PARA EL CAMINO

  • Jesús viene de visita a contarnos lo que está haciendo

  • julio 17, 2022
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 10:38-42
    Lucas 10, Sermons: 6

  • Dios viene hoy a nosotros, y viene a contarnos algo. ¿Qué esperas que pase en tu vida en los próximos días? Jesús viene hoy para que, pase lo que pase, tengamos la fe que puede enfrentar toda situación. Dios te ha prometido caminar contigo hasta recibirte en el reino celestial. Con plena seguridad, él cumplirá su promesa.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    «¡María, mira a quién me encontré en la plaza!» «¡Jesús! Qué alegría verte. Pasa, pasa, la casa no está muy ordenada, verás, pero siempre tienes aquí un lugar acogedor para pasar la noche.» Más o menos así comenzó esta breve historia que nos cuenta San Lucas.

    Conocemos a María y Marta de otras narraciones. Ellas tienen un hermano, Lázaro, que un día se murió y fue resucitado cuatro días más tarde por Jesús. Eso sucedió más adelante en el tiempo, muy pocas semanas antes de la propia muerte y resurrección de Jesús. Así que es posible que Jesús hubiera venido a fortalecer la fe de estas hermanas para enfrentar los días de tristeza por la muerte de Lázaro.

    Jesús no andaba solo prácticamente nunca. En esta oportunidad tampoco. Tal vez estaban con él, además de los doce discípulos, otros setenta más y también algunas mujeres que lo apoyaban económicamente. Ellos se habrán alojado en algunas casas vecinas. En nuestra historia están María, la contemplativa, Marta, la hacendosa, y Jesús, el Señor supremo del universo.

    Marta parece estar un tanto abrumada. Hoy diríamos que le agarró algo así como un ataque de ansiedad. Y no hace falta ir a esta historia de hace dos mil años para saber cómo funciona una ama de casa. Si sabe de antemano que viene visita, limpiará y preparará la comida lo mejor posible para que cuando el invitado llegue, todo esté preparado. Viví estas experiencias con mi madre, y ahora en mi propia casa. Marta siente que no puede darle al distinguido huésped el trato que se merece, por lo que un poco molesta le dice a Jesús: «¿No te importa que mi hermana me deje trabajar sola?» Marta ejemplifica a cualquier ama de casa que dice: «¿Por qué no ayudan entre todos así luego nos podemos sentar a conversar tranquilos?»

    La respuesta de Jesús es el centro de esta historia: «Marta, Marta, estás preocupada y aturdida por muchas cosas. Pero una sola cosa es necesaria, María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará.» Así Jesús observa que hay varias formas de recibir dignamente un huésped: preparando para que el huésped se sienta cómodo y escuchando lo que él viene a contar. Pero hay una parte que no es tan necesaria, mientras que la otra parte es la mejor, es la que trae consigo una promesa: nadie podrá quitarla.

    Es algo muy común que quien espera visitas ponga de lo mejor de sí para agasajar con honores al visitante. Prácticamente todos lo hacemos, y con la mejor intención. Entonces, aún con la mejor intención nos distraemos, nos atareamos en aquellas cosas que no son necesarias y no le damos tiempo al visitante a que nos cuente algo de sí mismo.

    En nuestra historia, Jesús está en la casa de María y Marta. Marta ocupada en los quehaceres de la casa, escucha tal vez algo de lo que Jesús dice, pero está demasiado distraída para incorporar en su vida las palabras del Maestro. ¿De qué estará hablando Jesús? El texto no lo dice. Por lo que sabemos de Jesús a partir de los cuatro evangelios, él no perdió el tiempo hablando del clima, de cómo la sequía está afectando las cosechas, o de la farándula hebrea, o de la corrupción política y de qué cansado estaba el pueblo elegido de tener que vivir esclavizado por imperialistas sanguinarios y opresores.

    Si tú, estimado oyente, eres como la mayoría de las personas, y como yo, tendrás tema de conversación sobre cualquier rubro. Me imagino que podrás hablar de todo aquello de lo que aprendiste y sabes mucho, y tal vez también de aquello de lo que apenas escuchaste alguna vez, y el resto corre por cuenta de tu imaginación y fantasías. O tal vez eres realmente sobrio y solo hablas de aquello que pueda edificar a una persona y de aquellas cosas que afectaron tu vida profundamente. Creo que todos podemos hablar de nuestras experiencias personales. ¿De qué hablaría Jesús en la casa de María y Marta?

    Sin lugar a duda, Jesús habló del reino de Dios. Los evangelios están impregnados de ese tema. En un sentido, Jesús habló de sí mismo.

    ¿Has notado que Dios siempre ha hablado? Dios creó el mundo y la raza humana y se comunicó con ella constantemente. En el mismo Jardín de Edén Dios le dio instrucciones a Adán y a Eva de cómo vivir en esta tierra, cómo cuidarla, cómo hacerla producir, cómo disfrutar de todos los frutos del huerto. Dios también les dijo que había un límite dentro del cual debían mantenerse, y les advirtió soberanamente no traspasarlo, porque la consecuencia de la desobediencia sería desastrosa, literalmente mortal.

    Y Dios siguió hablando después de la desobediencia que trajo deshonra y vergüenza a toda la raza humana, y dio nuevas indicaciones y pronosticó las consecuencias de haber pecado por no haber seguido las directivas divinas. Y habló Dios luego mediante profetas, y una vez desde un arbusto ardiendo, y otra vez desde las nubes. Dios siempre visitó a su pueblo para hablarle de su reino. Algunas veces los israelitas se sentaron, como María, a escucharlo, otras veces estaban demasiado distraídos en sus propios quehaceres y dejaron pasar la oportunidad.

