PARA EL CAMINO

  • Jesús está a nuestro favor

  • septiembre 29, 2024
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Marcos 9:38-41
    Marcos 9, Sermons: 7

  • Dios no hace favoritismos, no mira a unos con compasión y a otros con odio. Dios no está en nuestra contra, sino a nuestro favor. La vida, muerte, y resurrección de Jesucristo es la muestra más contundente de su amor por nosotros.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    ‘En mi país’, decía un amigo mío, ‘desde nuestro gobierno nos dicen que todos somos iguales y que todos merecemos el mismo trato y tener las mismas oportunidades’. ‘La realidad’, continuó diciendo mi amigo, ‘es que en mi país algunos son más iguales que otros’. Me gustó la manera humorística en que mi amigo describió la desigualdad de oportunidades y privilegios que vivían en la realidad.

    En un sentido, en el reino de Dios todos somos iguales. Sin rodeos, la Sagrada Escritura es contundente en testificar que, sin excepciones, todos merecemos la condenación eterna. Baste solo con ver cómo el apóstol Pablo nos muestra cómo todos nosotros somos iguales en cuanto a nuestra condición espiritual. En el capítulo 3 de su Carta a los Romanos, escribe: «¡No hay uno solo que sea justo!… No hay quien haga lo bueno, ¡no hay ni siquiera uno!… No hay diferencia alguna, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios» (vs 10, 12, 22-23). Ahora, esto no es nada nuevo, porque San Pablo tomó esa enseñanza del Antiguo Testamento. Los discípulos de Jesús debían haberlo sabido, y con mucha más razón después de haber estado aprendiendo directamente de Jesús. Sin embargo, parece que ellos pensaron que, por el hecho de haber sido elegidos por Jesús, tenían derecho a ser menos iguales que el resto de la humanidad.

    Así es como nace la discriminación. Los discípulos habían sido enviados de dos en dos por Jesús a predicar el reino de Dios. Para eso habían recibido poder y autoridad de parte de Jesús para expulsar demonios y para curar enfermos. Y el capítulo 6 del Evangelio de Marcos nos dice que así lo hicieron (vs 7-13). Un poco de tiempo después, comenzaron a discutir quién era el mayor de entre ellos. Se habían olvidado de que todos eran iguales, que Jesús no le había dado ninguna jerarquía especial a alguno de ellos. ¡Qué interesante! La vanidad los llevó a competir entre ellos. Para ubicarlos en su lugar Jesús toma a un niño, lo pone en medio de ellos y lo señala como ejemplo. Quiero pensar que al ver al niño, los discípulos se sintieron avergonzados por discutir respecto de jerarquías y superioridad. Pero Juan descarta esa posibilidad inmediatamente cuando en el versículo 38 dice: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, pero se lo prohibimos, porque no es de los nuestros». ¡Seguimos con la discriminación! Es posible que los seguidores de Jesús hayan pensado que por haber sido elegidos por Jesús ellos eran los únicos que podían obrar en su nombre. Pero la verdad es que los discípulos pudieron expulsar demonios y sanar enfermos por la fe que Jesús les otorgó, una fe que incluía la autoridad de Jesús para hacer el bien. No era cuestión de jerarquía, sino del poder y de la buena voluntad de Dios.

    Cuando Dios nos llama a la fe, seguimos siendo seres humanos pecadores. Nuestra condición de pecadores no cambia y las consecuencias de nuestros pecados son las mismas de siempre. Entonces, ¿qué beneficios tenemos los que fuimos traídos a la fe? El beneficio consiste en que Jesús ha pagado las consecuencias de nuestro pecado. Por su muerte sacrificial y su resurrección victoriosa de los muertos, Jesús logró cambiar nuestra situación de ovejas perdidas por ovejas encontradas. No hicimos nada para merecer semejante favor. No merecemos más que ninguna otra persona en la tierra. Solo la gracia de Dios ha hecho la diferencia. Este es uno de los temas centrales de este pasaje en el evangelio de Marcos. La gracia de Dios nos hace a todos iguales. No hay jerarquías ni estatus superior entre los cristianos. Todos somos niños que dependemos totalmente del favor de Dios. ¿Quiénes somos nosotros para establecer diferencias entre las personas?

    Jesús enseña y espera de nosotros que «en su nombre» recibamos a todas las personas por igual. Esta es otra forma de allanar el camino para hacer efectivo el mandamiento de amar al prójimo. No debe haber en nosotros ninguna actitud discriminatoria, primero porque no somos más que los demás y segundo porque ni el mismo Dios hace acepción de personas (Hechos 10:34). No podemos estar a favor de un prójimo y en contra de otro. Tampoco podemos ser indiferentes al prójimo, porque la indiferencia es una neutralidad engañosa que en realidad significa menosprecio por el otro. Una vez que hemos sido alcanzados por la gracia de Dios somos perdonados, cambiados y animados a estar a favor del prójimo. Claro, a veces somos como Juan, el discípulo que le contó a Jesús que él y sus compañeros habían silenciado a un hombre que en el nombre de Jesús expulsaba demonios. Pero no nos toca a nosotros poner orden en el reino de Dios y decidir quiénes reciben dones y tareas en el nombre de Jesús y quiénes no. Eso le corresponde solo a Dios.

