PARA EL CAMINO

  • El dilema del mandamiento más importante

  • octubre 29, 2023
  • Rev. Laerte Tardelli Voss
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 22:34-46
    Mateo 22, Sermons: 2

  • Jesús nos exhorta a amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Pero ¿acaso es posible? ¿Es posible amar a Dios y confiar en Él por sobre todas las cosas? ¿Es posible amar a las personas que nos lastiman, a nuestros enemigos o adversarios? Veamos qué nos dice Jesús.

  • El tiempo se acaba y los líderes religiosos ya están quedando sin una solución para llevar a cabo su plan de exponer a Jesús como un fraude. Las preguntas capciosas que le hicieron no funcionaron. Jesús supo contestar con increíble sabiduría sobre el divorcio, la resurrección y los impuestos. ¿Qué otro tema le podían plantear para hacerle caer en alguna contradicción y así condenarlo? Un fariseo tiene una idea. Supuestamente es la trampa perfecta. Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? ¿Cuál de las reglas que Dios ha dado en su Palabra tiene prioridad? Jesús les contesta citando dos pasajes de la Biblia: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Este es el gran y primer mandamiento. Y sin perder el aliento, agrega: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». El resumen de los mandamientos. El núcleo de la voluntad de Dios. Y por detrás de la respuesta de Jesús, un dilema. ¿Cuál? ¿Y cómo resolverlo? De esos puntos hablaremos ahora.

    1. El amor a Dios – Empecemos por el amor a Dios, el primer mandamiento citado por Jesús. Atención a la expresión «con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente». Es una manera bíblica para referirse a todo lo que tengo y todo lo que soy. Mis sensibilidades, mis sentimientos, mis recursos, mis bienes, mis diplomas, mis conquistas, mi cuenta bancaria, mi tiempo, mis dones, mis planes, mis decisiones, cada fibra de mi cuerpo, todo dedicado a Dios y a su Reino. Es así como debemos amar a Dios, dice Jesús. Tú y yo existimos para esto. Y eso es así porque nuestro Dios no es un Dios lejano, un ídolo sin corazón. Al contrario. Nuestro Dios es un Dios que siente y se involucra de verdad, que es amor en su esencia y nos ha creado para participar de esa relación. Así es el Padre, el Hijo y el Espírito Santo. Ya existe esta conexión, esa relación de amor entre las personas de la Santísima Trinidad. Por eso el gran mandamiento, el gran propósito, el mayor proyecto de nuestra vida, es participar de esa relación de amor que Dios nos ha llamado a tener con Él. Y no por obligación, sino por deseo libre y espontáneo.

    Cuando miramos a otros textos de las Escrituras, aprendemos que amar a Dios es cultivar la relación que Él ha iniciado con nosotros, es responder a su gracia. Y eso vale tanto para nuestra vida personal, como también para nuestra vida junto con los hermanos, en nuestra participación en la familia de Dios, la iglesia. Amar a Dios tiene que ver con practicar hábitos espirituales que nos conectan con nuestro Padre Celestial. Confiar en Él y alimentar nuestra fe en Jesús. Recibir su perdón y sus dones, adorarlo con nuestra voz, vida y ofrendas, leer su Palabra, orar regularmente y obedecer a sus mandamientos. Quien ama a Dios obedece sus mandamientos, dice Jesús en Juan 15. Tiene mucho que ver con el amor que un padre espera de sus hijos. Ponte en la situación de un padre, de una madre: ¿Cómo te gustaría que tu hijo te demostrara amor? Haz esto en tu relación con Dios. Ahí está el primer y gran mandamiento.

    2. El amor al prójimo – El segundo punto, muy conectado al primero, es «ama a tu prójimo como a ti mismo». Ama a las personas que Dios pone en tu vida. Ya sea alguien de tu familia, de tu círculo de amigos, tus vecinos, tus hermanos de la iglesia, pero también al desconocido que encuentras por el camino. Hasta aquél tipo que no te cae bien o que te ha hecho algo malo. Hasta las personas difíciles de amar. Principalmente ellas. El texto citado por Jesús en Levítico incluía en su contexto el amor a las personas de otros pueblos y culturas, personas que son diferentes de nosotros.

