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PARA EL CAMINO
El Dios eterno y santo se metió en la historia de este mundo atribulado y desesperanzado, donde la mentira y la mezquindad abundan, entrando en el seno de una joven virgen de nombre María. Dios se hizo carne, ser humano como nosotros pero sin pecado, para padecer nuestras tristezas y dolores y para cargar con el castigo que nuestro pecado merecía.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.
Una cosa que disfruto mucho cuando me junto con mis amigos de la infancia o de la escuela, es cuando nos ponemos a recordar historias de nuestras andanzas por el vecindario. A veces, mis amigos cuentan historias un poco fantásticas que me hacen preguntar cuánto será verdad y cuánto le estarán agregando a la historia. Es que así es: nos gusta que nuestras historias sean atractivas para que los demás se rían o nos admiren un poco.
En algún momento de la vida, casi todas las personas tenemos fascinación por la historia. Buscamos las raíces de nuestros familiares, queremos saber dónde nacieron o de dónde vinieron, y recordamos con orgullo la historia de nuestros abuelos y padres que tanto se esforzaron para llevar adelante la vida. A veces nos tenemos que tragar el orgullo, porque descubrimos que hay historias en nuestras propias familias o entre los familiares de nuestros amigos que es mejor mantener en secreto. Son historias de vergüenza o de deshonra, o simplemente historias tristes que producen mucho dolor cuando se vuelven a contar.
Pero nuestras historias, así como la historia de todas las personas en el mundo, son fundamentales en la formación de nuestra vida. Ninguna persona puede decir que no tiene historia. La historia, aunque pertenezca al pasado, nos afecta e influye, en mayor o menor medida, nuestro presente y nuestro futuro.
Esto podemos verlo también cuando leemos la Biblia. Tal vez no lo sabes, pero más de un cincuenta por ciento de la Biblia es historia, ¡sencillamente historia! Si no fuera por las historias de la Biblia, no sabríamos nada del movimiento migratorio de Abrán y toda su familia y de sus sirvientes que fueron de Jarán a la tierra de Canaán. No sabríamos de la gran liberación del pueblo hebreo y de su asentamiento en Canaán, ni sabríamos de los abusos de los grandes imperios como Siria, Egipto y Roma, y de cómo afectaron la vida de sus súbditos. Algo que no debemos dejar de ver en estas historias, es que Dios siempre estaba activo en medio de ellas. Incluso algunas veces esos movimientos históricos fueron gestados por Dios mismo para liberar al pueblo esclavizado o para castigar al pueblo desobediente e idólatra. Es que, en realidad, Dios siempre es parte de nuestra historia.
En la Biblia encontramos a cuatro profetas mayores: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel, llamados así por la extensión de sus escritos, y a doce profetas menores: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías, que reciben este nombre, en contraste con los llamados profetas mayores, porque sus escritos son de menor extensión. A pesar de esto, dan valiosas enseñanzas y merecen un atento examen, tanto por la luz que arrojan de una manera directa sobre los planes de Dios, como por los principios y aplicaciones al caminar del creyente en todo tiempo y lugar.
Un día, unos cuatro siglos antes de la era cristiana, la historia del pueblo hebreo entró en una etapa de gran oscuridad. Después de los profetas menores no vinieron más emisarios de Dios para hablarle al pueblo. Fue una época tan triste y de tan grande confusión, que el pueblo empezó a hacerse ideas de que Dios enviaría a un Mesías que pondría fin a su angustia política. Ellos esperaban un Mesías capaz de combatir y vencer a los imperios opresores. Con eso, ya estarían contentos. De esta manera, las tensiones y dificultades del pueblo de Israel durante ese tiempo deformaron su entendimiento de Dios.
Esto es lo que tan a menudo nos pasa también a nosotros: cambiamos nuestro entendimiento de Dios dependiendo de las circunstancias en las que nos encontramos. Los dolores y las tristezas pueden volvernos amargados y hacernos ver a un Dios justiciero y castigador. Cuando atravesamos períodos de oscuridad y desesperanza, nos inclinamos a ver un Dios que nos ignora y se desentiende de nuestras situaciones y de nuestras vidas.
Aquí es donde entra la lectura bíblica de hoy. San Lucas, un médico profesional, se dedicó a investigar la historia de su tiempo para dejarnos relatos concretos de la venida del Hijo de Dios al mundo. Notemos que Lucas nos deja nombres y fechas de políticos y religiosos de reconocimiento popular para indicar el momento exacto en que Dios envía a su pueblo a Juan el Bautista primero, y a Jesús después. Así es como Dios se mete una vez más en nuestra historia, pero ahora lo hace en forma personal, encarnándose en la persona de Jesús. Esta vez, Dios comienza una historia nueva para su creación, y lo hace con el mensaje de Juan el Bautista que llama a las personas a ver su pecado y a arrepentirse de ellos. Las personas que viven en la oscuridad no pueden ver bien ni pueden hacer una buena evaluación de sí mismas. Esa fue la tarea que tuvo Juan el Bautista: hacerle ver a las personas su pecado. Juan predicaba «el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados» (v 3). El mensaje de Juan no fue nada improvisado, sino que tanto su persona como su mensaje habían sido anunciados siete siglos antes por el profeta Isaías. Esta no es una historia que surge de la casualidad, sino del minucioso plan divino para salvar a la humanidad.
