154). Sin embargo, aunque ésta pueda ser abusada por el ser humano, para Lutero la música es en última instancia un don de Dios. Escribe el teólogo alemán «que, aparte de la teología, no hay arte que pueda ponerse al mismo nivel que la música, puesto que aparte de la teología solo la música produce lo que solo la teología puede efectuar, a saber, una disposición serena y feliz» (LW 49:428). En parte, Lutero basa su apreciación del poder de la música para curar el alma en aquel episodio del Antiguo Testamento en el que David, al tocar su lira para el rey Saúl, expulsa de éste un espíritu maligno que lo atormentaba y así hace que el rey se calme y sienta mejor (LW 53:320; cf. 1 Samuel 16:23). En las manos del siervo de Dios, la música tiene un efecto saludable, transformador.
Más específicamente, Lutero muestra interés en cómo Dios puede santificar la música para sus santos propósitos, es decir, cómo Dios la emplea de forma especial para comunicar su palabra de vida, llevar a la fe en Cristo e inculcar buenos valores en sus oyentes. Vemos en su pensamiento una estrecha relación entre la teología, término que significa «palabra de Dios,» y la música, a través de la historia del pueblo de Dios que nos relatan el Antiguo y el Nuevo Testamento. Señala, por ejemplo, cómo la «verdad» de la palabra de Dios en el Antiguo Testamento viene acompañada y, más que eso, es «proclamada . . . por medio de salmos y cánticos» (LW 49:428). El libro de los Salmos, el cual incluye oraciones a Dios y cánticos que relatan sus obras, fue utilizado en el culto del pueblo de Dios, en sus servicios de adoración. Los salmos fueron escritos por el rey David y otros autores para ser cantados y acompañados con instrumentos musicales como el arpa, la flauta, el pandero, el címbalo y otros. En su comentario acerca del libro de los Salmos, Lutero observa que el canto de los salmos se asemeja a la predicación de «sermones del dulce evangelio que proclaman la gracia de Dios, su honor y alabanza» (LW 13:5). Dice además que «el acompañamiento musical de cuerdas» se asemeja a «las señales milagrosas» que, en el Nuevo Testamento, acompañan la proclamación de las buenas nuevas de salvación en Cristo Jesús a todas las naciones (LW 13:5). Vemos en estas reflexiones un concepto muy alto de la música como el medio por excelencia de la palabra.
Al unir su Palabra con la música, Dios hace del cántico un medio de comunicación por el cual puede declararnos su gracia, su disposición de librarnos del poder del pecado, el mal y la muerte mediante su Hijo Jesucristo. Tomemos como ejemplo la visión del profeta Juan en nuestro texto del Apocalipsis en la cual la iglesia, representada por los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos, eleva un «cántico nuevo» a Cristo Jesús (5:9). Con acompañamiento de «arpas» (5:8), el cántico comienza con una alabanza a Cristo, quien ha ascendido a los cielos y ahora está sentado a la mano derecha de Dios Padre. Inmediatamente después, vemos cómo el cántico comunica o declara las maravillosas obras que Dios ha hecho por medio de Cristo para nuestro beneficio, para nuestra salvación. Dice así el cántico:
«Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste inmolado.
Con tu sangre redimiste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación,
y para nuestro Dios los hiciste reyes y sacerdotes, y reinarán sobre la tierra.» (5:9-10)
¿Qué nos enseña esta canción celestial? Mejor aún, ¿qué proclama o predica este canto? Primero, nos dice que Cristo, el Cordero de Dios, es digno de tomar el libro y abrir los sellos que indican quiénes son aquellos que él ha salvado o redimido para Dios con su sangre (es decir, con su pasión y muerte en la cruz). Antes de la encuadernación de libros a los que estamos acostumbrados, los manuscritos venían escritos en rollos de pergamino que eran sellados para mayor protección. Por su señorío sobre toda la creación y por su obra de redención, el Cordero tiene la potestad de abrir el rollo o el libro que contiene los nombres de todos sus redimidos.
En segundo lugar, nos dice el cántico que los redimidos del Cordero son «gente de toda raza, lengua pueblo y nación» (5:9), mostrando así lo extenso e inmenso que es el amor de Dios revelado y otorgado a las naciones por medio de la obra redentora de Cristo. Se trata de una iglesia mestiza, es decir, una iglesia constituida por una diversidad de gentes de distintas etnias e idiomas de todos los rincones del mundo (cf. 7:9, 14:6).
Finalmente, nos dice el cántico nuevo que, por medio de Cristo, los redimidos pasan a ser «reyes y sacerdotes» con Cristo—o sea, que pasarán a reinar con Cristo en la tierra (5:10; cf. 1:6). Y de hecho, desde que Cristo ascendió a los cielos, él ya reina entre y con nosotros por medio de su palabra proclamada, incorporando en su iglesia por medio de esta palabra a todos aquellos que la escuchan y creen en él como su Señor y Salvador.
