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PARA EL CAMINO
TEXTO: 1 Corintios 1:10-18
1 Corintios 1, Sermons: 9
La cruz de Cristo es al mismo tiempo locura y tontería para los sabiondos de este mundo, y poder de Dios para los que se salvan. Es una locura y una tontería para los que no tienen el Espíritu Santo. Es una piedra de tropiezo para los que se envanecen en su inteligencia, pero es también el único camino a la salvación eterna.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
La iglesia de Cristo ha hecho profundos cambios en la sociedad desde el principio de su existencia. El impacto ha sido tal, que el mundo no volvió a ser el mismo desde que Jesús instauró el reino de los cielos aquí en la tierra. Se fundaron hospitales y orfanatos, las mujeres salieron del oscuro lugar donde estaban sometidas y fueron libres en Cristo, todas las razas y etnias humanas fueron restablecidas para ser iguales ante Dios (Gálatas 3:28) y los niños comenzaron a tener un lugar de honor en la sociedad. Todo esto hizo Dios a través de los creyentes que tenían el mandato de permanecer unidos para demostrar al mundo el poder del evangelio. Jesús oró por la unidad de su iglesia con estas Palabras: «[Padre] no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno… para que el mundo crea que tú me enviaste» (Juan 17:20-21). El apóstol Pablo, recogiendo esta oración de Jesús, les pide a los creyentes en Filipos: «Compórtense ustedes como es digno del evangelio de Cristo… en un mismo espíritu y luchando unánimes por la fe del evangelio» (Filipenses 1:27).
La oración de Jesús y las advertencias de los apóstoles de conservar la unidad eran y son necesarias para mantener a una iglesia que testifica que Jesús es el enviado de Dios. Pero con apenas echar un vistazo superficial a la iglesia cristiana actual, vemos cómo se ha fragmentado. Hoy hay cientos de denominaciones cristianas, y no sin razón esta es una de las críticas más severas que recibimos como iglesia. Si todos tenemos el mismo Cristo, ¿cómo es que no podemos formar una iglesia unida? ¿Por qué hay tanta división? ¿Por qué no mostramos un solo corazón al mundo? La respuesta la tiene el apóstol Pablo en el pasaje que nos ocupa hoy.
Los corintios, elocuentes para hablar y decir discursos, «profundos» en su sabiduría humana basada en la filosofía de sus grandes pensadores, usaban la lógica y la razón humana hasta ponerla hasta su más alto nivel, intentando conectar su sabiduría con el evangelio de Jesucristo. Pero no pudieron, ni nadie podrá hacerlo jamás. La sabiduría humana envanece y carece del amor genuino de Dios. Los miembros de la congregación de corinto agregaron todavía un pecado más, se dividieron. Rompieron la unidad por la que Jesús oró a su Padre. Rompieron su fidelidad a Dios y comenzaron a endiosar a los líderes que les habían servido. Confundieron a los mensajeros con el mensaje. El apóstol Pablo les ruega que se pongan de acuerdo y que no haya divisiones entre ellos (v 10). El apóstol usa la ironía para llamarles la atención: «¿Acaso Cristo está dividido? ¿Acaso Pablo fue crucificado por ustedes? ¿O fueron ustedes bautizados en el nombre de Pablo?» (v 13). ¿Qué es lo importante aquí? ¿A dónde debemos ser reenfocados? Cristo me envió a predicar el evangelio, dice Pablo, y no con palabras elocuentes, para que la cruz de Cristo no pierda su valor (v 17).
¿Qué había pasado en Corinto? Había pasado lo predicho por el profeta Isaías muchos años atrás: «Este pueblo se acerca a mí con la boca, y me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí; el temor que de mí tiene no es más que un mandamiento humano, que le ha sido enseñado. Por eso, volveré a despertar la admiración de este pueblo con un prodigio impresionante y maravilloso. Quedará deshecha la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos» (Isaías 29:13-14). Eso es lo que había pasado en la iglesia de Corinto. A pesar de toda su sabiduría humana, sus miembros eran superficiales respecto de las cosas espirituales, habían entendido a Cristo livianamente. Dios dice en Isaías: «Volveré a despertar la admiración de este pueblo con un prodigio impresionante y maravilloso.» Pablo construye sobre esta afirmación divina y nos dice: ese prodigio impresionante y maravilloso es la cruz de Cristo.
¿Por qué es tan importante la cruz de Cristo? ¿Qué pasó en la cruz? En la cruz quedó expuesto el poder del pecado. La cruz revela nuestra condición. La cruz de Cristo unifica a todo el género humano. Nadie escapa a esta realidad tan cruda. La cruz es una señal de la ira de Dios hacia el pecado y al mismo tiempo es la señal del amor de Dios por el pecador. En vez de haber millones de cruces donde todos los pecadores, cada uno de los seres humanos nacidos en este mundo, estuviéramos colgados, hay solo una cruz que es prodigiosa, que es impresionante y maravillosa: la cruz que sostuvo al Hijo de Dios. La cruz nos revela que el pecado es cosa seria y que Dios no lo pasa por alto, porque su ley tiene que ser cumplida. Por lo tanto, el castigo por el pecado es la muerte, temporal y eterna. La cruz nos revela que ninguno de nosotros es más pecador que otros. Todos somos igualmente pecadores ante Dios.
