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PARA EL CAMINO
¿Qué ve Dios cuando mira al mundo? Enemistad hacia Él, rechazo de su verdad, indiferencia a sus mandamientos, rebelión a su voluntad. Aun así, la Palabra nos dice que Él amó al mundo. Y esto incluye a todas las personas: los buenos y los malos, los que se rebelan contra Él, los que viven alejados de Él. Nos amó a ti y a mí y a todo el mundo. Esta es la maravillosa gracia de Dios: que cuando merecíamos el castigo eterno, Él nos dio su amor.
En el evangelio de hoy se nos muestra de manera clara y precisa la grandeza del amor de Dios por la humanidad. Si en alguna ocasión alguien nos preguntara como podemos resumir en una sola palabra el mensaje de toda la Biblia, creo que con toda seguridad pudiéramos decir que esa palabra es «Amor». Esa es la esencia misma de Dios. La Biblia nos dice en 1 Juan 4:8 que «Dios es Amor» y el verso nueve nos dice: «En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito, para que vivamos por él». Esto puede entenderse como que, esta es la mayor muestra de amor: enviar a su Hijo al mundo a entregar su propia vida. Es interesante que el apóstol Juan dice que el amor consiste no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros. ¿Que había en el mundo que Dios pudiera o debiera amar? Cuando Juan se refiere al mundo, utiliza la palabra griega «cosmos», la cual presenta al mundo como una entidad hostil hacia Dios, que lo desprecia y rechaza su amor. ¿Qué ve Dios cuando mira al mundo? Enemistad hacia Él, rechazo de su verdad, indiferencia a sus mandamientos, rebelión a su voluntad. Aun así, la Palabra nos dice que Él amó al mundo. Y esto incluye a todas y cada una de las personas que habitan sobre la faz de la tierra, los buenos y los malos, lo que se rebelan contra él, los que viven sin Dios y sin ley, a los pecadores. Nos amó a ti y a mí y a todo el mundo. Esta es la maravillosa gracia de Dios: que cuando merecíamos el castigo eterno, Él nos dio su amor.
El mundo estaba perdido, alejado de Dios. Enjuiciados y condenados por causa del pecado, totalmente desesperanzados y con una inmensa necesidad. Y ¿qué hace Dios? Dios da. Él nos da a su amado Hijo. Cuando Dios da a su Hijo, se da así mismo. ¿Puedes entender la grandeza de este amor? ¿La grandeza de este regalo? ¿Qué más podía darnos? Se dio por completo. ¿Quién pudiera medir este amor? Como en una ocasión mencionó un predicador: «Pareciera como si Dios nos hubiera amado a nosotros más que a su único hijo». Lo entregó a morir en la cruz por amor a nosotros. Las palabras de Jesús en la cruz (Marcos 15:34) «lama sabactani» que significan «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?», muestran la entrega completa y total del Hijo, a tal punto de hacer que el Padre escondiera su rostro de Él, haciéndose maldición por amor a nosotros. Ese era el regalo de amor prometido a la humanidad desde el principio, en el huerto de Edén, cuando se dio la caída del hombre, cuando se rompe la relación con Dios. En ese momento el Padre nos promete un salvador, un redentor nos fue proclamado, un hijo nos fue dado. ¡Que tremendo regalo!
Y nos dice el pasaje, «para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna». Es por medio de la fe en el Hijo Jesucristo, que somos hechos hijos de Dios. No es una obra nuestra, no es algo ganado o merecido, el apóstol Pablo en su carta a los Romanos 4:1-6, dice que si fuéramos justificados por nuestras propias obras ya no sería un regalo sino un salario, algo merecido y tendríamos de qué jactarnos. Sin embargo, la promesa se recibe solamente por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea segura. Y esta fe viene a nosotros por medio del Espíritu Santo que nos es dado en la Palabra y los sacramentos.
Esto era lo que Jesús le estaba explicando a Nicodemo, un importante fariseo entre los judíos que fue a ver a Jesús de noche, reconociéndolo como un maestro de parte de Dios. Jesús le habla del nuevo nacimiento, aquel nacimiento que no es físico, sino que se da por medio del agua y del Espíritu Santo, señalando el sacramento del bautismo cristiano y el gran milagro de la nueva vida en Cristo. En el lavamiento del bautismo, el Espíritu Santo nos limpia de todo pecado, nos hace morir al viejo hombre y resucitar como nuevas criaturas en Cristo, como nos dice la Palabra en Romanos 6:4: «Porque por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que así como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva».
