PARA EL CAMINO

  • Rescatados justo a tiempo

  • diciembre 10, 2023
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Isaías 40:1-11
    Isaías 40, Sermons: 2

  • El profeta Isaías anuncia que vendrá uno que abrirá las sendas para que podamos ver al que vendrá a reconectarnos con Dios. Dios tiene en marcha su plan de recuperar al perdido. Juan el Bautista anunciará la llegada del Salvador y llamará a las personas al arrepentimiento. Y cuando eso suceda, Isaías dice que se manifestará la gloria del Señor, y la humanidad entera lo verá.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    «¿Qué estás buscando?», me preguntó mi esposa. «Te veo caminar por toda la casa como que estás buscando algo, ¿qué perdiste? «Mis anteojos», le respondo. Una conversación de este tipo la tenemos casi todos los días. Mi consuelo es que pierdo cosas que, mayormente, puedo encontrar. Pero no siempre encontramos o recuperamos lo que perdemos. Este año ha sido muy particular en el mundo entero con los incendios, inundaciones, terremotos y huracanes. Hemos visto cómo muchas familias perdieron sus casas y, junto con ellas, todos sus bienes y una buena parte de su historia. En muchos casos, perdieron seres queridos. Esos no se recuperan. Cada uno de nosotros puede contar historias de cosas que ha perdido, algunas que dolieron mucho, tal vez una relación, un trabajo, la salud. Algunos perdieron la libertad, literalmente, y tuvieron que pasar o aún están pasando tiempo en una reclusión. Hay pérdidas todo el tiempo y por todos lados, y todo comenzó cuando Adán y Eva perdieron la confianza en Dios creador y le desobedecieron y así perdieron el paraíso, el jardín bendito que Dios les había preparado. Perdieron el privilegio de la santidad y el gozo eternos, y pasaron a vivir en una tierra maldecida por Dios. Nosotros, como descendientes de Adán y Eva, vivimos las consecuencias de su pecado, seguimos perdiendo cosas, y hasta nos perdemos nosotros mismos.

    Hace algunos meses, un colega pastor de Sudamérica sufrió un serio problema de salud. Luego de cirugías y tratamientos, los médicos pudieron estabilizar su situación, pero sin lograr recuperar toda la pérdida que tuvo. Muchos oramos por él y lo apoyamos en esa situación. Pasado un tiempo nos envió un mensaje de voz para agradecernos por el apoyo y las oraciones y para darnos un informe de su estado. Comenzó con estas palabras: «Todos sufrimos pérdidas, y no nos toca a nosotros decidir cuáles. Solo Dios está en control de estas cosas.» Esta reflexión vale para el texto que estudiamos hoy del profeta Isaías.

    Los pueblos de Israel y de Judá fueron arrasados por cuatro imperios que, a su turno, se llevaron por delante a los hijos de Dios que habitaban en Palestina. Primero vinieron los sirios, luego los asirios, luego los medos y finalmente los persas. Destruyeron todo, incluido el templo en Jerusalén. Las pérdidas fueron cuantiosas. No fueron como un incendio forestal o una inundación, sino como un huracán de ejércitos poderosos que se los llevaron cautivos. Estando en Babilonia, muchos del pueblo de Dios perdieron también su identidad, su religión y su fe en Dios creador. Pérdidas irreparables. Se cumplió así lo que Isaías dice en nuestro texto: «Toda carne es como hierba… como la flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita porque el viento del Señor sopla sobre ella. Y a decir verdad el pueblo es como la hierba.» Los que escuchaban este mensaje sabían por experiencia cómo los verdes y floridos prados de la tierra se convertían en tierra seca y quemada cuando el viento del desierto pasaba sobre ella. Pérdidas totales de todo lo sembrado en solo cuarenta y ocho horas.

    En esta situación, Dios habla directamente para traer consuelo a esos pocos cautivos que siguieron confiando en Él, a quienes llamamos el remanente. Ellos sabían de pérdidas. Ahora reciben palabras como: «Consuelen a mi pueblo: ¡consuélenlo!» Dos veces Dios pide que su pueblo sea consolado, ¡porque su pueblo está desconsolado! Estar desconsolado es posiblemente la descripción más fuerte de una persona que le perdió el sentido a la vida, que no ve salida, que está aturdido y que no le encuentra sentido a nada. El pueblo de Dios, el remanente, necesita un abrazo, necesita una voz de aliento y alguna promesa que les dé esperanza. Y Dios está dispuesto a hacer esto, por partida doble. «Consuelen… consuélenlo… ¡Díganle… que su pecado ya ha sido perdonado; que ya ha recibido de manos del Señor el doble por todos sus pecados». Dios consuela doblemente, perdona pecados doblemente. Ante la pérdida, ¡Dios es un Dios generoso! El pueblo recibe el doble de consuelo inmerecido. En el capítulo 61(:7) Isaías lo describe de esta manera: «En lugar de vergüenza, recibirán doble herencia; en lugar de deshonra, se alegrarán de lo que reciban; porque en sus tierras recibirán doble honra, y gozarán de perpetua alegría».

