PARA EL CAMINO

  • Se abrieron los cielos y llovieron bendiciones

  • febrero 18, 2024
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Marcos 1:9-15
    Marcos 1, Sermons: 12

  • En el bautismo de «su Hijo amado», el Padre cargó sobre Jesús la responsabilidad de vencer al pecado, al diablo y a la muerte. En su Hijo Dios abrió el cielo para nosotros, para que bajara la ayuda, el poder, la gracia. Dios abrió el cielo, su casa, para descargar toda su ternura y hacer llover sus bendiciones sobre nosotros.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Hace muchos años, cuando estaba estudiando en el seminario, el profesor que nos enseñaba a escribir mensajes nos decía: «La parte más difícil cuando uno escribe un sermón es aprender a dejar cosas afuera». En otras palabras, nos estaba diciendo algo así como: «Elijan bien lo que van a escribir, porque no tienen que decir todo lo que les pasa por el corazón y la cabeza. No hay tanto tiempo para decir todo lo que uno quiere». Cuando leo el Evangelio según San Marcos, me da la impresión que el evangelista recibió las mismas indicaciones de Dios, porque es el evangelio más corto; en realidad, es mucho más corto que los demás. Y ese es el mérito de Marcos: escribir toda la historia del evangelio de Jesucristo en apenas unos pocos capítulos.

    San Marcos nos presenta hoy, como si fuera en un PowerPoint, tres cuadros, tres etapas en la vida de Jesús que resumen el inicio de la obra de la salvación de la humanidad. ¿Cómo comenzó todo? Dios había enviado a Juan el Bautista a preparar el camino para Jesús. Juan predicaba el arrepentimiento y el bautismo, y decía que el reino de Dios se estaba acercando, anunciando a uno que vendría con poder para quitar el pecado del mundo. Esa fue la señal para que Jesús dejara Galilea y fuera a ver a Juan para hacerse bautizar. Eso fue un golpe para Juan, «Yo soy el pecador, no tú, tú no tienes que ser bautizado», dijo. Pero Jesús insistió, porque en el bautismo él comenzaría a ser nuestro sustituto. En su bautismo Jesús se identificó contigo y conmigo y con toda la humanidad. Jesús empezó su obra de redención por los seres humanos caídos en pecado haciéndose bautizar y siendo investido con poder por medio del Espíritu Santo. El bautismo de Jesús muestra una escena maravillosa. La Trinidad, Dios Padre, Hijo y Espíritu santo estaba ahí. Dios no hace nada a medias. El Espíritu bajó sobre Jesús en forma de paloma. ¡Qué interesante! El ave por excelencia en el Antiguo Testamento era el águila. Dios le dice a su pueblo en Éxodo 19:4 «[Desde Egipto] los he traído hasta mí sobre alas de águila«. Pero el Espíritu Santo no baja como un águila. El águila era para el pueblo. A Jesús le toca la paloma, porque era lo que se usaba para el sacrificio de purificación. José y María llevaron dos palominos al templo cuando presentaron a Jesús a los cuarenta días de su nacimiento (Lucas 2:24). Jesús va a ser muerto como una palomita, sacrificado para nuestra purificación.

    En su presentación pública como el salvador del mundo, Jesús fue ungido y empoderado con el Espíritu Santo. El apóstol Pedro afirma en el libro de Hechos (10:38) que el mensaje que se divulgó en toda Judea fue que «Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, y que él anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él«. Al mismo tiempo, Dios Padre afirma quién es este que fue bautizado, diciendo que es «su Hijo amado». En ese Hijo, el Padre cargó la responsabilidad de vencer al pecado, al diablo y a la muerte. Para el bautismo de Jesús, los cielos se abrieron. No puedo imaginarme cómo se abre el cielo, pero eso fue lo que Dios hizo, para que llovieran bendiciones sobre el mundo perdido y condenado. ¡Dios abrió, literalmente, el cielo para nosotros! Dios no dio un portazo diciendo: «¡Fuera de aquí, no quiero saber nada más de ustedes!» No, Dios abrió el cielo para que bajara la ayuda, el poder, la gracia. Dios abrió el cielo, su casa, para descargar sobre nosotros toda su ternura.

    El Espíritu Santo lleva ahora a Jesús al desierto, donde el Hijo de Dios tomará un curso intensivo. Esa será la escuela de Jesús por cuarenta días. Allí conocerá de primera mano al enemigo número uno de Dios y de toda la raza humana. Allí Jesús es tentado por el diablo en persona, quien busca la forma de hacerlo caer, de abandonar la comisión que el Padre Santo le había encomendado. Jesús enfrentó al mismo Satanás que había hecho caer a Adán y a Eva y a toda la humanidad. Y lo venció con el poder del Espíritu y con la Palabra de Dios como única arma. Cuarenta años pasaron los israelitas en el desierto batallando con los demonios que los perseguían y los hacían caer en idolatría e infidelidad. Cuarenta días fue Jesús probado en el desierto, y salió vencedor. El apóstol Pablo nos explica en Filipenses 2:8 que Jesús «se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo, y se hizo semejante a los hombres«. Al despojarse de sí mismo, Jesús se vació temporariamente de su divinidad. Jesús no se aferró a ser igual a Dios, sino que enfrentó las tentaciones de Satanás investido con el poder del Espíritu Santo. Durante su ministerio, Jesús no usó sus poderes divinos para defenderse a sí mismo sino para hacer el bien a los demás. Esta experiencia de Jesús en el desierto también nos trae beneficios, pues Jesús luchó esa batalla como sustituto de todos los seres humanos. En su lucha contra el diablo Jesús nos tuvo a ti y a mí siempre presentes.

