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PARA EL CAMINO
Jesús escucha y responde las peticiones que los corazones sinceros. Él siempre tiene los oídos abiertos para las personas de toda raza y cultura. Y, cuando escucha nuestro clamor, siempre obra para bien.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.
Me crie en un pueblo muy pequeño donde los veranos podían llegar a ser algo aburridos, ya que una vez que terminaban las clases de ese año, no había casi nada para hacer. No teníamos televisión y, por supuesto, el internet todavía no existía. De todas maneras, guardo preciosos recuerdos de esa época de mi vida, especialmente cuando ocurría algo fuera de lo común, como la llegada de un circo. Cuando eso sucedía, corríamos a mirar la caravana de pequeños camiones que traían la carpa y algunas jaulas con animales. No nos perdíamos detalles de la instalación de la carpa, mientras por todas partes veíamos volantes que invitaban a la noche de inauguración ¡para el sábado próximo!
Si juntaba las monedas suficientes para pagar la entrada, iba con mis hermanos y algún amigo. De lejos se escuchaba la música en vivo. Yo quería ver a los payasos que, para mi alegría, esperaban en la puerta para darnos la bienvenida. Tengo que decir que siempre empezaban más tarde de lo anunciado, pero no importaba: estábamos de fiesta. El primer número eran los actos de magia del más afamado mago de la región. Ahí fue, en esos actos de magia que aprendí la extraña palabra: «Abracadabra«. Tal vez haya quienes no hayan escuchado esta palabra de parte de un mago, pero en nuestro tiempo todos los magos la usaban como la palabra mágica que hacía aparecer o desaparecer cosas.
Movido por la curiosidad, investigué el origen de esa palabra que aparentemente se usa en muchas partes del mundo. «Abracadabra» parece ser de origen arameo y quiere decir: «Que se haga como yo digo». Por supuesto, esto está siempre dentro de la esfera de la ilusión, el truco, la fantasía y el encantamiento, porque el decir «Abracadabra» no produce en realidad nada. Es interesante que los ilusionistas que la usan están como jugando a ser Dios. Fue Dios quien dijo: «Que haya luz», y la luz comenzó a existir. Solo Dios tiene poderes que distan mucho de ser mágicos, y que verdaderamente producen lo que dicen.
En la historia de hoy, Jesús usa una palabra aramea que significa «Ábrete«. Pero Jesús no ejercitó el encantamiento o algún truco, sino que, por el poder de Dios, la palabra pronunciada hizo lo que Jesús ordenó: abrió los oídos del sordo. Solo Dios puede hacer estas cosas.
Miremos un poco más de cerca esta historia: Jesús y sus discípulos están de gira por territorio gentil. Van caminando por la costa del mar Mediterráneo, visitando personas de cultura griega, enseñando y haciendo milagros. En ese recorrido, llegan a la costa oriental del lago de Galilea, donde sus habitantes también son de cultura griega. Esta es la segunda vez que Jesús visita esa región. Fue en esa zona donde Jesús curó a un endemoniado llamado Legión y donde dos mil cerdos se precipitaron al mar ahogándose a causa de esos demonios. Es muy posible que la gente de toda esa región recordara ese milagro y la catastrófica muerte de los cerdos endemoniados.
Cada vez que Jesús aparece en algún lugar, se encuentra con la oportunidad de hacer un milagro. No es de extrañar. Siempre hay personas que necesitan de sanidad, porque no hay ningún ser humano, por más buen médico que sea, que pueda sanar todas las enfermedades del mundo. Pero Jesús fue a territorio griego para algo mucho más importante que para llevar alivio inmediato a algunas personas. Él fue allí a llevar la buena noticia de la gracia de Dios. En su persona, Dios había venido al mundo no solo para la nación hebrea, sino para salvar a personas de toda raza y cultura. Y Dios, en Cristo, sigue haciendo lo mismo hoy: viene a traer la gracia de Dios a los que están confundidos con tantos dioses creados por la imaginación humana y a los que están perdidos porque dicen no creer en ningún Dios. Tanto los judíos como los griegos de ese tiempo, como las personas de todas las etnias hoy, necesitamos de la gracia de Dios para solucionar las terribles consecuencias temporales y eternas de nuestro pecado.
Algo que me maravilla de Jesús es que él escucha la petición de los que le trajeron al sordomudo. No es la única vez que Jesús obra contemplando la fe de los demás. Al comienzo del capítulo 2 del Evangelio de Marcos, leemos que también lo hizo cuando unos amigos abrieron un hueco en el techo y bajaron un paralítico en la habitación donde estaba Jesús. El sordo y tartamudo de nuestra historia nunca había escuchado de Jesús, o al menos no en la forma convencional, y tampoco podía expresarse claramente como para contarle a Jesús la historia de su vida y sus necesidades. Me da mucha alegría que haya amigos que traen a otros a Jesús, aunque más no sea para aliviar sus dolores e incapacidades físicas. Me gusta ver también que Dios siempre tiene los oídos abiertos para las personas de toda raza y cultura. Y cuando Dios escucha el clamor, obra para bien. Así lo promete el Salmo 50:15 «Invócame en el día de la angustia; yo te libraré, y tú me honrarás.»
