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ALIMENTO DIARIO
Cuando Herodes vio que los sabios lo habían engañado se enojó mucho y, calculando el tiempo indicado por los sabios, mandó matar a todos los niños menores de dos años que vivían en Belén y en sus alrededores (Mateo 2:16).
Del Señor son las bases de la tierra; sobre ellas ha afirmado el mundo. El Señor vigila los pasos de sus fieles, pero los impíos mueren en medio de las tinieblas, porque nadie triunfa por sus propias fuerzas (1 Samuel 2:8b-9).
El Señor quiebra los arcos de los poderosos y reviste de poder a los débiles… El Señor da pobreza y riqueza; el Señor nos humilla y nos enaltece (1 Samuel 2:4,7).
En su oración, Ana dijo: «En ti, Señor, mi corazón se regocija; en tu nombre, mi fuerza es mayor. Ahora puedo burlarme de mis enemigos porque me regocijo en tu salvación. Nadie es santo como tú, Señor. Fuera de ti, no hay nadie más. No hay mejor refugio que tú, Dios nuestro (1 Samuel 2:1-2).
[El Señor] Socorrió a su siervo Israel, y se acordó de su misericordia, de la cual habló con nuestros padres, con Abrahán y con su descendencia para siempre (Lucas 1:54-55).
Señor, tú fundaste la tierra en el principio, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permaneces para siempre. Todos ellos se desgastarán como un vestido; los enrollarás como un manto, y quedarán cambiados; pero tú eres el mismo, y tus años no tendrán fin (Hebreos 1: 10-12).
Porque jamás dijo Dios a ninguno de sus ángeles: «Tú eres mi Hijo. Yo te he engendrado hoy.» Ni tampoco: «Yo seré su Padre, y él será mi hijo.» Además, cuando Dios introduce al Primogénito en el mundo, dice: «Que lo adoren todos los ángeles de Dios» (Hebreos 1:5-6).
Dios, que muchas veces y de distintas maneras habló en otros tiempos a nuestros padres por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio del Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y mediante el cual hizo el universo. Él es el resplandor de la gloria de Dios. Es la imagen misma de lo que Dios es. Él es quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder (Hebreos 1:1-3b).
Dijo entonces el Señor: ‘Ellos serán para mí un tesoro muy especial. Cuando llegue el día en que yo actúe, los perdonaré, como perdona un padre al hijo que le sirve’ (Malaquías 3:17).
Señor, bendice a los que hacen el bien, a los que son de recto corazón. Pero castiga, Señor, a los que se apartan de ti; ¡recházalos junto con los malhechores! (Salmo 125: 4-5a).