    Bautizado, investido de poder, y después de haber vencido las tentaciones del maligno, Jesús se dispone a comenzar su ministerio. Pero se tomó el tiempo y esperó hasta que Juan el Bautista estuviera fuera de escena. Juan todavía estaba libre predicando y apuntando a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29), e indicando a sus discípulos que ahora debían seguir a Jesús. Pero por una gran injusticia, por el abuso de poder de un rey que no aceptaba que Juan denunciara su pecado, Juan fue a parar a la cárcel. Ese fue otro momento indicado para Jesús. Los otros evangelios nos cuentan que una de las primeras cosas que Jesús hizo fue reclutar discípulos. Y no fue por coincidencia que algunos de los discípulos de Juan se contaron entre los primeros doce elegidos por Jesús.

    El evangelista Marcos relata que Jesús volvió a Galilea, terreno bien conocido por él ya que había pasado toda su vida en ese territorio, y comenzó a «proclamar el evangelio del reino de Dios«, diciendo: «El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado«. Dios siempre cumple sus promesas. Una y otra vez había prometido a sus criaturas que enviaría a un Salvador. Comenzó con Adán y Eva y luego con todos los que siguieron. Lo hizo con Noé y con Abrahán y luego por medio de profetas. Y un día, Dios abrió el cielo y bajó en la persona de su Hijo. San Pablo apunta a este acontecimiento cuando les escribe a los gálatas: «Cuando se cumplió el tiempo señalado, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer y sujeto a la ley, para que redimiera a los que estaban sujetos a la ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos» (Gálatas 4:4-5). Aquí está el evangelio resumido en dos renglones. Es evangelio porque todo lo que Jesús hizo no fue para sí mismo, sino por nosotros.

    Dios es puntual. Al tiempo justo él pone en marcha la obra de la redención de sus criaturas. «El reino de Dios se ha acercado». Posiblemente estas palabras de Jesús fueron las más mal interpretadas por la gente que cualquier otra declaración. Algunos pensaron que tenían que prepararse para la batalla. Parece que el tiempo de sacarse de encima a los romanos estaba cerca. Jesús parecía tener una conexión especial con Dios y mostraba poderes que sobrepasaban los de cualquier hombre. Pero Jesús no había venido a cambiar gobiernos ni a lograr una independencia política ni a prosperar a nadie económicamente. Jesús había venido a llamar al arrepentimiento.

    Pero ¿arrepentirse de qué? De no prestar atención a Dios, de no tener a Dios en primer lugar como dice el mandamiento, de no confiar en Él a pesar de todo lo que Dios hizo por ellos. Arrepentimiento por su conducta egoísta y por su desinterés por el prójimo. Arrepentimiento por no reconocer su propio pecado.

    ¡Arrepiéntanse, y crean en el evangelio! Es difícil creer en el evangelio, creer en buenas noticias cuando siempre fueron aturdidos con la ley y las exigencias de la religión. La mente y el corazón del pueblo y de sus líderes estaban armados para basar la religión en leyes estrictas que, en palabras de Jesús, ataban cargas pesadas que ninguna persona tenía fuerzas ni ánimo de llevar.

    El evangelio de Jesús, en cambio, predicaba que Dios estaba abriendo los cielos para bendecir a su pueblo. La ayuda venía de arriba, la lucha por la liberación del pecado iba a ser llevada por Dios mismo en la persona de Jesús. Jesús conseguiría una victoria suprema sobre el diablo, sobre el pecado y sobre la muerte. Dios no esperaba que su pueblo hiciera algo semejante. Dios no espera de nosotros que fabriquemos las buenas noticias. No tenemos ninguna capacidad para eso. El único con capacidad de producir buenas noticias es Jesús, porque él fue el único designado desde la eternidad para ganar la batalla por nosotros.

    El Padre celestial nos envió a su Hijo Jesucristo desde el cielo, y luego abrió ese mismo cielo para que bajara el Espíritu Santo para ungir a Jesús. Así comenzó todo. Poco tiempo después, todo terminaría con una exclamación de Jesús desde la cruz donde estaba muriendo: «Consumado es». Y simbólicamente, solo simbólicamente, el cielo se cerró por unas horas ante la muerte del Hijo de Dios. La obra de nuestra redención comenzó en el bautismo de Jesús, cuando él se identificó con toda la raza humana perdida en pecado y condenada al infierno eterno, y culminó en la cruz, cuando otra vez Jesús se identificó con nosotros y se entregó a la muerte en nuestro lugar. Tres días más tarde Jesús resucitó victorioso sobre el último de nuestros enemigos, la muerte, y otra vez se identifica con la humanidad caída, porque gracias a que Cristo resucitó, por fe nosotros también resucitaremos.

    Estimado oyente, mira al cielo que Dios abrió para ti. Jesús invitó con insistencia a sus oyentes a arrepentirse y a creer en el evangelio. Esta invitación es para ti también. Esta invitación a la fe se repite una y otra vez, porque una y otra vez tenemos que ser recordados de nuestra pecaminosidad y de la gracia de Dios.

    A través de la historia de Jesús, su bautismo, su tentación y su predicación sobre el reino, Dios nos está llamando a confiar en Él. La Palabra y la Santa Cena son los elementos con los que Dios nos ha bendecido para que tengamos dónde ir a fortalecer nuestra fe. Damos gracias a Dios por ello.

    Te encomiendo a la misericordia de Dios, estimado oyente, con la esperanza puesta en las promesas divinas de que por su gracia Dios te mantendrá firme en las buenas noticias del evangelio. Y si quieres aprender más sobre el evangelio de nuestro Señor Jesucristo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.