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PARA EL CAMINO
Vivimos en una sociedad sabionda, pero no sabia. El pecado reina a nuestro alrededor, e incluso en nosotros mismos. ¿A quién iremos? Solo Dios es nuestro refugio. Dios ha sido el refugio de las generaciones que nos han precedido y será el refugio de las que nos seguirán, porque Él es el único refugio seguro para todas las generaciones.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Durante mis años en la escuela secundaria, tuve una transformación profunda en mi vida. Simple, pero profunda. No, no se me cayó el cielo encima ni me tragó la tierra como suele pasar en las películas. Lo que sucedió fue algo mucho más simple. En la misma cuadra donde vivíamos, una empresa fúnebre abrió una sucursal justo en la esquina de mi calle. Fueron tales mi angustia y mis temores, que para ir a la escuela daba una vuelta larga por otro lado para evitar siquiera pasar por la puerta de ese lugar. Al final, muchas veces fui contratado por ellos para ayudar en los sepelios, acompañar en los viajes al cementerio y ayudar a los deudos a seguir el cortejo fúnebre. ¡Quién me hubiera visto!
Meterme de lleno en el protocolo funerario me ayudó a no tenerle miedo a los muertos. Exactamente, escucharon bien, estimados oyentes. Creo que no le tenía miedo a la muerte, sino a los muertos. ¡Como si me pudieran hacer algo malo! Pero mis temores fueron las fantasías que me creé en la mente sobre un tema del que no me gustaba hablar. Años más tarde reconocí que Dios, con ese buen humor que lo caracteriza, decidió ir preparándome durante mi adolescencia para mi futuro trabajo pastoral. La experiencia con la casa fúnebre me fue muy útil durante mi ministerio.
Pensé en compartir esta parte de mi historia con ustedes porque creo que nos servirá para entender el mensaje del Salmo 90. A simple vista este salmo, que se usa muy a menudo en los servicios fúnebres, es un poco deprimente y pesimista. Pero ninguna parte de la Sagrada Escritura fue diseñada para deprimirnos o entristecernos, sino para darnos esperanza de vida inmortal. Moisés, el autor de este salmo, no tenía una funeraria a la vuelta de la esquina. Él vivió cuarenta años viendo cómo miles de israelitas morían a su alrededor … y eran enterrados cerca de sus campamentos. Alrededor de tres millones de personas salieron de Egipto a la Tierra Prometida. Dios los había sacado milagrosamente de la esclavitud en Egipto, los había hecho pasar milagrosamente por una franja abierta en el medio del mar hacia la tierra de promisión, y de repente, el pueblo (o al menos la mayoría del pueblo) se negó a seguir adelante. Se asustaron con lo que vieron al otro lado de la frontera. Se olvidaron del poder de Dios y de sus promesas y decidieron que no se iban a arriesgar a morir en manos de los cananeos.
¡Tanto trabajo para nada!, habrá pensado Dios. Pero Dios no hace nada en vano, así que siguió adelante, aunque no sin antes castigar con la muerte temporal a toda la generación que había salido de Egipto, se había rebelado contra su voluntad y había desobedecido los mandamientos en la forma más grosera. Así registra el libro a los Hebreos en el Nuevo Testamento lo que Dios dice: «Los antepasados de ustedes me tentaron, me pusieron a prueba, aun cuando durante cuarenta años habían visto mis obras … Por eso, en mi furor juré: ‘No entrarán en mi reposo'» (Hebreos 3:9, 11). Y Dios cumplió. Porque Dios siempre cumple, tanto lo que pronuncia como juicio, como lo que pronuncia como promesa.
Notemos cómo comienza el salmo 90. Comienza con el reconocimiento de Moisés de que, en medio de la muerte, Dios permanece. Dios es Dios desde antes de la creación del mundo, Dios no es solo atemporal sino también independiente de los tiempos. Por eso para él «mil años son… como el día de ayer que ya pasó» (v 4). Y por eso, él puede ser nuestro refugio para nosotros, así como lo fue para nuestros abuelos y bisabuelos y todas las generaciones que nos precedieron y lo será para todas las generaciones que vendrán después de nosotros. Dios abarca toda nuestra historia humana hasta el final de los tiempos, y en nuestro tiempo, él sigue siendo nuestro refugio, el lugar donde encontramos sostén, abrigo, cariño, aceptación, comprensión, perdón y el mayor mensaje de esperanza para vencer la muerte. Porque, en el Dios eterno, encontramos a Cristo.
Muchas veces nos envanecemos tanto, que creemos tener control sobre el mundo y sobre nuestra vida. Hemos logrado tantos avances, que creemos no necesitar a un ser superior. Si no podemos vencer algunas cosas, como la muerte, la disfrazamos, la negamos, le encontramos alguna salida digna con buenos recuerdos. Algunos hasta piensan en volver a la tierra reencarnados vaya a saber en qué. Pero en realidad no tenemos control de nada, mucho menos de nuestra vida y de nuestra muerte. No hemos pedido nacer, tampoco pedimos morir. Esas cosas nos suceden sin nuestro control, sin nuestro deseo, sin siquiera nuestro consentimiento. No podemos evitar nacer ni podemos evitar morir, simplemente porque no somos Dios. Somos polvo, creados de la tierra, y a la tierra volveremos por designio divino.
