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PARA EL CAMINO
Esfuerzo y posibilidad van tanto de la mano, como imposibilidad y milagro. El esfuerzo lo podemos hacer nosotros, pero el milagro solo lo puede hacer Dios, pues solo Dios hace posible lo imposible.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.
«¡Imposible!», me dijo mi amigo. Y yo me quedé mirándolo y pensando: y ahora, ¿qué hago? No hace falta que les cuente cuál fue la situación que me dejó confundido y desconcertado, porque me pasa muy a menudo con muchas situaciones. Es muy común que cuando escucho la palabra imposible me quede frustrado porque no voy a lograr algo que me propuse. Lo imposible me frena en seco, me desorienta y me obliga a buscar otras alternativas.
Cuando alguien me dice que es imposible que algo salga mal en algún proyecto, entonces sospecho de ese proyecto, porque por experiencia sé que todos nuestros proyectos humanos pueden fallar, aunque a nosotros nos parezca imposible. Y si no, pensemos en el Titanic, el más grande y fastuoso barco transatlántico que se construyó a principios del mil novecientos. «Este barco es lo más seguro que hay. No hay forma de que se pueda hundir», decían sus constructores y propietarios, orgullosos de su logro que, obviamente, fue posible gracias a la riqueza de quienes apostaron a semejante empresa. Solo bastaron unas horas para que lo imposible fuera posible. La naturaleza, en una noche fría y oscura se encargó de desmentir la imposibilidad de que el Titanic pudiera hundirse. Ya conocemos su trágico final.
En nuestra conversación cotidiana usamos muchas veces las palabras posible e imposible. Pensamos que con un gran esfuerzo podremos hacer posible que nuestros deseos se hagan realidad. Esfuerzo y posibilidad van de la mano. Cuando algo es imposible, como escapar de una enfermedad terminal, sabemos que no hay esfuerzo personal que pueda romper esa imposibilidad. Para eso hace falta un milagro. Imposibilidad y milagro también van de la mano.
La situación en la que están los discípulos en el texto bíblico de hoy nos muestra claramente la dinámica de lo posible y lo imposible. No hay un océano ni un barco: hay un joven rico, hay un maestro que se llama Jesús y hay seguidores. Los discípulos de Jesús están confundidos por la forma en que se desarrolló el diálogo entre el joven rico, que no se atrevió a vender todas sus propiedades para beneficiar a los pobres, y Jesús, que lo deja ir con su tristeza y aflicción. Los discípulos están confundidos porque, en su cultura, la riqueza era un signo de gran bendición divina. Se suponía que los ricos tenían más oportunidades de hacer el bien que los pobres y así ser ellos los primeros en entrar en el reino de los cielos. La declaración de Jesús: «¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios!», echa por tierra esa teología popular. Ahora los discípulos no sólo están confundidos sino también asombrados. Entonces Jesús remata su declaración con un ejemplo que a simple vista parece totalmente exagerado: «Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico entre en el reino de Dios.»
En verdad, Dios no exagera. Él siempre es muy preciso en sus palabras. Cuando Dios dice a través del apóstol Pablo que «todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23), tenemos que ver que aquí no hay ninguna exageración, no importa si a nosotros nos gusta o no esta declaración bíblica. Dios deja en claro que «No hay en la tierra nadie tan justo que siempre haga el bien y nunca peque» (Eclesiastés 7:20). Esto hace que sea imposible para cualquier persona entrar al reino de Dios por sí misma. Estas declaraciones de Jesús pusieron a los discípulos en jaque. Y nos deja a nosotros con la misma pregunta: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?» (v 26).
Dios nos declara pecadores a todos, sin excepción. Tanto el que escribió este mensaje como quienes lo escuchan son pecadores. Y si todavía pensamos que tenemos alguna posibilidad de hacer algo para merecernos el favor de Dios, el ejemplo del camello, el animal más grande conocido en el medio oriente y del ojo de la aguja, posiblemente el agujero más pequeño que los hebreos conocían nos afirma de que Dios no está exagerando. Si no creemos en esta declaración divina, nos alejaremos de Jesús con un corazón triste y afligido.
¿Y entonces qué? se preguntaban los discípulos, «¿Quién podrá salvarse?» Jesús hace una declaración ahora tranquilizadora y esperanzadora: «Esto es imposible para los hombres, pero no para Dios. Porque para Dios todo es posible» (v 27). Tenemos que detenernos un poco aquí para profundizar en estas palabras de Jesús. Quizás un ejemplo nos ayude más que muchas explicaciones cómo es que Dios hace posible nuestra imposibilidad. Un día, Jesús va a Betania a visitar a una familia muy querida. Lázaro, el único varón de esa familia, había muerto. Jesús va donde estaba la tumba y allí, cuatro días después de la muerte de Lázaro y en presencia de las hermanas del muerto y otros testigos, «clamó a gran voz: ‘¡Lázaro, ven fuera!'»