    Estimado oyente, no tengo dudas que tú, en algún momento de la vida, hayas sufrido pérdidas importantes. A mí me ha pasado lo mismo. Y tanto tú como yo, y como el pueblo de Israel y como toda persona en el mundo, perdimos lo más extraordinario, lo santo, lo eterno, lo que nos conectaba con nuestro Creador. No hace caso buscar, porque perdimos la vista y no hay anteojos que puedan remediar esta situación. Por eso, este mensaje en Isaías es tan pertinente para nosotros. Isaías anuncia que vendrá uno que abrirá las sendas para que podamos ver al que vendrá a reconectarnos con Dios. Dios tiene en marcha su plan de recuperar al perdido. Juan el Bautista anunciará la llegada del Salvador y llamará a las personas al arrepentimiento. Isaías promete que cuando esto suceda «Se manifestará la gloria del Señor, y la humanidad entera lo verá» (v 5).

    Esa «gloria» que Dios manifestará no es otra cosa que su Hijo Jesucristo colgado de una cruz. Juan el Bautista presentará a Cristo como el elegido de Dios que quita el pecado del mundo, que restaura las relaciones entre Dios y sus criaturas. El mismo Jesús le dijo a un grupo de personas reunidas en casa de Zaqueo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa… Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:9-10). En Cristo, Dios vino a rescatar al mundo. En Jesús, Dios vino a buscar al perdido. Y lo hizo justo a tiempo. Algunas parábolas de Jesús se refieren a este tema de buscar lo que se había perdido: el hijo perdido, la moneda perdida, la oveja perdida. Y tanto el hijo como la moneda como la oveja fueron encontrados y rescatados.

    El consuelo doble que Dios anuncia, el perdón doble que Dios pronuncia, traen una promesa de esperanza extraordinaria. Isaías completa este anuncio de esta manera: «¡Miren! Dios el Señor viene con poder, y su brazo dominará. ¡Miren! Ya trae con él su recompensa; ya le precede el galardón. Cuidará de su rebaño como un pastor; en sus brazos, junto a su pecho, llevará a los corderos, y guiará con suavidad a las ovejas recién paridas». ¿Necesitas que alguien calme tus ansiedades y te asegure que tus pecados han sido perdonados por un Dios generoso? ¿Necesitas que alguien te dé palabras de esperanza? ¿Necesitas un abrazo? Mira a Jesús. Él cuida de su rebaño como un pastor. Y no un pastor cualquiera, sino el buen pastor. Jesús dice en San Juan, capítulo 10(:11) «Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas». Lo gloria de Cristo en la cruz es que él murió para que nosotros, sus ovejas perdidas, tengamos el perdón de los pecados y la esperanza de la vida eterna. Al resucitar victorioso sobre la muerte, Cristo nos confirma el perdón y nuestra propia resurrección al final de los tiempos, cuando entraremos al cielo eterno y compartiremos la gloria de Dios.

    Mientras tanto, el buen pastor camina con nosotros cada día para que no volvamos a perdernos. Nos lleva de la mano, y a veces nos levanta y nos acerca a su pecho. Es su manera de darnos un abrazo consolador. A mí me gusta imaginarme en los brazos de Jesús sintiendo el calor de su cuerpo y escuchando el latido de su corazón, el ¡mismísimo latido de Dios! Porque Dios está vivo, ¿sabes? Dios tiene un gran corazón que late con fuerza para distribuir el doble de consuelo, el doble de perdón y el doble de esperanza. Así es su amor.

    En el versículo 9, Isaías dice: «¡Súbete a un monte alto, mensajera de Sión! ¡Levanta con fuerza tu voz, mensajera de Jerusalén! ¡Levántala sin miedo y di a las ciudades de Judá: «¡Vean aquí a su Dios!»» Traducido a nuestro contexto, Jerusalén es la iglesia. Y la iglesia es la que fue encontrada y rescatada por Jesucristo. A esa iglesia, donde tú y yo estamos y somos es este mensaje: ¡Levanta con fuerza tu voz! ¡Levántala sin miedo y di a las personas a tu alrededor: «¡Vean aquí a su Dios!»

    Dios se ha mostrado a nosotros con un corazón enorme, con perdón generoso y con el valor y la osadía de dar su vida en la cruz. Ese es nuestro Dios. El que muere en la cruz, el que resucita victorioso sobre el diablo el pecado y la muerte, el que sigue viniendo a nosotros en la Palabra y en la Santa Cena para abrazarnos, para acercarnos a su pecho, para que sepamos que él es un Dios que está vivo.

    Apreciado oyente, si estás leyendo o escuchando este mensaje es porque la misericordia de Dios te alcanzó y te dio a conocer su amor mediante el sacrificio de Jesús por ti. Eres una de las ovejas que se había perdido y fue encontrada y rescatada por Jesús. Es mi oración que puedas levantar con fuerza tu voz para señalar a otros a la cruz y decirles: «¡Vean aquí a su Dios!»

    Si esta meditación ha despertado inquietudes en tu corazón y quieres compartirlas con nosotros, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.