    También sobre el amor al prójimo, San Juan nos enseña algo muy importante. En 1 Juan, que podría ser llamada de «Carta del Amor», el apóstol escribió a las iglesias cristianas que este amor por las otras personas necesita demostrarse no solo con palabras y emociones, sino «de hecho y en verdad», es decir, a través de acciones. (1 Juan 3.16-18). Recordando ejemplos bíblicos, podríamos decir que el amor al prójimo puede ser, como dice Santiago, el cuidado de los pobres, o como dijo Pedro, el respeto y la amabilidad que regalo a mis hermanos en la iglesia. Puede ser la oración que haces por las personas con las que no tienes una buena relación, como dijo Jesús en el Sermón del Monte, o los esfuerzos que haces en nombre de quienes están sufriendo una injusticia o corriendo algún riesgo, como lo hizo Ester.

    ¿Cómo amar al prójimo? Podría ser donando nuestro tiempo y dinero para aliviar la necesidad de un extraño, como lo hizo el Buen Samaritano. El amor al prójimo puede ser tranquilo y delicado para conquistar maridos no cristianos, como recomendaba Pedro a las mujeres cristianas en las iglesias de la diáspora, o ser hospitalario para invitar a una familia a cenar a nuestra casa, como hacían los primeros cristianos. Puede ser la cortesía demostrada hacia el nuevo colega que se mudó recientemente a nuestra escuela, trabajo o ciudad. Puede ser animar a la gente en las redes sociales. Puede ser muchas cosas. La Biblia está llena de ejemplos para nuestra inspiración. Y no solo la Biblia, sino que tenemos muchos hermanos en la iglesia o en nuestra familia que pueden servirnos de modelo.

    3. El Dilema – El tercer punto es el dilema. Amor a Dios y amor al prójimo, los dos grandes mandamientos. El resumen de la ley de Dios. Pero la respuesta de Jesús, aunque muy directa, correcta y necesaria, nos presenta un dilema. No es fácil amar a Dios con todo lo que somos y tenemos. Especialmente cuando nos damos cuenta de que Dios espera ese amor todo el tiempo, y «no de la boca para afuera». No es fácil amar a otros como nos amamos a nosotros mismos. Especialmente a aquellos que rompen promesas y a aquellos que tuercen la verdad. ¿Cómo podemos amar 100% a Dios y a estas personas?

    No faltan estímulos para hacerlo. Dentro y fuera de la iglesia escuchamos mucho sobre la importancia del amor en el mundo. Las músicas, las películas, los libros, los líderes mundiales, de una u otra manera nos dicen que hay que amar más, que hay que encontrar las fuerzas dentro de nosotros, esforzarnos para producir este amor que es tan necesario. ¿Nuestro cónyuge necesita nuestro perdón? No sé cómo, pero buscaré una manera de perdonarlo. De alguna manera, trataré bien a ese colega de trabajo que es tan desagradable. Cueste lo que cueste, no me enfadaré con esos amigos de Facebook que publican tonterías.

    Pero luego vienen los sentimientos de culpa, el cansancio y las ganas de tirar la toalla. Estos versículos citados por Jesús establecen un estándar que no hemos podido alcanzar. Me hace recordar cuando las estrellas de la música grabaron el video de la canción Heal the World, de Michael Jackson, en 1992, que precisamente hablaba de la necesidad de amarnos más para solucionar los problemas del mundo y vemos a Bob Dylan algo incómodo en el estudio. No parece creer el mensaje que tiene que cantar. Parece saber que no tenemos la capacidad dentro de nosotros mismos para producir el amor que tanto se necesita.

    ¿Alguna vez te has sentido así? ¿Has sentido esa incomodidad, ese cansancio o remordimiento, tratando de amar a Dios y a tu prójimo, pero sintiéndote vacío, incapaz, hipócrita? Puede ser nuestra conciencia visitándonos para confirmar lo que la Biblia afirma: es imposible para el ser humano pecador cumplir estos mandamientos y cualquier otro. Tenemos un dilema en nuestras manos. Jesús nos está diciendo que hemos sido llamados a amar, pero no tenemos la capacidad para hacerlo.

    ¿Cómo resolver este dilema? El texto bíblico nos da la respuesta, la clave al dilema. Noten como al final del texto, después de haber respondido a la pregunta de los fariseos sobre el mandamiento más importante, Jesús supuestamente cambia de tema, haciéndoles una pregunta sobre el Mesías. «Mientras estaban reunidos, Jesús les pregunta: ¿qué piensan ustedes acerca del Cristo?» No es casualidad que Jesús hable del Mesías, o sea, de sí mismo, justo después del debate sobre los mandamientos. Fue su forma de decirles a los fariseos y a nosotros que no basta con sólo saber cuál es el principal de los mandamientos, sino que aún más importante es comprender con qué motivación Dios espera que intentemos cumplirlos y, especialmente, qué ha hecho Dios para que seamos perdonados por no cumplirlos perfectamente.

