PARA EL CAMINO

  • Esclavos felices

  • julio 14, 2024
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Romanos 6:19-23
    Romanos 6, Sermons: 4

  • Con su muerte en la cruz y su triunfante resurrección, Cristo nos compró de nuevo para Dios. Él pagó el precio de nuestra libertad. Somos esclavos libres al servicio de Dios y del prójimo. Somos esclavos felices.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Hace algún tiempo me prometí a mí mismo que no volvería a ver más películas ni leer más libros que trataran de la guerra o la esclavitud. Son dos temas que me impactaron tan profundamente, que quiero tomar un descanso del dolor que causa tanto maltrato humano. Sin embargo, hace pocos meses terminé de leer un libro que trataba de la esclavitud en el Caribe y en el sur de los Estados Unidos. Escogí ese libro porque fue escrito por uno de mis escritores favoritos, y porque ni el título ni sus primeras páginas me dieron la clave de que era un recuento de la historia de hace dos y tres siglos atrás, cuando la esclavitud estaba en su apogeo. Después de leer algunas páginas ya no pude dejarlo, y lo terminé con el dolor que causa nuestra historia reciente en aquellos que hemos nacido en libertad política y social.

    Sin embargo, ese libro me enseñó algo muy interesante que me ayudó a entender lo que escribió el apóstol Pablo en su Carta a los Romanos. Después de que el continente americano fuera descubierto por los europeos, tres poderosas naciones se encargaron de afincarse en lo que ellos llamaron ‘colonias’. Al noreste de los Estados Unidos se estableció la colonia inglesa. Al sur de los Estados Unidos y el Caribe se estableció la colonia francesa, y al sureste se estableció la colonia española, que también tomó las tierras que estaban del lado del Océano Pacífico. La nota interesante aquí es que los españoles tomaron los reglamentos para la esclavitud, de la práctica romana. Es por eso que algunos esclavos que lograban huir de la esclavitud inglesa y francesa encontraban refugio en las colonias españolas donde, aun siendo esclavos, tenían derechos y algunas libertades.

    Cuando el apóstol Pablo les dice a los miembros de la congregación de Roma que les habla en términos humanos es porque ellos eran humanos que vivían realidades humanas en sus vidas personales y en la sociedad en la que estaban. En otras palabras, Pablo les está diciendo: ‘Les hablo en términos que ustedes pueden entender. Ustedes conocen el sistema de la esclavitud, y lo toman como algo muy normal. Pero hay una verdad mucho más profunda que nos hace esclavos a todos. Espiritualmente hablando, todos somos esclavos del pecado, porque hemos nacido en pecado.’ A causa de Cristo, los creyentes en Roma habían recibido el perdón que los había liberado para siempre de la esclavitud al pecado y de la esclavitud eterna en el infierno. Sin embargo, ahora eran esclavos de sus deseos puramente humanos, como si no hubieran sido redimidos. Después de conocer a Cristo y de haber recibido sus beneficios, la vida de algunos creyentes no daba muestras de su cambio interior, todavía estaban muy centrados en sí mismos.

    San Pablo señala que nadie puede escapar de la esclavitud. En ese sentido, no tenemos dominio propio para vivir como corresponde. Cuando nacimos éramos esclavos del pecado, y cuando fuimos bautizados Dios nos lavó con la sangre de Cristo para ponernos bajo su dominio. En este sentido, hemos cambiado de dueño. Ser esclavo del pecado es dejarse llevar por todo lo que nuestros deseos pecaminosos quieren. Es satisfacer nuestra vanidad y ambición y egoísmo. Es no mirar a las necesidades del prójimo. De todo eso Dios nos salvó por la obra de Cristo. ¡Somos libres!

    Pero ¿entendemos bien lo que es ser libres? En la congregación en Roma, los creyentes estaban esclavizados o al legalismo o al liberalismo. El legalista es aquel que pone su confianza en cumplir todas las leyes religiosas posibles, ¡como si eso fuera posible! El legalista se esclaviza y no puede mirar la vida, ni siquiera la vida cristiana, sino a través de la obediencia obligada a la cada vez más numerosa cantidad de leyes. Después están los que no entendieron correctamente la libertad cristiana y piensan que, como ya fueron salvados, pueden hacer lo que quieran sin tener que preocuparse por vivir el amor cristiano con el prójimo. La palabra griega para esclavo y siervo en el Nuevo Testamento es doulos. Se traduce esclavo cuando se trata de esclavitud al pecado y esclavitud política. Pero cuando se trata de estar bajo el otro amo, el amo amable, perdonador, compasivo y amoroso, la palabra se traduce como: siervo. La enseñanza básica de San Pablo en el texto que estudiamos hoy es que todos, de alguna manera, somos esclavos de algo o servimos a algo o a alguien. Nadie es libre a la manera en que comúnmente entendemos la palabra libertad.

    Tal vez has observado, estimado oyente, que el término libertad se usa en muchos de los himnos nacionales y en los discursos políticos. Es el grito aun de los que vivimos en países libres y democráticos, porque la libertad que tenemos nunca es suficiente. Siempre queremos más libertad para hacer lo que queremos. Y no nos damos cuenta de que nos volvemos esclavos de nuestros propios caprichos. Jesús, en cierta ocasión en que los judíos que habían creído en él se ufanaban de que ellos nunca habían sido esclavos, les dice: «Si ustedes permanecen en mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres» (Juan 8:31-32).

