PARA EL CAMINO

  • Contracultura cristiana

  • junio 23, 2024
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Romanos 12:14-21
    Romanos 12, Sermons: 1

  • Así como Dios buscó reconciliarnos con él cuando éramos sus enemigos, así también nosotros ahora somos llamados a amar a nuestros enemigos y a llevar la paz que de Él recibimos y compartir sus dones incluso con quienes nos molestan y desean nuestro malestar.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    La tristeza inunda la sala de mi casa cuando veo que el noticiero anuncia un nuevo crimen fatal en la ciudad donde vivo. Esta vez es un jovencito que fue víctima de la violencia que domina algunos sectores de la metrópolis. Escuchar el grito de dolor de los padres de este jovencito es desgarrador. Su familia pide por justicia. Dicen cosas como: «No tendremos paz hasta que se haga justicia». Consiento con ellos, solo hay paz si hay justicia. Pero ¿cómo conseguir justicia que no se parezca a venganza? ¿Cuánto dura la paz que busca y tal vez consigue un vengador?

    No puedo ponerme en los zapatos de esos papás que sufren una pérdida semejante, pero de alguna manera quiero ayudar para mitigar su dolor. El reportero advirtió a la población de estos hechos, y confirmó que las autoridades locales buscarán alguna solución y prometieron llegar al fondo del problema de la violencia. Doy gracias a Dios de que hay autoridades interesadas en sofocar el crimen e instaurar la paz, pero soy consciente también de las limitaciones que tenemos los seres humanos para luchar contra el diablo y sus fuerzas del mal.

    La triste temática de la violencia y el maltrato no es exclusiva de nuestros tiempos. El apóstol Pablo pudo reconocer ciertas conductas dañinas en la congregación de Roma. Al menos sabía que en la iglesia había personas de diferentes trasfondos étnicos y religiosos, y entre ellos había tensión y desacuerdo. Y por supuesto, como todo grupo humano, aunque redimido, el pecado todavía hacía estragos y provocaba celos, envidias, incomodidades mayúsculas y toda clase de actitudes y conductas muy parecidas a las que vemos en nuestra sociedad hoy.

    ¿Qué hace el apóstol Pablo para responder a esta situación? Porque claramente, se espera una convivencia mejor entre los miembros de una congregación cristiana. Lo que hace Pablo es lo que anunció el reportero del noticiero en mi ciudad: indagar para llegar al fondo de esta cuestión de la violencia. El apóstol Pablo indagó en las Escrituras, única fuente confiable para él y para todos los cristianos, cuál es el origen de los males que nos aquejan. Porque bien sabemos que los males no solo están en las calles, están radicados en nuestros hogares, en las escuelas, en los gobiernos, en fin, en cualquier lugar donde haya un ser humano. En los primeros capítulos de esta carta a los romanos, San Pablo describió con claridad de dónde viene el mal que nos aqueja. Somos pecadores de nacimiento. Heredamos el mal que entró en nuestra vida sin que lo hayamos invitado. Nacimos y nos convertimos en enemigos de Dios y de los demás.

    San Pablo prosigue luego explicando qué fue lo que hizo Dios para atacar y vencer el mal, y nos presenta a Jesucristo y nos habla de su gracia y de su misericordia para todos los que estábamos encadenados al pecado. Con sabiduría espiritual nos presenta la obra expiatoria de Cristo en la cruz, y nos enseña cómo ese amor de Dios mostrado en Cristo nos cambia la vida. Pablo desarrolla en profundidad la doctrina del Bautismo para que nos aferremos a ese don de gracia de Dios, porque en el Bautismo fuimos perdonados y reclamados como hijos de Dios. Pero no nos equivoquemos. Esta no es una forma más de cómo combatir el mal; es la única forma. Por eso el ataque contra el diablo tuvo que venir de Dios. Todo esto explica San Pablo en los primeros once capítulos de su carta a los romanos.

    Ahora, lo que nos pasó a nivel personal se extiende a la comunidad. ¿Qué nos pasó a nivel personal? Dios nos redimió, perdonó nuestros pecados y nos dio la esperanza de la resurrección y la vida eterna. Pero aquí no termina la gran bendición de Dios, sino que su gracia y su misericordia se propagan en toda la comunidad cristiana y aun fuera de ella, cuando los creyentes romanos viven con toda fuerza la gracia de Dios. Si antes estaban acostumbrados a devolver con mal el mal que les habían hecho, ahora deben devolver el mal con el bien. Si antes se vengaban de quienes los habían ofendido, ahora debían dejar de hacerlo. Si antes cada uno se ocupaba o preocupaba solo de sí mismo, ahora debía gozarse con los que se gozan y llorar con los que lloran.

    Aquí es donde el evangelio entra en acción y exterioriza todo el cambio que Dios ha producido en nuestro corazón. La lista ejemplar que se nos presenta aquí es simple: Vivamos como si fuéramos uno, como una familia querida donde se animan unos a otros y se perdonan y se ayudan y, como decimos comúnmente, con un solo corazón. Bendigamos aun a los que nos persiguen. Bueno, eso ya es bastante más difícil. Y se hace más difícil cuando Pablo todavía pide: bendigamos y no maldigamos. Maldecir se ha convertido en la válvula de escape favorita de los seres humanos. Porque al maldecir nos sacamos la rabia de encima, o al menos eso pensamos, porque en verdad, maldecir no es la solución a nuestro malestar. Y aun cuando la venganza se practica mucho más de lo que nos damos cuenta, el vengarse de quien nos hizo daño tampoco es una solución. Decir que «me las va a pagar» o que «a partir de ahora lo declaro persona non grata», es expresar pensamientos de venganza que crecen en nuestro interior hasta estallar en actitudes miserables que solo malogran más cualquier relación social. ¿La razón? Somos altivos y nos creemos más que los demás, aunque en realidad no lo somos. Pero el evangelio que Pablo predicó nos puso a todos por igual, al mismo nivel de pecadores y al mismo nivel de nuevas criaturas perdonadas por Dios.

