PARA EL CAMINO

  • Dios provee

  • marzo 17, 2024
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Génesis 22:1-14
    Génesis 22, Sermons: 1

  • Gracias a la muerte y resurrección de Jesús, los que hemos recibido la fe como don de Dios mediante el Espíritu Santo tenemos paz con Dios, y vivimos como sus hijos reconciliados por su sangre derramada en la cruz, mientras esperamos el día en que entraremos en la eternidad para estar con el Señor.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    La historia de Abrahán comienza en el capítulo 12 de Génesis y termina en el capítulo 25. Abrahán ocupa apenas una pequeña porción en la narrativa bíblica. Sin embargo, su nombre figura en veintisiete libros de la Biblia, donde aparece mencionado más de doscientas cuarenta veces. ¿Por qué es tan importante su historia? ¿Qué hizo Abrahán para que hasta hoy en día muchos, pero muchos hombres lleven su nombre? Recuerdo haber estado en algunos pequeños pueblos en mi país ¡donde la mitad de los varones se llamaban Abrahán! El pasaje que estudiamos hoy resume la importancia de Abrahán en la historia universal, y muy especialmente en la historia de la salvación de la humanidad.

    Abrahán no surge por sí mismo, no se hizo famoso porque conquistara imperios y marcara el rumbo para una nueva sociedad después del catastrófico diluvio, sino porque Dios lo llamó. De un lugar cualquiera a otro lugar cualquiera de la tierra, Dios dirigió a Abrahán para, por medio de él, retomar la historia de la salvación. En Abrahán Dios comienza la formación de su pueblo del cual, muchos años después, nacería el Salvador del mundo.

    Después de dejar su familia y su tierra, Abrahán se radicó en lo que fue posteriormente la Tierra Prometida. Allí llegó a ser muy rico, con muchas tierras, mucho ganado y muchos sirvientes. Pero no tenía a quien dejarle todas sus posesiones, ya que Abrahán y Sara no podían tener hijos. Cuando Abrahán muriera, todo iba a quedar en manos de algún sirviente. Entonces, contra toda esperanza, Dios le promete que su esposa Sara le dará un hijo, aunque ambos estaban en edad demasiado avanzada para tener hijos, literalmente «muertos» a la posibilidad de dar vida. Pero Dios cumplió su promesa, y Abrahán y Sara tuvieron un hijo varón y lo llamaron Isaac. Dios le había prometido a Abrahán que su descendencia, por medio de Isaac, sería incontable como son incontables los granitos de arena en la playa o las estrellas en el cielo.

    En eso estaban las cosas cuando Dios llama a Abrahán nuevamente para hacerle el pedido más extraño: «Toma ahora a Isaac, tu único hijo, al que tanto amas, y vete a la tierra de Moriah. Allí me lo ofrecerás en holocausto». Algo no cierra. Por un lado, Dios no promociona los sacrificios humanos. Es más, la Biblia los prohíbe terminantemente. Por otro lado, ¿qué pasa con la promesa que le había hecho a Abrahán? ¿No le había dicho Dios, según leemos en Génesis 17:21, que establecería su pacto por medio de Isaac? A simple vista, Dios está pidiendo algo que contradice totalmente su promesa. Tal vez yo le diría a Dios: «Por favor, explícame un poco esto que acabas de pedirme. No entiendo este pedido.»

    Está claro en la historia bíblica que Abrahán no entendió. Sin embargo, no abrió la boca ni una sola vez. No le hizo a Dios ni una sola pregunta. No cuestionó su pedido. Bien sabía Abrahán que Dios cumplía sus promesas. Pero, ¿cómo cumpliría esta? ¿Cómo establecería su pacto con Isaac si Isaac moría ahora? En silencio, y seguramente con el corazón abrumado, Abrahán tomo a su hijo, a quien quería mucho, un asno, leña y dos criados, y partió en un viaje de tres días hacia el lugar del holocausto. Demasiado tiempo para pensar, para escuchar la voz de Satanás que le repetía continuamente que ese pedido de Dios no era lógico, no era racional, no iba a derivar en nada bueno.

    Nosotros corremos con una ventaja con respecto a Abrahán. Esta historia comienza diciendo que «Dios puso a prueba a Abrahán» y le pidió ofrecer a su hijo en holocausto. Pero Abrahán no sabía que esto era una prueba. Tampoco sabía en qué iba a terminar todo como sabemos nosotros. Con todo, después de tres días de camino, Abrahán deja a sus siervos con el asno con estas palabras: «Esperen aquí, con el asno, y el niño y yo iremos hasta ese lugar; allí adoraremos, y luego volveremos aquí mismo.» Abrahán se llevó a su hijo para adorar a Dios. Su obediencia fue su acto de adoración. En estas palabras a sus siervos, Abrahán expresó su fe en Dios de que de alguna forma Isaac volvería con él de regreso a su hogar. Abrahán creyó lo increíble, lo impensable. ¡No había experiencia todavía de resurrección de muertos! El libro a los Hebreos en el Nuevo Testamento nos dice que: «Por la fe, cuando Abrahán fue puesto a prueba, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía a su único hijo, a pesar de que Dios le había dicho: «Por medio de Isaac te vendrá descendencia». Y es que Abrahán sabía que Dios tiene poder incluso para levantar a los muertos» (Hebreos 11:17-19). Y en esa fe, en esa esperanza, Abrahán siguió su camino.

