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PARA EL CAMINO
Después de haber celebrado la Pascua con los suyos por última vez, Jesús los instruye y anima para que no pierdan la esperanza ante lo que verán en los próximos días. Este largo discurso de Jesús, antes de ser prendido y entregado a las autoridades, contiene un anuncio movilizador. Jesús les dice: «Les conviene que yo me vaya.»
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Acompañar a Jesús en su ministerio público durante tres años nunca fue aburrido para los discípulos. Es posible que cada día, y a veces también durante algunas noches, no hayan podido salir de su asombro por las cosas que Jesús hacía y decía. Cuando no estaba curando enfermos, estaba enseñando cosas nuevas en la sinagoga. Cuando no estaba comiendo con amigos, estaba comiendo con personas de baja reputación. Cuando no estaba caminando sobre el agua y calmando tempestades, estaba poniendo una diadema en un pez para que Pedro lo pescara y pagara el impuesto al templo (Mateo 17:24-27). La capacidad de asombro de los discípulos se debe haber desbordado más de una vez. Es que Jesús siempre estaba en movimiento, haciendo cosas que sorprendían a cada momento. Porque en el mundo de Dios, los movimientos son necesarios. Y cada movimiento de Dios tiene su tiempo. Después de que Juan el Bautista fuera encarcelado, fue el momento para Jesús de comenzar su ministerio público. Ahora su ministerio está llegando a su fin. Las horas están contadas. Hay que aprovechar bien el tiempo para dejar a los tristes discípulos con palabras de esperanza.
Juan invierte muchos capítulos de su Evangelio en registrar las palabras de Jesús a sus discípulos durante sus últimas horas de vida aquí en la tierra. Después de haber celebrado la Pascua con los suyos por última vez, Jesús está reunido con ellos para instruirlos, alentarlos, animarlos y sostenerlos para que no pierdan la esperanza ante lo que verán en los próximos días. Este largo discurso de Jesús, antes de ser prendido y entregado a las autoridades, contiene un anuncio movilizador. Jesús les dice: «Les conviene que yo me vaya.»
No es la primera vez que los discípulos escuchan estas palabras de su maestro. Pero Jesús está poniendo ahora énfasis en su partida inminente. Solo faltan horas, aunque los discípulos todavía no lo saben. Para ellos, este anuncio movilizador es más bien una noticia desestabilizadora. Jesús los ve tristes, y se los dice: «Su corazón se ha llenado de tristeza». ¡Y quién sabe qué más sentían los discípulos! Pedro se enojó en algún momento cuando Jesús le dijo que debía ir a Jerusalén a dejarse matar. Unos momentos antes de esta conversación con Jesús, Pedro le dijo a Jesús: «Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? ¡Por ti daré mi vida!» (Juan 13:17). Los discípulos están tristes, y dicen cosas que no podrán sostener en las horas siguientes.
Pero, ¿qué es eso de que a los discípulos les conviene que Jesús se vaya? ¿A dónde se va? Eso es lo que los discípulos no registraron. Todavía estaban en negación. Pero Jesús estaba dando el paso necesario y absolutamente doloroso para él y tremendamente impactante para los discípulos. La noticia de la partida de Jesús los chocó de frente y los dejó conmocionados.
El paso necesario de Jesús es la cruz. Jesús fue a la cruz para dejarse sacrificar como un cordero santo y sin mancha por los pecados de todo el mundo. Es ahí donde Pedro no lo puede seguir. Pedro no podía sacrificarse para pagar la culpa del pecado propio, mucho menos del pecado ajeno. Es más, ninguno de los discípulos de Jesús tenía su motivación salvadora. Reconocemos que los discípulos demostraron valor para sacrificarse por una causa, pero no era la causa de Jesús.
Jesús les dice que para él es hora de volver al Padre, y esto lo hará después de cumplir con la misión que su Padre le encargó, la misión de pagar por la desobediencia de los pecadores. Eso, estimado oyente, nos incluye a ti y a mí. Solo Dios puede dar ese paso. ¿Por qué nos conviene que Jesús se vaya de la tierra? Porque así él puede enviar el Espíritu Santo. Esa es la magnífica promesa de Jesús a sus discípulos. «Ustedes están tristes ahora, pero, levanten el ánimo, yo les enviaré el Consolador.»
Cuando el Consolador venga, dice Jesús, «convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio». ¡Qué manera tan clara y tan resumida tiene Jesús para describir la obra de Dios mediante el Espíritu Santo en medio de su iglesia! Convencerá al mundo de pecado. ¿Será que hace falta convencerlo? ¿No nos damos cuenta de que somos pecadores, que nuestro mundo está como está porque no somos santos? Llenamos el mundo de guerras, robos, mentiras, estafas y tantas clases de males que no podríamos enumerarlas a todas. Pero Jesús profundiza este aspecto de convencer al mundo de pecado, porque el pecado es la incredulidad. En sus propias palabras: cuando el Espíritu Santo venga, «convencerá al mundo de pecado por cuanto no creen en mí». Lo cierto es que aunque todas las personas reconozcan que no son santas, a la manera de Dios, piensan que no son tan, tan malas. Escuchamos decir: «Yo no seré un santito, pero hay otros que son mucho peor que yo». Eso hace la incredulidad: nos lleva a no creer en nuestra corrupción total. No creer que nacimos con el germen del pecado y que ese pecado ofende a Dios en gran manera. Solo el Espíritu Santo nos puede convencer de nuestra perdición total y de nuestra necesidad de un Salvador santo capaz de redimirnos, de comprarnos de nuevo para Dios.
