PARA EL CAMINO

  • Hablar por experiencia

  • septiembre 10, 2023
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Salmo 32:1-7
    Salmo 32, Sermons: 1

  • La experiencia nos mueve a hacer cosas y a evitar otras que no nos benefician. ¿Has experimentado algún dolor profundo, de esos que fácilmente se convierten en rencores que lastiman? Cualquiera sea tu experiencia de dolor o de culpa o de desesperación, Dios quiere cambiarla en una experiencia de perdón, de alivio y de dicha eterna.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Muchos autores de libros populares han comenzado su tarea literaria basados en la necesidad de compartir sus experiencias de vida o sus reflexiones sobre las cosas que consideran más importantes en el mundo. Este es el caso, por ejemplo, de Miguel de Cervantes Saavedra, considerado el más destacado escritor en la lengua española. Su obra Don Quijote de la Mancha, es producto de sus reflexiones sobre la vida, la espiritualidad y la fe religiosa.

    La experiencia es importante en la vida. Nos mueve a hacer cosas y a evitar otras que, por experiencia, sabemos que no nos benefician. Observa cuántas veces aparece la palabra experiencia en los avisos de trabajo. Algunos anuncios dicen: ‘No se requiere experiencia previa’. Otros pretenden un mínimo de dos años de experiencia para ejercer ciertos trabajos. ¡Cuántos jóvenes se frustran cuando buscan trabajo y se encuentran con los avisos que piden experiencia, como si la experiencia se pudiera comprar o estudiar! La experiencia requiere tiempo, y muchos empleadores no están dispuestos a invertir tiempo en alguien que no tiene experiencia. Después está el otro lado de las cosas donde alguien pide un mayor salario porque quiere hacer valer su experiencia. Quien ha ejercido diez años como maestra o como médico o como mecánico o chofer de limusina o modista de alta costura o vendedor de autos, puede hacer su trabajo más fácil si supo atesorar esos años en donde adquirió experiencia y hasta puede pedir que mejoren su salario. ¡Queremos recompensa por nuestra experiencia!

    El rey David, autor del Salmo que estudiamos hoy, fue un gran escritor, podemos decir que fue un escritor experimentado. También fue un experimentado estadista y guerrero que comenzó su carrera política en Israel desde muy joven, cuando valientemente derrotó al gigante Goliat con el arma más ridícula que un guerrero pudiera portar. David ganó experiencia como gobernante, y fue amado por su pueblo por ser un rey inteligente y muy dedicado a Dios. También ganó experiencia en las batallas, venciendo a sus enemigos y conquistando terreno para su pueblo. Pero David también experimentó lo que el abuso de poder podía hacer. Él podía conseguir a cualquier persona para que estuviera a su lado. Así, en cierta ocasión, se hizo traer una mujer casada, se acostó con ella y la embarazó. David experimentó su poder político, corrupto hasta la médula, cuando hizo matar al marido de su nueva amante. Le mintió a todo el mundo, y se mintió a sí mismo, pensando que podía acallar su conciencia y dormir en paz a pesar de todas sus maldades. Estos fueron grandes pecados de David ante su pueblo. Cometió otros pecados, algunos bien groseros y otros no tanto. Y su conciencia comenzó a cargarse con el peso de la desobediencia y de las transgresiones a Dios. ¿Por cuál de todos los pecados cometidos escribió David el Salmo 32? No lo sabemos. Tal vez por uno en especial, tal vez por todos ellos juntos, cuando en la quietud de la noche su conciencia le dictaba lo que la ley de Dios decía.

    Llegó el tiempo en que David comenzó a sentir los rigores de una vejez prematura: le dolían los huesos y tenía el semblante caído. El Salmo 32 y otros salmos describen fuertemente lo que produce la experiencia de intentar cubrir ante Dios los pecados cometidos. Sin embargo, con la acción de la palabra de Dios almacenada en la memoria de David y de la asistencia pastoral de los profetas, el rey de Israel cayó de rodillas, reconoció sus pecados y recibió el perdón de Dios. David puede hablar ahora de otra experiencia, de la experiencia que surge del alivio que Dios produjo cuando lo trató con misericordia. «Dichoso aquél cuyo pecado es perdonado, y cuya maldad queda absuelta. Dichoso aquél a quien el Señor ya no acusa de impiedad, y en el que no hay engaño.»

    Y tal vez David dejó de engañarse a sí mismo. La experiencia tormentosa del pecado revelada por la palabra de Dios trajeron a David de regreso a la condición de hijo arrepentido, para ser finalmente redimido por Dios. Entonces, el Salmo 32 es un grito de alabanza por lo que Dios puede hacer con el más miserable de los pecadores.

    Tal vez, estimado oyente, tú no te consideres el más miserable de los pecadores, pero dejaré que tú mismo veas tu situación a la luz de la Palabra de Dios. El Salmo 32 es un poema didáctico para educar al pueblo sobre el único remedio eficaz para la tristeza, la desesperanza, el abatimiento, la desesperación y el envejecimiento prematuro causado por las culpas que atormentan nuestra conciencia. David no enumera ninguna otra cosa como solución a su insomnio y a su dolor de corazón. Solo habla de la misericordia divina, de la acción de Dios de perdonar pecados, de la obra de Dios para erradicar la culpa que se despierta una y otra vez en nuestra conciencia.

