PARA EL CAMINO

  • Las consecuencias eternas de lo que pasa en la tierra

  • septiembre 25, 2022
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 16:19-31
    Lucas 16, Sermons: 3

  • Jesús llamó a las personas al arrepentimiento y a depositar su confianza en que Dios proveerá un camino de salvación, ¡y anunció consecuencias eternas! Cuántos no lo entendieron en su momento, cuántos no lo entienden hoy y cuántos menosprecian las advertencias de las consecuencias eternas.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    «Si usted no sigue mis indicaciones se tendrá que atener a las consecuencias.» Cuántas veces habré escuchado esta frase como punto final de una discusión entre dos personas más o menos enojadas. Es que las consecuencias no solo son inevitables, sino también necesarias, ya que pueden frenar a alguien de hacer algo disparatado o pueden hacerle pagar a alguien por su desobediencia. Nosotros también, en algún momento y frente a una situación seria, a veces les preguntamos a nuestros hijos o amigos: ¿No pensaste en las consecuencias?

    Piensa, estimado amigo, cuántas personas están en la cárcel porque no midieron las consecuencias de sus acciones. Lo más triste y grave es cuando alguien sufre una consecuencia como la cárcel porque pensó que podía hacer cosas indebidas y que su astucia lo libraría de tener que sufrir las consecuencias. Por otro lado, algunos criminales parecen haber evitado las consecuencias de sus acciones… al menos por ahora. Pero la verdad es que somos libres de hacer elecciones, de tomar nuestras propias decisiones, pero nunca somos libres de las consecuencias de nuestras elecciones. El criminal que evita un juicio en esta tierra se enfrentará al juez supremo el día del juicio final y sufrirá las consecuencias de sus hechos en esta vida.

    En la historia que nos ocupa hoy, Jesús no está enojado con nadie ni terminando una conversación con la amenaza de que se irán todos al infierno «si no hacen lo que yo les digo». Tampoco está enseñando sobre la crueldad de las riquezas. Jesús está advirtiendo a sus oyentes —formado por un grupo considerable que incluía en primer lugar a sus discípulos— que en la eternidad se reciben las consecuencias de lo que pasa en la tierra. Tal vez esto es para algunos una noticia que los escarmiente si están pensando que podrán escapar al juicio de Dios. Tal vez algunos no creen que habrá consecuencias ulteriores a lo que hacen en la tierra. Tal vez hay algunos que simplemente no miden las consecuencias de su estilo de vida. Y estamos los otros, los que sabemos que lo que Jesús hizo en la tierra tiene consecuencias eternas que nos benefician.

    Vamos a observar un poco más de cerca esta enseñanza de Jesús. Había un hombre rico que disfrutaba de la vida haciendo uso de todo lo que había recibido. Se vestía a la moda, usaba solo ropa de los mejores diseñadores, y todos los días celebraba espléndidos banquetes para los cuales contaba en su casa con un grupo de cocineros de alto nivel que preparaban manjares para él y sus amigos. Y bueno, si puede hacerlo, ¿por qué no? ¡No hay nada de malo en disfrutar lo que uno ha logrado honestamente! Ciertamente no, no hay nada de malo con eso. Ser rico no es pecado.

    Había también un mendigo. Tampoco tiene nada de malo ser mendigo. ¿Será cierto esto? ¿Por qué ese hombre es un mendigo? Tal vez no le gusta trabajar. ¿No pensamos así cuando vemos nosotros a un mendigo en la calle pidiendo unas monedas? ¿No es ese pensamiento el que nos hace algunas veces pasar de largo y no estirar la mano para ayudar al que está necesitado? ¿Qué concepto tienes de un mendigo? El concepto popular en los tiempos de Jesús era que los pobres y menesterosos no tenían el favor de las bendiciones divinas. Seguramente Dios era el último responsable de que los mendigos estén en esa situación, pensaban los vecinos. Pero ser mendigo no es pecado.

    Ese pobre mendigo tenía hambre, ansiaba llenarse de las migajas que caían de la mesa del rico. Debe haber habido tantas migajas en el suelo de la casa del rico que hubieran sido más que suficiente para alimentarlo. El rico tenía la oportunidad de ayudarle, pero no lo hizo.

    Y llegó el día, ese día que todos tememos, ese día que no queremos que llegue pero de sobra sabemos que nos llegará, porque eso es lo que nos espera a todos. Un día, el mendigo murió. Se llamaba Lázaro, que significa: Dios ayuda. Dios ayudó en la vida terrenal a Lázaro a ser paciente con la vida que recibió, a no enojarse ni gritarle al rico que era su deber ayudarle a él. No fue impertinente ni demandó al rico ni a Dios la ayuda que él quería. Su compañía eran los perros que mantenían sus llagas limpias de infecciones. Esa fue su ayuda por un tiempo. Pero cuando llegó el día, Dios ayudó a Lázaro y lo liberó de todas sus miserias y envió ángeles que lo llevaron al cielo, al lado de otro rico, el patriarca Abrahán. Lázaro no fue al cielo porque había sido pobre, o porque había estado llagado y no se había quejado. No, él fue al cielo porque era un hijo redimido de Dios. Sus llagas y su mendicidad fueron la oportunidad que Dios le había dado de demostrar al mundo, y a nosotros hoy, el poder de la fe en aceptar cualquier situación sin murmuraciones ni quejas.

