PARA EL CAMINO

  • El antiguo mandamiento conectado a Cristo

  • mayo 15, 2022
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 13:31-35
    Juan 13, Sermons: 1

  • La obra de Jesús le da al antiguo mandamiento «Ámense unos a otros» una nueva dimensión. Los discípulos deberán aprender a amar al estilo de Jesús, sin reservas, sin condicionamientos, con entrega total. Ese amor sacrificial será la mejor muestra del amor de Dios por este mundo perdido.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    ¡Cómo nos gustaría ir contigo!, me dijeron mis hermanas el día que salí de mi casa para comenzar mis estudios en el seminario. Y como no pudieron acompañarme, me dieron tantas recomendaciones y palabras de ánimo que recuerdo ese momento todavía hoy. Es muy común que nuestros padres u otros familiares o amigos nos llenen de consejos antes de algún viaje de varios días. A veces, aunque nos íbamos solo por el día, escuchábamos como despedida palabras de precaución: «Manejen con cuidado», «Avisen cuando lleguen a destino», «No se olviden de nada cuando emprendan el regreso», «Dios los acompañe», y estoy seguro de que volvían adentro de la casa y oraban por nosotros. Qué lindos tiempos, qué conexión de amor que demostraban esas partidas.

    En épocas antiguas los grandes personajes acostumbraban a dar discursos de despedida, aleccionando a sus oyentes con todas las recomendaciones posibles y encomendándolos a un futuro estable y saludable. Un ejemplo extraordinario lo tenemos en Moisés quien, si bien sabía que no podría entrar con su pueblo a la Tierra Prometida, también sabía que Dios le había dado la gran tarea de instruir a su pueblo. Y Moisés así lo hizo durante cuarenta años en el desierto. Ahora, llegado el momento de la separación, les da un discurso de despedida que abarca prácticamente todo el libro de Deuteronomio. ¡No se le escapó detalle! Moisés quería asegurarse que el pueblo se llevara en su corazón y escrito en un libro toda la voluntad de Dios para ellos.

    En nuestro texto estamos frente al discurso de despedida de Jesús. No es un discurso tan largo como el de Moisés, pero mucho más largo del que yo escuchaba de mis padres o mis hermanos. Lo que Jesús dice en estos pocos versículos son el inicio de una larga serie de recomendaciones e informaciones importantes para cuando él ya no esté con ellos. Es, en realidad, un largo saludo final, un abrazo de despedida de Jesús a sus discípulos, a quienes trata de «hijitos». Y si bien no los abrazó literalmente, lo que Jesús hizo fue mucho más que un abrazo virtual: con sus palabras cariñosas Jesús les abrazó el alma. Jesús quiso que sus «hijitos» sintieran el calor de su cuerpo, de su corazón, que sintieran su amor eterno por ellos.

    Cuando nos despedimos, muchas veces nos saludamos con la esperanza del rencuentro. Es más fácil dejar a otros cuando nos vamos teniendo la esperanza de volvernos a ver. Jesús hace lo mismo. Tal vez los discípulos, acostumbrados a ir con él a todas partes, quieren ir con él ahora también. En realidad, ellos no saben adónde va Jesús ni cuándo los dejará. Era preferible para ellos vivir en negación y concentrar sus mentes en que Jesús y ellos eran un grupo que jamás se separaría. Ni idea tenían de que apenas unas pocas horas después, con palos y espadas los soldados los separarían de Jesús.

    Jesús los prepara y les dice: «Hijitos, aún estaré con ustedes un poco… pero… adonde yo voy, ustedes no pueden venir» (versículo 33). Tanto los discípulos como nosotros hoy podemos caminar con Dios cada día, pero no podemos ir a todas las partes donde solo él puede ir. En este momento específico, Jesús se refiere a que sus seguidores no pueden ir al juicio y a la cruz. Los discípulos no pueden dar la vida para rescatar a nadie de las garras de la muerte y del diablo porque ellos, al igual que nosotros, son simples seres humanos pecadores, y una vez que los seres humanos morimos, nos quedamos en la tumba hasta el día del juicio final. No tenemos el poder de salvar a nadie ni de resucitar al tercer día. Solo Jesús puede hacer eso.

    Entonces el Señor Jesucristo con todo cariño les dice a los suyos como despedida: «Tengo que hacer esto solo, pero voy a estar con ustedes todavía un poco.» Y de verdad, fueron apenas unas pocas horas que Jesús estuvo con ellos, orando en el Getsemaní, pidiendo la asistencia de su Padre en esa hora tan difícil. Algunos discípulos lo vieron todavía en la cruz, y luego al ponerlo en la tumba. Pero a ese Jesús, ya nadie lo vería nunca más. El primer reencuentro de Jesús con los suyos se dio tres días más tarde, pero… él ya no era el mismo. Ya no era más el siervo sufriente, sino que ahora era el Cristo resucitado, el todopoderoso Hijo de Dios triunfador sobre el pecado, el infierno y la muerte. Los discípulos se reencontraron con un Jesús diferente quien nuevamente estaría con ellos un poco, unos cuarenta días, hasta que lo verían ascender para sentarse a la derecha de Dios y reinar sobre todos sus redimidos.

