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PARA EL CAMINO
El miedo nos encierra, nos paraliza. Nos aísla de la vida. Nos borra lo aprendido, nos vuelve incrédulos a las grandes promesas de Dios. Pero el Espíritu Santo, la antorcha de Dios, nos hace ver que Dios puede iluminar con su perdón y su paz los lugares más oscuros de nuestra vida. Mediante ese Espíritu, Dios nos trae la obra de Jesús y hace que lo «increíble» de Dios sea creíble a los ojos de la fe.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Muy estimado oyente. Me ha pasado muchas veces, y tal vez a ti también, que recibí una noticia tan buena que me pareció increíble. Recuerdo noticias tales como la que le dio el médico a un amigo mío, a quien le dijo: «Su hijo estará bien, está fuera de peligro». Es increíble, pensamos, hasta ahora no teníamos esperanza de que el hijo de nuestro amigo pudiera salvarse de una muerte inminente, pero por increíble que fuera, la buena noticia fue buena de verdad y perdura hasta el día de hoy. Esta fue casi como una experiencia de resurrección.
Realmente es lindo recibir noticias buenas, aunque lamentablemente no son el tipo de noticias que abundan. Estamos más expuestos a las malas noticias. Hablamos más de enfermedades, atrocidades y muerte, que de sanaciones y resurrecciones. Claro, ¿quién va a hablar de resurrecciones? ¿Acaso has experimentado alguna? Yo no, y si me tocara ser testigo de que alguien resucita, seguro me muero de miedo.
Los seguidores de Jesús sabían bien lo que era la muerte. Era algo que veían y vivían demasiado a menudo. Habían visto la resurrección de Lázaro, y algunos de sus discípulos habían presenciado la resurrección de un joven al que estaban llevando a enterrar al cementerio (Lucas 7:14), y a una niña que recién había fallecido (Marcos 5:41). O sea que algo de experiencia con resurrecciones tenían, y un poco sabían que de Jesús se podía esperar cualquier cosa. Lo habían visto caminar sobre el agua, calmar tormentas, sanar enfermos terminales, alimentar multitudes milagrosamente. Pero ¿resucitar él mismo estando muerto? ¿Dios tiene poder aun estando muerto? ¡Eso era increíble!
Cuando las mujeres fueron corriendo a donde estaban los discípulos para contarles lo que habían visto, los discípulos no les creyeron. Así de simple. Lo que las mujeres decían no tenía sentido. Pobres mujeres. Todo lo que ellas habían visto podía cambiar la vida de los discípulos cargados de miedos y de culpas, pero la increíble noticia no era creíble para ellos. Estaban más acostumbrados a las malas noticias que a las buenas noticias. Tenían más incredulidad y desencanto que fe.
¿Qué habían visto las mujeres? La escena que Dios montó en el huerto donde Jesús había sido enterrado es simplemente extraordinaria. Las mujeres fueron las primeras en verlo y experimentarlo. El Señor Jesús, que había muerto en la cruz el viernes, no estaba más en la tumba. Jesús había puesto su confianza en que su Padre lo iba a resucitar. Y así fue. Jesús salió de la tumba cuando esta todavía estaba cerrada. Atravesó las gruesas y pesadas piedras de su encierro de la misma forma que atravesó las puertas cerradas con llaves para entrar al cuarto donde estaban escondidos los discípulos. Un ángel vino a correr la piedra para que las mujeres pudieran ver que Jesús no estaba allí. Los soldados que vigilaban la tumba estaban desmayados, ya sea porque vieron al ángel o porque vieron que el cuerpo no estaba en la tumba o porque sintieron el terremoto, o por todas estas cosas juntas.
«No teman», fueron las palabras con que las recibió el ángel. Las mismas palabras que dijeron los mensajeros celestiales cuando anunciaron los nacimientos de Juan el Bautista y de Jesús. El «no temas» lo escucharon Zacarías, el papá de Juan el Bautista, María, la madre de Jesús, José, prometido de María, y los pastores en las afueras de Belén. Cuando Dios viene en forma «increíble», inusual, se acerca a los suyos con palabras que echan fuera el temor. Ante lo increíble e inusual de la resurrección, las mujeres escucharon el «no teman» del mensajero celestial. Eso las animó para salir corriendo a contarles a los discípulos, y al hacerlo se tropezaron con el mismísimo Señor resucitado y escucharon nuevamente su voz, y nuevamente las palabras: «No teman».
Mientras tanto, en Jerusalén, los discípulos estaban tan llenos de temor, que permanecían encerrados bajo llave. El miedo hace eso. Nos encierra, nos paraliza. Nos aísla de la vida. Nos borra lo aprendido, nos vuelve incrédulos a las grandes promesas de Dios. El jueves de esa semana, cuando Jesús les lavó los pies a los discípulos y celebró con ellos la Pascua, un día antes de su muerte, les dijo claramente: «Después de que yo haya resucitado, iré delante de ustedes a Galilea» (Mateo 26:32). ¿Qué pasó con esa promesa? ¡Paf! Borrada de un plumazo de la memoria de los discípulos. Por eso Jesús, que todo lo sabe, les envía un mensaje por medio de las mujeres. ¡El primer mensaje como resucitado! «Vayan y den la noticia a mis hermanos, para que vayan a Galilea. Allí me verán». La muerte no pudo romper las promesas divinas. Todas se cumplen, al pie de la letra, Jesús es un ejemplo viviente de esta verdad.
