PARA EL CAMINO

  • Tesoros espirituales: ¿dónde los encontramos y qué pasa cuando lo hacemos?

  • julio 30, 2023
  • Rev. Laerte Tardelli Voss
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 13:44-52
    Mateo 13, Sermons: 3

  • Dios quiere que vivamos de acuerdo al tesoro que tenemos: buscando primeramente el reino y dejando que todo lo demás nos venga por añadidura. No dejemos de atesorar el valor de lo que ganamos de Dios en Cristo y de lo que tenemos cuando caminamos con Él.

  • En 1991, el dueño de un mercadito compró un marco de fotos Al abrirlo, descubrió un documento antiguo escondido discretamente en él. No viendo nada de valor, lo dejó a un lado. Años después, un amigo vio el documento y se propuso investigar su origen. El resto es historia. El marco que solo había costado cuatro dólares, había escondido una copia de la primera edición de la Declaración de Independencia que valía más de un millón de dólares.

    Hay otros ejemplos, como el del contratista que encontró $182,000 en la pared de un baño que estaba remodelando. O el de una familia de California que tropezó en su patio con una lata de monedas valoradas en $10 millones de dólares. Recordando la icónica tira cómica de Calvin: «En todas partes hay tesoros».

    Nuestro texto también habla del descubrimiento de tesoros, tesoros que tienen que ver con el reino de Dios y con su acción en el mundo. Pero, ¿dónde encontramos los tesoros espirituales? En la primera historia de nuestro texto hay un campesino que está trabajando en el campo y accidentalmente encuentra un tesoro enterrado. En la segunda historia hay un joyero que busca un buen negocio y, sin esperarlo, encuentra una perla que supera todo lo que había encontrado antes. Los tesoros espirituales suelen estar escondidos en lugares inesperados. Suelen sorprendernos.

    Veamos la primera historia, donde este principio aparece más claramente. En tiempos de Jesús, enterrar tesoros en el campo no era inusual. En esa época no existían los bancos donde guardar los ahorros, y guardarlos en casa era arriesgado porque sería el primer lugar donde los ladrones buscarían. La solución, entonces, era esconderlos en el campo. El problema es que a veces el dueño moría o lo mataban o tomaban como esclavo, dejando así sus tesoros sin dueño. Por eso una historia de un tesoro enterrado tenía sentido. Incluso había leyes sobre eso. Si alguien encontraba un tesoro, la ley judía le daba autorización para conservarlo. Pero en la parábola, para estar seguro de que nadie reclamaría el tesoro, el hombre compró el campo.

    Imaginemos un poco cómo pudo haber sido la escena en un pueblo pequeño donde todos conocen a todos y todos saben de todo. La compra del campo tiene su burocracia, por lo que el hombre tuvo que buscar un agente de bienes raíces, y el negocio no tardó en convertirse en el chisme del pueblo:

    – ¿Escuchaste que el viejo Pepe gastó todo su dinero en ese lote feo al fondo del pueblo?
    – ¿De qué lote feo me estás hablando?
    – Ese terreno baldío, allá por el barrio bajo.
    – Una vez un señor tenía un jardín allí, pero se fue. El suelo es malo. Mucha piedra. ¿Para qué quiere Pepe esa tierra? Se está volviendo loco, ¿o qué?

    Mientras tanto, el viejo Pepe se ríe porque él sabe algo que el resto del mundo no sabe. Él sabe que debajo de esa tierra sin aparente utilidad hay algo de muchísimo valor.

    La Biblia nos dice que Dios esconde tesoros espirituales bajo campos despreciables y que nadie los encuentra a menos que penetre en la tierra. Es una especie de modus operandi divino, y es contrario a como el mundo funciona. Nuestra tendencia es mirar a la superficie de las cosas. La fachada. Valoramos los paquetes atractivos. Calificamos a las personas de acuerdo a un cierto estándar de belleza, por su estatus o por las conexiones que tiene. Entramos en una iglesia pequeña, sin mucho lujo, con poca gente, y pensamos que falta algo. Decidimos el valor de algo en función de cómo lo vemos desde el exterior. Pero Dios no trabaja así. Jesús lo dijo bien claro: si quieres encontrar los tesoros espirituales de mi reino, mira cómo mi Padre los esconde en lugares aparentemente sin importancia.