    Cambiados de raíz por el amor de Dios, estamos llamados a manifestar ese amor juntándonos con los humildes, no pagando a nadie mal por mal, procurando hacer lo bueno y si es posible, vivir en paz con todos. Como podemos ver, el evangelio nos ha cambiado la vida para que ahora seamos diferentes. El evangelio instauró en la iglesia una contracultura. La cultura del mundo incrédulo es, en general, centrada en sí misma, materialista, avara y atropelladora que busca a toda costa su bienestar personal. San Pablo nos presenta la contracultura cristiana, una cultura diferente, basada en la cruz donde Cristo murió por nuestros pecados, basada en la gracia de Dios que tuvo compasión de nosotros, y basada en la esperanza real de la resurrección de los muertos a una vida eterna donde el gozo es también eterno y el dolor dejó de ser. El dolor se queda en la tumba, junto con nuestros miedos y nuestros fracasos, nuestras ansiedades y nuestros pecados. La resurrección del día final nos transporta a un mundo nuevo donde todo lo pasado ha dejado de existir. En el cielo viviremos finalmente en paz. Finalmente Dios hizo justicia, a su manera, y nos confirma la absolución y su amor eterno.

    Mientras tanto, en nuestro mundo a contramano con nuestra fe y nuestra esperanza, seguimos viendo en los noticieros que el mundo de la no violencia y de la paz es cada vez más difícil de conseguir. Escuchemos lo que nos dice San Pablo: «Si es posible, y en cuanto dependa de nosotros, vivamos en paz con todos». Nos queda claro, por lo que dice la Escritura y por la experiencia que nos da la historia, que la paz no siempre es posible. La paz no se puede imponer, en todo caso se puede imponer un período de calma, pero la paz requiere mucho más que calma. Los seres humanos no generamos la paz verdadera, ella es un don de Dios. Jesucristo les dijo a sus discípulos en su discurso final antes de su sacrificio en la cruz: «La paz les dejo, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da» (Juan 14:27). Definitivamente, la paz de Dios es la que proviene de lo que Cristo ha hecho en nosotros: ha lavado nuestros pecados, ha borrado nuestras culpas. Con un corazón limpiado por la sangre de Cristo, procuramos vivir en paz. Entre cristianos, la paz es el fruto de la reconciliación.

    Ciertamente habrá quienes prefieren la venganza, el salirse con la suya, el sembrar cizaña y discordia. Esos que quieren sobresalir a toda costa pisoteando los derechos de los demás, personas que no tienen ni quieren la paz. Esa es la realidad que vemos en los noticieros todos los días, y también entre los vecinos en nuestro barrio y entre los miembros de nuestras familias ¡y aún en medio de las congregaciones cristianas! Pero los cristianos tenemos un elemento único que puede traer paz a la comunidad: el perdón de Cristo. Por lo tanto, si depende de nosotros, vivamos en paz con todos. Exactamente: con todos. No vale elegir. Si tenemos la paz que por medio del Espíritu Santo Dios trae a nuestra vida, ofrecemos esa paz a todas las personas que nos rodean. Porque Dios no es selectivo, sino que nos ve a todos por igual. Así el creyente, renacido por el poder de Dios, brinda su paz a todas las personas.

    Y ahora San Pablo nos enseña lo que realmente es contracultura: «Si nuestro enemigo tiene hambre, démosle de comer; si tiene sed, démosle de beber. Si así lo hacemos, haremos que éste se avergüence de su conducta». Esto es, tratar bien al que nos trata mal. Lo que Pablo nos enseña es que no nos dejemos llevar por lo que hacen los demás, sino que hagamos lo mismo que Dios ha hecho con nosotros. Aunque éramos sus enemigos, Dios buscó reconciliarnos con él. Aunque lo agredimos con nuestra conducta malvada, Dios nos pagó con bien, nos perdonó y nos llenó de paz. El ejemplo de Cristo es supremo. Cristo no lastimó a nadie, no agredió, no amenazó ni profirió insultos. El evangelio lo dice claramente: «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él» (Juan 3:17). Por esa razón, y porque Dios nos ha dado la plenitud del Espíritu Santo, tampoco nosotros juzgamos o condenamos, sino que ofrecemos la paz que recibimos y compartimos los dones de Dios aun a quienes nos molestan y desean nuestro malestar.

    Tal vez no veamos nunca la cara de vergüenza de las personas que nos son hostiles. No importa, Dios hará su trabajo de iluminar el corazón de los demás mediante la paz, el amor, y la compasión que los cristianos ofrecemos, haciendo el bien sin mirar a quien.

    Estimado oyente, te animo a crecer en el evangelio. La paz y la compasión de Dios vienen a nosotros mediante la predicación de la Palabra de Dios y la Santa Cena. Recibe con gratitud y con frecuencia esos medios de la gracia de Dios para que su paz y compasión se desborden en tu corazón y alcancen a otros que están a tu alrededor. Y si tienes interés en aprender más sobre el Señor Jesús y su amor por ti, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.