PARA EL CAMINO

  • El día del Señor

  • noviembre 12, 2023
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Amós 5:18-24
    Amós 5, Sermons: 1

  • Israel esperaba un emperador poderoso que les garantizara la paz y el poderío político y económico. Esperaron tanto al Mesías prometido, que comenzaron a tergiversar la idea de cómo sería ese Salvador. El profeta Amós les predicó a ellos, y nos predica a nosotros hoy, con la firme intención de que entendamos el mensaje de Dios y nos arrepintamos de nuestros pecados, adorando a Dios y sirviendo al prójimo hasta que llegue el día del Señor.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    ¿No te ha pasado que algunas veces te quedas sin habla? ¿Algo así como que te quedas con la boca abierta, queriendo decir algo pero no sabes qué decir, o si sabes qué decir, no sabes cómo decirlo? A veces alguien nos confronta con alguna verdad que no nos gusta o con alguna mentira que nos gusta todavía menos, y buscamos en nuestra mente cómo responder a una acusación o a un malentendido o a algún llamado de atención o a palabras que nos hirieron profundamente. A mí me ha pasado muchas veces. Algunas veces permanecí en silencio porque simplemente el temor me paralizó la lengua, y otras veces pude soltar la lengua y mis palabras fueron más bien latigazos que una respuesta suave que calmó los ánimos.

    Seguro que te ha pasado alguna vez. Tienes tanto que decir y necesitas decirlo. Las palabras salen a borbotones y están cargadas de una intensa emoción. Lo que tienes que decir es en beneficio de los que te oyen -quizá tus hijos y en ocasiones otras personas- pero la intensidad con la que hablas hace que los oyentes piensen que estás totalmente y para siempre en contra de ellos. Dices la verdad con la sinceridad y el ardor adecuados al caso, pero los que te escuchan sólo oyen una fuerte emoción y puede ser que incluso rabia. No ven ni sienten el amor y la preocupación que hay detrás de las palabras.

    Todo esto puede recordarte la vez que Jesús estuvo en Jerusalén y respondió al mal uso del templo por parte de los vendedores y cambistas que habían convertido la casa de oración en un mercado común. Hoy, sin embargo, estamos hablando de Amós. Amós había recibido la palabra de Dios y se le dijo que la anunciara al pueblo. ¡Y cómo la pronunció, sin guardarse nada!

    El profeta Amós, a quien estudiamos hoy, entra en esa categoría de predicador que dice, con respeto y con advertencias de todo corazón, lo que Dios le pidió que predicara a un pueblo que había distorsionado su llamado y a líderes que pretendían ganarse el favor de Dios enriqueciendo el culto de adoración y las fiestas, aun cuando descuidaban la ayuda al prójimo. Tanto Amós como otros profetas denunciaron la hipocresía de los creyentes que alababan a Dios en sus reuniones pero menospreciaban a sus hermanos en necesidad. Peor aún: los esquilmaban, se apoderaban de sus bienes, adulteraban las balanzas y exigían intereses desorbitados a los que estaban en apuros económicos. La ética religiosa en la vida diaria estaba por el piso. En las cortes no había justicia sino soborno. El pueblo en tiempos de Amós desconectó el culto de adoración de la práctica de la fe en la casa, en la calle, en las cortes, en el comercio. Habían recluido a Dios a un momento a la semana en sus asambleas congregacionales.

    En esas asambleas oraban con intensidad que querían ver el ‘día del Señor’. Esta frase merece una explicación. Se usa mucho en la Biblia la expresión ‘día del Señor’, que se refiere a un día bueno, no de veinticuatro horas, sino a un tiempo bueno. Los hebreos habían experimentado que Dios se había dignado bajar del cielo para sacarlos de la esclavitud. Así aprendieron que cuando clamaban a Dios, él obraba en su favor. El pueblo conocía la promesa divina de que les enviaría un salvador, y decidieron ser valientes y pedirle que ese día viniera de una vez. Entonces Amós les habla con claridad, con respeto y con la fuerte intención de herir sus conciencias. Les explica que el día del Señor no va a ser lo que ellos esperan, sino todo lo contrario. Cuando el Señor venga, va a ser como encontrarse con un león y salir corriendo y toparse con un oso; y si se llegara a librar del león y del oso, correrá hasta su casa y al refugiarse contra una pared lo picará una víbora. Me imagino viéndome atrapado y corriendo sólo para meterme en más problemas. Parece una broma.

    Pero Amós predicaba con toda seriedad. Su predicación tenía la firme intención de que el pueblo entendiera el mensaje, el de él y el de Dios, y se arrepintiera de sus pecados, viera su dicotomía, su doble cara, su hipocresía, y cayera rendido ante Dios todopoderoso. Israel esperó tanto al Mesías, que comenzó a tergiversar su idea de cómo sería ese Salvador. Israel esperaba un faraón propio, un emperador poderoso que les diera el liderazgo sobre todas las otras naciones y que les garantizara la paz y el poderío político y económico. Por siglos vivieron esa dicotomía de ser el pueblo elegido para ser de bendición a todo el mundo y el egoísmo de dominar a otros para su beneficio.