    Al final de nuestro texto Jesús les hace las recomendaciones finales: «Un mandamiento nuevo les doy: Que se amen unos a otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes unos a otros» (versículo 34). En verdad, este no es un mandamiento nuevo. Al principio de la Biblia, en el libro de Levítico, que fue escrito unos mil quinientos años antes de que Jesús dijera estas palabras, ya encontramos escrito este mandamiento: «Ámense unos a otros» (Levítico 19:18). Buena falta les hacía a los discípulos amarse entre ellos. Tal vez algunos recordarían cuando se peleaban entre ellos para ver quién sería el mayor en el reino de Jesús. Este mandamiento de Jesús me hace acordar a las amonestaciones de mi padre cuando salíamos de viaje sin ellos, o las recomendaciones que yo les hacía a mis hijos para que se portaran bien cuando nosotros no estuviéramos presentes. Qué vergüenza les daría a mis padres si en lugar de portarnos bien, nosotros hubiéramos andado haciendo fechorías y dejando mal parado el nombre de la familia.

    Pero el mandamiento de Jesús apunta más alto, mucho más alto. Es un mandamiento antiguo que el pueblo de Dios tuvo que cumplir desde un principio, cuando aún estaba deambulando en el desierto. Sí, es un mandamiento antiguo, pero Jesús le da una nueva dimensión, lo conecta directamente con él y con lo que él hizo en la cruz por sus discípulos y por todas las personas del mundo. ¿Cómo es amarse unos a otros? «Como yo los he amado.» Creo que aquí tenemos bastante para pensar. Los once que estaban escuchando a Jesús en ese momento de despedida sabían que Jesús los amaba, porque a Jesús le salía el amor por todos los poros del cuerpo y del alma. Era evidente que él los amaba: los trató de hijitos. ¡No pudo ser más cariñoso!

    Sin embargo, los discípulos todavía no sabían de la traición, del abandono, de la burla, de la cruz, y de la muerte. Ni siquiera después de haberlo visto resucitado podían entender que eso que Jesús había hecho en la cruz era su señal de amor más fuerte. Todavía no entendían que solo el amor podía perdonar pecados, que solo el amor podía declararlos inocentes delante de Dios. Comenzaron a comprender el amor de Jesús cuando corrieron a la tumba y no lo encontraron, y cuando llenos de miedo se encerraron bajo llave y él se les apareció y no les hizo ningún reproche. No salieron de Jesús palabras como: «Miren cómo me han hecho quedar ante las autoridades, me abandonaron y hasta negaron conocerme. ¡No tienen vergüenza!» De ninguna manera. Jesús no les sacó en cara su pecado, sino que les habló con amor, los aceptó como eran y los transformó, en el tiempo y con el poder del Espíritu Santo, en líderes de su pueblo redimido. La obra de Jesús le da al antiguo mandamiento «Ámense unos a otros» una nueva dimensión. Los discípulos deberán aprender a amar al estilo de Jesús, sin reservas, sin condicionamientos, con entrega total.

    ¿Qué los motivará? ¿Qué los llevará a no tener más celos entre ellos y a aunar esfuerzos para predicar el mensaje de amor de Jesús? El alivio que tenían porque Jesús no les recriminó su pasado, su abandono, su incredulidad. Los motivó ese mismo perdón que ahora debían anunciar a las gentes de todas las naciones. ¿Qué dirá esa gente cuando vean el amor que se tienen los discípulos? La respuesta la tenemos en las palabras de Jesús: «En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros» (versículo 35). Como siempre, Dios no da puntada sin hilo. El amor sacrificial y mutuo de los discípulos será la mejor muestra del amor de Dios por este mundo perdido. El amor convence más que las amonestaciones y las recriminaciones y las acusaciones. El amor, al estilo de Jesús, cambia las actitudes, las relaciones y el testimonio.

    Estimado oyente, ¿eres discípulo de Jesús? ¿Cómo lo demuestras? ¿Cómo demostramos los cristianos que somos discípulos del Cristo resucitado? Este mandato de Jesús de amarnos unos a otros y demostrar así que somos sus discípulos me da un poco de vergüenza. A veces pienso que para dar un buen testimonio de Jesús hay que ser valiente, intrépido, y denunciar el pecado de los demás y apuntar pasajes bíblicos que demuestren nuestra sabiduría que supuestamente nos dan autoridad… y entonces las palabras de Jesús nos llaman a ver que el amor sacrificial, el amor que se entrega por completo por el otro, es la única autoridad con la cual damos testimonio del amor que Dios nos tuvo cuando envió a Jesús para lograr con su vida, muerte, y resurrección el perdón de nuestros pecados y un lugar en las moradas celestiales por toda la eternidad.

    Personalmente debo decir que fui y soy beneficiado por el amor sacrificial de algunos discípulos que me aceptaron así como soy, que ejercitaron la gracia cuando fui irrespetuoso y algo controlador y un poco sabelotodo y… así podría seguir con una larga lista de cosas que no mostraron necesariamente la humildad y el amor que el Señor Jesús esperaba de mí.

    Tal vez tú, estimado amigo, tengas tu propia percepción de cómo practicas el amor hacia el otro, o tal vez no has pensado mucho sobre ese tema. Te invito, por lo tanto, a mirar al sacrificio que Cristo hizo por ti, quien no escatimó el ser igual a Dios para entregarse al sufrimiento y a la muerte para darte el perdón completo de tus pecados. Te animo a que le pidas a Dios el don del Espíritu Santo para que puedas ejercitar el amor hacia el otro con respeto y amabilidad, comenzando con aquellos que tienes más cerca, incluso con aquellos que piensas que tal vez no les importe lo que tú hagas por ellos. En el tiempo y a su manera, Dios usará tus actitudes de amor sacrificial para darse a conocer a las personas que todavía no saben de su obra de salvación en Cristo Jesús.

    Piensa en estas cosas, y si de alguna manera podemos ayudarte a ver el amor sacrificial de Jesús por ti, y a poner en práctica en tu vida el amor sin reservas por tu prójimo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.