PARA EL CAMINO

  • La gracia de Dios nos mantiene en movimiento

  • enero 14, 2024
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Éxodo 33:12-17
    Éxodo 33, Sermons: 1

  • ¿Cómo podemos saber si tenemos el favor de Dios? Porque solo un pueblo perdonado puede ser un ejemplo a las demás naciones. Solo un pueblo perdonado puede distinguirse de los demás por la forma en que trata al prójimo, por la forma en que ejercita la misericordia y por la forma en que muestra en su adoración y entrega que es un pueblo que pertenece, honra y adora al único verdadero Dios.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Todo comenzó con un diálogo. Hace unos quince años, una señora cristiana de la ciudad en dónde vivo reconoció las dificultades que pasaban los inmigrantes refugiados que se habían afincado en su barrio. Esta mujer se puso en contacto con otra mujer de su congregación y juntas comenzaron a dialogar sobre cómo hacer para ayudar a esas personas que estaban rodeadas de gente, pero aisladas por su incapacidad de comunicarse en un idioma que no era el de ellos. Ese diálogo, en presencia de Dios, se extendió a otros cristianos quienes juntos buscaron la manera de abrazar a estos nuevos vecinos con la gracia de Dios y el afecto personal. Al día de hoy, reconocemos que Dios prosperó esa misión más allá de nuestra imaginación. Luchando contra idiomas desconocidos y culturas tan diferentes, el Espíritu Santo trajo a muchas familias a la fe que fueron incorporadas, mediante el Bautismo, a las congregaciones locales. Con el favor de Dios, la iglesia sigue su misión de hacer discípulos de todas las naciones.

    El texto que estudiamos hoy nos muestra cómo la historia de un pueblo siguió su marcha a partir de un diálogo. Dios y Moisés conversan. Dios siempre comienza el diálogo, porque él es él que ve las necesidades y nunca pierde de vista el objetivo último de la vida de los seres humanos, que encuentren la paz y la vida abundante en Él. Moisés tiene muy bien registradas las palabras de su conversación con Dios y aquí se las repite al mismo Dios textualmente: «Mira, tú me has dicho: ‘Llévate de aquí a este pueblo’; pero no me has dicho a quién vas a enviar conmigo.» Mediante el liderazgo de Moisés, Dios había sacado al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto. Ahora se encontraban estancados en medio del desierto y no daban señales de moverse. Es por eso que Dios le dice a Moisés: «Llévate de aquí a este pueblo». El pueblo de Dios de siempre estuvo en marcha. A veces lo hizo de buena gana, otras veces de mala gana y otras veces totalmente forzados por las situaciones sociales y políticas de su entorno.

    En realidad, el movimiento del pueblo de Dios comenzó con el llamado de Abrahán a cambiar de territorio y a establecerse en Palestina. Dos generaciones más tarde, el pueblo que pasaba gran hambruna se refugió en Egipto, y cuatro siglos más tarde volvieron a Canaán. Pasados unos siglos, fueron llevados cautivos a Babilonia. Setenta años después comenzaron a volver a Canaán, y unos cinco siglos más tarde, muy pocos días después de la ascensión de Jesús, el pueblo de Dios se esparció por todo el mundo conocido. Y por el favor de Dios, la iglesia sigue en movimiento todavía hoy en todas partes del mundo. Porque Dios es el motor, él es quien nos ha enviado a todas las naciones, sin importar cuán lejos o cerca estén. La iglesia, impulsada por el Espíritu Santo, sigue andando, sigue en movimiento, comenzando muchas veces con un diálogo franco para conocer al prójimo y traerlo a los pies de Jesús.

    Las palabras de Moisés son como de angustia: «No me has dicho a quién vas a enviar conmigo… y qué planes tienes». Hasta ahora las cosas no estaban saliendo muy bien: entre el pueblo se escuchaban muchas quejas; había un deterioro de la moral y del espíritu; los ánimos estaban bajos y no se veía la luz al final del túnel. La insistencia de Moisés es ejemplar. Él sabe que Dios puede hacer lo que dice, ya ha visto cumplidas muchas de las promesas divinas. Solo le hace falta saber cómo hacerlo y con quién puede contar. En los días anteriores, un ángel los había guiado hasta donde se encontraban en ese momento. Pero ahora será Dios mismo quien estará con Moisés y con el pueblo. «Mi presencia irá contigo, y te haré descansar», dice el Señor. No será una criatura angelical ni humana la que sostendrá y dará descanso al pueblo, sino Dios mismo.

    Los israelitas en el desierto estaban cansados, cansados de comer siempre lo mismo, cansados de andar dando vueltas por lugares inhóspitos y cansados de no saber cuándo llegarían a esa tierra que se les había dicho era tan prometedora. Me siento identificado con el pueblo de Israel, y me imagino que algunos de ustedes que están escuchando pueden entender eso de estar cansados. No solo terminamos el día diciendo «estoy cansado, no quiero hacer más nada hoy», sino que también nos cansan las peleas entre los miembros de la familia, las discusiones estériles en el trabajo, las noches desveladas por preocupaciones serias por nuestra salud o la salud de un ser querido. Nos cansan las mentiras, los abusos y a veces hasta las luchas contra nuestros propios pecados que no podemos vencer. Las palabras de Jesús nos traen un mensaje de alivio: «Vengan a mí todos ustedes, los agotados de tanto trabajar, que yo los haré descansar» (Mateo 11:28). Estas palabras de nuestro Señor resumen el favor y la gracia de Dios que nos llama a no luchar con nuestras propias fuerzas, sino a poner todas nuestras cargas a los pies de Jesús. El cansancio que producen nuestras preocupaciones y nuestras luchas estériles para calmar nuestro ánimo, solo puede ser levantado por Jesús. Cuando no perdonamos a alguien, cuando no pedimos perdón a quien hemos lastimado, cuando hacemos algo que sabemos que no está bien a los ojos de Dios, nos cansamos inútilmente con excusas o desidia. Cuando no nos aferramos al favor de Dios, a su gracia bienhechora que perdona, asiste, y acompaña, nos cansamos de nuestro propio cansancio.

