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PARA EL CAMINO
Aunque sufrió intensos dolores físicos, emocionales, y espirituales que lo hicieron sudar sangre y aunque cayó bajo el peso de la cruz y fue colgado como un repulsivo criminal, Cristo no fue débil. En realidad, su pasión fue su punto fuerte, pues sus hombros se llevó a la cruz todos los pecados de todas las personas del mundo, para comprarnos con su muerte la reconciliación con Dios.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Hace muchos, muchos años, cuando yo recién comenzaba el ministerio pastoral y todavía no existían los medios de comunicación de hoy en día, caí en cama con una de esas enfermedades comunes que requerían como método curativo, mucho líquido, reposo y silencio. Aunque estaba molesto por los dolores en el cuerpo, me aburría estar en la cama. Se me ocurrió entonces que podía escribirles a mis padres una carta. Y por qué no hacer que esa carta fuese una circular, ya que mis hermanas vivían en el mismo pueblo. Así todos en mi familia podían leerla.
Esa carta circular fue un poco distinta a las circulares comunes, porque comencé a escribir en el centro de la hoja y en vez de seguir los renglones, escribí en círculo, expandiendo la escritura hasta que no tuve más lugar. Quedó como un espiral perfecto que para leer había que girar la hoja constantemente. Cuando meses más tarde visité a mi familia, tuve que aguantarme las quejas en broma de mis hermanas por mi manera de escribir una carta circular.
El apóstol Pedro escribió varias cartas circulares para animar a los cristianos del Asia Menor. Celebramos que Pedro no tuvo la disparatada idea de escribirla en forma de espiral ni dio vueltas sobre los asuntos que quería tratar. Su propósito fue animar a los cristianos, tanto judíos como gentiles, convertidos al evangelio.
A pocos años de la ascensión de Jesús, se formaron iglesias en muchas partes del mundo que llevaron alegría a las familias de los conversos, pero también persecución, burla y desprecio de parte de las sociedades paganas. Los líderes de las nuevas congregaciones estaban siendo formados como pastores para animar y cuidar a la grey de Dios. Y, como es sabido, el liderazgo es a veces una tentación a la arrogancia, al ejercicio del poder en forma opresiva y legalista. Por eso es que Pedro llama a los líderes a revestirse de humildad.
La humildad no es un concepto ajeno, pero es algo difícil de vivir en plenitud. Vivimos en medio de una sociedad que constantemente nos insinúa que debemos escalar en la vida, que tenemos que ser intrépidos y mejor que la mayoría. Lo contrario es ser mediocre, y nadie quiere mostrarse a los demás como mediocre. Pero la humildad es otra cosa. No es algo que podemos lograr por nosotros mismos, sino que es un don del Espíritu Santo. No tener humildad es confiar demasiado en uno mismo y descartar el poder y la soberanía de Dios sobre nosotros.
Ajustarse a la vida como Dios manda, mostrar «humildad bajo la poderosa mano de Dios», mantendrá a las comunidades cristianas en paz. Para animarnos a revestirnos de humildad Pedro señala que, a su debido tiempo, Dios nos exaltará. ¿Cómo? De verdad que no sabemos, pero cuando Dios lo crea conveniente, y para el bien de nuestros hermanos y de nosotros mismos, nos sorprenderá con una alegría mayúscula. Lo que sí sabemos es que «a su debido tiempo» el Señor regresará en gloria para buscarnos a todos los redimidos y compartir su propia exaltación con nosotros, cuando nos ascienda a su trono celestial y glorioso.
Mientras tanto, en nuestro mundo caído y difícil que nos llena de angustias y temores, Pedro nos invita a descargar aquello que nos mantiene aprisionados en nuestros dolores, diciendo: «Descarguen en él todas sus angustias, porque él tiene cuidado de ustedes»>/i>. No hace falta, estimado oyente, que nos creamos súper seres humanos y decidamos no pedir ayuda a nadie y carguemos con nuestras cargas como si fuéramos seres humanos extraordinarios. De eso se trata la humildad, de caer de rodillas ante nuestro Padre celestial y pedir que él nos cuide, así como prometió. Dios, en Cristo, se ofreció a llevar sobre sus propios hombros todas aquellas cosas que nos preocupan, aquellas culpas que nos molestan y nos cambian el carácter y los pecados que, aunque pasados, siguen lastimándonos si no los traemos a los pies de la cruz.