    Eso fue realidad en el mismo Jesús. Porque fue en Él donde Dios, en primer lugar, enterró su tesoro. Es Jesucristo quien nos revela al Padre y nos permite recibir todas las bendiciones del perdón, de la vida y de la salvación. Pero Jesús vino como viene la gente más sencilla. Todo en Jesús se opone a la obsesión del mundo por las apariencias. Setecientos años antes de su venida, Dios ya había dicho a través de su profeta Isaías: ‘Estén atentos a la llegada de mi hijo, pero no esperen a nadie con belleza y esplendor. Al contrario. Vendrá sin atractivos mundanos. No magnetizará a nadie por su sofisticación. Nacerá pobre y vivirá una vida normal. Morirá sin glamour. Será rechazado por la gran mayoría.’ Así sucedió, y muchos fueron los que no lograron ir más allá del velo de sencillez que emanaba de Jesús y se perdieron de ver en Él el tesoro del cielo.

    Así también escondió Dios sus tesoros espirituales en medios de gracia aparentemente insignificantes. ¡Y cuán importante es esa comprensión hoy en día! Explico: la razón por la que la gente se ríe de Pepe es porque, en el fondo, no creen que el tesoro sea accesible. Ese lote estaba ahí, disponible, todo el tiempo. Ese campo les había sido ofrecido una y otra vez. Pero no creían en su potencial. Porque, en su mente, los tesoros no se encuentran así, tan cerca de casa, en lugares aparentemente tan modestos.

    Lo mismo sucede con el evangelio: Jesucristo murió en una cruz para perdonar nuestros pecados. Muchos escuchan esto y piensan: ¿Qué? ¡No puede ser! ¿Es este el secreto de la vida eterna? No lo puedo creer. Es demasiado sencillo. Dame un manual de espiritualidad más elaborado, con rituales más espectaculares, llévame a meditar a lugares más esotéricos. Como decía el apóstol Pablo: unos quieren milagros, otros piden un mensaje grandilocuente, pero no se los voy a dar. Seguiré anunciando a Cristo crucificado, aunque les suene ridículo y despreciable, no solo porque es la verdad, sino porque es el poder de Dios para la salvación. Lo mismo podríamos decir del Bautismo. ¿Cuántos no lo subestiman y rebajan? Y aun así, él sigue haciendo milagros, regenerando, salvando. Y la Santa Cena, ¿cuántos no tropiezan y fallan en disfrutar de los tesoros espirituales escondidos en ella? Y todavía, bajo el pan y el vino común, Cristo está presente y obrando, porque Dios eligió esconder sus tesoros en medios de gracia aparentemente sencillos y accesibles, pero a la vez muy poderosos.

    Esta es una verdad que vale la pena recordar a cristianos y a no cristianos. Para los que no están seguros si son o no cristianos, los que aún buscan sentido a la vida: no inventaremos historias para llamar su atención. Si te gustaría conocer el mensaje de Dios para ti –¡y cómo nos encantaría que tengas este deseo!– su mensaje es uno y muy sencillo: Dios, en su gracia y amor, te considera un tesoro. Él envió a su Hijo a rescatarte con su muerte y resurrección. Cree en Él y serás salvo. Y para los hermanos en la fe, aquí hay una advertencia: no se desvíen del camino, resistan la tentación de explorar nuevas revelaciones de Dios, sueños y experiencias místicas e inéditas o milagros que impactan. El milagro está en la cruz, en la Palabra, en el Bautismo y en la Santa Cena. Aunque parezcan demasiado sencillos, no se pierdan la belleza de los tesoros de Dios en el lugar donde Él los colocó a nuestra disposición.

    Por último, hay otro lugar donde Dios esconde sus tesoros espirituales: en las vidas de las personas aparentemente comunes. Dios tiene esa tendencia: elige trabajar a través de personas comunes, en actividades aparentemente sencillas. Como leemos en 1 Corintios 1:27-28: «… Dios eligió lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo, para avergonzar a lo fuerte. También Dios escogió lo vil del mundo y lo menospreciado, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie pueda jactarse en su presencia.» Las personas que pasan inadvertidas, las que no nos importan porque no llaman la atención, los Pedros y Davids y Ruths y Marías de la vida. Si eres una de ellas, vales mucho en el reino de Dios. Si tus hermanos, tu iglesia, son así de comunes, no dejes de ver lo que Dios ve. Si las tareas que tienes delante de ti, dentro y fuera de la iglesia, tus responsabilidades, tus dones, tus vocaciones, tu rutina, te parecen demasiado comunes y corrientes, ¡ojo! La gente ve las apariencias, dice la Biblia, pero Dios ve el corazón. La gente mira a la superficie, pero Dios ve el tesoro escondido debajo de la tierra. Desde un punto de vista humano no parece razonable, pero esta es la lógica del reino de Dios.

