PARA EL CAMINO

  • Jesús sabe lo que hay que hacer

  • marzo 16, 2025
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • Sermon Notes
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 13:31-33
    Lucas 13, Sermons: 6

  • En su camino a Jerusalén, Jesús recibe una amenaza de muerte de parte del rey Herodes. ¿Qué hará Jesús? ¿Saldrá corriendo a esconderse? De ninguna manera. Aquí podemos ver con cuánta firmeza Jesús rechaza esa amenaza de Herodes. ¿Qué tuvo Cristo en la mente para no temer ningún mal y seguir adelante con el plan trazado por Dios? El libro a los Hebreos nos da la respuesta: «Por el gozo que le esperaba [Cristo] sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios». El gozo que le esperaba a Cristo era vernos liberados del pecado y la muerte para siempre.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    ¡No sé qué hacer! me comentó un amigo. Se lo veía ante una gran disyuntiva y se sentía atrapado por muchas ideas que le venían a la cabeza y no sabía para qué lado ir. ¿Te ha pasado? ¿Has enfrentado situaciones en las que te quedabas un poco paralizado sin saber bien qué hacer, y te tomabas un poco de tiempo para finalmente tomar una decisión? Quiero pensar que a todos nos pasa. A mí me pasa de vez en cuando, aunque no necesariamente ante situaciones de vida o muerte, sino ante cosas más simples en la vida.

    Una vez, ante una situación que no me dejaba tranquilo, recurrí a un hermano en la iglesia para pedirle orientación. Cuando le dije: No sé qué hacer, me preguntó: ¿Qué te gustaría que sucediera? En vez de quedarme con la boca abierta sin saber qué responder, dibujé una sonrisa, y pensé ¿cómo no se me ocurrió a mí hacerme esa pregunta? Porque una pregunta así me lleva a imaginarme el resultado, o al menos el resultado que a mí me gustaría ver.

    En la breve historia de hoy, vemos a Jesús, con sus discípulos más íntimos, los doce, y muchos seguidores que escuchaban sus enseñanzas y presenciaban sus milagros. Muchos tuvieron, en esos momentos, la gran bendición de ser sanados de enfermedades terminales, otros de enfermedades que los discapacitaban casi por completo, y otros eran liberados de las posesiones demoníacas. No creo que podamos imaginarnos ese escenario. Cada día, en este viaje de Jesús sucedían cosas que impresionaban a la gente, cosas que nunca antes habían visto.

    Saliendo de Galilea, donde Jesús pasó la mayor parte de su tiempo de vida y de ministerio, se dirige al sur, a Jerusalén. Este es su viaje final a la ciudad santa. Jesús dejó Galilea, su tierra conocida, la tierra querida de donde llamó a sus discípulos, la tierra que vio la gran mayoría de sus milagros. Este era un viaje cargado de emociones y fuerza espiritual. La gloria, el poder y el amor de Dios se expresaban abiertamente, en abundancia, con generosidad. Esto es lo que Jesús hace en el camino, mientras llega a su objetivo. Por lo que sugiere el texto, Jesús está atravesando territorio herodiano. Herodes Antipas, hijo del afamado e inescrupuloso Herodes el Grande, era gobernador de Galilea y de la región al otro lado del Jordán, lo que hoy es Jordania. Jesús sabía muy bien quién era Herodes, mejor dicho, qué tipo de persona era. También sabía del padre de Herodes, el sanguinario rey por quien sus padres tuvieron que llevarlo como refugiado a Egipto cuando él era apenas un niño. Los Herodes fueron siempre opositores de Dios y de sus planes de salvación, y su oposición se mostró con brutalidad, persecución, y asesinatos.

    ¿A qué iba Jesús a Jerusalén? No iba necesariamente a pasar unas vacaciones o a visitar amigos. Iba para morir. De todos los que rodeaban a Jesús en su viaje, ninguno pensó en algo tan descabellado como emprender un viaje para ir a morir, antes de tiempo y cuando su popularidad estaba en lo más alto. Jesús mismo dice en el último versículo de nuestro pasaje: «Pero es necesario que… siga mi camino, porque no puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén». Los discípulos hicieron oídos sordos a esta profecía.