¿Hay algo, estimado amigo, que te quita el sueño? ¿Qué hace decaer tu espíritu, o te mueve a responder mal o a reaccionar desmedidamente? ¿Qué te entristece? Lo que sea que sientas como una carga en tu hombro, descárgala sobre Jesús. El rey David dice en uno de sus salmos: «Deja tus pesares en las manos del Señor; y el Señor te mantendrá firme» (Salmo 55:22).
Lo que sigue en esta carta de Pedro es quizá uno de los versículos más conocidos para los cristianos. En el versículo 8, leemos: «Sean prudentes y manténganse atentos, porque su enemigo es el diablo, y él anda como un león rugiente, buscando a quien devorar». Lo de ser prudentes lo hemos escuchado desde niños de boca de nuestros padres, especialmente cuando salíamos solos a algún lugar nuevo o cuando comenzábamos a manejar el auto sin ninguna compañía. Prudencia es prestar atención, y prudencia espiritual es concentrarse en el Señor. No es buena la distracción, salirse del camino, o dejar pasar oportunidades. La noche en que Jesús fue entregado, le pidió a sus discípulos que se mantuvieran despiertos mientras él oraba en gran angustia. Después de orar los encontró dormidos y les dijo: «Manténganse despiertos y oren, para que no caigan en tentación» (Marcos 14:38).
Seamos prudentes y mantengámonos despiertos porque el diablo, el diablo estimado oyente, no anda distraído. Está en búsqueda activa. Tiene hambre y sed de venganza, porque Dios lo expulsó del cielo y creó un infierno para él y todos sus ángeles malignos. El diablo se ve acorralado y con poco tiempo, y ese poco tiempo lo usa para intentar sacarle a Dios sus valiosas criaturas que con tanto cariño, compasión y misericordia rescató de sus garras. La descripción del diablo como un león rugiente es sumamente gráfica. ¿Quién de nosotros va a ir a acariciar un león, a agarrarlo de la melena y esperar a que juegue con nosotros como si fuera una mascota? ¡Al primer rugido salimos corriendo a escondernos! Piensa que eso es lo que hacemos muchas veces cuando escuchamos un rugido aunque no veamos al león. Los rugidos son todas aquellas cosas que nos atemorizan, nos intimidan y paralizan. Los rugidos son las aflicciones, los dolores y las angustias que pueden hacernos dudar de Dios y desconfiar de él y finalmente caer de la fe. O sea, caer en la boca del león.
¿Qué hacemos con el diablo, con el león que asusta y mata? ¡Salimos corriendo! Es lo primero que se nos cruza por la cabeza. Pero el apóstol Pedro sugiere otra cosa. Dice: «Pero ustedes, manténganse firmes y háganle frente». Ni en broma, estarás pensando, pero piensa más bien en ese adolescente llamado David, un simple pastor de ovejas de Belén, que cuando escuchó los rugidos bravíos de Goliat, el gigante acorazado filisteo que quería aplastar al pueblo de Dios, se mantuvo firme en su Dios y enfrentó al gigante, y lo venció, y le devolvió la vida a todo el pueblo de Dios.
Leí hace poco un cartel que un campesino escribió con mucho humor para mantener a la gente fuera de sus campos. El cartel decía. «No atraviese por este campo, a menos que lo pueda hacer en nueve segundos, porque el toro puede hacerlo en diez segundos». Si salimos corriendo de las circunstancias de la vida el diablo nos alcanzará, porque es sumamente rápido.
Al principio de nuestra reflexión hemos dicho, como una declaración de fe, que Dios no tiene un punto débil. Aunque sufrió intensos dolores físicos, emocionales, y espirituales que lo hicieron sudar sangre y decir: «Siento en el alma una tristeza de muerte» (Marcos 14:34), aunque cayó bajo el peso de la cruz y fue colgado como un repulsivo criminal, Cristo no fue débil. Tal vez eso fue lo que sus seguidores vieron en ese momento. Tal vez Herodes y Pilato y Caifás creyeron haberle encontrado un punto débil, pero en realidad, la pasión de Cristo fue su punto fuerte. Sobre sus hombros se llevó a la cruz todos los pecados de todas las personas del mundo, para comprarnos con su muerte la reconciliación con Dios.
