PARA EL CAMINO

  • Qué débiles que somos, qué fuerte es Cristo

  • febrero 26, 2023
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 4:1-11
    Mateo 4, Sermons: 5

  • El diablo no es el dueño de nada ni tiene poder para dar nada, excepto ilusiones. Sin embargo, le promete a Jesús las mismas cosas que su Padre le había prometido. Con nosotros hace lo mismo: nos cautiva con sus falsas promesas e ilusiones para apartarnos de Dios. Pero cuando somos débiles, Jesús es fuerte por nosotros.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Cuando los discípulos de Jesús le pidieron que les enseñara a orar, Jesús les dijo una breve oración que concluye con las palabras: «No nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal» (Mateo 6:13 BJ). Tiempo después entendimos cómo la tentación y el mal, o el maligno, están íntimamente ligados. Y aprendimos también que somos débiles y presa fácil de caer en tentaciones. Jesús refuerza esta verdad cuando, en la noche en que fue entregado, les pide a sus discípulos que se mantengan despiertos mientras él ora pero los encuentra dormidos. Entonces les dice: «Manténganse despiertos, y oren, para que no caigan en tentación» (Mateo 26:41).

    ¿Será tan malo o peligroso caer en tentación? ¿Por qué hay tanta advertencia en la Biblia sobre las tentaciones? El pasaje bíblico que estudiamos hoy nos abre los ojos a las bendiciones que Dios tiene para nosotros y a los peligros que nos las quieren quitar.

    Después que Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán, nuestro texto nos dice que el Espíritu Santo lo llevó «al desierto, para ser tentado por el diablo» (v 1). Es decir que este momento en la vida de Jesús ya estaba programado. ¿Por qué tuvo que pasar Jesús por esas pruebas? Por la misma razón por la que tuvo que nacer en Belén y morir en una cruz y resucitar y volver al cielo. Jesús no tenía ninguna necesidad personal de hacer todas estas cosas, pero las hizo por nosotros.

    Vamos a desarrollar un poco esta historia. El diablo siempre estuvo metiendo sus narices en la creación de Dios y corrompiendo lo bueno, lo puro, lo santo que Dios puso en el mundo. Cuando Jesús nació, el diablo sabía que Dios estaba comenzando a cumplir la sentencia que le había dado en el jardín de Edén de que, de la descendencia de una mujer, iba a venir aquél que le aplastaría la cabeza. Entonces, antes de que las cosas pasaran a mayores, el diablo usó a Herodes el Grande para mandar a matarlo. Lamentablemente, lo único que logró fue enlutar a muchas familias de Belén matando a sus pequeños hijitos, pero no a Jesús. Sabemos que más adelante el diablo se metió en Judas para traicionar a Jesús y luego usó a Pilato para sentenciar a Jesús a muerte. El diablo obraba siempre disfrazado de algo o de alguien. En el pasaje de hoy, encontramos que Jesús es confrontado por el diablo en persona. Tenemos aquí un duelo mano a mano, y los dos contrincantes usan la palabra de Dios que, como leemos en Hebreos 4:12, es como una espada de doble filo.

    Lo que me parece muy interesante es que esta historia de la tentación de Jesús no tiene ningún testigo. Ninguno de sus discípulos vio algo. Entonces, ¿cómo llegó hasta nosotros este relato? Fue el mismo Jesús quien se lo contó a sus discípulos. Tal vez, en la calma de una noche, sentados alrededor del fuego, Jesús les dijo a los suyos: «Les voy a contar cómo comenzó todo esto.» Y como texto bíblico, quizás Jesús usó los primeros capítulos del libro de Deuteronomio y comenzó a explicarles a sus discípulos la importancia del mandamiento más importante: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas» (Deuteronomio 6:5). Porque, en esta historia de la tentación, todas las respuestas de Jesús están basadas en los capítulos 6 a 8 de Deuteronomio, y el ancla de Jesús para vencer la tentación fue su fidelidad al mandamiento más importante de amar a Dios sobre todas las cosas. En esta historia Jesús se muestra como uno que ama a Dios perfectamente. El diablo, que no solo no ama a Dios, sino que también le tiene miedo, usa astutamente las historias del Antiguo Testamento para apartar a Jesús de su ministerio de salvación. El tentador intenta por todos los medios y con su mayor astucia no perder esta batalla. De lo contrario, pasaría toda la eternidad encarcelado en el infierno.