    Y al rico también le llegó el día, y fue enviado al infierno. No porque haya sido rico, sino porque habiendo tenido la oportunidad de demostrar su amor a Dios y ayudar al prójimo alimentando a Lázaro, no lo hizo. Al final, su fe no era genuina. Se había amparado en sus riquezas y en el hecho de que él era de la descendencia de Abrahán. Ahora sufre las consecuencias eternas de su falta de fe. Se cumplió así lo que dice en la carta del apóstol Santiago 4:17: «El que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, comete pecado

    Pero como había sido rico, todavía pensaba que podía pedirle a Abrahán que usara a Lázaro como su sirviente para llevarle un poco de agua. Como eso no funcionó, le pidió a Abrahán que Lázaro fuera a avisarle a sus hermanos vivos en la tierra sobre lo caliente que es el infierno. Y eso tampoco funcionó, porque las consecuencias en la eternidad no se pueden cambiar y porque nadie puede convencer a alguien de la existencia de Dios y de su amor y de su gracia por la humanidad, sino solo la Palabra de Dios. Ningún milagro espectacular abre los ojos a las consecuencias eternas, solo la Palabra de Dios hace eso.

    Estimado oyente, si eres rico o eres pobre no tiene mayor importancia. También a ti te llegará el día, como yo sé que a mí me llegará el día en que moriré y tendré delante de mí las consecuencias eternas de mi vida en la tierra. Me pregunto: ¿Qué he hecho con lo recibido? ¿Qué has hecho tú con lo recibido? Los cristianos tenemos la riqueza más grande que Dios pueda dar a un ser humano: la riqueza de la paz, del perdón de los pecados, de la esperanza de la vida eterna. ¿Cómo es posible esto? La palaba de Dios nos lo explica, más allá de cualquier milagro extraordinario.

    Jesús vino a la tierra y predicó sobre el reino de los cielos. Llamó a las personas al arrepentimiento, a ver su condición de pecadores perdidos y a depositar su confianza en que Dios proveerá de un camino de salvación, ¡y anunció consecuencias eternas! Cuántos no lo entendieron en su momento, cuántos no lo entienden hoy y cuántos menosprecian las advertencias de las consecuencias eternas.

    Jesús no es ni Lázaro ni el hombre rico, pero se hizo uno de ellos. Jesús no es mi persona ni tu persona, pero se hizo uno como tú y como yo, simplemente porque nos ama y porque sabe que no tenemos ninguna capacidad de cambiar la condición en la que hemos nacido. La Escritura a la que hace referencia Abrahán en nuestra historia es categórica en cuanto a nuestro estado pecaminoso. Ni nuestras riquezas, ni nuestras llagas, ni nuestro hambre nos salvan. Ninguna miseria nuestra puede hacernos merecer el cielo. Ninguna riqueza superabundante nuestra puede comprar un cambio de consecuencias en la eternidad. Solo hay uno, y ese es el mismo Dios que se encarnó para sufrir el castigo que nuestra condición merecía. Las llagas de Jesús cambiaron las consecuencias de nuestro pecado, en esta vida primeramente y en la eternidad después, cuando seamos llevados por los ángeles ante la presencia de Dios y de todos quienes murieron confiando en él.

    ¿Recordarás estas palabras de Jesús cuando veas un mendigo? Piensa que tú también eres un mendigo en el reino de los cielos que cada día necesita de las misericordias de Dios. Piensa también que un mendigo puede ser la oportunidad que Dios pone ante la puerta de tu vida para que de lo que tú recibiste, otros puedan ser saciados.

    No importa si eres rico o pobre, lo que importa es que ni tú ni yo estemos esperando que alguien resucite de los muertos para alertarnos de las consecuencias en la eternidad. Nadie se convierte y recibe la fe por un milagro ostentoso, sino por el Espíritu Santo que viene a través de la Palabra sagrada.

    Dios en su bondad nos ha dejado expresada su voluntad por medio de las Escrituras. Hoy las palabras de Abrahán resuenan ante nosotros para que escuchemos a Moisés y a los profetas. Son las Escrituras las que denuncian nuestra condición pecaminosa y las que nos presentan la gracia perdonadora de Dios mediante la sangre que Cristo derramó en la cruz en lugar de todos nosotros.

    Querido oyente, si tienes preguntas respecto de las Sagradas Escrituras y si quieres aprender cómo la palabra de Dios nos muestra el camino a la vida eterna o si podemos ayudarte a encontrar una iglesia donde puedes escuchar la palabra del profeta mayor, Cristo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.