ALIMENTO DIARIO

  • "Una profecía tardía"


  • febrero 15, 2010
  • -El SEÑOR... que no deja sin castigo al culpable, sino que castiga la maldad de los padres en los hijos y en los nietos, hasta la tercera y la cuarta generación. (Éxodo 34:6-7)-El SEÑOR... que no deja sin castigo al culpable, sino que castiga la maldad de los padres en los hijos y en los nietos, hasta la tercera y la cuarta generación. (Éxodo 34:6-7)


  • El mundo notó a la pequeña isla de Haití cuando fue sacudida por un terrible terremoto. Las noticias empezaron a reportar que decenas, cientos de miles habían perecido, y que muchos más habían quedado heridos y sin hogar. Entonces muchos decidieron ayudar, enviando alimentos, ropa y dinero, orando, o yendo personalmente.

    De entre la comunidad cristiana se escuchó una voz (no mencionaré el nombre de la persona) que dijo que el terremoto era un castigo divino para los habitantes de Haití, porque en un momento, hace muchos generaciones habían hecho un pacto con el diablo.

    Con tal afirmación yo tengo un problema.

    En la Biblia, cuando Dios iba a infligir castigo a su pueblo, enviaba a un profeta, algunas veces a todo un grupo de profetas, para advertir a las personas lo que les ocurriría si no se arrepentían.

    Dios siempre les daba la oportunidad de enmendar sus caminos. Si lo hacían, ¡maravilloso! Si no, el castigo se encargaba de las cosas.

    Esta es la primera vez que he oído que Dios enviara un profeta DESPUÉS que el castigo tuviera lugar. Es la primera vez que he oído de un profeta quien no dijo lo que ocurriría, sino que explicó lo que acababa de ocurrir.

    Sin duda alguna Dios castiga el pecado. Y las Escrituras dicen que si los nietos copian los pecados de los abuelos, ellos recibirán castigo igualmente. Pero esta clase de interpretación de eventos naturales muestra la figura de un Dios Trino que me hace sentir incómodo.

    Mi Señor envió a su Hijo para salvar a los perdidos y traerlos de la oscuridad a la luz; para ser el médico de quienes están enfermos del alma. Mi Salvador es quien lloró a causa de una Jerusalén que no se arrepentía ni se mantenía unida.

    Ésta es, sin duda, una mucho mejor y más exacta figura de nuestro Dios de misericordia y amor.

    ORACIÓN: Amado Padre celestial, estoy profundamente arrepentido por los pecados que he cometido. Me regocijo en el perdón que me das a través del sacrificio del Salvador… un perdón completo y total. En el nombre del Salvador. Amén.