    ¿Puedes hablar por experiencia, estimado amigo? ¿Has conocido los dolores del alma, esos que denuncian falta de fe o falta de respeto por ti mismo y los demás? Hay dolores que se convierten en rencores que lastiman, más a nosotros que a quienes culpamos por nuestras dificultades. El pecado inventa muchas formas de alterarnos y de llenarnos de culpa. Y la culpa es terrible, destruye lo que encuentra a su paso sin piedad alguna. Tal vez, solo tal vez, en algún momento has querido que el otro se sintiera culpable. Hay personas perversamente maestras en hacer sentir culpable al otro, como si de esa forma ellas se quitaran de encima su propia responsabilidad y culpa. Somos astutos en racionalizar nuestro pecado, en encontrar excusas para no sentirnos culpables. Como Adán, le echamos la culpa a Eva y a Dios mismo. Como Eva, le echamos la culpa al diablo y a cualquier otra cosa que encontramos a mano para no reconocer nuestra propia insuficiencia para llegar a ser esas personas íntegras que quisiéramos ser. El pecado dentro de nosotros nos quiere hacer creer que no somos tan pecadores, que cuando lastimamos a alguien lo hicimos sin querer, o porque obramos apresuradamente, y así, nunca somos culpables de nada hasta que un día la Palabra de Dios nos pone en nuestro lugar, como al rey David.

    ¿Cuál es tu experiencia hoy, estimado oyente? Cualquiera sea esa experiencia de dolor o de culpa o de desesperación, Dios quiere cambiarla en una experiencia de perdón, de alivio y de dicha eterna. Por medio del Salmo 32 Dios nos llama al arrepentimiento. La palabra de Dios no solo nos muestra nuestro pecado sino que nos muestra también la abundante misericordia de Dios. ¡En un momento de la historia Dios mostró su misericordia bien mostrada! Dios mismo, en la persona de su Hijo único, Jesucristo, se hizo hombre quien, aunque sin pecado, sintió los terrores de nuestras conciencias. El profeta Isaías resume la obra sacrificial de Cristo, resume el amor de Dios por nosotros y la misericordia ilimitada hacia los pecadores. En uno de los pasajes más sublimes del Antiguo Testamento Isaías dice: «Con todo, él [Cristo] llevará sobre sí nuestros males, y sufrirá nuestros dolores, mientras nosotros creeremos que Dios lo ha azotado, lo ha herido y humillado. Pero él será herido por nuestros pecados; ¡molido por nuestras rebeliones! Sobre él vendrá el castigo de nuestra paz, y por su llaga seremos sanados» (Isaías 53:4-5).

    ¡Qué experiencia la de Cristo! A él no le molestaba su conciencia, él no era pecador. No se revolcaba en la cama por haberle fallado a sus amigos o a su Padre en los cielos. No murió prematuramente porque se hubiera consumido en sus propias angustias producidas por pecados inconfesos. Jesucristo sufrió las consecuencias de nuestra desobediencia, de nuestros terrores de conciencia producidos por nuestros propios pecados. La cruz, qué manera tan gráfica de mostrar la inmensidad de su misericordia. El bueno murió por los malos. El santo se dejó prender, azotar y cachetear en lugar de nosotros. Jesús hizo todo eso para que podamos dejar gritar ahora al corazón: «Dichoso aquél cuyo pecado es perdonado, y cuya maldad queda absuelta». ¿Te das cuenta? Y no has hecho nada para merecerlo. No tienes arte ni parte en el perdón que Dios te ha dado a causa de Cristo.

    Pero si todavía estás inseguro de que tu fe alcance para llevarte al cielo, o tus pecados o remordimientos o secuelas de alguna cosa que hayas hecho te persiguen y molestan tu conciencia; o si hay adicciones que te mantienen atrapado y no ves salida, o si sientes el dolor de haber sido abandonado por los tuyos por cualesquier circunstancia, toma el camino del rey David, que cayó de rodillas ante la palabra de Dios y reconoció su desvío de la ley divina, y recibió la paz que solo el perdón de Dios puede lograr.

    Isaías también habla de la experiencia de Cristo con estas palabras en el capítulo 53[:3] «Será el hombre más sufrido, el más experimentado en el sufrimiento.» La Biblia siempre habla de que Jesús experimentó abandono, traición, sufrimiento, pero nunca habla de que Jesús haya experimentado el perdón. Al menos, no para sí mismo, porque él no necesitaba ser perdonado. Sin embargo, aunque Jesús no experimentó el perdón de lo alto para sí mismo, sí se gozó de antemano en el perdón que nosotros recibiríamos. Así lo resume el autor de la carta a los Hebreos (12:2) «Por el gozo que le esperaba [Cristo] sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios.»

    El gozo que le esperaba era vernos a nosotros perdonados por el Padre. Aliviados de nuestras tormentas de conciencia, liberados de culpa, y llenos de esperanza y de la seguridad de salvación eterna. Esto resume el mensaje del Salmo 32. En Cristo, somos ahora la asamblea de Dios, la comunidad de creyentes que se reúne para orar y para celebrar con cánticos de libertad. Es en la reunión de creyentes donde vemos los milagros de Dios en el Bautismo y en la Santa Comunión. Por esos dones de Dios somos afirmados en la fe para poder decir o cantar como David se expresa en este salmo: «Todos tus fieles orarán a ti mientras puedas ser hallado. Aunque sufran una gran inundación, las aguas no los alcanzarán. ¡Tú eres mi refugio! ¡Tú me libras de la angustia! ¡Tú me rodeas con cánticos de libertad!»

    Estimado oyente, si este mensaje ha tocado tu conciencia o te ha llamado a compartir el perdón de Jesús con otros, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.