    Aparecen en medio de este viaje los fariseos, los que en muchas ocasiones criticaron a Jesús y se molestaron por su ministerio. Se acercan a Jesús y le hacen un pedido, o más bien una sugerencia que está cargada con una amenaza mortal: «Vete de aquí, porque Herodes te quiere matar». Y aquí podríamos esperar que Jesús hiciera la gran pregunta que nos hacemos nosotros ante una situación abrumadora, que nos descoloca y desorienta: ¿Qué hago? Pero para Jesús ni un pedido ni una sugerencia ni ninguna amenaza podía distraerlo. Para Jesús no era posible pensar en la expresión: ¡No sé qué hacer! Lo que los fariseos le trajeron a Jesús fue una amenaza de muerte. Quienes los escucharon se pudieron haber sentido sacudidos, pero ¿qué significaba una amenaza de muerte para alguien que sabía que en unos pocos días se entregaría para ser muerto? ¡Herodes no iba a adelantar el plan de Dios! ¿Qué puede significar una amenaza de muerte de un rey siniestro y sin escrúpulos? Él solo podía matar sin sentido. Dios, en cambio, elegiría que su Hijo Jesucristo muriera para darle sentido a la vida.

    Se preguntó Jesús: ¿Qué hago ahora? Lo dudo mucho. Tal vez, haya traído a su mente el propósito de su muerte en el Calvario, tal vez se proyectó al resultado final de su muerte. Algo así como ¿qué me gustaría que sucediera? En la carta a los Hebreos se nos alienta a que «Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios» (Hebreos 12:2). Jesús sabía el resultado final de la muerte planificada por Dios mismo. Le iba traer mucho gozo resucitar y ver cómo su sacrificio expiatorio nos cambiaba la vida para siempre.

    Aquí aprendemos que a Dios nadie le dice lo que tiene que hacer, ni siquiera el rey. Herodes y los fariseos estaban incómodos. Herodes tenía mucho poder. Ya había hecho matar a Juan el Bautista, pero con Jesús, no sabía bien qué hacer. Su poder no le servía para nada. Y cuando alguien se pone incómodo y se le empiezan a escapar las cosas de la mano, hasta recurre a Dios para decirle lo que hay que hacer. ¡Qué ironía lo de Herodes! Como si él supiera mejor que Dios lo que hay que hacer. Pero Herodes y los fariseos no son los únicos que no saben qué hacer con la vida. Aquí entramos nosotros con nuestra miope visión de la vida, nuestras debilidades y temores, y en momentos en que perdemos el control de la situación hasta le decimos a Dios lo que hay que hacer. Cuántas veces recurrimos a Él solo cuando ya Él es nuestra última esperanza, y le decimos con lujo de detalles lo que esperamos que suceda, y a veces demostramos un poco de sumisión y se lo pedimos «por favor».

    Pero no somos nadie para decirle a Dios lo que hay que hacer. Dios sabe mejor. ¿Y qué es lo que hay que hacer? ¿Sabes tú que hay que hacer con el pecado? ¿Sabes lo que hay que hacer con el diablo? ¿Sabes lo que hay que hacer con la muerte? Yo no lo sé, y si lo supiera, no sabría cómo hacerlo. Pero me puedo preguntar: ¿Qué es lo que me gustaría que sucediera? En verdad, como el pecado y sus consecuencias me molestan tanto, me gustaría no tener pecado. Como el diablo anda a mi alrededor molestándome con tentaciones sutiles que me deslizan a lo malo, y que al final me llenan de temores y de incertidumbre, y que me paralizan para disfrutar de una vida sin miedos y con esperanza, me gustaría que el diablo no existiera. Como la muerte se me acerca cada día más, y sé que tengo los días contados en esta tierra, me gustaría que la muerte no existiera. Pero no sé cómo hacer todos esos cambios por mí mismo. El pecado, el diablo, y la muerte existen. ¡La evidencia es abrumadora! Pero Dios también existe, y existe desde antes que el pecado y el diablo y la muerte.

