PARA EL CAMINO

  • Dios sabe lo que nosotros no sabemos y puede lo que nosotros no podemos

  • marzo 19, 2023
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 9:1, 6-11, 24-34
    Juan 9, Sermons: 2

  • El ciego de nacimiento recobró la vista al lavarse los ojos, siguiendo la orden de Jesús, y volvió con nuevos ojos que le mostraron lo que Dios puede hacer con la vida. De la misma manera, en el acto del bautismo Dios nos hace sus hijos, nos perdona el pecado que nos daña y condena, y nos abre los ojos a una nueva vida. Solo Dios puede y quiere hacer eso.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Muchos años atrás, en mi país había un programa cómico de televisión que se llamaba: Polémica en el bar. Se trataba de un grupo de amigos que se juntaban a tomar un café en un bar y discutían de cualquier tema. Un grupo de amigos donde cada uno sabía menos que el otro y donde cada uno quería imponer su punto de vista, todo rodeado de un humor increíble. Lo que resultaba muy interesante es que podían polemizar con cualquier tema. Lo que importaba era mostrarse sabio y ganarle al otro.

    A veces nuestra vida se parece mucho a ese programa Polémica en el bar, porque a muchos de nosotros nos encanta ser polémicos. Piensa, estimado oyente, en los titulares de cualquier periódico: «El político encargado de la ayuda social dijo un discurso que causó polémica entre el pueblo.» Seguramente, el político habrá dicho simplemente lo que pensaba, pero algunas personas —de esas que nunca faltan— crearon una polémica por el simple hecho de que no estaban de acuerdo con él.

    Qué lamentable es que, dentro de la iglesia, a veces ciertas reuniones se vuelven como Polémica en el bar, pero sin una gota de humor. Y hasta en nuestros propios hogares nos sucede que tenemos que cuidar nuestro lenguaje para no ser controversiales.

    Los encuentros entre Jesús y los líderes religiosos muchas veces fueron terreno apropiado para la polémica. ‘¿Quién te crees que eres, Jesús, que piensas que vienes de Dios cuando en realidad eres un hijo natural? Nosotros no sabemos quién fue tu Padre’, o ‘tú no respetas el sábado como nos enseñaron nuestros antepasados, ¿quién te crees que eres que puedes pasar por encima así nomás de nuestras tradiciones sagradas?’ Mientras estas discusiones sucedían en el templo, afuera había un ciego que no veía nada, y nada esperaba de la vida, sino un poco de consideración y caridad para juntar lo suficiente para comer. Él sabía que estaba destinado a una vida de mendicidad, ya que nunca había escuchado que un ciego de nacimiento hubiera sido curado. Los que podemos ver no podemos siquiera imaginar la tristeza de ese ciego ni el desánimo de sus padres. Tal vez también sentían culpa, porque en ese tiempo se le enseñaba a la gente que los males en la vida eran causados por algún pecado específico. Una teología errada puede causar un desánimo desesperante.

    Pero entonces llegó Jesús y, sin que nadie le pidiera nada, amasó un poco de barro, untó los ojos del ciego y lo mandó a lavárselos a un estanque cercano, más o menos a unos quinientos metros del templo. Al lavarse, el ciego dejó de ser ciego y volvió adonde siempre pedía limosna y ahí comenzó otra polémica. La dimensión del milagro dejó desconcertado a más de uno. Algunos decían: sí, este es el que era ciego de nacimiento. Pero otros, que no podían concebir semejante milagro, decían: ‘se le parece’. Y entonces se metieron los líderes religiosos que habían tenido una polémica conversación con Jesús en el templo. Y aunque pudieron confirmar con sus propios ojos el milagro, no estaban contentos. ¿Por qué no? ¿Por qué no podían compartir la alegría del recién sanado y de los que estaban con él? Porque le tenían rabia a Jesús.

    Lo que nosotros necesitamos notar en esta historia es que el ciego de nacimiento sabía de Dios y sabía que, si iba a ser sanado algún día, solo Dios podía hacerlo. Cuando Jesús lo curó, al hombre no le llevó mucho darse cuenta de que Jesús venía de Dios. ‘No sé si es pecador’, dijo, ‘lo que sé es que me curó, y si pudo curarme es porque Dios lo oyó.’ ¿No es hermoso que el ciego haya podido «ver» —y aquí me refiero a «ver» con los ojos del espíritu— que Jesús había orado por él y que Dios lo había escuchado? Por eso, el hombre sanado pudo decir que Jesús venía de Dios. Un ciego pudo ver a Dios por el simple hecho de que Jesús le abrió los ojos físicos y los ojos de la fe.

    Tal vez a ti, estimado oyente, te parezca que Dios solamente está en el templo discutiendo teología con los presentes. Siempre relacionamos a Dios con el templo o con la iglesia, como llamamos comúnmente a nuestros lugares de reunión y adoración. A veces, si estamos desanimados, se nos da por pensar que Dios está en el templo y nosotros estamos mendigando ayuda. Estamos ciegos a las circunstancias de la vida porque no vemos, o no queremos ver, muchas cosas que pasan, porque nuestros miedos son tan fuertes que preferimos cerrar los ojos a la realidad.