    Y es así que el diablo le propone a Jesús algo que ambos saben muy bien: que Dios puede hacer milagros y proveer de pan sin estar cerca de una panadería. En pleno desierto Dios había alimentado con maná al pueblo de Israel por 40 años. En pleno desierto el profeta Elías se despertó y encontró un pan asándose en la cueva donde estaba escondido, lo comió y pudo caminar 40 días hasta llegar adonde Dios quería que llegara, según leemos en 1 Reyes 19:5-8. Pero, si Jesús convertía las piedras en pan, estaría desconfiando de que su Padre le proveería de todo lo necesario para la vida. Por eso Jesús responde con palabras de Deuteronomio: «Escrito está: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (v 4; Deuteronomio 8:3). Jesús confía en lo que la palabra de Dios dice, y actúa en consecuencia.

    El diablo, entonces, cambia de táctica. Lleva a Jesús al lugar más alto que encuentra en el templo, que está a unos 150 metros del suelo rocoso (nadie sobreviviría un salto desde esa altura), y allí usa la palabra de Dios. Imitando la primera respuesta de Jesús, le dice: «Escrito está: ‘A sus ángeles mandará alrededor de ti'», citando el Salmo 91:11. Pero se le escapó un pequeño gran detalle. Dejó fuera un versículo anterior (v 9), que dice: «Por haber puesto al Señor por tu esperanza, por poner al Altísimo como tu protector… el Señor mandará a sus ángeles a ti.» Satanás quería mostrarle a Jesús que si él no aceptaba su desafío estaba desconfiando de su Padre. Pero Jesús no cae en la trampa, conoce el Salmo y sabe que la protección divina lo acompaña siempre mientras ponga toda su confianza en Dios y no en el diablo. Jesús amaba a su Padre sobre todas las cosas y obedecía su Palabra. Por eso su respuesta, nuevamente de Deuteronomio, es: «También está escrito: ‘No tentarás al Señor tu Dios'» (v 7; Deuteronomio 6:16).

    Llevar a Jesús a lo más alto del templo no funcionó, así que el diablo usa una táctica más «elevada». Lleva a Jesús a un monte muy alto y le ofrece ¡lo que no tiene! ¡Qué mentiroso! Dios, el creador y dueño del mundo, ya le había ofrecido a su Hijo que lo iba a poner sobre todas las cosas. En el Salmo 2(:8) Dios le dice a su Hijo: «Tuyos serán los confines de la tierra.» El diablo no es el dueño de nada ni tiene poder para otorgar nada, solo ilusiones. El diablo propone darle a Jesús todos los reinos que el Padre le prometió dar, pero sin necesidad de ningún sacrificio. Jesús no tiene por qué estar pasando hambre en el desierto ni ser pobre ni andar con gente común y corriente ni sufrir latigazos y humillaciones vergonzosas ni morir por nadie. El diablo le ofrece a Jesús lo mismo que el Padre celestial, pero sin molestias ni sacrificios. Por supuesto que el diablo no cumplirá. Jesús lo sabe muy bien. A los judíos Jesús les dice: «[El diablo] no se mantiene en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira habla de lo que le es propio; porque es mentiroso y padre de mentira» (Juan 8:44). La respuesta de Jesús es simple: «Vete, Satanás, porque escrito está: ‘Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás'» (v 10; Deuteronomio 6:13). Con esta respuesta, basada en el mandamiento más importarte, Jesús venció al diablo. Y los ángeles vinieron a servirle y seguramente satisficieron su hambre… porque el Padre en los cielos siempre provee.