    Jesús nos llama a considerar que no hay neutralidad ante la presencia de Dios. Estamos en tiempos en que muchos se alejan de Dios porque prefieren tomar sus propios caminos. Tal vez Dios les molesta con reglas de ética y moral demasiado altas para la forma en que ellos pretenden vivir sus vidas. Me apena ver cuántos se alejan de Dios y cierran sus oídos a su llamado de amor. Tal vez se sintieron desilusionados porque sufrieron injusticias de las cuales Dios no los rescató. Tal vez se frustraron porque Dios no les ayudó a sobrellevar las pesadas cargas en sus vidas. Tal vez no quieren acercarse a Dios porque se sienten avergonzados por sus propias acciones y actitudes que trajeron dolor y aun luto a su familia. Cualquiera sea el motivo por el cual las personas se vuelven indiferentes a Dios o abiertamente en contra, la razón última siempre es la misma: el pecado que contamina y ciega el corazón. Así se vive en incertidumbre, rencor, apatía, egoísmo y tristeza. Ponerse en contra de Dios es arremeter contra el poderoso Señor Creador del universo, y el que tiene el poder y el control absoluto de la vida humana. ¿Hay alguna chance de que ganemos en esta lucha?

    Es interesante notar que cuanto más alto pretendemos llegar por nosotros mismos, más bajo estamos en la escala de nuestro Dios. Nuestros valores están trastocados por el pecado, y por eso necesitamos reencontrarnos con el Señor Jesús cada día para recibir de él su favor.

    Alcanzados por la gracia de Dios, en «el nombre de Jesús» podemos dar un vaso de agua al más humilde de los seres humanos y cumplir así la ley de Cristo. Este ejemplo que Jesús nos pone delante nos vuelve a poner en nuestro lugar, donde todos somos iguales y necesitamos por igual su favor.

    Tomemos el ejemplo mayor que viene directamente de Dios. Al ver el mundo caído en pecado Dios bien pudo ser indiferente a nuestra situación y pensar: «¡Qué se arreglen solos, después de todo ellos tomaron la decisión de desobedecerme y alejarse de mí!» Dios pudo haber dejado que nos encamináramos directamente al infierno. Pero Dios no se goza en ver cómo sus propios hijos sufren y lloran y deambulan perdidos buscando la felicidad. Dios no guarda rencor, ni es indiferente ni neutral a la situación de sus criaturas. Tú y yo somos importantes para él, y mucho más que eso, tú y yo fuimos creados a su imagen con el propósito de vivir siempre en su compañía. Dios entonces toma una acción que nos puede parecer descabellada: encarna a su propio Hijo divino y lo trae a este mundo que está sumido en confusión, tristeza, y perdición. Jesús vino a la tierra no para estar en contra de nosotros, sino a favor de nosotros. Esto lo demostró cada vez que predicaba y extendía su mano para sanar, consolar o devolverle la vida a un muerto. En Jesús podemos ver que Dios está a nuestro favor.

    Jesús llevó la acción de estar a nuestro favor a las últimas consecuencias. Cargó sobre sus hombros todos nuestros pecados y ofrendó su vida en nuestro lugar. Así, Dios castigó a su Hijo por nuestra desobediencia. El beneficio de la obra de Jesús, consumada en su poderosa y triunfante resurrección de los muertos, está disponible para todas las personas del mundo. Dios no hace favoritismos, no mira a unos con compasión y a otros con odio. Dios no está en nuestra contra, sino a nuestro favor. La vida, muerte, y resurrección de Jesucristo es la muestra más contundente de su amor por nosotros.

    En el capítulo 8 de su Carta a los Romanos, el apóstol San Pablo resume esta buena disposición de Dios por nosotros diciendo: «¿Qué más podemos decir? Que si Dios está a nuestro favor, nadie podrá estar en contra de nosotros. El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?» (vs 31-32). Damos gracias a Dios que él no fue neutral o indiferente a nuestra situación de perdición eterna. Dios tomó nuestra perdida situación en sus propias manos y nos sacó de ella a través de la obra de Jesús.

    ¿Cómo te afecta esto a ti? ¿Qué cambia ahora en tu vida? ¿Ves a Dios como tu aliado, tu amigo, tu Salvador y Señor, y confías en que él sabe mejor que tú cómo vivir la vida? Es mi oración que así sea. Mediante su Santa Palabra, Dios te da el don de la fe para que puedas ver con ojos espirituales el alcance de la obra de Jesús. Su obra de rescatarte del pecado y darte la vida eterna no termina ahí. Jesús te llama ahora a que en tu relación con los demás no guardes rencor ni seas neutral o indiferente a la situación de tu prójimo. Porque Dios se puso a nuestro favor, tú y yo, junto a todos los redimidos por la sangre de Jesús, nos ponemos a favor de nuestro prójimo y en el nombre de Jesús alcanzamos un vaso de agua a quien lo necesita, llevamos de la mano a quien no puede caminar solo por la vida, abrazamos a quien está sufriendo una pérdida, animamos a quien no ve salida a sus problemas, nos sentamos a escuchar a quien está cargado de culpas y pesares y compartimos con todos ellos el mensaje de esperanza de que Jesús vive y está con nosotros.

    Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a ver cómo Dios en Cristo está a tu favor, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.