    En otras palabras, los fariseos están obsesionados con la ley de Dios y Jesús está dispuesto a dialogar sobre el tema, pues también Él la respeta y la valora. Pero Jesús sabe que necesita ir más allá de la ley y llegar al evangelio, más allá de los mandamientos, para llegar a las promesas y hechos de Dios: «Ustedes me están preguntando qué tenemos que hacer para Dios, déjenme decirles qué está haciendo Dios por ustedes. Ya que les hablé de amar como lo más importante de la vida, déjenme decirles quién es la fuente de este amor. ¿Conocen al Cristo? Necesitan conocer a ese a quien David llama «Mi Señor», porque fue en Cristo, en su vida y en su sacrificio en la cruz, que Dios demostró todo su amor por nosotros».

    Este es el punto decisivo de la conversación. Jesús cambia de perspectiva para enseñar que cada vez que la Biblia habla de ley o de amor, apunta hacia Cristo. Jesús fue el único que amó a Dios perfectamente, con todo su corazón, con toda su mente, con todo su ser… el único que amó al prójimo perfectamente, aún más que a sí mismo. Y todo lo que Cristo hizo, ¡lo hizo por nosotros! Y fue en tu bautismo que este amor de Dios te alcanzó. Y en cada Santa Cena, en cada absolución de los pecados, y en cada oportunidad que oímos el evangelio, este compromiso de amor de Dios para con nosotros es renovado y fortalecido.

    La solución al dilema de nuestra dificultad para amar, del sentimiento de culpa cuando no amamos, está en recibir constantemente el amor de Dios por nosotros. Esta es la motivación para amar a Dios y al prójimo, no por obligación o culpa, sino de una manera sincera y espontánea. Es a partir de la relación de amor que Dios tiene con nosotros, puramente por gracia, porque Jesús cumplió la ley por nosotros, que podemos obedecer la ley de Dios de manera saludable. San Juan lo dijo bien: Nosotros sólo amamos porque Dios nos amó primero.

    El amor que puede hacernos cantar a Dios en adoración y seguir cantándole a Dios durante toda la semana, no viene de nosotros, nos lo da Dios. El amor que puede salvar un matrimonio no está dentro de nosotros. No es posible encontrar en nuestro corazón una dedicación que sustente una amistad. Pero este amor, nos lo da Dios. ¿Cómo podemos estar en la iglesia, junto a hermanos que muchas veces nos hieren, que no son amables con nosotros? ¿Cómo podemos tener paciencia, ser generosos, perdonar a las personas con las que convivimos que son codiciosas o envidiosas, o a las que no votan por nuestro candidato? ¿Cómo podemos querer realmente amar como Dios ama? La clave al dilema es ser amado por Dios. ¿Quieres amar como Dios te pide que ames? Recibe y disfruta del amor de Dios.

    ¿Conoces a Cristo?, pregunta Jesús a los fariseos. ¿Conoces a Cristo?, les preguntamos nosotros hoy. Si ya lo conoces, si ya recibes y disfrutas del amor de Dios que Cristo te garantiza, ¡qué bueno!, ¡adelante! Sigue dejando que ese amor de Dios fluya a través de ti como un río, inundando a quien se cruce en tu camino. Sigue dejando que ese amor de Dios te llene de ganas para obedecer los mandamientos de Dios y perdonándote cuando fracases.

    ¿Conoces a Cristo?, pregunta Jesús a los fariseos. ¿Conoces a Cristo?, te pregunto hoy. Si todavía no has experimentado ese amor, si te han lastimado tanto en la vida que te cuesta creer que exista un amor así, si alguna vez te hablaron de él pero te has olvidado, escucha lo que Dios te quiere decir hoy: «Yo te amo. Personalmente. Apasionadamente. Tal vez otros lo han prometido y han fallado, pero Yo prometí amarte y salvarte, y mi Hijo Jesús lo cumplió. Y antes de que te pida que me ames a mí o a cualquier otra criatura, quiero que sepas que te amo con un amor inagotable y te doy mi amor para que puedas amarme a mí y a los demás». Puedes confiar. No esperes, no postergues más tu encuentro o tu reencuentro con este amor.

    Para conocer más sobre el profundo amor del Padre, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.