Jesús está vivo, ¿sabes? Está vivo y cumpliendo en nosotros todas las promesas que nos ha hecho en las Escrituras. ¿Necesitas un terremoto para creerle? ¿O la visita de un ser angelical? ¿Te parecen increíbles sus promesas? Sí, a veces parecen increíbles, pero las obras de Dios nos llaman a creerle. La resurrección de Jesús es el sello de Dios que reafirma la vida. Con la resurrección de Jesús se han cumplido, para nuestro beneficio, todas las promesas de Dios, las que se resumen en lo que San Pablo les escribe a los creyentes de la primera iglesia en Corinto: «Cristo ha resucitado de entre los muertos, como primicias de los que murieron» (1 Corintios 15:20).
¿Cuántas promesas nos ha hecho Dios? Tantas que no entran todas en este mensaje, pero resaltemos algunas para nuestro consuelo y para reafirmarnos en la esperanza de la vida eterna. Dios prometió enviar un salvador a una humanidad que por sí misma no puede salvarse. Y lo cumplió en la persona de Jesús. Dios prometió que limpiaría la deuda que teníamos con él a causa de nuestro pecado. Y lo cumplió perdonando nuestros pecados por la sangre derramada de Jesús. La resurrección de Jesús es nuestra garantía de que hemos sido redimidos del pecado, liberados del infierno y del poder de la muerte. Porque Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos el día final para estar con él por toda la eternidad.
La resurrección de Jesús es una noticia increíble para los incrédulos, pero para los que recibimos el don de la fe, es la noticia más extraordinaria que nos cambia la vida ahora y en la eternidad. No necesitamos vivir encerrados con nuestros miedos. No necesitamos sucumbir ante la paralización que producen nuestros temores a la vida y a la muerte. ¡Cristo vive! Y está aquí, con nosotros. Cierto, a veces se produce un terremoto aquí o allá que nos sacude la vida. Las malas noticias abundan, las desgracias, las frustraciones y los desencantos golpean nuestra puerta todo el tiempo. Pero Cristo vive, y viene a nosotros cada vez que participamos de la Santa Comunión dándonos su cuerpo y su sangre, afirmándonos en el perdón que obró por nosotros y animándonos con su paz.
En nuestro Bautismo, Dios nos regeneró mediante el Espíritu Santo y la Palabra, esa Palabra que trae la promesa magnífica de que «el que crea y sea bautizado se salvará» (Marcos 16:16). Por medio del Bautismo ya hemos resucitado a una nueva vida. No somos más esclavos del pecado ni tenemos temor a la muerte porque Cristo ha resucitado y va delante de nosotros, y nos espera en el cielo.
Así como una ventana de vidrio no puede impedir que el sol penetre a través de ella e ilumine la habitación, así tampoco hay nada, ni la muerte misma, que pueda impedir que Jesús traspase todas nuestras paredes, nuestros enemigos, nuestros miedos y nos ilumine la vida. Tal vez no veamos ángeles que nos anuncien los planes y los triunfos de Dios, pero vemos, sentimos, y tenemos el Espíritu Santo que recibimos en nuestro Bautismo y que sigue viniendo a nosotros cada vez que escuchamos la Palabra de Dios.
El Dios de las promesas es también el Dios del cumplimiento. La larga historia de la actividad de Dios relatada en las Sagradas Escrituras atestigua el cumplimiento de cada una de sus promesas. La larga tradición de la iglesia cristiana es también testigo histórico y viviente de que Dios sigue estando con su pueblo y en medio de él. Para nosotros, que comúnmente no recibimos mensajes de los ángeles, tenemos la Palabra segura, la Palabra de la promesa y de su cumplimiento. El apóstol Pedro nos recuerda que «contamos con la muy confiable palabra profética, a la cual ustedes hacen bien en atender, que es como una antorcha que alumbra en la oscuridad» (2 Pedro 1:19).
Cuando el ángel del Señor corrió la pesada piedra de la tumba, la luz entró e iluminó los lienzos, el sudario, el orden que Dios había dejado en ese lugar oscuro. La confiable palabra profética de la que habla el apóstol Pedro es la que ha prometido iluminar nuestra vida con la fe. El Espíritu Santo, la antorcha de Dios, nos hace ver que Dios puede iluminar los lugares más oscuros de nuestra historia y perdonarla. Mediante ese Espíritu, Dios nos trae la obra de Jesús y hace que lo «increíble» de Dios sea creíble a los ojos de la fe.
«Vayan, y den la noticia a mis hermanos» les dijo Jesús a las mujeres. Y agregó la promesa: «Allí me verán». Y Jesús cumplió: lo vieron allí, en Galilea.
¿Dónde te espera Jesús? En la reunión semanal de todos los creyentes, en la Santa Cena, en la Sagrada Escritura, en el hermano cristiano que está a tu lado animándote con las promesas divinas. ¿A dónde te envía Jesús? ¿A dónde puedes ir a contar la noticia de que Cristo ha resucitado? ¿Quién, a tu alrededor, está encerrado en sus miedos? ¿A quién conoces que haya perdido la esperanza de la resurrección a la nueva vida o que necesite conocer esta buena noticia? Acércate a esa persona. Dios te iluminará y movilizará para que a su tiempo puedas ser un mensajero de este mensaje «increíble» que llama a todos a depositar toda la confianza en el poder y el amor de Dios.
Si este mensaje de resurrección ha provocado en ti algunas preguntas y quieres recibir más información, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.