El Espíritu Santo nos convence de nuestro pecado para que no tengamos excusas, y veamos la maravilla que Dios tiene para nosotros en la persona de su Hijo Jesucristo.
El Consolador convencerá al mundo de justicia. Dios es justo y hace justicia. Cuando miramos a la cruz, vemos cómo Dios hizo justicia. Se cobró el castigo por nuestros pecados, pero lo hizo mediante su propio Hijo. En Cristo Jesús Dios mismo ocupó el lugar del pecador. Dios mismo castigó a su Hijo para hacer justicia. Es algo así como que en un juicio en nuestros días el abogado defensor dijera: «Yo voy a ocupar el lugar de mi defendido. Señor Juez, déjelo en libertad, yo asumo la pena que corresponda». Bien, la pena por nuestro pecado es la muerte, y muerte eterna, que es la separación de Dios para siempre en el infierno.
Con la muerte de Jesús en la cruz, Dios nos regaló su justicia. Nosotros salimos libres. Espero, estimado oyente, que estas palabras y esta acción de Cristo y del Espíritu Santo te levanten el ánimo, porque son, definitivamente, también para ti. De esta gran verdad de Dios también tenemos que ser convencidos, porque parece demasiado bueno, ¿verdad? No podemos creer naturalmente que Dios sea tan justiciero, que ejercite eso de «el que las hace las paga». Pues sí, el Espíritu Santo nos dice que el que peca morirá, pero el Espíritu Santo también nos dice que Cristo pagó por nosotros, por nuestros pecados. Nosotros somos pecadores y Dios mismo, en la persona de Cristo, pagó el rescate, aunque para eso tuvo que sufrir cruento castigo.
Porque Dios el Espíritu Santo nos convence, es que podemos estar seguros de nuestra salvación. Eso es la fe. Por fe creemos que Dios hizo el universo y por fe creemos que Jesús hace justicia porque él se va al Padre. La justicia fue hecha a la perfección, por eso el Padre resucitó a Jesús victorioso de entre los muertos. Así selló la esperanza en nuestra propia resurrección para vida eterna. El regreso de Jesús al Padre es la garantía absoluta de nuestra salvación. Dios es justo y cumple al pie de la letra todas sus promesas. Los discípulos no pudieron acompañar a Jesús a la cruz y a la tumba, pero lo acompañarán más tarde cuando, junto con todos nosotros, los creyentes, seamos levantados por el Padre para reunirnos con Jesús para siempre.
Jesús declara que el Consolador convencerá al mundo «de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado.» Esto es una buena noticia. Con la crucifixión de Jesús, el diablo, el príncipe de este mundo, fue vencido, juzgado, y expulsado. Jesús había profetizado esta acción de Dios unos días antes de su muerte con estas palabras: «Ahora es el juicio de este mundo; ahora será expulsado el príncipe de este mundo» (Juan 12:31). El mismo evangelista Juan dice en el Apocalipsis: «Fue expulsado el gran dragón, que es la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás y que engaña a todo el mundo. Él y sus ángeles fueron arrojados a la tierra.» Y luego Juan agrega que en su visión oyó una fuerte voz que decía: «¡Aquí están ya la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo! ¡Ya ha sido expulsado el que día y noche acusaba a nuestros hermanos delante de nuestro Dios!» (Apocalipsis 12:9-10).
Por medio de San Juan, la Palabra de Dios nos dice que ya no hay acusador. ¡Nadie puede apuntar a nuestro pecado, porque Cristo lo ha perdonado! Nuestro propio abogado defensor pagó la pena por nuestra desobediencia y nos declara libres de culpa. Y para que lo creamos con firmeza, el mismo Cristo volvió al cielo para enviarnos al Consolador, al Espíritu Santo, para convencernos de su amor, de su perdón y de la esperanza que tenemos de que al final de nuestros días en esta vida entraremos a la eternidad para estar junto a nuestro buen Dios y toda la compañía de salvados de todos los tiempos y de todo el mundo.
Estimado oyente, ¿qué anuncios de Jesús te han movilizado? Tal vez, como ejercicio espiritual puedas escribir aquellos anuncios de Cristo que te cambiaron la vida. Seguramente pasas, como muchos de nosotros, por situaciones que te desestabilizan. Cuando alguien dice que se va de tu vida porque está muy enfermo y se va a morir, cuando alguien dice que se va para empezar otra vida en otra parte o con otra persona, cuando alguien decide, simplemente irse, tal vez sin decir nada. Hay miles de situaciones de pérdidas en nuestras vidas, pero hay una persona que, a pesar de haberse ido al Padre, vuelve para estar con nosotros mediante el Consolador. Cristo no está lejos: se acerca a nosotros en cada Bautismo, perdonando pecados y creando una nueva vida; viene en su Palabra y presta atención a nuestras súplicas y a nuestras conversaciones a través de la oración; viene en la Santa Comunión, garantizándonos su presencia con el Espíritu Santo y mediante su propio cuerpo y su propia sangre. Así nos reafirma, así nos vuelve a convencer de su justicia de gracia.
Anímate, estimado oyente. Las palabras de Jesús de este día son también para ti. Es mi oración que el Espíritu Santo te convenza de la paz de Cristo que sobrepasa todo entendimiento y puedas seguir adelante con tu vida reafirmado en el amor de Dios. Y si tienes interés en aprender más sobre el Señor Jesús y el Consolador que él envía a su iglesia, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.