Para Nicodemo este era un concepto difícil de entender, especialmente siendo un judío, fariseo, al que se le había inculcado toda su vida la importancia de guardar las obras de la ley. Igualmente, para muchas personas hoy día que buscan «ganar» el favor o el perdón de Dios por medio de sus propios méritos, el mensaje de la salvación por la fe puede resultarles difícil de entender. Pero Dios es un Dios de pactos, así se nos reveló desde un principio. Pactando con Noé y su familia para la multiplicación de la tierra después del diluvio y utilizando el arcoíris como una señal de ese pacto. Luego hizo pacto con Abrahán para formar el pueblo de Israel y utilizó la circuncisión como señal de ese pacto. Más adelante pactó con Moisés y el pueblo de Israel y les dio como señal las tablas de la Ley. De hecho, la Biblia está dividida en dos grandes pactos, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, el Antiguo pacto era la Ley, que decía «haz esto y vivirás», lo que hacía que el pacto fuera imposible de cumplir por parte del ser humano, ya que la ley de Dios es perfecta y santa, y los hombres somos imperfectos y pecadores. El apóstol Pablo nos dice en Gálatas 3:10, que bajo este antiguo pacto estábamos bajo condenación ya que éramos incapaces de cumplirla, el pasaje lee: «Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues está escrito: «Maldito sea todo aquel que no se mantenga firme en todas las cosas escritas en el libro de la ley, y las haga.» Por eso era tan importante el advenimiento de un nuevo pacto, este Nuevo Pacto en Jesús es la gracia, la cual dice «El Justo por la fe vivirá» (Romanos 1:17).
En su explicación a Nicodemo, Jesús utiliza también la figura de la serpiente de bronce que Moisés levantó en el desierto como el único medio provisto por Dios para la salvación de los israelitas que morían picados por las serpientes ardientes. Jesús le está recordando esta historia a Nicodemo y le dice que de la misma manera Él sería levantado como el único medio provisto por Dios para la salvación de la humanidad. Para todas las personas que están muriendo, mordidos por las serpientes del pecado y que el veneno corre por sus venas, llenos de maldad y de pecado, hay una esperanza, hay un remedio: se llama Cristo Jesús, el hijo de Dios, levantado en la cruz para el perdón de los pecados. Dios habló al pueblo de Israel por medio de su profeta Moisés, para que, al ser picados por las serpientes venenosas, levantaran su mirada con fe a la promesa de Dios. De otra manera cómo hubieran podido saber para qué se había levantado la serpiente de bronce. ¿Puedes visualizar a Moisés, corriendo hacia el pueblo y exclamado: ‘miren, miren con fe y sean salvos’? Asimismo, hoy Dios nos habla y nos llama, y por medio de la proclamación del Evangelio el Espíritu Santo exclama, apuntando a Cristo y diciendo: vean, vean con fe al Hijo de Dios y sean salvos, porque no envió Dios a su Hijo para condenar al mundo sino para que el mundo sea salvo por Él. La salvación es una promesa cumplida, es una realidad, está garantizada bajo el Nuevo Pacto, el pacto de la gracia y la salvación por fe, este pacto fue firmado con sangre. Jesús lo ratifica en la institución de la Santa Comunión, diciendo: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por ustedes va a ser derramada» (Lucas. 22:20b).
Para finalizar, en esta poderosa declaración de que «Dios amó al mundo» encontramos también el llamado a extender ese amor a todas las personas que nos rodean. Dios continúa ofreciendo su amor, gracia y perdón a este mundo. El Señor usa a su iglesia para proclamar su mensaje de salvación, su Espíritu nos capacita para amar y servir a nuestro prójimo. No permitamos que nada en este mundo, ni las adversidades o tribulaciones, ni las dificultades de la vida, nos hagan olvidar quiénes somos en Cristo y el inmenso amor que hemos recibido de Dios.
Amigo que me escuchas, abre tu corazón al llamado del Espíritu Santo y cree en el Hijo Jesucristo, a quien el Padre envió a este mundo porque te amó tanto. Y déjame decirte que mientras Dios el Padre exista, su amor continuará alcanzándote, mientras Dios el Hijo exista, gracia y perdón seguirán llegando a tu vida, mientras Dios el Espíritu Santo viva, fe y esperanza continuarán preservándote hasta el día en que estemos con Él en la vida eterna.
Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a ver que Jesús tiene la autoridad de perdonar tus pecados y de resucitarte al fin de los tiempos para estar con él y con toda la multitud de creyentes, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.