    La parte que le tocó a Amós era hablarle a Israel. Pero las palabras que él habla también se dirigen a nosotros con fuerza y dureza para tocar nuestra conciencia y nuestro espíritu y para llamarnos a pensar con profundidad en qué es eso del día del Señor y que hará con nosotros el Señor ese día. Cuando Jesús vino en el día señalado, el día del Señor, vino a traer juicio y liberación, vino a mostrar el pecado de los seres humanos y a hacer algo al respecto. Jesús vino para cargar el pecado de los seres humanos y llevarlo a la cruz para pagar por la condena que pesaba sobre todo el mundo, incluidos nosotros hoy, los que escuchamos este mensaje. La venida de Jesús fue un día oscuro para los seguidores de Satanás, para los hipócritas que estaban a cargo de pastorear al pueblo de Dios. Y habrá otro día del Señor, cuando el Señor Jesucristo vuelva para hacer justicia a la manera de Dios y practicar el derecho así como él sabe que debe ser ejercido. Será un día del que nadie podrá escapar. Porque Amós nos habla con seriedad, debemos tomarnos con toda seriedad sus advertencias, para que cuando el día del Señor llegue por última vez, que caerá «como ladrón en la noche», estemos firmes confiando en la promesa de que Dios tendrá cuidado de nosotros.

    En la otra parte de este pasaje bíblico, Amós hace hincapié en que estas son las palabras de Dios. Si el lenguaje de Amós fue como un látigo para sus oyentes, el lenguaje de Dios no se queda atrás. Después de todo, Dios lo hace así porque es el único lenguaje que el hombre natural puede entender. Así dice Dios: «Yo aborrezco sus fiestas solemnes. ¡No las soporto, ni me complacen sus reuniones! Cuando me ofrezcan sus ofrendas y holocaustos, no los recibiré, ni miraré los animales engordados que me presenten como ofrendas de paz. Alejen de mí la multitud de sus cantos. No quiero escuchar las melodías de sus liras.» ¿Son estas palabras también para nosotros? Claro que sí. Él ama que le cantemos, que nos reunamos, que oremos en comunidad, que le traigamos nuestras ofrendas. Sigamos haciendo eso; pero no pensemos que con eso nos ganamos el favor de Dios si descuidamos el trato con nuestros semejantes. En pocas palabras, si vamos a la Santa Comunión cada domingo para recibir el perdón divino, también tenemos que considerar seriamente en perdonar (ver Mateo 6:15) a aquellos que nos hieren o a los que nos deben una disculpa. Si desobedecemos abiertamente los mandamientos que nos ordenan hacer el bien a nuestro prójimo y a no desviar la mirada de las necesidades de los más pobres y de los impedidos, si no practicamos la justicia y el derecho cada día, estamos siendo hipócritas y nuestra adoración cae en saco roto.

    La fe cristiana no se manifiesta solamente el domingo a la mañana, sino que se manifiesta también cada día que obramos a favor del prójimo en el nombre de Cristo. Los días de reunión son para que dialoguemos con Dios, para que lo escuchemos y Él nos alimente con los dones espirituales que él bondadosamente nos regala. El día del Señor se muestra un poco cada domingo o cada día en que los cristianos nos reunimos en nombre de la Santa Trinidad. Ese día Jesús vuelve a venir para nosotros, nos recuerda el milagro del Bautismo cuando él perdonó nuestro pecado y nos reclamó como suyos. Por su Palabra predicada nos recuerda de su propio sacrificio por nosotros. Jesús colgado en la cruz nos habla con un lenguaje de amor que nos indica la seriedad de nuestro pecado y la seriedad de su amor y pasión por nosotros. Y así, mientras él moría en nuestro lugar, Dios perdonaba nuestro pecado. Cuando en nuestras reuniones celebramos la Santa Cena, Dios nos ofrece el cuerpo y la sangre de Cristo como garantía de nuestro perdón y de que él estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. De esta forma, Dios cambia el corazón egoísta en un corazón que busca amar a Dios y al prójimo.

    Solemos decir que cada domingo es como el día de la pascua de resurrección, porque celebramos la resurrección de Cristo. Ciertamente es así. Dios nos permite celebrar por anticipado nuestra propia resurrección el día señalado, cuando por última vez Dios inaugure el día del Señor, el día eterno, y nos lleve con Él a su gloria para disfrutar de su paz y de su amor.

    Mientras tanto, conectamos nuestra experiencia de adoración con las palabras finales de Dios en nuestro texto: «Prefiero que fluya la justicia como un río, y que el derecho mane como un impetuoso arroyo».

    ¿Qué es lo más importante para Dios? ¿La adoración o la atención al prójimo? No nos toca a nosotros decidir. No nos toca a nosotros tampoco separar la adoración del servicio cristiano a la sociedad. Dios no divide la adoración de la justicia y el derecho que debemos practicar. Dios conecta la adoración con el mandamiento de amar al prójimo. Adoramos porque amamos a Dios. Servimos al otro porque amamos al prójimo. Es el mismo amor de Dios que funciona en estos dos niveles y que se resumen en la forma en que Jesús nos dejó los dos mandamientos más importantes: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.» 31 El segundo en importancia es: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Marcos 12:30-31).

    Así hizo Jesús: amó a Dios sobre todas las cosas y amó al prójimo, a los millones de prójimos, a tal punto de dar la vida por ellos, por nosotros. Jesús adoró y sirvió, y por eso nosotros recibimos la salvación. Aprendamos a adorar y servir para que otros puedan beneficiarse de la salvación que Dios preparó con tanto esfuerzo.

    Muy estimado oyente, agradezco a Dios que estás escuchando hoy su Palabra. Es mi oración que puedas crecer en la adoración y el servicio al prójimo junto con tus hermanos cristianos. Si esta meditación ha despertado inquietudes en tu corazón y quieres compartirlas con nosotros, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.