    Unos cuantos años después, hablando sobre este pasaje de Mateo, los testigos de la vida, muerte y resurrección de Jesús dicen en la Carta a los Hebreos (4:15): «Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado.»

    Cuánta verdad encierra este versículo. Nosotros, los seres humanos, también somos tentados. Desde el principio mismo, y viviendo en la abundancia y felicidad del jardín de Edén, Adán y Eva desconfiaron de la advertencia divina y le creyeron al mentiroso, al que les pintó un panorama mucho más lindo de lo que ya tenían. Por supuesto que no se cumplió lo que el diablo prometió, sino lo que Dios les advirtió en Génesis 3:3: «No coman del fruto del árbol que está en medio del huerto ni lo toquen. De lo contrario morirán».

    La sabiduría popular también da algunas advertencias, como la que dice: «Cuanto más alto llegas, más fuerte el porrazo.» El diablo nos lleva a querer escalar posiciones en el trabajo, en el deporte, en cualquier lado donde estemos en la vida. Nos pone alto en la cima y nos muestra cuánto podemos conseguir si seguimos su consejo de desobedecer —aunque sea un poquito— el más importante mandamiento, el de amar a Dios. En abundancia somos tentados, porque comenzamos a creer más en nosotros mismos y en nuestra «buena suerte» que en Dios. En la escasez y en la enfermedad somos tentados a pensar que Dios no nos ama. Es tan fácil para él convertir piedras en pan, curar a mi ser querido que está muy enfermo, darme un trabajo mejor, ¡pero no lo hace! Somos tentados a buscarnos otra pareja cuando nuestro cónyuge no está a la altura de nuestras expectativas. Somos tentados a no amar más a aquellas personas tóxicas que nos abruman. Somos tentados a juzgar a los que no son tan buenos como nosotros. Y cuántas veces caemos en la tentación.

    Jesús murió por nosotros para pagar por nuestros pecados y resucitó para darnos vida eterna. Jesús también fue tentado por nosotros. Pero no cayó en la tentación, sino que venció al maligno con la Palabra de Dios. Este pasaje nos muestra cuán débiles somos y cuán fuerte es Jesús.

    Como decimos comúnmente, Jesús «hizo de tripas, corazón». Jesús se enfocó en la palabra del Padre y no dejó que el hambre de cuarenta días de abstinencia de comida le cambiara el corazón. Lo hizo por su Padre, para honrar su llamado. Lo hizo por él mismo, para seguir adelante en el plan de salvación. Lo hizo por nosotros, para infundir en nosotros el ánimo y la confianza en que él es fuerte y puede vencer al diablo, así como lo venció en la cruz. Jesús es tan fuerte que puede vencer la muerte ¡por nosotros! Jesús es el pan de vida que se ofrece constantemente en la Santa Cena, el alimento celestial en el cual él se da a sí mismo, en cuerpo y sangre, para fortalecernos en la fe y en la esperanza de la victoria final.

    Jesús nos envía el Espíritu Santo para ser nuestro apoyo, nuestra fortaleza, nuestra guía. Es el mismo Espíritu que llevó a Jesús a ser tentado y que lo sostuvo en el camino de la redención. Es el mismo Espíritu que dirigió a los profetas en el Antiguo Testamento y luego dirigió los comienzos y el desarrollo de la iglesia. Es el mismo Espíritu que nos dio la fe y que nos sostiene en ella para reafirmarnos en el perdón de nuestros pecados. Ese Espíritu Santo, que nos fue dado en el Bautismo, sigue viniendo a nosotros mediante la predicación y la Santa Cena.

    Es mi oración, estimado oyente, que puedas confrontar las tentaciones que vives a diario con la Palabra de Dios y crezcas en la confianza de que estás asistido por Jesús, que es mucho más fuerte que tú. Y si podemos servirte de alguna otra forma, o si podemos ayudarte a encontrar una congregación cristiana en tu área, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.