PARA EL CAMINO

  • Advertencias amorosas

  • julio 28, 2024
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: 1 Corintios 10:6-13
    1 Corintios 10, Sermons: 1

  • Cuando nos parezca que estamos transitando por un desierto, recordemos las bendiciones que encontramos en la Palabra de Dios, en el Bautismo y en la Santa Comunión: dones de la gracia de Dios que nos permiten permanecer firmes en la fe.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    El pasaje que termino de leer nos va a llevar de lugares remotos y lejanos en el tiempo, a nuestros tiempos y a nuestros lugares hoy y a tiempos y lugares que aún no conocemos, pero que nos fueron prometidos. Avanzamos en un viaje largo que comenzó hace miles de años. Un viaje que recorrió mares, desiertos, montañas y llanos. Un viaje que se desarrolló entre historias de amor y de guerra, de traiciones y de lealtades, de pecados y castigos, de perdón y liberación. ¿A dónde nos llevará? Lo averiguaremos estudiando este pasaje de San Pablo a los corintios.

    El apóstol Pablo retoma la historia de la salvación en el momento en que el pueblo hebreo, bajo el liderazgo de Moisés, es bautizado al pasar el mar Rojo abierto por milagro, y por la nube que los cubría en su peregrinación por el desierto. No fue un rito bautismal como el que practicamos hoy en nuestra fe cristiana, pero fue un bautismo al fin, es decir, una obra de Dios que manifestó el nuevo nacimiento, el comienzo de una nueva vida que significó dejar atrás al enemigo y caminar hacia la Tierra Prometida guiados por Dios mismo. Esa nueva vida debía ser una vida de santidad que sirviera de ejemplo a los pueblos vecinos, que mostrara que hay un Dios en el cielo que bajaba a la tierra para estar con su pueblo y caminar con ellos.

    San Pablo comienza este capítulo diciendo: «Hermanos, no quiero que ignoren que todos nuestros antepasados estuvieron bajo la nube, y que todos cruzaron el mar. Todos ellos, en unión con Moisés, fueron bautizados en la nube y en el mar. También todos ellos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de la roca espiritual que los seguía, la cual era Cristo» (1 Corintios 10:1-4).

    Pero algo pasó en ese camino de santidad: el pueblo de Israel ignoró esas bendiciones, ese nuevo camino de libertad. Ignoró lo más importante, lo que definitivamente no tenían que ignorar: que habían sido salvados de los egipcios por la pura gracia y poder de Dios, y estaban ahora en un camino de santidad, en la compañía de Dios, a la Tierra Prometida. Como consecuencia por haber ignorado esas bendiciones, quedaron tendidos en el desierto y enterrados ahí mismo. Solo un puñado de hombres que salieron de Egipto acompañaron a todos los que, nacidos en el desierto durante esos cuarenta años, entraron a tomar el regalo de Dios de la Tierra Prometida.

    Ignorar la hoja de ruta y menospreciar las advertencias en las partes peligrosas, puede ser mortal. Lo fue para el pueblo hebreo. San Pablo, en una advertencia de amor por los corintios les dice: «Hermanos, no quiero que ignoren… Todo esto sucedió como un ejemplo para nosotros». Nuestros tiempos son como los tiempos de Israel en el desierto, y como los tiempos de Pablo en Asia Menor. Durante la historia humana nada ha cambiado, con excepción de lo que Dios ha hecho. Nuestro Creador todopoderoso no ha dejado de obrar en bien de su criatura. Hoy nos ve desde su gloria. Desde su eternidad contempla la miseria que producimos como sociedad pecaminosa, y como buen Padre nos advierte de los peligros que puede acarrear, incluyendo nuestra muerte eterna. Lo que fue comunicado en las Sagradas Escrituras es para que nos sirva de ejemplo. Dios no quiere que quedemos tendidos en el desierto como castigo por nuestra insolente desobediencia y falta de arrepentimiento.