Es notable que Lutero usa el término «cántico nuevo»—el mismo término que usa Juan en el Apocalipsis (5:9; cf. 14:3; Sal. 33:3)—para referirse a la música vocal e instrumental cuando ésta proclama la palabra de Dios (LW 10:154). O sea que Dios hace de la música un «cántico nuevo» cuando su Espíritu Santo la utiliza como instrumento para crear nuevas criaturas mediante su palabra—criaturas que por el don de la fe en Cristo pasan de la muerte espiritual a la vida eterna (cf. Juan 5:24). El cántico de la iglesia en la visión de Juan muestra precisamente cómo el Espíritu Santo usa la palabra para declarar que Cristo es el Cordero de Dios que, al ser inmolado en la cruz, quita el pecado del mundo (cf. Juan 1:29). El cántico nuevo de Apocalipsis no sólo describe sino que proclama que Cristo nos redime o nos libera del poder del pecado para así hacernos hijos de Dios Padre, para así poner nuestros nombres en el rollo de pergamino o libro de la vida. Este Cordero inmolado que ascendió a los cielos ahora está sentado a la mano derecha del Padre, lo cual quiere decir que tiene la autoridad y el poder de Dios sobre todas las cosas. Por eso tiene el poder de salvarnos y es digno de ser adorado por los redimidos, por la iglesia de todos los tiempos y todas las naciones. Vemos entonces cómo el Espíritu Santo usa este «cántico nuevo» para comunicarnos el evangelio de la gracia de Dios por medio de Cristo Jesús.
Lutero también observa que el Espíritu Santo hace de la música vocal e instrumental un «cántico nuevo» cuando la usa para formar a los redimidos en todas las «virtudes» agradables a Dios (LW 53:323). Estas virtudes incluyen la fe en Cristo y la adoración a él. Así pues, por medio del canto de sus obras de salvación en salmos, himnos y otras canciones, Dios produce en nosotros la fe que nos permite adorar a Cristo. La fe en Cristo mueve los corazones de los redimidos y el Espíritu los impulsa a cantar alabanzas al Cordero, a darle todo honor y gloria. El canto de alabanza es la respuesta del creyente a Dios en agradecimiento por los beneficios que éste les ha dado en Cristo. Como bien lo dice un himno tradicional de Brasil: «Cantad al Señor un cántico nuevo. . . Pues nuestro Señor ha hecho prodigios. . . Cantad al Señor, alabadle con arpa. . . ¡Cantad al Señor, cantad al Señor!» (LLC 598, #1-3). En otras palabras, cantamos al Señor y le alabamos con arpas por los prodigios u obras que ha hecho entre nosotros. Nuestra adoración es una acción de gracias por la gracia que Dios nos ha dado en Cristo Jesús.
Además damos honra y gloria a Cristo cuando le pedimos que interceda ante Dios por medio de nuestras oraciones. En la narrativa bíblica, el incienso es un símbolo de las oraciones que los santos elevan a Dios (cf. 8:3-4; cf. Sal. 141:2). Los seres vivientes y ancianos que representan a la iglesia en la visión de Juan se arrodillan y cantan ante el Cordero, llevando consigo «copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos» (5:8).
Juan también nos dice que «una multitud incontable», millares de personas que han sido redimidas por el Cordero le entonan sus alabanzas. ¿Te ves en esa multitud de cantalantes? ¡Cristo es el Cordero de Dios que murió por tus pecados! Todo aquel que en él cree tiene su nombre escrito en el libro de la vida y pasa a ser parte del coro de sus redimidos. ¡Qué gran privilegio y honor ser un cantante en la casa del Señor, ser miembro del coro más maravilloso del universo! Pero ser miembro de este coro no es algo que alcanzamos con nuestros esfuerzos. Es un don inmerecido de Dios.
Y se trata de un coro formado no solo por integrantes humanos. En la visión de Juan no solo cantan al Cordero los redimidos, sino también los ángeles del cielo. Son acompañados los creyentes por «la voz de muchos ángeles» (5:11). No solo las criaturas humanas sino también las angelicales cantan de la siguiente manera:
«Digno es el Cordero inmolado de recibir el poder y las riquezas, la sabiduría y la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza.» (5:12)
Y luego, como si esto fuera poco, en un gran coro cósmico absolutamente toda la creación, incluyendo toda carne y todo lo que respira, entona la estrofa final del cántico al Cordero (5:13; cf. Sal. 145:21, 150:6). Nos dice el texto que «todo lo creado en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, y todo lo que hay en ellos, decían . . . Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sean dadas la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.» (5:13)
¿Listos para cantar en el coro del Cordero? Las clases de canto se llevan a cabo desde ya en iglesias a lo largo y ancho de todo el mundo. Allí entonan sus alabanzas al Señor millares de gente de todos los pueblos, razas y lenguas que han recibido de Cristo el perdón de sus pecados. Allí se arrodillan, se inclinan, los redimidos ante el Cordero y lo alaban. Allí acompañan su «cántico nuevo» una gran variedad de instrumentos musicales. Allí se regocijan todos en la palabra de Dios. «Cantad al Señor un cántico nuevo. . . Pues nuestro Señor ha hecho prodigios. . . Cantad al Señor, alabadle con arpa. . . ¡Cantad al Señor, cantad al Señor!» Amén.
Estimado oyente, si de alguna manera podemos ayudarte a cantar un cántico nuevo al Señor, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.