No es posible, pensarían todos. Es imposible que un muerto pueda escuchar una voz, pueda obedecerla, pueda caminar, pueda volver nuevamente a la vida sin ningún tratamiento médico sofisticado. Hace falta un milagro para que un muerto escuche una orden y la obedezca. Y eso fue lo que Jesús hizo: un milagro, que es lo único que hace posible lo imposible. Y solo Dios puede hacerlo. Las palabras de Jesús son claras. Para los hombres es imposible, pero «para Dios todo es posible».
Que haya sido posible para Dios nuestra salvación, nuestra resurrección del pecado a una vida nueva no quiere decir que haya sido fácil. Salvar a los pecadores no fue un milagro que no costó nada. El milagro se produjo al gran precio de la vida del mismísimo Hijo de Dios. Para hacer posible nuestra salvación Dios dio toda su riqueza, dio lo más querido que tenía: su propio Hijo. Dios lo entregó como rescate para que nosotros recibiéramos el perdón de los pecados. En sintonía con las palabras de Jesús podemos decirlo así: Dios se despojó de todas sus riquezas para dárselas a los pobres. Los pobres somos nosotros, que sin las riquezas divinas no tenemos más que desolación, tristeza, aflicciones y ninguna esperanza para esta vida y mucho menos para la eternidad.
El plan de salvación de Dios fue concebido teniendo en cuenta ese alto costo porque Dios sabía, mejor que nosotros, de nuestra absoluta imposibilidad de que por nuestros propios medios pudiéramos hacer algo para entrar al reino de los cielos. Cómo Lázaro, estábamos muertos espiritualmente y solo un milagro podía hacer posible nuestra resurrección para vida eterna. Dios se encargó de hacerlo, cumpliendo así la declaración de Jesús: «Para Dios todo es posible.»
Los discípulos parecen no haber dedicado mucho tiempo para pensar en estas declaraciones de Jesús. Pedro reacciona enseguida y le presenta a Jesús su preocupación inmediata. Él y sus compañeros lo dejaron todo para seguirle. ¿Qué ganarían con eso? Del gran tema de lo imposible y lo posible, Pedro pasa rápidamente al tema de las pérdidas y las ganancias. Tal vez Pedro se preguntaba: ¿será posible que nosotros, que lo dejamos todo, tengamos algún beneficio? Me apena que Pedro no hubiera saltado de gozo y abrazado a Jesús por la buena noticia de que para Dios no hay nada imposible. Pero me alegro de que hiciera esa pregunta, porque eso le dio a Jesús la oportunidad de darle a sus discípulos, y a los creyentes de todas las épocas, esta hermosa promesa: «De cierto les digo: No hay nadie que por causa de mí haya dejado [todo]… que ahora en este tiempo no reciba, aunque con persecuciones, cien veces más casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, y en el tiempo venidero la vida eterna» (vv 29-30).
Solo Dios hizo posible nuestra salvación mediante la muerte y resurrección de su propio Hijo, Jesucristo. Solo Dios hace posible que los creyentes ahora tengamos una familia mucho más grande que nuestra familia de sangre. En todas partes del mundo hay cristianos que son nuestros hermanos y hermanas que nos cuidan con sus oraciones, que velan por nuestro bienestar, que nos reciben con brazos abiertos, que nos amonestan y nos confortan con palabras de ánimo. Al traernos a la fe, Dios ha expandido nuestra visión para que veamos que él provee a través de la gran familia cristiana todo lo que necesitamos para esta vida, y nos da además la entrada al reino eterno.
Solo para clarificar, debemos saber que Dios no pretende que abandonemos a nuestra familia para seguirlo a él. La familia es un don divino y es un gran pecado abandonarla. Jesús nos enseña aquí a poner prioridades y a no dejarnos atar por nuestros lazos humanos o posesiones de cualquier tipo. Si algo nos ata a esta tierra más que a Dios, permaneceremos con el corazón triste y afligido. ¿Creemos que es imposible para nosotros desprendernos de lo que nos impide ser libres para el servicio cristiano? Recordemos las palabras de Jesús: «Esto es imposible para los hombres, pero no para Dios. Porque para Dios todo es posible» (v 27).
Dios hace posible lo imposible. Estimado oyente, cualquiera sea tu situación, temporal o espiritual, seguramente verás que algunas de esas situaciones pueden ser imposibles de superar. Si es así, considera tu vida desde la perspectiva de Jesús, para quien lo imposible puede tornarse posible. Él ha demostrado que su amor por ti no tiene límites. Su gracia es abundante para perdonar todos tus pecados y hacerte entrar primero al reino de los cielos. El milagro de la resurrección de Jesús hizo posible que hoy tú y yo y todos los redimidos seamos ricos en esperanza, amor y compasión por todos los que necesitan de nuestro apoyo.
Piensa en las riquezas de la gracia de Dios en tu vida y anímate en las declaraciones y promesas de Jesús.
Y si de alguna manera te podemos ayudar a ver cómo Dios puede enriquecerte todavía más espiritualmente, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.