PARA EL CAMINO

  • ¡Llegó el Buen Doctor!

  • octubre 30, 2022
  • Dr. Leopoldo Sánchez
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 11:12-19
    Mateo 11, Sermons: 4

  • El doctor Jesús ha llegado. Juan el Bautista, el último profeta del Nuevo Testamento anuncia la buena nueva. Pero no todos aceptan la invitación al hospital, al reino misericordioso de Dios que nos cura del pecado y la muerte. Jesús nos enseña cómo Dios nos lleva a su reino de misericordia y nos hace receptivos a la medicina que es su buena nueva.

  • «¡Sra. García, Sra. García! ¿Se encuentra la Sra. García en la sala?» —preguntaba la enfermera. «¡Aquí estoy, aquí estoy!»—decía la paciente. «Ah qué bueno. El doctor está listo para verla».

    La escena es familiar. ¿Quién no se ha sentado en una sala de espera por un buen rato con ansias de escuchar a la enfermera llamar su nombre? «¡Sra. García!» Después de hacer una cita con el médico, esperar meses para verlo y luego esperar un poco más de tiempo en la sala de espera, la hora finalmente ha llegado: «El doctor está listo para verla».

    Vemos dos tipos de reacciones al anuncio de la enfermera. Unos bailan, otros lloran. Unos son obedientes y receptivos, pendientes a lo que tiene que decir la enfermera, listos para ver al doctor y con ganas de recibir el remedio necesario para sentirse mejor. Otros son renuentes y rebeldes, no reciben el anuncio de la enfermera con gozo y en realidad no quieren ver al médico. Después de la cita, se rehúsan a seguir sus instrucciones y tomar sus medicinas.

    Después de muchos años de espera, la hora de ver al doctor ha llegado. La enfermera anuncia su llegada, su venida. Unos reciben la noticia con alegría, otros con rebeldía. De manera similar, vemos cómo después de muchos años de espera Dios envía a su profeta, Juan el Bautista, para anunciar la llegada al mundo de su Hijo Jesucristo, el gran médico de nuestras almas. Juan es el mensajero que Dios envía delante de Jesús para prepararle el camino que dará inicio a su misión salvadora.

    No todos recibieron el anuncio del Bautista con gozo. De hecho, por causa de su mensaje, el Bautista termina encerrado en una cárcel, donde se entera de las obras de Cristo y desde donde envía a dos de sus discípulos para preguntarle si él es el Mesías que había de venir. A los discípulos de Juan, Jesús les describe sus obras de salvación como prueba de su identidad como el Mesías enviado de Dios: «Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres se les anuncian las buenas noticias» (v. 5). El doctor Jesús llegó al hospital. Su mensajero el Bautista anunció su venida. Y las obras de sanación y resurrección del gran doctor Jesús nos muestran que, por medio de él, el reinado misericordioso de Dios ha llegado a los seres humanos. ¡Bienvenidos al hospital del Señor! Jesús está listo para sanar a pecadores, porque, como dice en Mateo 9:12: «no son los sanos los que necesitan de un médico, sino los enfermos».

    El doctor Jesús ha llegado. El Bautista anuncia la buena nueva. Juan es el último profeta del Antiguo Testamento, el nuevo Elías que vendría al mundo para proclamar a Jesús. Pero no todos aceptan la invitación al hospital, al reino misericordioso de Dios que nos cura del pecado y la muerte, y de hecho se oponen a recibir las buenas noticias del Bautista. Por eso dice Jesús en el versículo 12: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan». Por este mensaje Juan el Bautista fue desacreditado, encarcelado y al fin martirizado. Por este mensaje Jesús también fue desacreditado y calificado de inmoral y pecador, y finalmente fue crucificado. En los versículos 18 y 19, Jesús explica la reacción de los rebeldes al mensaje del reino: «Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen que tiene un demonio; luego vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y lo califican de glotón y borracho, y de ser amigo de cobradores de impuestos y de pecadores».

    La oposición al reino es real. Pero la violenta reacción en contra de Jesús y su mensajero Juan el Bautista no tiene sentido alguno. Es una contradicción. ¿Cómo es posible rechazar a la enfermera que nos prepara para ver al buen doctor? ¿Cómo es posible negarse a ser atendido por el único doctor, el gran médico especialista, que nos puede sanar de todas nuestras dolencias? ¿Cómo es posible rehusarse a tomar la medicina que nos ofrece el doctor para ser sanados y preservados de la enfermedad y hasta de la muerte?