Sería un error confundir la compasión de Dios con debilidad. Su compasión es tan poderosa, que por compasión a nosotros resucitó a Cristo. Así demostró que con su poder pudo derrotar al diablo, al pecado y a la muerte. Dios no es ni débil ni vanidoso ni egoísta. Su sacrificio fue el más grande y significativo del mundo. Le costó la vida de su propio Hijo, quien no salió corriendo ante el rugido del abandono y la crucifixión, sino que le hizo frente en perfecta obediencia a la voluntad de su Padre. No hay gigante ni león rugiente que encuentre alguna debilidad en nuestro Dios.
Aunque el diablo es figurado aquí como un león rugiente que busca a quien devorar, aunque sabemos que es nuestro principal enemigo y que es mentiroso y sabe esconder sus rugidos bajo las ilusiones de poder, fama, y cualquier otra cosa que busca un corazón humano, el diablo tiene un punto débil. Si encontramos ese punto débil, podemos hacerle frente. Cuando David se enfrentó a Goliat, vio que éste, para protegerse, venía vestido con una coraza y un casco. Vio también que tenía la cara despejada y una frente amplia. Ese fue el punto débil que David aprovechó para vencer al que parecía invencible. Con su onda le metió una piedra entre los ojos. Y el gigante dejó de rugir y amedrentar al pueblo de Dios.
El diablo es astuto y tan maligno, que trabaja tiempo extra en torcer los caminos de los redimidos de Dios. Entre los muchos adjetivos que el Nuevo Testamento usa para describir a este león rugiente, dice que es el gran acusador. Él diablo no se defiende porque se cree invencible. Por eso invierte su tiempo en atacar, y lo hace abriendo viejas heridas, señalando nuestro pecado, recordándonos cosas que queremos dejar atrás de una vez por todas y mintiéndonos con esa sospecha que siembra en nosotros de que no nos merecemos el amor de Dios, de que no somos dignos siquiera de mirar al cielo. El gran acusador sabe incluso manejar la Palabra de Dios, como lo demostró cuando tentó a Jesús en el desierto. Pero aquí está su punto débil: no sabe manejar bien la Palabra de Dios porque no tiene con él al Espíritu Santo. El Señor Jesús le cerró la boca con la Palabra de Dios. Sus respuestas a las tentaciones del diablo fueron simplemente la Palabra de Dios. Ante la Palabra, el diablo se queda sin palabras. Ante la Palabra, el diablo sale corriendo y el León de Judá, el Señor Jesucristo, triunfador sobre el pecado y la muerte, que corre mucho más rápido, lo alcanzará con el brazo de su justicia y lo pondrá en el infierno para siempre. Allí ya no podrá hacer más daño.
Mientras esperamos que esto suceda, recibimos las palabras con las que Pedro cierra esta exhortación: «El Dios de toda gracia, que en Cristo nos llamó a su gloria eterna, los perfeccionará, afirmará, fortalecerá y establecerá después de un breve sufrimiento». Piensa en estas palabras. Dios no es mezquino con su gracia, y en Cristo nos mostró el precio que esa gracia pagó por nosotros. Por medio de su Palabra Dios nos perfecciona, esto es, nos restaura, hace rebotar las acusaciones del maligno. Por su Palabra Dios nos fortalece como fortaleció al apóstol Pablo cuando en su debilidad clamó por ayuda. Dios le dijo: «Mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9). Por su Palabra Dios nos establece, nos reedifica como nuevas personas perdonadas por la sangre de Cristo sobre una roca firme. Y por su Palabra aprendemos que el sufrimiento es breve porque nuestra vida es breve. Pero en Cristo, el vencedor del diablo, el cielo es nuestro y la vida con Dios después de nuestra resurrección no será breve, sino eterna.
Estimado oyente, te animo a escuchar la Palabra invencible de Dios con frecuencia y a participar de la Santa Comunión en todas las oportunidades que tengas. En tu debilidad, Dios te hará fuerte con su Espíritu Santo. Para Dios no hay enemigos invencibles. Y si tienes interés en aprender más sobre el Señor Jesús y su amor por ti, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.