    Y un día no hubo más profetas, y el silencio de Dios se prolongó cuatrocientos años. No hubo ningún enviado de Dios que les comunicara su voluntad. Aunque el pueblo todavía tenía la Palabra escrita, era extraño no tener a algún enviado de su parte. El silencio se hizo espeso, oscuro, molesto, hasta que un día se oyó a alguien a orillas del Jordán decir que el reino de Dios estaba en camino. Dios venía a su pueblo esta vez en persona, sin intermediarios. ¡A preparar la casa! «Arrepiéntanse y bautícense» decía Juan el Bautista, «para que sus pecados sean perdonados» (Marcos 1:4).

    Y Dios se hizo persona, ser humano, como uno de nosotros, pero sin pecado, para comunicarnos abierta, lisa y llanamente su voluntad. En Jesús, Dios vino a hablarnos directamente. ¿Qué nos dice Jesús? ¿De qué nos habla el Hijo de Dios? La respuesta a estas preguntas tal vez te sorprenda: Jesucristo nos habla de sí mismo. Él se abre completamente a nosotros, sin reservas. Él nos comunica la verdad de Dios en forma clara y amorosa, abrazando a los caídos y arrepentidos y advirtiendo del castigo a los que se rieron de él o se burlaron o lo desestimaron como si él fuera el diablo mismo. A Jesús no le importa el qué dirán. A donde iba, hablaba lo voluntad de Dios a todos, sin distinción. Jesús vino a traernos buenas noticias, no a acusarnos. Él mismo lo dice muy claramente en el Evangelio según San Juan: «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él» (Juan 3:17).

    Durante su ministerio entre el pueblo de Israel y sus vecinos, Jesús abrió su corazón, y contó las intimidades de Dios. Habló de la voluntad de Dios hasta donde sus oyentes tenían capacidad de escuchar y comprender. Habló con palabras y con las manos, tocando a enfermos y curándolos; abrazó a los niños y los bendijo; resucitó a una niña muerta con la palabra que salió de su boca y con la mano que la levantó del lecho (Lucas 8:54-55). Cuando Jesús entró a la casa de la niña muerta, algunas personas se burlaron de él, pensando que era un tonto más que traía un consuelo ingenuo a los padres. Pero a Jesús no le importa el qué dirán. Él dice y hace lo que tiene que decir y hacer. Y lo dice y lo hace para nuestro bien.

    Cuando Jesús fue a hospedarse a la casa de María y Marta tuvo un propósito mayor que el de comer algo y acostarse temprano. Jesús se llegó hasta la casa de sus amigas para reafirmarlas en su fe. Que ellas aprendieron algo de Jesús está confirmado cuando, un tiempo más tarde, se encuentran frente a la tumba de Lázaro donde se desarrolla el siguiente diálogo entre Marta y Jesús: «Marta le dijo a Jesús: ‘Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero también sé ahora que todo lo que le pidas a Dios, Dios te lo concederá.’ Jesús le dijo: ‘Tu hermano resucitará.’ Marta le dijo: ‘Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final.’ Jesús le dijo: ‘Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?’ Le dijo: ‘Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo'» (Juan 11:21-27). ¡Qué fuerza que tiene la fe que Dios da!

    Jesús habló también con su cuerpo. Es lo que llamamos hoy el lenguaje corporal. Su agonía en la cruz gritó a voz en cuello el dolor que significó entregar la vida por un pecador. Pon tu nombre aquí, estimado oyente. Yo pongo el mío también. Nosotros somos los pecadores que entregamos a Jesús al sufrimiento. Él, que era perfecto para hablar y para obrar, porque era el santo Hijo de Dios sin pecado, agonizó y murió para que ni tú ni yo ni nadie en el mundo tenga que pasar por el juicio condenatorio de Dios. Gracias a lo que Jesús habló y obró en el altar de la cruz, tú y yo y todos los creyentes podemos confesar: «Señor, tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.»

    Estimado amigo, Dios sigue viniendo hoy a nosotros, y viene a contarnos algo. ¿Qué esperas que pase con tu vida en los días siguientes, en tu futuro cercano? Jesús viene hoy para que pase lo que pase en nuestra vida de hoy en adelante, tengamos la fe que puede enfrentar toda situación, dondequiera que estemos, de vacaciones en algún lugar hermoso o en la cama de un hospital o ante la tumba de un ser querido. Jesús se hace presente mediante su Palabra y la Santa Cena. El Cristo enviado de Dios no solo resucitó a una niña muerta en Palestina, sino que él mismo fue tomado de la mano de Dios para resucitar victorioso sobre el diablo y la muerte. Ya no hay condenación para los que escuchamos a Jesús y recibimos su perdón.

    ¿Sabes lo que Jesús viene a decirte? Lo mismo que le dijo a María, y a Marta, que hay una cosa que nadie nos podrá quitar: la promesa divina. Dios te ha prometido caminar contigo hasta recibirte en el reino celestial. Con plena seguridad, él cumplirá su promesa. Sigue escuchándolo, sigue sentándote a los pies de Jesús, escucha su palabra predicada, abre tu Biblia y empápate de sus promesas.

    Si de alguna manera podemos ayudarte a permanecer en la Palabra salvadora y a encontrar un lugar donde reunirte con otros cristianos, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.