En la cruz de Cristo la sabiduría humana quedó al desnudo y mostró su insensatez y su vanidad. Nuestra sabiduría no puede llegar a conocer a Dios ni sus caminos. Nuestra sabiduría se estrella contra la realidad de la cruz, porque nuestra sabiduría y nuestra razón están contaminadas por el pecado. No pueden conocer a Dios, por eso, «el mensaje de la cruz es ciertamente una locura para los que se pierden» (18).
En la cruz Dios mismo quedó expuesto. Su humildad, su vulnerabilidad. En la cruz el amor de Dios se mostró en toda su expresión. Es en la cruz de Cristo donde conocemos la misericordia de Dios, esa misericordia que nos muestra cada día y que le costó la vida de su propio Hijo. En la cruz el castigo por nuestra desobediencia quedó saldado. En la cruz de Cristo el castigo dio lugar al perdón. Aquí es donde se produjo lo que el reformador Lutero llamaba el «intercambio feliz». Jesús carga mis culpas y yo soy liberado. Jesús muere para que yo viva eternamente en el cielo.
En la cruz donde Cristo murió, la muerte quedó vencida. El Padre resucitó a Cristo victorioso al tercer día para confirmar su amor por nosotros, para confirmar su poder y su buena voluntad de perdonarnos y llevarnos para estar con él para siempre. Nuestra muerte quedó vencida. De antemano, ya antes de morir, sabemos que saldremos victoriosos porque en Cristo la muerte no tiene poder eterno.
La cruz de Cristo es al mismo tiempo locura y tontería para los sabiondos de este mundo, y poder de Dios para los que se salvan. Cuando Pablo usa aquí la palabra poder, se refiere al mismo término que nosotros usamos para dinamita. Eso es el evangelio, ese es el amor de Dios que rompe los corazones endurecidos y pone corazones nuevos. El amor de Dios en Cristo tiene la fuerza de la dinamita para restaurar los corazones quebrantados, fortalecer los corazones débiles y animar a los que están hundidos en desánimo.
La cruz nos une ahora de otra manera. Nos une en la verdadera unidad por la que Jesús oró y por la que tanto insistió Pablo a las congregaciones cristianas de su tiempo. La sabiduría de la cruz es diferente a la humana, es simple y efectiva como la cruz misma. La sabiduría que Dios mostró en la cruz es tan simple que hasta un niño la puede entender, porque un niño reconoce el amor cuando lo experimenta. La cruz de Cristo son solo dos pedazos de madera. Uno plantado en la tierra apuntando al cielo, lo que nos recuerda que Cristo nació en esta tierra, en este mundo en el que tú y yo habitamos, para apuntarnos al cielo. El mástil principal nos señala nuestra relación con el Padre celestial. Sin la cruz de Cristo no hay relación posible con Dios. Es solo por medio de Cristo que tenemos esa relación con Dios que nos hace sabios para vida eterna. Por esa cruz bajó el perdón para todos los que vemos en Jesús al salvador del mundo.
El otro palo, el que sostiene los brazos de Jesús, es el que nos muestra la comunión que debe haber en la iglesia. Los brazos de Jesús nos señalan la misión de ir por todo el mundo a proclamar su obra de amor por los pecadores.
El poder de Dios de salvar todavía está activo, estimado amigo, y se mantiene simple como una cruz. Es una locura y una tontería para los que no tienen el Espíritu Santo. Es una piedra de tropiezo para los que se envanecen en su inteligencia, pero es también el único camino a la salvación eterna. El poder del evangelio se distribuye en el mundo mediante la obra del ministerio de la iglesia. El poderoso y restaurador poder de Dios viene a nosotros cada vez que oímos su mensaje predicado, cada vez que en la Santa Cena comemos el cuerpo y la sangre de Jesús derramada para el perdón de nuestros pecados. El poder de Dios se renueva en nosotros cada mañana cuando recordamos los beneficios del bautismo en el cual fuimos lavados de nuestras transgresiones y hechos hijos de Dios.
¿Quién te bautizó estimado oyente? No importa saberlo. ¿Quién te trajo al evangelio? Tampoco es tan importante. ¿Quién murió en la cruz por tus pecados? ¿Quién cometió la «locura» de dejar la gloria del cielo para cargar los más horribles pecados sobre sus hombros y liberar a sus criaturas perdidas? Eso sí importa. Es lo único importante, porque Cristo es el único que puede y quiere cambiar nuestra vida para siempre.
Dios sigue obrando por y para nosotros hoy. Es mi oración que la simpleza del evangelio te traiga paz mediante el perdón y te anime en la esperanza de la vida eterna. Y si podemos servirte de alguna otra forma, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.