    ¿Por qué insiste tanto Moisés en que Dios le muestre y le confirme en que verdaderamente él y el pueblo han obtenido el favor de Dios? Moisés tenía fundadas razones para ese pedido: en el momento más santo de su travesía por el desierto, el pueblo había sido rebelde y groseramente desobediente a Dios. Lo que el pueblo había hecho en la ausencia de Moisés era inadmisible. ¿Y dónde estaba Moisés? Hablando con Dios. Como buen líder llamado e instituido como pastor del pueblo de Dios, Moisés estaba en lo alto del monte recibiendo los Diez Mandamientos. Esta es la primera vez que aparecen los diez mandamientos en forma escrita en tablas de piedra. Mientras tanto el pueblo descorazonado, sintiéndose abandonado, se creó un dios propio. Fundieron los adornos de oro que llevaban consigo y formaron un becerro al que veneraron. Si podemos calificar los pecados, a este lo calificaríamos como el más atroz de todos: desechar al Dios verdadero, que con tantas pruebas de amor los trató durante toda la vida, y hacerse uno que aunque brillaba, no podía hablar, ni dialogar ni hacer absolutamente nada, era un gran pecado. Para Moisés, este pecado le parecía imperdonable. Le costaba creer la gracia de Dios, por lo que pidió pruebas de que él y el pueblo rebelde habían obtenido el favor de Dios. Moisés conocía los movimientos de Dios desde la creación del mundo. Él mismo había escrito la historia de Dios desde la creación. Moisés sabía que cuando Dios había decidido borrar de la faz de la tierra al hombre que había creado enviando un diluvio, Dios estaba ejerciendo su legítimo derecho de hacer justicia. Pero inmediatamente Moisés registra estas palabras: «Pero Noé halló gracia a los ojos de Dios» (Génesis 6:8). Tal vez Dios podría mostrar su gracia también ahora hacia su pueblo. Pero Noé era un hombre justo y temeroso de Dios, mientras que el pueblo que Moisés tenía a su cargo era rebelde e idólatra. ¿Podría Dios mostrarle favor a un pueblo tan desagradecido?

    «¿Cómo vamos a saber tu pueblo y yo que en verdad me he ganado tu favor?», pregunta Moisés. «¡Lo sabremos sólo si vienes con nosotros, y sólo si tu pueblo y yo somos apartados de todos los pueblos que hay sobre la faz de la tierra!» Moisés la tiene clara. Si Dios todavía elige a este pueblo para ser distinto, literalmente «distinguido» entre las demás naciones, entonces Moisés sabrá que el pueblo está perdonado. Porque esa es la dinámica de Dios: solo un pueblo perdonado puede ser un ejemplo a las demás naciones. Solo un pueblo perdonado puede distinguirse de los demás por la forma en que trata al prójimo, por la forma en que ejercita la misericordia y por la forma en que muestra en su adoración y entrega que es un pueblo que pertenece, honra y adora al único verdadero Dios.

    Días antes de este diálogo con Dios, Moisés había hablado categóricamente con el pueblo idólatra y rebelde, haciéndoles ver su pecado y llamándolos al arrepentimiento. Y el pueblo respondió a ese llamado. Ahora Dios sigue con su plan. Por su gracia, ese pueblo seguirá adelante, hacia el descanso de la Tierra Prometida, y el descanso eterno que le espera a todos los perdonados.

    Algunos miles de años después de estos acontecimientos entramos nosotros en la historia. Los cristianos somos un pueblo llamado por Dios, liberado de nuestra esclavitud del pecado por Jesucristo, un líder y pastor mucho mayor que Moisés. En Cristo hemos visto el favor de Dios en forma tangible y también hemos visto que la cruz es el castigo de Dios a los pecadores rebeldes e idólatras. Pero nosotros no fuimos ni iremos a la cruz. Fue Dios mismo quien, encarnado en Jesús, recibió el castigo que nuestra desobediencia merecía y nos declaró libres de culpa. Si tú, estimado oyente, crees que tu vida no está a la altura de Dios, bueno, tienes razón: ninguno de nosotros lleva una vida a la altura de Dios. Por eso Dios se puso a la altura de nosotros, para caminar con nosotros, o como le dijo a Moisés: «Mi presencia irá contigo, y te haré descansar».

    Estas son las dos promesas extraordinarias de Dios por las cuales vivimos. Dios sigue presente hoy mostrándonos su favor. En las aguas del Bautismo nos hizo nacer de nuevo, en su Palabra nos habla constantemente llamándonos al arrepentimiento y declarándonos perdonados. Nos sienta a su mesa para seguir el diálogo entre él y nosotros mientras comemos del cuerpo y bebemos de la sangre de Jesús. Esa es la presencia de Dios que se hace carne en los cristianos cuando practicamos la misericordia y damos testimonio al prójimo del amor de Dios y de su buena voluntad de llamar a todos los pecadores a que encuentren en él la paz profunda y eterna.

    Estimado oyente, no sé cuál es tu desierto ni cuál es tu pecado, ni cuál es tu diálogo con Dios, pero eso no importa. Lo que importa es que Dios siempre está dispuesto a recomenzar el diálogo contigo para mostrarte su favor y para distinguirte con su gracia, para que seas efectivo en mostrar lo mucho que Dios ha hecho por ti. Si quieres compartir tus inquietudes sobre este tema o te interesa aprender más sobre el Señor Jesucristo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.