PARA EL CAMINO

  • ¿Te asaltan las dudas?

  • diciembre 11, 2022
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 11:2-6
    Mateo 11, Sermons: 4

  • Al igual que Juan el Bautista, nosotros somos simples seres humanos que tenemos una perspectiva muy limitada de la vida. Solo Jesús, el Mesías prometido, pudo hacer las maravillas que hizo y morir por nuestra salvación.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Ahí estaba, en una cárcel, el más grande de los «que nacen de mujer», según el mismo Jesús. Juan el Bautista, el profeta que rompió el silencio de cuatrocientos años, el que nació de una madre estéril y anciana, el ‘medio salvaje’ que vivió en lugares apartados y se alimentó con langostas y miel silvestre. Juan el Bautista predicó la llegada del reino de los cielos con una convicción extraordinaria, denunciando con voz firme a los líderes religiosos que desviaban al pueblo de Dios del verdadero mensaje evangélico. Juan denunció al rey Herodes Antipas por su adulterio, por lo que ahora sufre las consecuencias de su fidelidad a Dios pasando sus días en la cárcel.

    Las prisiones en los tiempos de Jesús eran lugares de muerte lenta: oscuras, sucias, con el aire enrarecido, sin ninguna comodidad, sin salida. En el caso de Juan, él tenía permitido recibir visitas. Algunos de sus alumnos o discípulos caminaban largos trechos para ir a verlo y para contarle acerca de los hechos de Jesús. Así fue como Juan se enteró que Jesús estaba llamando a las personas para que se volvieran a Dios. Y es aquí donde Juan comenzó a notar una diferencia entre su mensaje y el mensaje de Jesús. Si bien Juan señaló a Jesús como «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29), su mensaje también pronunció el juicio de Dios sobre los que hacían oídos sordos a los mandamientos divinos. La predicación de Juan incluyó el anuncio de que el Mesías bautizará con el «Espíritu Santo y fuego… y quemará la paja en un fuego que nunca se apagará» (Mateo 3:11-12). Con la venida del Mesías, Juan anunció que «el hacha ya está lista para derribar de raíz a los árboles… y que el que no da buen fruto será cortado y echado en el fuego» (Lucas 3:9).

    Juan, que nació por milagro divino, no hizo ningún milagro, al menos no se registra nada en las Escrituras al respecto. Pero Jesús sí hizo milagros, y milagros de los buenos, de los que le cambiaban la vida a las personas: Jesús curó enfermos terminales, resucitó incluso a algunos muertos, alimentó multitudes y devolvió la vista a los ciegos y la audición a los sordos. ¿Qué estaba haciendo Jesús? Predicando un Dios misericordioso.

    Y mientras tanto, Juan pensaba: «Y yo estoy en la cárcel sin haber hecho nada para merecerlo». Juan había denunciado la inmoralidad de su rey, confrontándolo con la ley de Dios, y eso lo había puesto en la cárcel. Y ahora parece que Dios, en vez de venir con el hacha a impartir justicia, está sanando gente. ¡Pobre Juan! En el encierro y aislamiento de su celda oscura comenzó a tener dudas de si Jesús era realmente el Mesías. Vale aclarar que Juan nunca desconfió de Dios ni perdió la fe, solo no sabía qué esperar en ese momento. Al igual que nosotros en tantas oportunidades lo hacemos, Juan se preguntaba: si Jesús era el Mesías, ¿por qué no hacía justicia con él? Si podía resucitar muertos, también podía sacar a alguien de la cárcel. Y así fue que mandó a pregunta a Jesús: «¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?»

    La respuesta no vino enseguida, sino que tardó muchos días, porque los mensajeros tenían que recorrer muchos kilómetros, de ida y de vuelta, para llevar la pregunta y traer una respuesta que, tal vez, no era la que Juan esperaba. Pero en su momento llegó la respuesta de Jesús: «Vuelvan y cuéntenle a Juan las cosas que han visto y oído. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres se les anuncian las buenas noticias» (Lucas 7:22). En la oscuridad de la prisión, la mente, las emociones y el espíritu de Juan tal vez comenzaron a nublarse. No podía ver claramente si Jesús era el Mesías o no. Su confianza en la promesa divina estaba, pero había muchas nubes que sembraban dudas sobre Él.

    ¿Qué le pasaba a Juan? Lo que nos pasa a todos nosotros: que somos simples seres humanos que tenemos una perspectiva muy limitada de la vida. Juan no tenía la perspectiva de Dios por el simple hecho de que él no era Dios. El hacha que cortará los árboles que no dan fruto se pondrá en acción cuando Dios venga en Cristo a juzgar a los vivos y a los muertos. Esos son los tiempos de Dios, no los nuestros.

    La respuesta de Jesús a Juan sirvió para dejar en claro que nadie que no viniese de Dios podía hacer las maravillas que él hacía. Nadie podía ni podrá jamás hacer lo que Jesús hizo. Eso quedará contundentemente confirmado los días de la muerte expiatoria de Jesús y de su resurrección triunfante. Sí, Jesús es el Mesías y no hay que esperar a más nadie. El mensaje de Jesús seguramente cambió la perspectiva de Juan. Ahora podía ver la luz aun en la oscuridad de su encierro. Sus dudas quedaron disipadas y su fe fue confirmada. Ahora era libre, a pesar de estar preso en la cárcel.