Jesús le habló al sordo con sus manos, con sus gestos, con su actitud de compasión. Lo llevó aparte, lejos de todos los curiosos, y literalmente tocó las partes afectadas de esta persona de la cual ni siquiera conocemos su nombre. Jesús no dijo: «No tengo tiempo ahora», ni buscó alguna otra excusa. Bien podría haber dicho: «He venido a predicar que el reino de Dios se ha acercado, he venido para que se arrepientan y crean en las buenas noticias de Dios», después de todo, eso era exactamente a lo que él vino al mundo. En cambio, como siempre, Jesús tiene compasión. Sin usar palabras mágicas o de encantación, sana con la poderosa palabra que sale de su boca. Porque no fueron los dedos ni la saliva los que produjeron la sanidad, sino su palabra poderosa: «¡Efata!» «¡Ábrete!». Jesús nos está dando pruebas de que él y el Padre son uno solo, y que junto con el Padre y el Espíritu Santo comparte el poder de crear con la palabra, así como lo vemos en la narración de la creación del mundo.
Cuando Jesús habla, su palabra es acción. La palabra de Dios no es ningún «Abracadabra», porque para el pecado no hay soluciones mágicas. Dios no dice «Abracadabra» y el pecado desaparece. La condenación eterna no se esfuma por arte de magia. No se puede hacer un truco para que nuestra vida cambie y nuestros problemas se esfumen. Nuestro pecado es perdonado gracias al sacrificio de Jesús en la cruz, y a su victoriosa resurrección. Nuestro perdón tuvo el alto precio de la vida de Jesús, quien se ofreció a pagar por nuestras culpas para que nosotros fuéramos declarados inocentes delante de Dios.
Así vemos que fue necesario algo que va más allá del encantamiento. Dios bien pudo haber reaccionado con rabia a nuestro pecado y mandarnos al infierno para siempre, ya que bien merecido lo tenemos, pero Dios no es así: él es el creador de todo el universo, pero también el Padre de todos nosotros, y como Padre nos ama, nos busca, nos sigue eligiendo para traernos a Jesús por medio de su poderoso Espíritu Santo. A veces usa amigos que nos traen a Jesús, otras veces nos usa a nosotros para que llevemos a otros a la presencia de Jesús.
«¡Efata!«, y se produjo el milagro y el hombre pudo hablar bien, porque también pudo escuchar bien. Y la multitud se asombró, y nadie podía dejar de hablar de lo que había ocurrido. Entonces Jesús les prohibió que hablasen. Imagínense cómo se habrá sentido el pobre hombre que recién había comenzado a hablar, cuando Jesús le dice: «No le cuentes a nadie». ¿Cómo no hablar de algo tan extraordinario? Pero Jesús tenía una razón muy poderosa para esa petición. Cada vez que él hacía un milagro, la gente se admiraba y lo seguía a todas partes por el milagro, y no por quién él realmente era. Esa era la razón. La gente se distraía admirándose de los milagros sin ver quién era el que hacía el milagro, y así se desvirtuaba el ministerio de Jesús. Él no había venido solamente a sanar dolencias y a demostrar que «todo lo sabe hacer bien». ¿A qué había venido Jesús? A hacer el gran milagro de resucitar de la muerte. Pero, para eso, primero tenía que terminar de visitar todos los lugares que él se había propuesto, tenía que terminar de educar a sus discípulos, y tenía que dejarse llevar ante las autoridades romanas para ser juzgado y sentenciado a muerte.
Jesús fue a la cruz para comenzar la ejecución del milagro más grande jamás hecho: la salvación de toda la raza humana. Cuando Jesús pronunció sus últimas palabras colgado del madero dijo: «Está cumplido.» Estas no fueron simplemente palabras para informarnos de que su obra de salvación estaba cumplida, sino que el «está cumplido» ejecutaba la sentencia de que él moría por ti y por mí para pagar el precio del rescate que Dios había impuesto. Las palabras: «Está cumplido», son la afirmación más contundente de que mi pecado y tu pecado han sido perdonados por Dios Padre.
Lo que Dios dice, lo hace. Así es el poder de su Palabra. Si Dios nos declara libres de culpa, aunque seamos merecedores de condenación eterna, estamos en realidad libres de culpa por la obra de Jesús. En la obra de Jesús Dios nos mostró compasión, nos abrió los oídos para que podamos escuchar su voz y nos destrabó la lengua para que podamos ser testigos eficientes de su amor por su criatura.
Dios no nos pide hoy que no digamos nada a nadie. Todo lo contrario, nos anima a que traigamos a Jesús a aquellos que no pueden expresar su dolor, que están sumidos en tristeza y confusión, que carecen de la esperanza de una vida en paz y de la eternidad en el cielo.
Jesús sigue caminando hoy entre los seres humanos; él sigue hablándonos a través de su Palabra y sigue diciéndonos: «Arrepiéntanse y crean en las buenas noticias de Dios». Él nos visita con su gracia, nos toca con las aguas del Bautismo para perdonar nuestros pecados y nos alcanza la comida celestial de su propio cuerpo y sangre para fortalecernos en la fe.
Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a fortalecer tu fe en las promesas divinas, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.