    Así que, estimado amigo, si yo no puedo y si tú no puedes, Dios sí puede. El apóstol San Juan afirma categóricamente: «Para esto se ha manifestado el Hijo de Dios: para deshacer las obras del diablo» (1 Juan 3:8). Y eso es lo que Jesús sabía desde un principio, y por eso enfocó todo su ministerio y sus enseñanzas a destruir la obra del diablo.

    La forma en que Jesús confronta a los fariseos y a Herodes es absolutamente magistral: «Vayan y díganle a ese zorro: «Mira, hoy y mañana voy a expulsar demonios y a sanar enfermos, y al tercer día terminaré mi obra». Esto es como el un, dos, tres en el plan de Jesús. Esos tres días no son cada uno de veinticuatro horas, sino que son días en los tiempos de Dios. Jesús está en el hoy. Les dice: Hoy estoy haciendo la obra que vine a hacer, a proclamar el arrepentimiento, a llamar a los pecadores a volverse a Dios para que reciban de Dios las enormes bendiciones del Evangelio: el perdón de los pecados y la esperanza de la vida eterna.

    El mañana de Jesús es igual que el hoy, Él sigue haciendo su obra de amor y de consuelo, su obra de levantar al caído y de traerle esperanza al desesperanzado. Y al tercer día, Jesús terminará su obra. Literalmente el texto dice: Al tercer día todo se cumplirá. Todo, tal cual estaba en el plan de Dios. El pecado fue derrotado. A Jesús le costó la vida. A nosotros nada. La muerte de Jesús fue el precio que Dios mismo pagó para perdonarnos y liberarnos del castigo por nuestros pecados. La gracia de Dios se manifestó en la sangre derramada de Jesús en la Cruz a causa de nuestra desobediencia. El amor de Dios se manifestó al darnos gratuitamente los beneficios de la muerte de Jesús.

    También se cumplió en la Cruz la profecía de que el diablo sería aplastado con contundencia. Cuando el diablo tentó a nuestros primeros padres a desconfiar de Dios, y por eso cayeron del favor divino y nos transmitieron la maldad y la corrupción, Dios increpa al diablo y le dice: «Yo pondré enemistad entre la mujer y tú, y entre su descendencia y tu descendencia; ella te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el talón» (Genesis 3:15). En palabras simples: la descendencia de la mujer fue el Cristo enviado de Dios mediante la virgen María. Cristo hirió definitivamente al diablo en la cabeza. Él ya no tiene más poder sobre nosotros los que hemos recibido por el Espíritu Santo el don de la fe para que confiemos en el amor y el poder de Dios. El apóstol Juan dice: «Hijitos, ustedes son de Dios, y han vencido a esos falsos profetas, porque mayor es el que está en ustedes que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4).

    ¡Y al tercer día Cristo venció a la muerte! San Pablo anima a los creyentes de la iglesia de Corinto con estas palabras: «Porque es necesario que él [Cristo] reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies, y el último enemigo que será destruido es la muerte» (1 Corintios 15:25-26).

    Ni Herodes ni los fariseos, ni siquiera todos los que seguían a Jesús sabían la determinación de Jesús de rescatar a la humanidad perdida en pecado mediante su entrega a la muerte. Esto nos debe llamar a confiar plenamente en la gracia, el amor, el poder, y la sabiduría de Dios demostrada en Cristo. Dios sabe mucho mejor que nosotros qué nos conviene y qué necesitamos. Y un día completará su obra al levantarnos de los muertos y recibirnos en la gloria eterna.

    Estimado amigo, te invito a poner tu vida en manos de Cristo. Si tienes oportunidad, participa de la reunión semanal de creyentes para escuchar la Palabra de Dios y celebrar la Santa Comunión. Y si quieres más información sobre la obra de Cristo por ti, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.