    ¿Cuál es tu perspectiva de la vida, estimado oyente? ¿Has sufrido, o estás sufriendo algún tipo de prisión física o emocional? ¿Has experimentado momentos oscuros que te produjeron dudas de si Dios realmente existe, o de si el cielo será una realidad que te espera después de la muerte? ¿Te has preguntado alguna vez por qué, si todo lo que Jesús anunció es cierto, tienes que pasar por prisiones, oscuridades malolientes y ansiedades que te inquietan? ¿Qué le preguntarías tú a Jesús? ¿Qué dudas tienes? ¿Crees que Jesús puede sacarte de las dudas que te mantienen aprisionado en la oscuridad?

    Veamos qué podemos aprender de Juan el Bautista. Juan no se puso a comparar su situación de encierro con la libertad de la cual disfrutaba Jesús. Tampoco creó tormentas en su mente ni buscó consejo en otras personas: si Jesús le producía dudas, Jesús debía sacárselas.

    Ni tú, ni yo, ni nadie vamos a alcanzar nunca la perspectiva de Dios, porque somos criaturas que tenemos la vista nublada y tergiversada por el pecado que nos contamina. Incluso los creyentes más firmes podemos tener dudas, porque la fe se desarrolla y crece cuando pasamos por momentos de oscuridad. Los días oscuros nos hacen buscar a Dios y a confiar más en él. Las dificultades nos muestran nuestra perspectiva de pecadores limitados, y la fe nos muestra a Dios que todo lo puede, incluso a un Dios que se hizo hombre para cargar con nuestro pecado, ocupar nuestro lugar en la cruz y pagar el precio enorme de nuestra desobediencia.

    Así como hizo con Juan, Jesús nos llama hoy a que veamos y escuchemos todo lo que él hizo. Jesús, el Mesías, el Cristo de Dios, mostró su amor por nosotros cuando se encarnó en una virgen, se caminó toda Judea, Samaria, Galilea y, cruzando los límites de su región, se fue a lugares más oscuros todavía. Allí predicó y demostró con señales que él era Dios mismo que venía a rescatar a los seres humanos que estábamos encerrados en nuestro pecado, aprisionados por nuestros rencores, y paralizados por nuestros miedos.

    Y si todavía tenemos dudas de que él es el Mesías que había de venir como salvador de la raza humana, él mismo nos invita a mirar al Gólgota, el lugar fuera de Jerusalén donde la oscuridad se cerró por tres horas sobre la cruz de Cristo, preanunciando su muerte inminente. Nos invita a ir a su tumba vacía, donde quedó encerrado bajo llave con guardias a la puerta.

    Los discípulos también tenían dudas de todo lo que había sucedido en esos últimos años. Pero un rayo de luz divina los alcanzó cuando Jesús resucitó de entre los muertos para que creyeran sin dudar de que él era el Dios salvador. Tomás tuvo que ver con sus propios ojos y tocar con sus manos las heridas de Jesús para sacarse las dudas. Y cuando Jesús se estaba despidiendo de ellos para volver al Padre en los cielos, el evangelista Mateo dice que cuando los «discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había señalado… algunos lo adoraron. Pero algunos dudaron» (Mateo 28:16-17).

    Es que las dudas nos acompañarán toda la vida, especialmente en los momentos oscuros y cuando sentimos que nuestras limitaciones humanas nos aprisionan. Es en esos momentos en que debemos mirar y recordar lo que Jesús hizo. Porque en sus obras y en sus palabras vemos su amor, y en su mensaje aprendemos de su misericordia por nosotros y del perdón de los pecados que arroja un rayo de luz divina en nuestra vida, cambiándola para siempre.

    Ante la duda, debemos dirigirnos directamente al Señor Jesús y a lo que, por su causa, Dios hizo en nuestro bautismo. Aunque haya pasado mucho tiempo desde nuestro bautismo, sus efectos, sus beneficios y sus bendiciones eternas siguen activos. Jesús prometió que «El que crea y sea bautizado, se salvará» (Marcos 16:16a). Esa promesa debe erradicar toda duda. Dios sigue, además, poniendo sobre su mesa —el altar— al propio Señor Jesús en cuerpo y sangre. Es mediante el pan y el vino que recibimos el cuerpo y la sangre de Jesús para reafirmarnos en el perdón de los pecados y para fortalecernos en la fe. Es en la Sagradas Escrituras que encontramos todas las promesas de Dios y el cumplimiento de muchas de ellas. Para el cumplimiento de las que aún faltan, tendremos que esperar hasta que él regrese. Mientras tanto, tenemos que aprender a mirar a Jesús, a seguirlo de cerca y a meditar, con la guía y el poder del Espíritu Santo, en todas las cosas que él hizo, porque las hizo por nosotros, para no dejar dudas de que él nos ama hasta la muerte y por toda la eternidad.

    Jesús apuntó a las obras que estaba haciendo para convencer a Juan —y a sus discípulos— de que él es el Mesías que fue esperado por largos siglos en Israel. El evangelista Juan nos señala a Jesús diciendo al final del capítulo veinte de su evangelio: «Jesús hizo muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer, tengan vida en su nombre» (Juan 20:30-31).

    ¿Todavía te asaltan las dudas, estimado oyente? Mira a Cristo y a lo que él ha hecho por ti. Mira con cuánto amor dejó el cielo para encaminarse a la cruz llevando tu pecado, para liberarte de la prisión espiritual y la oscuridad que puede hacerte tropezar. Míralo sonriendo al salir de la tumba para proclamarte su victoria sobre el mal, el pecado y la muerte.

    Si de alguna manera podemos orar por ti, o si podemos ayudarte a encontrar una iglesia donde puedas escuchar su Palabra, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosostros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.