    Isaac rompe el silencio, diciendo: «[Padre] Aquí están el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?«. Isaac ya se estaba dando cuenta de que algo faltaba para la adoración. ¿Dónde está el cordero? «Dios proveerá», fue la respuesta de Abrahán. E Isaac fue, por un momento, el cordero maniatado sobre la leña.

    Yo era muy pequeño cuando vi la imagen en blanco y negro del sacrificio de Isaac en un libro para niños. Todavía hoy esa imagen está grabada en mi mente y me produce una sensación extraña. Yo sabía que los sacrificios humanos eran muy comunes en la antigüedad, porque los paganos querían calmar a sus dioses, pero no concebía que Dios pidiera algo semejante a quién él mismo había elegido. ¿Qué habrá pensado Abrahán de todo esto? No hay nada en la historia bíblica que nos indique qué pensaba Abrahán de este extraño y contradictorio pedido de Dios, solo se nos indica que por fe, obedeció a Dios.

    Y una vez más ocurre el milagro. Dios interviene y donde hay muerte mantiene la vida. El ángel del Señor, es decir Cristo mismo pre-encarnado, detiene a Abrahán, le salva la vida al niño y provee un carnero para el sacrificio. ¿Estaba Dios probando a Abrahán porque quería descubrir algo? ¿Qué es lo que quería saber? ¡Si él lo sabe todo! Sí, él sabía, de principio a fin lo que iba a suceder. Esta prueba fue para Abrahán, para afirmarlo en la fe y para que esa fe nos sirviera incluso a nosotros hoy, porque Abrahán pasó a engrosar la nube de testigos que Dios provee a su iglesia para animarla y sostenerla en la fe hasta el final de los tiempos.

    Abrahán llamó a ese lugar: «El Señor proveerá». Nosotros podemos agregar que Dios provee de la forma más irracional, contra toda lógica, cuando no hay otra esperanza que la muerte, y cuando todo parece perdido. Esta historia no estaría completa si no la asociamos con lo que sucedió muchos siglos más tarde exactamente en el mismo lugar en que Isaac iba a ser sacrificado en holocausto. Los estudiosos de la Biblia nos aseguran que el monte Moriah, donde ocurre la historia de Abrahán y su hijo, es el lugar donde más adelante Salomón construyó el templo, donde está Jerusalén hoy.

    Los padres de la iglesia primitiva reconocieron esta puesta a prueba de Dios a Abrahán como una señal de lo que ocurrió en el Gólgota. Dios ama su único Hijo, a ese Hijo mediante el cual promete bendecir a toda la humanidad, mediante el cual establece un pacto eterno de salvación para todos los pecadores. Y contra toda lógica o razón Dios entrega a su Hijo Jesús para ser sacrificado. En Cristo, Dios proveyó el cordero santo que fue sacrificado sobre la cruz para pagar por los pecados de todas las personas en el mundo.

    Dios no entregó a su único Hijo para probar algo para él mismo. La muerte de Jesús en la cruz es una prueba de que Dios nos ama a nosotros como a sus propios hijos. La promesa que Dios le hizo a Abrahán de que él sería su Dios es también para nosotros. Gracias a que Jesús ocupó nuestro lugar en el sacrificio, nosotros recibimos la vida eterna aun cuando no lo merecemos. Dios no sacrificó al pecador, sino a su Hijo santo. Mediante él, Dios proveyó un sustituto a la hora de castigo por nuestros pecados.

    Gracias a la muerte y resurrección de Jesús, los que hemos recibido la fe como don de Dios mediante el Espíritu Santo tenemos paz con Dios y vivimos como sus hijos que fueron reconciliados por su sangre derramada. Y mientras esperamos el día en que entraremos en la eternidad para estar con el Señor, aquí en la tierra seremos probados, contra toda lógica y razonamiento. Seguramente nos cuestionamos con extrañeza por qué Dios nos prueba. Sin embargo, tenemos que recordar que nuestros cuestionamientos no son más importantes que la obediencia en la fe. Nada malo nos puede suceder cuando confiamos en que Dios tiene ya en su mente y en su amor preparado el final de nuestra prueba. La resurrección de Jesús es la garantía.

    En el camino hacia la vida eterna Dios nos acompaña, nos reafirma, nos apuntala mediante su Palabra y la Santa Cena. Te animo a que uses con frecuencia estos medios de la gracia de Dios, estimado oyente, para que tu fe no cuestione a Dios sino se aferre al sacrificio victorioso de Cristo por ti.

    Y si quieres aprender más sobre el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.