    ¿Dónde está la verdadera libertad? Porque según la Escritura en las propias palabras de Jesús, el creyente no puede servir a dos señores al mismo tiempo. En su conocido sermón del monte Jesús declaró que «Nadie puede servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro, o estimará a uno y menospreciará al otro. Ustedes no pueden servir a Dios y a las riquezas» (Mateo 6:24). Los cristianos romanos, recién convertidos a la fe cristiana, se mostraban débiles en cuanto a su forma de vivir la fe. Eran cristianos flojos que seguían practicando las cosas que no venían del espíritu cristiano. Sin proponérselo, seguían siendo esclavos de su ambición y sus vanidades. No habían cambiado su estilo de vida. No sentían la fuerza de la santa voluntad de Dios que los llamaba a llevar una vida decente, casta, honesta y productiva en amor. Ellos querían seguir siendo libres, pero no entendían lo que era la verdadera libertad que viene de Cristo.

    En esta carta, el apóstol Pablo los informa, los exhorta y los anima a ponerse debajo del Señor que los liberó de la esclavitud al diablo y los puso bajo su señorío santo. A ellos se aplicaba también esta palabra de Jesús cuando afirmó: «El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama» (Mateo 12:30). Ni los romanos ni nosotros tenemos la opción de vivir con neutralidad. O somos del diablo o somos del Señor Jesús. O vivimos guiados e influenciados por la santa Palabra de Dios que nos trae libertad, o vivimos esclavizados a nuestros propios delirios y fascinaciones, a nuestras propias y egoístas formas de llevar adelante la vida.

    Siempre hay un antes y un después en la vida de un cristiano. Antes de ser bautizado y después de haber recibido el perdón de Dios. En el caso de los romanos, la mayoría de los conversos eran posiblemente adultos que fueron bautizados al momento de recibir el evangelio. Antes de haber sido adoptados como hijos de Dios, vivían en completa ignorancia de su pecado y de la perdición eterna que les llega a todos los que rechazan a Cristo. No conocían la voluntad de Dios, amorosa y llena de gracia, que perdona a los arrepentidos. Antes de conocer a Cristo, se servían a sí mismos con excesos de los que ahora se avergonzaban. San Pablo lo expresa con palabras muy claras: ¿Qué provecho sacaron de eso? Ahora ustedes se avergüenzan de aquellas cosas, pues conducen a la muerte».

    Pero gracias a Dios y la obra magnífica de su Hijo Jesucristo, todos podemos ser librados de esas obras que llevan a la muerte. Eso hizo el evangelio en Roma y lo sigue haciendo todavía hoy entre nosotros. También nosotros fuimos liberados por la sangre de Cristo sin que nos haya costado absolutamente nada, para hacer obras que conducen a la santidad. Cuando fuimos liberados de la condenación del pecado, fuimos hechos siervos de Dios. Gracias a Cristo no somos más esclavos del diablo, sino siervos del Dios amoroso que no dudó ni un momento en venir a sacarnos de la esclavitud de una vida vacía para darnos una vida abundante donde reinan el amor y la paz, donde la gracia hace justicia perdonando y donde la esperanza en el poder de Dios sobre la vida y la muerte alimenta nuestra confianza de ser recibidos en la casa celestial después de nuestra muerte. San Pablo lo expresa así: «Pero como ya han sido liberados del pecado y hechos siervos de Dios, el provecho que obtienen es la santificación, cuya meta final es la vida eterna».

    El apóstol remata esta enseñanza con palabras categóricas que no dejan ninguna duda de la realidad de los dos sistemas de esclavitud que existen en nuestro mundo. La esclavitud al diablo y la esclavitud a Dios. Pablo dice: «La paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor». En el reino del diablo el amo que manda es el pecado, que vive atormentando a las personas con sus obras de destrucción y desesperación. El diablo y el pecado esclavizan hasta matar temporal y eternamente. Eso quiere decir Dios cuando afirma: la paga del pecado es la muerte. Para que lo entendamos mejor, decimos que el pecado se las cobra, y cobra caro. Nos enjuicia y nos manda a cadena perpetua al infierno eterno. Pero la esclavitud a Dios es diferente. No te asustes con el término esclavitud aquí, no es la esclavitud como la que instauraron los romanos o los colonizadores de las Américas en tiempos más recientes. La esclavitud a Dios es sin cadenas, porque nuestra obediencia a la gracia de Dios que nos dio nueva vida nos lleva a la libertad total. Somos libres de la muerte temporal y eterna, somos libres de la condenación a la que el pecado nos empuja, porque nuestro amo lleno de gracia nos concedió el perdón de nuestra deuda. Cristo, con su muerte en la cruz y su triunfante resurrección, nos compró de nuevo para Dios. Él pagó el precio de nuestra libertad. Somos esclavos libres al servicio de Dios y del prójimo. Somos esclavos felices.

    Estimado oyente, la justicia de Dios no se las cobra como el pecado, sino que es un regalo para vida eterna. Dios no nos cobra nada. Dios nos regala. El Espíritu Santo te llama, mediante la fe, a ponerte bajo su voluntad divina, santa y perfecta. Nútrete de los alimentos de Dios. Escucha y estudia su Palabra con frecuencia. Participa de la Santa Comunión y recuerda los beneficios de tu Bautismo.

    Y si tienes interés en aprender más sobre el Señor Jesús y su amor por ti, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.