    El apóstol Pablo enumera cinco groseros desvíos del pueblo de Israel que los llevó a padecer consecuencias sumamente graves, incluida la muerte. A partir de este ejemplo, debemos aprender a no codiciar cosas malas. El apóstol Pablo dice que él no sabía que la codicia era pecado hasta que lo leyó en la Escritura. Fue de la Sagrada Palabra de Dios que Pablo aprendió que la codicia es una falta de respecto a todo lo que Dios nos ha dado. Codiciar alguna cosa, aunque parezca inocente, es despreciar lo que Dios está haciendo en nuestra vida. Es estar desconforme con lo que somos y tenemos, es decirle a Dios: «no me alcanza lo que me has dado».

    A partir de lo que pasó en el desierto, debemos aprender a no ser idólatras. Aquí es donde muchos fallamos en ver la profundidad de este mandamiento. Es cierto que no nos arrodillamos ante un becerro de oro o una estatua pagana, ni dirigimos nuestras oraciones a cosas creadas por el hombre. Sin embargo, fácilmente caemos en el pecado de dedicar más tiempo a los deportes, a las tareas en la casa, a ciertos entretenimientos que no podemos dejar de practicar. El reformador Martín Lutero decía: «Tu Dios es aquello a lo que le dedicas tu tiempo y tu dinero». El primer mandamiento dice: «No tendrás otros dioses además de mí». Sin embargo, fácilmente confiamos más en lo que el dinero puede comprar, que en la asistencia divina. Somos idólatras cada vez que desconfiamos en que Dios pueda hacerse cargo de nuestra situación. Dios siempre se hace cargo, a su manera, no a la nuestra.

    A partir de lo que sucedió en el desierto, debemos aprender a no cometer inmoralidad sexual. En este tema no hemos mejorado nada como humanidad. No mantenemos en alto el gran honor que Dios nos ha dado de usar nuestra vida íntima con nuestro cónyuge para crear las nuevas vidas que Dios, mediante nosotros, trae a este mundo. El desparpajo que se vive hoy en relación al don de la sexualidad que Dios nos dio y santificó, como todas las otras partes de nuestros cuerpos y de nuestras almas, solo sigue en aumento. Muchos no ven el ejemplo de lo que pasó en el desierto, cuando los hombres del pueblo de Dios se buscaron muchachas de pueblos vecinos para satisfacer sus caprichos y sus pecaminosos apetitos. Pero nosotros debemos prestar atención a esto.

    A partir de lo que pasó en el desierto, debemos aprender a no pecar contra Cristo. ¿Cómo pecó Israel contra Cristo? Israel pecó cuando despreció el milagro de pasar por el agua, despreciaron su bautismo de gracia. Despreciaron el agua que bebieron de la roca que surgió milagrosamente de una peña por mandato divino. Despreciaron el maná. Dijeron: «estamos cansados de esta comida liviana». El mar, la nube, el agua, el maná y las codornices fueron los elementos de gracia que Dios proveyó a su pueblo. Pero a ellos no les alcanzó, y codiciaron más.

    A partir de lo que pasó en el desierto, aprendemos a no murmurar. Sospecho que este puede ser el pecado favorito de algunos cristianos. Murmurar va un paso más adelante de la queja. Moisés se quejó a Dios porque le dio un pueblo rebelde, pero no murmuró. Job se quejó a Dios por sus padecimientos, y David el gran rey de Israel se quejó a Dios más de una vez, pero todos siempre lo hicieron con respeto. Fue como presentarle a Dios sus pesares y pedirle que les ayude a entender el propósito de tales sufrimientos. El pueblo de Israel, en cambio, no se quejó con dignidad, sino que murmuró. En otras palabras el pueblo, con sus murmuraciones, desaprobó lo que Dios estaba haciendo con ellos. ¡Le echó la culpa a Dios! Esto es un pecado abominable, dado que Dios tiene siempre la mejor intención y la meta sagrada de traernos a buen puerto. No entender los designios de Dios no es motivo para censurar sus acciones.