    La otra pregunta que surge de las parábolas sobre los tesoros espirituales: ¿Qué pasa cuando encontramos los tesoros espirituales? Aquí podemos identificar dos cosas: un cambio interior -en el corazón de la persona, y un cambio exterior –en sus actitudes. Estos dos cambios son evidentes en los dos hombres de las parábolas. Ellos son muy distintos uno del otro, tienen ocupaciones distintas, encuentran los tesoros de maneras distintas, pero comparten una cosa: ambos se dan cuenta del valor de los tesoros de una manera muy perspicaz y ambos toman decisiones muy concretas para tomar posesión de lo que han encontrado. Veamos.

    Como todo joyero, el comerciante de perlas era una persona muy rica, por lo que estaba dispuesto a liquidar todo lo que tenía, todas sus acciones en Tiffany & Co., con tal de tener la belleza de esta perla. No es algo impulsivo. Estamos hablando de un especialista. Para llegar a ese punto, el comerciante razonó, comparó, hizo cuentas. Y podemos entenderlo si imaginamos otro escenario. Imagina que estás muriendo por una enfermedad y alguien te diga: hay un medicamento que te puede curar, pero es muy caro. Para poder comprarlo tendrás que vender tu casa y tu colección de camisetas de fútbol. ¿Qué harías? Tu colección de camisetas solía ser valiosa para ti, pero ahora ya no es más tan importante. ¿Por qué? Porque has hallado algo mayor. ¿De qué te sirven si no tienes salud? Así pensó el comerciante y también el hombre que encontró el tesoro en el campo.

    ¿Qué nos enseña esto? Nos enseña a considerar el valor las cosas y priorizar lo más importante. Tener fe, que es un regalo de Dios, es mucho más que pensar y analizar, pero no excluye estas cosas. Tenemos este ejemplo en María, de quien la Biblia dice que después del nacimiento de Jesús, atesoraba las cosas en su corazón, o sea, reunía en su mente todas las preciosidades que estaba atestiguando y meditaba sobre ellas, consideraba su valor. Dios quiere que evaluemos todo lo que nos ha dado y aún nos quiere dar, que calculemos el valor de Cristo y planifiquemos todo lo demás en nuestra vida a partir de este tesoro, de esta nueva realidad que existe en nuestra vida. Buscar primeramente al reino y dejar que todo lo demás nos venga por añadidura. Quizás muchos se pierden en la vida, abandonan a Dios, abandonan la iglesia, porque han calculado mal el precio que tendrán que pagar, los riesgos, el perjuicio temporal y eterno que tendrán al tomar esas decisiones. No cometamos este error. No dejemos de atesorar el valor de lo que ganamos de Dios en Cristo y de lo que tenemos caminando con Él.

    Apropiarse del tesoro que Dios nos quiere dar involucra toda nuestra persona y tiene consecuencias concretas. El comerciante liquidó todo porque todo se volvió reemplazable en vista del valor de una perla. Lo mismo hizo el viejo Pepe. Juntó todo su dinero debajo del colchón para conseguir lo que estaba debajo del campo, porque lo que estaba enterrado ahí cambió su perspectiva sobre todo lo demás. Y ambos lo hicieron con alegría, porque eso es lo que pasa cuando encontramos los tesoros de Dios, el medicamento para curarnos. Eso es lo que nos pasa cuando nos damos cuenta de que Cristo nos trató como tesoros para Dios, comprándonos con su propia sangre: tenemos una nueva percepción de las cosas y alegría en vivir con el tesoro y para el tesoro. Nuestro apego a otras cosas se afloja, nuestras prioridades cambian y nos volvemos, por el Espíritu, dispuestos a dejar que nuestra vida sea transformada de una forma que no podíamos prever y ni podríamos lograr sin Dios. A lo que sea que Dios te esté llamando a hacer porque sabes el valor del tesoro, vale la pena. El tesoro que Él te ha permitido encontrar, vale la pena. Ser tratado como tesoro por Cristo, vale la pena.

    Si de alguna manera podemos ayudarte a encontrar el tesoro que Dios tiene para ti, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.