    El ciego de nacimiento de nuestra historia solo conocía una realidad. No había elegido ignorar la vida, simplemente había nacido así. Su ceguera y su mendicidad era todo lo que él sabía de sí mismo. Poder para sanarse no tenía, ni él ni las personas que lo rodeaban. Entonces Jesús, que no está circunscripto a un edificio, sale del templo y «al pasar… vio a un hombre que era ciego de nacimiento» (v 1). ¿Tenía el ciego un cartel que explicaba su situación? Lo dudo. De lo que no tengo ninguna duda es de que Jesús todo lo sabe y todo lo puede. Dentro y fuera del templo y de las sinagogas Jesús practicó la compasión. Aquí hizo barro, imitándose a sí mismo en los días de la creación, y le creó al ciego ojos nuevos.

    Jesús sabe lo que nos pasa. Jesús sabe que estamos ciegos a nuestra realidad más íntima. Somos ciegos de nacimiento para ver a Dios. El pecado mató nuestros ojos espirituales, y enceguecidos nos peleamos con la vida para sacarle todo lo que está a nuestro alcance. ¡Y es tan poquito lo que podemos sacarle a la vida por nosotros mismos! Cuando algo no está bien, cuando caemos enfermos, cuando alguien nos hiere emocionalmente, cuando nos dejan solos, cuando no vemos ninguna salida digna a nuestras situaciones, nos ponemos a discutir con Dios.
    Pensamos que el ciego es Él, que no ve lo que nos pasa o que no le interesa lo que nos sucede. Como los fariseos polémicos, ¡desconocemos de dónde viene Jesús! Y hasta somos capaces de fregarle a Dios en la cara nuestras desgracias. Entonces, Jesús pasa y nos ve. Sí, todavía hoy lo hace, y lo seguirá haciendo hasta el fin de los tiempos. Jesús sabe muy bien, mucho mejor que nosotros, el daño que nos está haciendo el pecado.

    El ciego recobró la vista al lavarse los ojos, siguiendo la orden de Jesús. Fue llevado por sus amigos y familiares, y volvió con nuevos ojos que le mostraron lo que Dios puede hacer con la vida. Jesús pidió a su iglesia que trajera a sus hijos al estanque del agua de la salvación: el bautismo. En el acto del bautismo Dios nos hace sus hijos redimidos, nos perdona el pecado que nos daña y nos condena, y nos abre los ojos a una nueva vida. Solo Dios puede y quiere hacer eso.

    ¡Con qué rapidez elaboró el ciego una teología sana! Inmediatamente dio evidencias de la fe que había recibido de Dios. ‘Yo no sé muy bien quién es Jesús, dijo, pero sé que me cambió la vida. Yo era ciego desde mi nacimiento, y ahora veo’. En algún otro momento Jesús se encuentra con él y lo confirma en la fe. Pero el texto para hoy termina con estas palabras: «Jesús supo que habían expulsado [al hombre sanado], así que cuando lo halló le dijo: «¿Crees tú en el Hijo de Dios?» Él le respondió: «Señor, ¿y quién es, para que crea en él?» Jesús le dijo: «Pues ya lo has visto, y es el que habla contigo.» Y él dijo: «Creo, Señor.» Y lo adoró.» (Juan 9:35-38).

    Estimado oyente, ¿qué sabe Dios de ti? ¿Qué sabe de tu pasado? ¿Necesitas ponerte un cartel delante de ti para llamarle la atención? No, no hace falta que te pongas un cartel señalando tus necesidades. Él sabe mejor que tú cuánto daño te hace el pecado. Por eso viene a lavarte por medio de esta promesa que encontramos en Marcos 16:16: «El que crea y sea bautizado, se salvará». En el bautismo tienes tu propio estanque de Siloé, donde Dios te abre los ojos de la fe para que puedas ver su amor y su poder. Las promesas divinas que recibiste en las aguas bautismales siguen vigentes hoy. Son promesas eternas que te transportan aún más allá de la muerte. Te abren la eternidad para que, por causa de Jesús, puedas celebrar con Dios y con todos los redimidos la vida en santidad perfecta en el cielo.

    Es mi oración, estimado oyente, que puedas atesorar las promesas que Dios te hizo en tu bautismo. Por su sufrimiento y muerte en la cruz Jesús pagó el precio que Dios exigía por nuestro pecado y, en su amor, nos trajo a la iglesia para que seamos parte del pueblo de Dios. Dios, en Cristo resucitado, sigue pasando hoy a nuestro lado. Lo hace cada vez que escuchamos su Palabra y recibimos la Santa Cena.

    Si este mensaje ha despertado en ti alguna inquietud y quieres aprender más sobre los beneficios eternos del bautismo cristiano, o si quieres que te ayudemos a encontrar una iglesia donde congregarte, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.