PARA EL CAMINO

  • La gracia de Dios no se intimida

  • agosto 28, 2022
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 14:1-6
    Lucas 14, Sermons: 3

  • La gracia de Dios no pregunta, no cuestiona, no elabora un plan y mucho menos se acobarda ante la acechanza de opositores. La gracia de Dios no pierde el tiempo ni deja para mañana lo que puede hacer hoy. La gracia de Dios no se intimida, sino que entra en acción y hace su obra de bien.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Los fariseos. Esos personajes de los que el Nuevo Testamento habla tanto y no siempre con elogios. Junto con los escribas, tal vez hayan sido los funcionarios religiosos más destacados y más nombrados en la época de Jesús. Los escribas eran quienes se especializaban en las Escrituras Sagradas: las copiaban con mucho cuidado, contando cada letra, renglón por renglón, para cerciorarse que la copia fuese fiel a los originales. No es de extrañar. Los judíos llegaron a ser conocidos como «el pueblo del libro», porque constantemente estudiaban, usaban y hacían referencia a las Escrituras. Los escribas también hacían comentarios a las Escrituras y las llevaban consigo para ser leídas en alguna situación jurídica o de otra índole.

    Los fariseos tenían mucho en común con los escribas aunque se dedicaban mayormente a enseñar la ley de Dios y a asegurarse de que todo israelita la cumpliera al pie de la letra. Tanto los escribas como los fariseos, en su mayoría, ejercitaban cierta arrogancia y se comportaban con un aire de superioridad, al punto que incluso se atrevieron a elaborar muchas leyes que el pueblo debía seguir cuidadosamente.

    ¿Sabes cuántos fariseos había en Israel en un momento dado? ¡Alrededor de seis mil! ¡Pobre pueblo! Con razón Jesús los criticó acerbamente. En Mateo 23:2 y 4, leemos que en una oportunidad Jesús le dice a la gente y a sus discípulos: «Los escribas y los fariseos… imponen sobre la gente cargas pesadas y difíciles de llevar, pero ellos no mueven ni un dedo para levantarlas». Los escribas y fariseos eran, indudablemente, expertos en el conocimiento de la ley: pero de la letra solamente, no del espíritu de la ley. Esto se ve claramente en la historia que nos ocupa hoy.

    Tal vez el encuentro de Jesús con un grupo de fariseos ese día de reposo ocurrió después de la reunión en la sinagoga. Un fariseo «muy importante» lo había invitado a comer. ¡Cuánto honor! Ah, pero el texto dice que «estaban acechándolo». ¿Cómo? ¿No es que no hay que hacer nada en el día de reposo? ¿Cómo que estaban acechándolo en el día de descanso? Los fariseos no estaban descansando, estaban cargando el aire con sospechas e intrigas. Se respiraba conspiración, ¡en un día de reposo!

    Jesús entiende de sobra cuál es la situación y se sienta a la mesa, después de todo él también vino para salvar a los legalistas, a los arrogantes y a los cazadores de los pecadores. En frente de Jesús hay un hidrópico. Tal vez esta sea una palabra nueva para ti, estimado oyente. La Biblia solo registra un caso de alguien que sufre de hidropesía. Nosotros lo llamamos simplemente hinchazón. A veces, a ciertas personas se le hinchan los tobillos. Esa es la hidropesía, que es causada por una deficiencia del corazón o de los riñones o del hígado o de las tres juntas. Entonces el enfermo llega a tener hasta veinte litros de agua en todo el cuerpo, incluso en los pulmones, con lo cual se le hace muy difícil respirar, y todos sabemos que si no podemos respirar, nos morimos. Ahí está un hombre que sufre con su cuerpo hinchado, y que tal vez ya no tuviera mucha esperanza de vida.

    ¿Qué hará Jesús? ¿Seguirá las reglas de los fariseos sobre el día de reposo que indican que no hay que trabajar? Curar es ejercer una función médica, por lo tanto es considerado trabajo. Esperar hasta que pase el día de reposo para ejercer la «medicina divina» puede ser muy tarde, y la gracia de Dios no se intimida ante las acechanzas y las intrigas de los fariseos. Por lo tanto, Jesús lanza la pregunta: «¿Está permitido sanar en el día de reposo?» Los intérpretes, los sabiondos, los expertos, los maestros, no respondieron. Jesús les cerró la boca, porque sabía que entre ellos ni siquiera estaban de acuerdo si se podía hacer alguna pequeña cosita, como salvarle la vida a un animal. Entonces Jesús se concentra en lo que la gracia de Dios vino a hacer a este mundo. Delante de sí había un hombre que no solo tenía muchos litros de agua en el cuerpo, sino que también sufría el malfuncionamiento de uno o más de los órganos vitales.

    Y Jesús lo sana. No escuchamos del hidrópico ninguna palabra. No escuchamos de Jesús ninguna palabra. No escuchamos de los escribas y fariseos ninguna palabra. De Jesús solo vemos un gesto: «Tomó al hombre de la mano, lo sanó y lo despidió.» Eso es lo que hace la gracia de Dios. No pregunta, no cuestiona, no elabora un plan y mucho menos se intimida ante la acechanza de los expertos. La gracia de Dios no se acobarda. Por la gracia de Dios el hombre se fue a comer a otra parte, sano, con el cuerpo recuperado de sus dolencias fatales y con el alma renovada por el toque de Jesús.