    Todo esto que sucedió fue escrito para nuestra advertencia. ¿De qué tenemos que estar advertidos? De que Dios sigue siendo Dios. Y que nosotros seguimos siendo su pueblo con el designio especial de vivir para nuestro Creador y Redentor. No importa cuánto ignora a Dios nuestra sociedad ni cuánto menosprecia las reglas cristianas, Dios todavía es y será por toda la eternidad el Dios de su pueblo. ¿Qué lugar ocupamos nosotros hoy en la historia del pueblo de Dios? Hoy ocupamos el último lugar. Después de nosotros ya no habrá más historia. Solo habrá eternidad. San Pablo dice: «Todo esto les sucedió [al pueblo de Israel] como ejemplo, y quedó escrito como advertencia para nosotros, los que vivimos en los últimos tiempos». Desde Cristo, el pueblo de Dios vive en los últimos tiempos. Estamos en plena escatología. Dios no tiene ninguna otra acción planificada para su Mesías, el Cristo, sino la última, cuando él regrese en gloria a juzgar a los vivos y a los muertos. ¿Cuándo será esto? Esta tarde, o mañana, o en cien años. Será cuando el Padre en los cielos encierre al diablo y a todos sus ángeles malignos en el infierno junto con todos los que rechazaron su gracia. Al mismo tiempo, el Padre en los cielos abrirá de par en par las puertas de su morada gloriosa y eterna para entrar a cada uno de sus hijos redimidos por Cristo Jesús.

    Mientras tanto, San Pablo nos dice: «El que crea estar firme, tenga cuidado de no caer». Tenemos que aprender de esta advertencia amorosa de Dios. Lo que sucedió en el pasado nos tiene que recordar nuestra propia debilidad. Esto es un llamado a no confiar en nosotros mismos sino en Cristo y en su sacrificio en la cruz. Estar firmes es algo bueno. El apóstol Pablo les escribe a los colosenses «[Cristo] los ha reconciliado completamente en su cuerpo físico, por medio de la muerte, para presentárselos a sí mismo santos, sin mancha e irreprensibles, siempre y cuando en verdad permanezcan cimentados y firmes en la fe, inamovibles en la esperanza del evangelio que han recibido» (Colosenses 1:21-23). ¡Qué hermosas palabras de ánimo! Lo que conviene que tomemos en cuenta es que no debemos ser arrogantes ni orgullosos en cuanto a nuestra firmeza cristiana, porque nosotros no hemos logrado nada, sino que la firmeza viene del Espíritu Santo.

    Tanto San Pablo como Dios saben que si caemos de la fe no podremos levantarnos a nosotros mismos. La caída de la fe es un golpe brutal, y puede suceder por muchos motivos, pero sobre todo porque descuidamos los dones de la gracia de Dios. A los que vivimos en estos últimos tiempos, San Pablo nos dice: «Dios es fiel y no permitirá que ustedes sean sometidos a una prueba más allá de lo que puedan resistir, sino que junto con la prueba les dará la salida, para que puedan sobrellevarla». Si a veces nos parece que estamos transitando por un desierto, recordemos las bendiciones de las aguas del Bautismo y sus promesas. La Palabra de Dios nos reafirma que, por causa de Cristo, nuestros pecados fueron y son perdonados. Cristo es nuestra roca de donde sale el agua de la vida. Cristo es nuestro pan y nuestra carne que se nos ofrece generosamente a nosotros en la Santa Comunión. Estos son los dones de la gracia de Dios que nos permiten permanecer firmes en la fe. Es solo en el poder del Espíritu Santo que podemos enfrentar todas las tentaciones y cargas que tenemos que llevar. Fortalecidos en el Espíritu y en la Palabra de Dios, tenemos también la fuerza de advertir amorosamente a otros de todo lo que Dios tiene en su plan.

    Estimado oyente, tal vez ahora tengas mucho en qué pensar. Eso es bueno, porque por la gracia de Dios puedes poner tus pensamientos en las amorosas advertencias divinas que te mantienen a los pies de tu Salvador Jesús. Si el tema de hoy ha despertado tu interés en aprender más sobre el Señor Jesús y su amor por ti, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.