Juan se dedicó a enderezar los caminos torcidos, esos caminos que nos creamos en la mente en medio de nuestra historia oscura y que no conducen a ninguna parte buena. No sé cuál es tu historia, estimado oyente, pero me basta con mirar a la mía para ver que no tengo la capacidad de ver a Dios cómo él realmente es, ni de saber cuál es su plan para conmigo a menos que Él mismo me lo muestre. ¡Gracias a Dios por Juan el Bautista que nos allanó el camino!
Dios usó muchas otras personas en mi vida para allanarme el camino. Por el testimonio cristiano de otras personas y de la Sagrada Escritura misma, el Espíritu Santo me dio fe para poder ver con ojos diferentes y encontrar un Dios bueno, misericordioso, que conoce mi historia y que me perdona por la parte que yo tuve en ensuciar con mi desobediencia la vida que él me dio. Hoy Dios sigue haciendo lo mismo, y esta vez me puede usar a mí, a ti y a otros cristianos, para allanarle el camino a quienes están en la oscuridad y el dolor y así puedan ver la salvación de Dios.
La última frase de la profecía de Isaías es el broche de oro de la predicación del Bautista. Dice así: «Y todos verán la salvación de Dios» (v 6). Dios es inclusivo, nunca tuvo en su plan salvar a una sola etnia o a un determinado grupo de personas que se lo merezca, simplemente porque no hay nadie que se merezca el perdón de los pecados, sino que el perdón es un regalo de Dios. Tanto el pueblo de Israel, que escuchó directamente a Juan el Bautista, como tú, estimado oyente, y yo y todos nuestros contemporáneos, necesitamos la gracia de Dios que nos trae el perdón de nuestros pecados. Ese perdón de Dios es el que nos allana definitivamente el camino a la eternidad junto al Padre celestial.
El Dios eterno y santo se metió en la historia de este mundo atribulado y desesperanzado, donde la mentira y la mezquindad abundan. Lo hizo cuando entró en el seno de una joven virgen de nombre María. Dios se hizo carne, ser humano como nosotros, pero sin pecado. Se encarnó para padecer nuestras tristezas y dolores, para cargar con el castigo que nuestro pecado merecía. Dios se hizo humano para poder cumplir su santa y estricta ley y para satisfacer mediante ese cumplimiento su demanda de santidad frente al pecado. En Jesús Dios se hizo carne para poder ser colgado de una cruz a causa de nuestro pecado. Desde esa cruz, muchos lo vieron, gentes de muchas naciones pasaban por el camino de los crucificados. Poco se imaginarían algunos que estaban viendo clavado en ese madero al mismo Hijo de Dios padeciendo por la injusticia ajena.
La historia de la encarnación es una historia de milagro divino y de maltrato humano. Desde temprano Jesús fue atacado, y sus pobres vecinos de Belén fueron víctimas de la masacre de niños inocentes a manos de Herodes. Desde el inicio de su ministerio público, el Cristo encarnado fue perseguido por los líderes religiosos de su propio pueblo y luego traicionado y negado por algunos de sus propios discípulos. Finalmente, el Dios encarnado en la historia murió a causa de nuestros pecados, fue puesto en una tumba oscura y custodiado bajo llave. Pero el Dios de la historia no detiene su plan de salvación por causa de la maldad humana y los ataques del diablo. El Cristo encarnado es resucitado victorioso de la muerte y ascendido para reinar a la diestra del Padre sobre su iglesia en la tierra y para prepararnos un lugar a todos los que ahora somos parte de esta historia de la salvación.
Aquí es donde se muestra tan claramente la misericordia de Dios. Cuando nosotros nacimos, lo hicimos con una naturaleza pecaminosa heredada de nuestros padres, que a su vez fue heredada de los primeros pecadores, Adán y Eva. Desde nuestro nacimiento estábamos condenados a repetir la historia y a vivir en la oscuridad, rodeados de intrigas y miedos y angustiados por el juicio eterno al final de nuestros días. Pero Dios, en su misericordia, mostró su salvación a todos y nos alcanzó con su gracia. Y así como nosotros transferimos nuestros pecados a Jesús, él transfirió su victoria sobre el mal y la muerte a nuestra vida. Cristo se metió en nuestra vida y cambió nuestra historia para siempre.
Estimado oyente, para Dios no hay límites. No hay historias, por más tristes y dolorosas que sean, que Dios no pueda cambiar por medio de Jesucristo. El perdón de los pecados está disponible para todos los que se arrepienten de sus pecados.
¿Hay partes de tu historia personal o de tu familia que te molestan, que te impiden mirar con esperanza el futuro? Mira al Cristo crucificado y resucitado. Él es la salvación de Dios, él es el dador de la fe, él es quien camina con nosotros, los perdonados, para acompañarnos por este mundo hasta la vida eterna, donde nuestra vida con Dios será otra historia.
Y mientras tanto, si de alguna manera podemos allanarte el camino para que puedas ver en fe al Cristo encarnado, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.