Entonces, ¿cómo es que Dios es nuestro refugio? El apóstol Pablo nos abre la puerta para entender este misterio cuando escribe en su carta a los Romanos respecto de los cristianos: «Y es que nadie vive para sí, ni nadie muere para sí, pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya sea que vivamos, o que muramos, somos del Señor. Porque para esto mismo Cristo murió y resucitó: para ser Señor de los vivos y de los muertos» (Romanos 14:7-9).
Es Cristo el que hace la diferencia entre lo temporal y lo eterno, entre la vida y la muerte, entre el infierno y el cielo. Él es nuestro refugio por excelencia. Él fue quien consiguió el perdón de nuestros pecados para que, cuando nos convirtamos en polvo, sea un polvo santo que Dios, en su gran misericordia y con supremo poder, nos levante de los muertos para vivir en la eternidad con él para siempre.
Una generación de israelitas dejó sus huesos en el desierto, incluido Moisés. Pagaron así el precio de su rebeldía. Creemos que muchos de ellos, como Moisés, se arrepintieron y recibirán la vida eterna, pero mientras tanto tuvieron que morir a causa de sus pecados sin entrar en la Tierra Prometida. Esto es lo que nos transmite el Salmo 90. Hoy vivimos en medio de una sociedad mezquina y egoísta como buena sociedad humana que es, sabionda pero no sabia. Nuestra sociedad es un desierto donde nosotros somos como flores que nacen en la mañana y mueren al calor del sol. El pecado y la rebeldía reinan a nuestro alrededor y aun dentro de nosotros. ¿A quién iremos? Dios es nuestro refugio. Dios es todavía hoy el refugio de mis abuelos cristianos, de mis hijos y mis nietos y de las generaciones futuras de cristianos que vendrán después de mí, porque él es el único refugio santo para todas las generaciones.
Moisés cierra esta porción del salmo con las siguientes palabras: «¡Enséñanos a contar bien nuestros días, para que en el corazón acumulemos sabiduría!» Vamos a hacer nuestras estas palabras del salmo y las vamos a expresar así: «Enséñanos a ver nuestra fragilidad, nuestro pecado y nuestra mortalidad, para que en el corazón acumulemos a Cristo Jesús y su sacrifico en la cruz que nos da el perdón de nuestros pecados y nos quita la culpa.» Nos basamos en lo que aprendemos del apóstol Pablo respecto de la sabiduría para hablar de esta manera. Pablo escribe en su primera carta a los Corintios (1:22-24). «Los judíos piden señales, y los griegos van tras la sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, que para los judíos es ciertamente un tropezadero, y para los no judíos una locura, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder de Dios, y sabiduría de Dios.»
Claro que sí, parece una locura que Dios haya decidido salvarnos de la muerte eterna dejando que su Hijo amado muriera en lugar nuestro. ¿No había otra forma de llevarnos al cielo? ¿Otra forma de perdonar nuestros pecados? Ciertamente no, porque Dios no puede faltar a su Palabra. Dios dijo: «El que peca morirá». Sin embargo, en su amor, decidió que otro muriera en lugar del pecador. La ley y la sentencia tenían que ser cumplidas; de lo contrario, Dios habría faltado a su Palabra. Por ser Dios y hombre sin pecado, Cristo pudo cumplir la ley en lugar de nosotros y vencer la muerte, y así transmitirnos esa victoria a nosotros hoy y a todas las generaciones de los hijos de Dios, aun a los que murieron en el desierto en los tiempos de Moisés.
Estimado oyente, sospecho que alguna vez en tu vida dijiste algo así como: «¡Cómo pasa el tiempo!» Y mirando a tu ex vecino de la infancia le dijiste: «La última vez que te vi eras un niño de cuatro años, ¡no puedo creer que ya te hayas graduado de la universidad!». Decimos cosas así todos los días. El tiempo pasa volando, de un día para el otro vamos creciendo, madurando, envejeciendo, y nos acercamos a la eternidad casi en un abrir y cerrar de ojos, o como dice Moisés: «¡Somos etéreos como un sueño!» Es en esa fragilidad, y en medio de nuestros dolores y angustias, que Dios nos llama a refugiarnos en él. El Padre en los cielos, por causa de Cristo, y en la compañía del Espíritu Santo, es el único refugio eterno que existe.
¿Quieres pasar bien el tiempo? Pásalo refugiado en los brazos de tu amoroso Salvador Jesús. Él es llamado la sabiduría por excelencia, porque sabe de tus temores, de tus ansiedades y de tu culpas. En este desierto de la vida, Dios sigue presente hablándote desde su Palabra santa, alimentándote con el pan y el vino, el maná santo de Dios que te trae a Cristo mismo en cuerpo y sangre para reafirmarte en el perdón de tus pecados y para asegurarte en la esperanza de la vida eterna.
Apreciado oyente, agradezco a Dios que estás escuchando hoy su Palabra. Es mi oración que puedas encontrar en Cristo el refugio que necesitas para tu vida. Si esta meditación ha despertado inquietudes en tu corazón y quieres compartirlas con nosotros, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.