    Sin embargo, hay oposición al reino, y por eso Jesús nos advierte que tengamos cuidado para no caer en la trágica contradicción de rechazar lo que Dios nos da para nuestro propio bien, de rechazar al médico que el Padre nos envía para sanarnos del pecado y de la muerte. Jesús nos llama a la vigilancia, para no caer en la rebeldía contra el plan de Dios. Nos dice Jesús que no tropecemos por causa de él. Nos dice que no seamos sordos, sino que tengamos oídos para oír la buena nueva. Nos amonesta para que no caigamos en un estado de indiferencia ante las cosas de Dios o de desinterés en las bendiciones de su reino de misericordia, como aquellos niños que escuchan la flauta pero no bailan, o que escuchan canciones fúnebres pero no lloran.

    En la vida diaria, la indiferencia al tratamiento médico puede llevar a la pérdida de la salud y a complicaciones que pueden causar la muerte. En nuestra vida espiritual ante Dios, lo mismo aplica. La frialdad ante las cosas de Dios y su reino, la cerrazón del corazón a su amor en Cristo, no nos permite beneficiarnos de su perdón, vida y salvación. ¡Dios nos guarde de tal desinterés y frialdad que desemboca en la muerte!

    En el texto de hoy Jesús no solo nos advierte a no caer en la sordera o la indiferencia que lleva a la rebeldía contra él y aquellos que proclaman el reino de los cielos, sino que también nos muestra quién nos hace partícipes del reino de Dios. Nos enseña cómo Dios nos lleva a su reino de misericordia y nos hace receptivos a la medicina que es su buena nueva. Además, Jesús nos habla de los beneficios que trae consigo el reino de Dios.

    En primer lugar, la fe en Jesús como nuestro gran médico no es una obra humana sino un don de Dios. O como lo dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 12:3: «Nadie puede llamar «Señor» a Jesús, si no es por el Espíritu Santo». Solo Dios Padre puede abrir nuestros oídos al mensaje que nos revela a Cristo como el gran médico y salvador de nuestras vidas. Solo Dios Padre puede transformarnos de niños indiferentes ante Dios que oyen canciones pero no bailan, a niños sabios que oyen la palabra de Dios y se gozan en ella. En oración Jesús alaba al Padre por revelar su reino de gracia a sus niños, es decir, a sus hijos.

    Un poco más adelante, en los versículos 25 a 27, Jesús dice: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque estas cosas las escondiste de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. El Padre me ha entregado todas las cosas, y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar» (vs. 25-27). La oración de Jesús recalca que solo el Padre nos hace niños sabios al revelarnos a su Hijo, y tal sabiduría de lo alto nos hace hijos adoptados de Dios por medio de la fe en su Hijo Jesucristo (v. 19).

    En segundo lugar, Dios reina en nuestra vida por medio de la escucha de la palabra que nos lleva a la fe en Jesús: «El que tenga oídos para oír, que oiga». Pero es imposible oír sin que Dios nos abra los oídos por medio de su palabra. O como bien lo dice el apóstol Pablo en Romanos 10:14: «¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?». La fe viene por el oír la palabra de Dios, el evangelio de la gracia de Dios, que predican sus profetas como el Bautista, apóstoles, evangelistas y pastores, y que nos lleva a confiar en Jesús como nuestro Señor y Salvador.

    Finalmente, aquellos que reciben del Padre el milagroso don de la fe en Cristo por medio de la proclamación de la palabra son llamados bienaventurados. Jesús dice: «Bienaventurado el que no tropieza por causa de mí» (v. 6). Ser bienaventurado significa ser bendecido por Dios. Es la palabra que usa Jesús para referirse a sus discípulos en su sermón del monte, es decir, a todos aquellos que ponen su confianza y fe en él. Jesús dice: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt. 5:3). La expresión «pobre en espíritu» resalta la fe del humilde discípulo que recibe toda bondad y bien de Jesús.

    En el diario vivir, el enfermo que recibe la receta y medicina del médico la recibe para su bien. Es una persona bienaventurada. De forma similar, en el reino de Dios el pecador que pone su fe y confianza en Jesús, el gran médico de nuestras almas, recibe de él el perdón de sus pecados y la victoria sobre la muerte, es una persona no solo sabia, sino también bendecida. Recibe bienaventuranzas por doquier: consolación, misericordia, la visión de Dios, ser hijos e hijas de Dios—en fin, el reino de los cielos. El que tiene a Jesús tiene al cielo y todas sus bendiciones. Con tantos beneficios que recibir, ¿por qué no visitar al doctor más a menudo? ¡Llegó el buen doctor! Esa es la buena nueva del reino. Cristo es nuestro buen doctor, la iglesia su hospital, su palabra nuestra medicina.

    Si tienes alguna duda o pregunta con respecto al Buen Doctor, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.