PARA EL CAMINO

  • Quien cree en Jesús no será defraudado

  • agosto 13, 2023
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Romanos 10:5-15
    Romanos 10, Sermons: 1

  • Cuando creemos que la vida debe ser como a nosotros nos parece mejor, nos frustramos y hasta podemos sentirnos defraudados por Dios. Pero Dios no defrauda a nadie que tiene a Cristo en su corazón, pues él es el fundamento de nuestra fe. Con él no tambalearemos ni seremos defraudados. Porque en Cristo, Dios está cerca. Cristo es Emanuel, Dios con nosotros.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Todo el que cree en Dios no será defraudado. ¿En serio? Esto es como sacarse la lotería. ¡Qué promesa! Me he frustrado tantas veces en la vida, que si las escribiera todas podría publicar una novela sobre el pesimismo. Y luego puedo agregar un segundo libro con todas las veces que yo he defraudado a alguien o que alguien se ha frustrado conmigo. Recuerdo que una vez, cuando estaba en la escuela primaria, a la salida de la clase unos compañeros me invitaron a ir a jugar al fútbol, diciéndome: «Te pasamos a buscar en un ratito». El ‘ratito’ se extendió hasta la noche y nunca pasaron a buscarme. Al otro día me dijeron que habían cambiado de idea y se habían entretenido en otra cosa. Quedé frustrado y me sentí defraudado por mis compañeros más cercanos.

    Este tipo de defraudaciones nos acompaña toda la vida. Nos sentimos defraudados con nosotros mismos cuando no cumplimos algo que habíamos prometido. Nos sentimos defraudados con nuestras propias buenas intenciones cuando decidimos «hoy voy a llamar a mi amigo que está enfermo para darle algunas palabras de ánimo», y llega el final del día y vemos que ya no es una hora conveniente para llamar y pensamos «y bueno, lo haré mañana», y a la mañana llegó la noticia de que mi amigo ya no estaba con vida. Tal vez defraudamos a ese amigo, no lo sabremos nunca, pero sí sabemos que nos defraudamos a nosotros mismos.

    En nuestro pesimismo, podemos pensar que las palabras del apóstol Pablo: «Todo aquel que cree en Cristo no será defraudado» nos están invitando a la frustración, porque tantas veces hemos sido defraudados por quienes nos rodean y aún por nosotros mismos. Sin embargo, ellas son una invitación a la fe. Las palabras de Pablo no son suyas, sino que las tomó del capítulo 28 del libro del profeta Isaías, donde leemos: «Yo, [el Señor] he puesto en Sión, por fundamento, una hermosa piedra angular, probada y de cimiento firme; quien se apoye en ella, no se tambaleará» (vs 16). Cuando estamos afirmados en Cristo mediante la fe, nada ni nadie nos moverá de la gracia de Dios, y Dios cumplirá todas sus promesas en nosotros.

    En los días de Jesús, el pueblo de Israel estaba frustrado porque no entendía por qué Dios no cumplía su promesa de enviarles el Mesías que cambiaría la situación de su pueblo elegido. Se sentían defraudados con Jesús porque, aunque él atraía multitudes y la gente lo estimaba y lo seguía, y aunque sanaba a los enfermos y hacía el bien por todas partes, Jesús no cumplía los requisitos de ‘mesías’ que el pueblo se había metido en la cabeza. El problema era que Dios había dicho una cosa y ellos se habían imaginado otra. Es que, en general, el pueblo de Israel ya no pensaba como Dios sino que tenía sus propias fantasías. Y cuando tenemos fantasías, como la palabra misma lo dice, estamos alejados de la realidad, nos hemos movido de la roca y comenzamos a tambalear y nos sentimos defraudados.

    Por muchos siglos Israel se sintió privilegiado por haber sido elegido por Dios. Se creyó exclusivo y alentó la fantasía de que Dios sería solo para ellos. Pero se «olvidó», tal vez intencionalmente, del propósito para el cual Dios los había elegido: para ser de bendición a las demás naciones.

    El apóstol Pablo nos vuelve a la realidad. Dios vino para darnos vida eterna a todos. ¿Cómo vino? Como un ser humano, en humildad y dependiente de sus padres terrenales. Vino en la persona de Jesús, que caminó entre su pueblo sin despreciar a nadie, enseñando, exhortando y haciendo el bien, sin cometer nunca una sola falta. Jesús vino como hombre y Dios, y habló nuestro lenguaje humano y amó con un amor que nosotros podemos entender para estar cerca de nosotros. Verdaderamente no necesitamos ir a alturas espirituales incógnitas buscando tener una visión y revelación celestial, tampoco necesitamos consultar a los muertos para ver cómo es el asunto en el más allá. Solo necesitamos ver a Cristo y permanecer parados sobre él, porque él es el fundamento de nuestra fe. Así no tambalearemos en la vida. Así no seremos defraudados. Porque en Cristo, Dios está cerca. Cristo es Emanuel, Dios con nosotros.