    Jesús hizo su obra divina porque para eso había venido al mundo. Al sanar al hidrópico ejercitó la buena voluntad de Dios y nos dio testimonio fehaciente de que él mismo es Dios, porque, en las palabras de Nicodemo, un fariseo diferente que visitó a Jesús de noche, registradas en Juan 3:2: «Nadie puede hacer estas señales… si Dios no estuviera con él». Al curar al hidrópico Jesús hizo una señal ante los expertos de la ley que lo acechaban para encontrar algo de qué culparlo. ¿Se habrán quedado con la boca abierta? ¿Ninguno disparó la pregunta: «Rabí, cómo has hecho esto»? Nada. Jesús sigue teniendo la palabra y les lanza la pregunta: «¿Quién de ustedes, si su asno o su buey se cae en un pozo, no lo saca enseguida, aunque sea en día de reposo?»

    Jesús habla por experiencia. Sabe lo que cuesta reponer un burro o un buey. ¿Acaso un fariseo o un escriba que tiene un buey no sale corriendo a buscar a los vecinos a que lo ayuden a rescatarlo si este se cayó al pozo? El sentido común dice que sí. El espíritu de la ley también dice que sí. Sería totalmente necio no encargarse inmediatamente de un animal herido. Todo sugiere una respuesta positiva a la pregunta de Jesús: lo sacarían del pozo en un día de reposo. Pero ellos, nada. Otra vez con la boca cerrada. El silencio de los fariseos habla a los gritos de que tienen un corazón endurecido. Aman la ley porque para ellos la ley es la religión, pero no tienen amor por quien está al borde de la muerte. No moverán un dedo en el día de reposo. Aman la ley, pero no aman al prójimo.

    ¿Será que pudieron probar un bocado sin sentir un nudo en la garganta? ¿Será que los expertos en la ley, o vulgares legalistas, consideraron la fuerza y la valentía de la gracia de Dios que trajo sanidad a un hombre enfermo durante el día santo? No sabemos, lo que sí sabemos es que Jesús nos mostró que así es como se usa un día de reposo: dejando que la gracia de Dios entre en acción y haga su obra de bien.

    La gracia de Dios no se acobarda ni pierde el tiempo. No deja para mañana lo que puede hacer hoy. El Señor Jesús se sienta a la mesa y te tiene a ti enfrente, estimado amigo. Tal vez no seas un hidrópico, tal vez lo que te sucede no es tan evidente en el cuerpo. ¿Tienes algo para decirle a Jesús? ¿Hay una dolencia que te aqueja? ¿Hay un torbellino en tus emociones? ¿Hay inquietud en tu espíritu? ¿Hay cosas del pasado que te perturban o te pones ansioso por lo que vendrá en los próximos días? Jesús lo ve todo. No se pondrá a comer hasta que pueda tomar tu mano y mitigar todo lo que te aflige, comenzado con la sanación completa de tu alma.

    Hoy Jesús extiende su mano hacia ti para mostrarte las heridas que él recibió por los clavos de la cruz, que en realidad son solo un símbolo de las heridas que todos nuestros pecados le causaron a su alma. Jesús se pone frente a ti para ejercitar contigo la gracia divina que no pregunta, no cuestiona ni se acobarda por aquellas cosas que ve en ti, y de las cuales a ti tal vez te daría vergüenza hablar.

    Para nosotros es costumbre celebrar como día de reposo el domingo en lugar del sábado como se celebraba en la época de Jesús. El día de la semana en verdad no es tan importante, porque no es el día en sí lo que trae bendición, sino la presencia de Jesús en ese día. Un día de reposo sin Jesús no es día de reposo. Y en nuestra sociedad tan secularizada, donde los horarios de trabajo y de educación han cambiado tanto, el domingo pasó a ser un día más de la semana. Tenemos que pensar, entonces, que el día de reposo es el día en que descansamos en el Señor, el día en que lo vemos tomarnos de la mano y sanarnos de nuestros pecados. Verás, estimado amigo, que cualquier día puede ser un día de reposo para ti. Es más, tal vez tengas varios o muchos momentos de reposo en la presencia de Jesús durante la semana. Qué regalo de Dios que Jesús se siente a tu mesa para tocarte con su gracia.

    Pero también es importante que consideremos las reuniones dominicales donde Jesús viene en la palabra predicada y se hace presente en cuerpo y sangre en la Santa Cena y nos sienta a su mesa para sanarnos de todas nuestras angustias, ansiedades y pecados. Y donde luego nos despide para que vayamos de regreso a nuestras ocupaciones cambiados, en paz, con la esperanza de una nueva vida en la eternidad.

    Estimado oyente, si todavía tienes preguntas acerca de la obra de Jesús por ti, o si podemos ayudarte a encontrar una iglesia donde puedes escuchar la palabra de Cristo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.