    Un autor cristiano escribió esta frase que comparto contigo, estimado oyente: «Dios honra solo la fe que está basada en sus promesas». Este pensamiento derriba todas nuestras fantasías de que Dios no dejará que ningún mal nos aqueje, o de que todos nuestros planes serán bendecidos favorablemente para que podamos tener una vida sin sobresaltos. Cuando creemos que la vida debe ser como a nosotros nos parece mejor, cuando permitimos que nuestros sueños e ilusiones oculten nuestra realidad de pecadores, nos frustramos y hasta podemos sentirnos defraudados por Dios. Tal vez no hemos prestado atención a sus promesas, o tal vez las entendemos como nosotros queremos entenderlas y no como Dios las ha expresado.

    San Pablo nos vuelve a poner sobre Cristo, la roca sólida, quien nos salvó mediante duras batallas. Cristo luchó tenazmente con el mal, soportó sus tentaciones y sus ataques frontales. Cristo dejó de lado todo su poder para entregarse voluntariamente a la corrupta justicia humana que lo crucificó con todo el desprecio que sus ejecutores tenían por la vida humana. Cuando decimos que Dios bajó del cielo en forma de hombre, decimos que él vino al mundo oscuro donde las cosas más sórdidas y putrefactas estaban a la orden del día. Con todo, Jesús no se dejó corromper, porque Dios no puede ser corrompido. Jesús se entregó a la muerte para que nosotros no tengamos que ser juzgados por Dios por nuestros pecados. Y luego bajó al abismo de los muertos para resucitar victorioso sobre la muerte, el pecado y el diablo. Todo lo hizo para que Dios ahora nos juzgue y nos perdone por causa de su Hijo amado.

    Esa es la buena noticia que trae aquí el apóstol Pablo. Dios no defrauda a nadie que tiene a Cristo. ¡Qué mensaje tan sublime! Vale la pena atesorarlo en el corazón. Pero aquí no termina este mensaje de Pablo. Porque lo que hay en el corazón tiene que salir por la boca. El apóstol escribe: «Porque con el corazón se cree para alcanzar la justicia, pero con la boca se confiesa para alcanzar la salvación» (v 10). El mensaje del evangelio es para nosotros pero no termina en nosotros, es para nuestra salvación pero también para pasarlo a otros.

    ¿Qué hay en tu corazón estimado oyente? ¿De qué hablas todo el día? ¿De qué hablas cuando estás en familia o con tus amigos? ¿Qué dicen a los demás tus actitudes y tu comportamiento? ¿Señalan lo que hay en tu corazón? El apóstol Pablo nos anima a que dejemos que nuestro corazón hable, que muestre no lo que somos, sino lo que Cristo ha hecho por nosotros y con nosotros. Alguien dijo: «La amabilidad es el lenguaje que pueden escuchar los sordos y ver los ciegos». Todos los seres humanos estábamos ciegos a la obra de Dios y sordos a sus palabras de amor. El pecado nos había anulado. Dios igual vino, nos trató con amabilidad y perdonó nuestros pecados sin preguntarnos nada, sin juzgarnos, solo amándonos.

    Y su amor no terminó conmigo. Dios quiere alcanzar a todos los hombres del mundo. El apóstol dice: «Porque todo el que invoque el nombre del Señor será salvo. Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?» (vs 13-15). Estas palabras de Pablo nos recuerdan las palabras del Salmo 50:15 donde Dios invita con estas palabras: «Invócame en el día de la angustia; yo te libraré, y tú me honrarás». Pero no podemos esperar que haya magia y nuestros amigos invoquen a Dios si no saben quién es Dios o si tienen una idea equivocada de él o si le tienen miedo o están tan frustrados con Dios que no quieren saber nada de Él. San Pablo nos leyó la mente y nos dejó mediante algunas preguntas el plan de Dios para compartir el mensaje del evangelio. Pablo dice: ‘No pueden invocar si no creen. No pueden creer si no escuchan el mensaje. No pueden escuchar el mensaje si nadie se los anuncia. Y nadie puede anunciar el mensaje de Dios si no es enviado’.

    Dios es el que envía mediante su iglesia. Dios dio dones a su iglesia para que el Evangelio sea anunciado y Dios pueda ser conocido por todas las personas. Esos dones son los pastores, misioneros, evangelistas, maestros, diáconos quienes nos acercan a Dios mediante los medios de gracia. Los dones de Dios somos también nosotros, todos los creyentes, porque el mismo Espíritu Santo, que nos trajo a Jesús al corazón, es quien nos abre la boca para que contemos las maravillas de Dios en Cristo.

    Hay un antiguo himno de evangelismo, escrito hace más de doscientos años, que en su última estrofa dice:

    «Si como elocuente apóstol no pudieres predicar,
    Puedes de Jesús decirles, cuánto al hombre supo amar;
    Si no logras que sus culpas reconozca el pecador,
    Conducir los niños puedes al benigno Salvador.» (Culto Cristiano 263:3)

    Estimado oyente, mira a la cruz de Cristo, mira a la tumba vacía, mira a los que están a tu alrededor esperando una palabra de aliento, y anímate a compartir lo que hay en tu corazón. Anímate a decirles cómo Dios te ha perdonado en Cristo y cómo te ha llenado de paz. Confía en las promesas de Dios y no serás defraudado.

    Y si de alguna manera podemos serte de más ayuda, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.